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Estados Unidos Estados Unidos · Chicago
Críticas de Donald Rumsfeld
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Críticas 80
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
12 de enero de 2023
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La segunda temporada de The White Lotus ha atenuado la perspectiva psicológica: los caracteres de los personajes son irrelevantes; ha conservado el materialismo: todas las relaciones están fuertemente determinadas, sino de manera exclusiva, por el Poder de sus participantes; y le ha agregado una contundente dosis de misantropía: nadie confía, nadie cree, nadie da algo a cambio de nada. Así, mientras la primera temporada tenía aires de comedia de misterio a lo Woody Allen, en esta el eje se ha deslizado hacía la tragedia griega y la bacanal romana, de tal forma que incluso los perfiles más amables presentan fuertes claroscuros, y lo aparentemente feliz siempre va cargado de un regusto sórdido y absurdo. Y es que este hotel, todo hay que decirlo, es verdaderamente fastuoso, y esta temporada, además, tiene la gama de colores completa: no hay ni medias tientas ni filtros que tamicen la luz, es más directa que la anterior para no dejar (casi) nada a la imaginación. En resumen: desde la primera escena, todo es Poder (económico, intelectual, físico…), sexo y manipulación.

Gran parte de esta temporada es un canto a la manipulación: si en la primera había escenas para reírse de los personajes, a veces humillándolos un tanto, en esta casi cada escena es una pequeña o gran manipulación; y es que, en líneas generales, está compuesta por una galería de personaje cuyas ocupaciones fundamentales son manipular, conspirar y usar. Esto es: una colección de sociópatas perfectamente adaptados cuyas vacaciones/trabajos no son más que una atroz sucesión de bajezas. Tan cotidianas que ya han sido mercantilizadas... Y todo ello organizado de forma magníficamente piramidal, de tal manera que con un poco de fortuna siempre se puede abusar de otro más débil. Es la ley del más fuerte, del que menos siente y más oculta, pues, evidentemente, una de las claves del Poder es silenciar la verdad mientras se predica la mentira. En este sentido, no sabría decir si la serie es tan cínica como sus personajes o simplemente disfruta del catálogo; en todo caso: es lo que hay. Bunga-bunga.

¿Excesiva? Seguramente. Un ejemplo: es verdad que a la Plaza, sin ser guapa (no al nivel Meghann), todo lo que lleva puesto le queda estupendo, pero ¿era necesario rodearla de 20 machos italianos?, ¿no hubiera sido suficiente con algunos menos y unas cuantas miradas? Seguramente, no. No hay lugar a la insinuación cuando lo profundo ya está en la superficie; si cada elemento ha sido concebido específicamente para mostrar justo eso, el Poder, entonces el conjunto ha de ser tan grotescamente obvio como cualquier yate o deportivo: la utopía es vivir dentro de un anuncio de perfumes.

Y aquí conviene no olvidar que siempre hay límites que superar, nuevos mundos que conquistar y todo lo que el dinero pueda comprar. Ni tampoco que incluso lo más ligero (el aire) puede corromperse. Y corromper. No hay más que comparar la relación tan inocente que tenía la mulata con el nativo de Maui durante la primera temporada, con la relación que tiene el joven de esta con la nativa de Catania, en donde la inocencia siempre es proporcional a la rentabilidad. En general, la historia de las dos jóvenes italianas es una síntesis de la temporada tan buena como cualquier otra: así como alegremente, entre sonrisas, trajes de colorines, canciones de amor y miradas de arrobo, se adentra en unos niveles de violencia económica tipo Ken Loach, sin el subrayado, a los que además añade un siniestro toque de diversión. Aunque si hablamos de corrupción, cualquier relación vale: mientras que la muerte de la primera se debe a un malentendido y es tragicómica, aquí ya es el resultado de un complot; y si bien la manera en que está rodada la escena tiene su gracia, lo cierto es que viene antecedida de una larga cadena de mentiras y manipulaciones, por todas las partes y en todo momento.

En lo técnico, esta temporada es superior en cualquier aspecto. El hecho de que resulte más fluida a pesar de ser más larga ya habla de lo bien medidos que están sus tiempos, lo bien ensambladas que están sus diferentes partes y lo pulido que está el guion; aún más esquemático que en la primera, y, por eso mismo, aún más efectivo. Los planos (las localizaciones juegan muy a su favor) y las escenas resultan más elaboradas y satisfactorias; por ejemplo: uno de los momentos cumbre de la temporada -cuando Ethan finalmente se da cuenta de lo que ha estado pasado desde el primer minuto entre su esposa y su amigo, pero, claro, ya es demasiado tarde-, se basa exclusivamente en el uso de la perspectiva, la elipsis y el fuera de campo, y todo ello sin alharacas, de una manera, sencilla y orgánica que encaja como un guante con la narración. Respecto a las interpretaciones, se podría decir que este es el tipo de personajes que todo actor quiere hacer, porque, como en las películas de Allen, ningún personaje es extraordinariamente difícil pero todos tienen su interés, sea como sea, lo cierto es que aquí lo bordan hasta los extras. Ahora, lo de la Coolidge esta temporada es otro nivel y casi otra escala: hace una interpretación absoluta. Es un ser humano, es un monstruo, es entrañable, repugnante, adorable, insoportable, hilarante y absolutamente deprimente. Todo ello a la vez. Es la diva total. Capaz de transformar cada una de sus escenas en algo simplemente memorable.
Donald Rumsfeld
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6
1 de diciembre de 2022
5 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eso de que la vida es sueño son tonterías de poetas y filósofos; lo único que puede haber de cierto en ello es que la vida da sueño. Eso sí que es una verdad universal. En mi caso, es estar unas 12 horas despierto y comenzar a tener la imperiosa necesidad de echar una cabezada. Sin embargo, a medida que me voy haciendo más maduro y atractivo, cada vez me resulta más difícil encontrar el tiempo y el lugar para descansar en como Dios manda. Y yo necesito un mínimo de 9 horas y media diarias, y de 12 a 13 horas los festivos y fines de semana, para compensar el déficit intrasemanal. Suena más fácil de lo que parece. Es decir, durante una temporada pude recurrir al cine. Es lo bueno que tienen esas butacas tan modernas y espaciosas, son tan comfys que uno no tarda nada en relajarse y desconectar. Especialmente cuando te ayudan los Vengadores y su séquito; a efectos prácticos, cualquier película de la Marvel me garantiza un mínimo de 130 minutos de feroz sueño. En fin, por eso me gustan tanto las pelis largas, porque ya que pago por dormir quiero hacerlo durante el mayor tiempo posible y sin contemplaciones. La trilogía del Hobbit fue una de las mejores inversiones que he hecho en mi vida: me las dormí enteritas. Todas. Contando los trailers son como 4 horas y para la segunda parte había caído como un tronco incluso antes de que acabaran; desafortunadamente, siempre hay algún desaprensivo al que le molestan los ruidos connaturales a un sueño reparador, pero para esa época ya iba provisto de dos buenos tapones y unas anteojeras por lo que podía relajarme tan a lo bestia que no era infrecuente que me despertaran los de la limpieza. Sin embargo, no me avergüenza confesar que mi tierna esposa comenzó a pensar cosas y me vi obligado a poner fin a aquellas viciosas escapadas. Menos mal que entonces llegó la era del streaming. Ahora, gracias a la tecnología, solo necesito Netflix y un sillón para echarme una siesta a voluntad. En lo que extiendo el reposapiés y dejo que Drax, mi border collie, me quite las zapatillas para echarse a dormir sobre ellas, ya estoy dormido ya. Tan simple como eso. Es una gozada como dormimos. Ojala, le digo, cuando salimos de ese momento tan zen y reparador, estuviera despierto para poder verlo. Además, y esto es algo que conviene no pasar por alto, gracias al streaming uno puede escalar la siesta a su antojo: desde un breve sopor de 20 minutos hasta la anestesia generalizada del modo reproducción continua. Yo ha habido series que me les he dormido del tirón. Es que es escuchar el toclóóóón que acompaña a la N y entrar en un modo trascendente del que solo mi tierna esposa es capaz de sacarme a base de aporrear la puerta y vociferar mi nombre. <<Me pregunto qué haces ahí solo tanto tiempo>>, dice cuando no me queda más remedio que dar testimonio de mi existencia. Yo prefiero no decirle nada, hay cosas que una mujer nunca podría comprender, y tampoco quiero engañarla.

Cortar Por La Línea De Puntos fue una siesta rápida. Las de Narcos fueron de media distancia. De Orange Is The New Black, a partir de la segunda temporada, no recuerdo nada. Stranger Things, obra maestra: nunca pasé la musiquilla de la cabezera. De El Juego del Calamar lo único que saqué en claro es que, pese a las apariencias, no había cefalópodos. La Casa de Papel me la he dormido dos veces. De momento. Y luego están las pelis de Netflix, que con esas puedo dormir incluso aunque no tenga sueño. O sea, que me puedo poner a ver un Irlandés totalmente fresco, vamos, recién levantado de una siesta previa, y saber que en menos de nada voy a pasar al estado Hawking: quieto por fuera, muy activo por dentro. Menudos sueños que me echo. En fin, Dark sí que hacía honor a su nombre y no solo tenía el grado de iluminación perfecto para dormirse las temporadas del tirón, sino que además también tenía un montón de alemanes, así que ya iba a tiro hecho. La última temporada fue tan buena que incluso ronqué en modo Marvel.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Donald Rumsfeld
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4
22 de septiembre de 2022
7 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
De sexo no se ha hablado nunca. Al punto que casi cuesta explicar cómo los seres humanos, y, más en general, toda especie animal, han logrado prosperar sin que ningún sexólogo les haya explicado qué es exactamente lo que deben hacer. Aún más preocupante es que los adolescentes muestren tanto desinterés en el tema, pues es notorio que si bien en cualquier otro ámbito demuestran una gran motivación, cuando se trata de sexo no quieren saber nada. No son pocos los científicos que ya han dado la voz alarma respecto a una extinción masiva por causa de tan funesta apatía.

Por eso es tanto de agradecer una serie como ésta.

Aún más: como el sexo está infravalorado, es algo que a casi nadie importa y de lo que apenas se habla. Sex Education, para compensar, hace que todas sus conversaciones, escenas y tramas giren en torno al asunto en cuestión. Recorriendo el espectro con envidiable minuciosidad, dando cuenta de las múltiples opciones que la naturaleza puede ofrecernos y examinando los problemas que suelen acontecer en esa edad tan complicada: Clamidia, Introducción a la Lavativa, Cosbysmo (que en la jerga médica es como se conoce a las víctimas de los que eyaculan, sin pedir permiso, sobre los demás y/o sus pertenencias), Accesorios y Parafernalia. Especialmente notables son las secciones de Morfología Vaginal, donde la serie da cuenta de las ricas y variadas formas del órgano sexual del anteriormente conocido como género femenino; todas ellas dignas de contemplar con mucha pausa y detenimiento. Como resulta evidente, se podría afirmar que la serie enseña cuanto es necesario saber para sobrevivir y convivir en el complicado mundo del presente.

Sin embargo, sus bondades no acaban ahí. Es más, me atrevería a decir que la pedagogía solo es la puerta a un mundo de fantasía aún más sofisticado que el de Hogwarts, que ya es decir. Sí; la serie es un festival de eventos paranormales que por sí mismos explican la presencia de la agente Scully.

Empecemos con un enigma que no por trivial es menos insidioso:

Los habitantes de aquella zona, ¿sólo funcionan cuesta abajo?

Tres temporadas y aún no les he visto subir una pendiente. Ni en bicicleta ni andando ni en coche. Allí, mediante algún tipo de hechicería, el camino hacia delante siempre es o bien plano o bien una cuesta abajo indefinida, y tal vez infinita.

Más:

En ese sitio, ¿todo el mundo se despierta maquillado o también se trata de brujería?

Sinceramente, da mucha envidia ver como se despiertan tan limpios y bien peinados. Por no hablar de la de tiempo que se deben ahorrar.

Ahondando en la cuestión:

Para aparentar que tienes 17 cuando en realidad ya has pasado hace mucho los 25 ¿Es suficiente con dormir en camas de 80 centímetros?

Y lo que de verdad ya comienza a asustar: ¿Cuánto duermen estos chichos?

Porque es compresible que todos escuchen la música en vinilo: es lo que hay que hacer cuando se trata de aparentar; y se puede llegar a aceptar que teniendo esas casas tan grandes duerman en tan estrechos camastros, pero lo de que no necesiten más que una siesta para despertar limpios, frescos y recién peinados, definitivamente debe ser magia negra.

Por si hubiera dudas: en ese instituto los adolescentes no solo cursan tres veces el mismo curso sin repetirlo sino que también cumplen 17 años tantas veces como sea necesario.

Para la tercera temporada el personaje principal aparenta 25, viste como si tuviera 15 y se mueve como si tuviera 80.

Eso sí, desprende carisma y personalidad.

El actor, lo borda. Una de las grandes estrellas emergentes junto a David Hasselhoff y Matt Leblanc.

Respecto a la actriz con la que desea copular nuestro héroe, ya podría ser abuela en Oriente Medio.

Su maquillaje es tan grueso que parece rodado en 3D. He leído en Internet que recientemente tuvieron problemas con el sindicato porque el equipo de alpinistas que se lo pone se negaba a subir debido a los aludes y desprendimientos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Donald Rumsfeld
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9
12 de agosto de 2022
33 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
De entre los elementos que conforman una película, la historia que se narra no es más que una variable dependiente de los factores –exclusivamente- cinematográficos que la moldean: montaje, diseño de producción, interpretaciones, efectos especiales, sonido… Una vez aclarado esto, añado que la trama de RRR es (en parte) tan obsoleta e ingenua que observada desde occidente puede producir sonrojo: RRR es romanticismo decimonónico con todos y cada uno de sus estigmas; sus dos ingredientes fundamentales son el nacionalismo rancio (siempre lo es) y el melodrama más plúmbeo y previsible.

Y sin embargo, funciona.

Lo hace porque más allá de su exotismo esto es cine de una manera tan esencial que habría que echar muchas décadas la vista atrás para encontrar una superproducción occidental tan centrada en hacer una Película a despecho de todo los demás.

RRR tiene un manejo de las transiciones, de la elipsis, del montaje y del movimiento tan apabullante que a pesar de sus más de tres horas no sobran ni diez minutos. Y es que, aunque sea cierto que lo se cuenta sea elemental, se cuenta mediante imagen, sonido y movimiento. Por eso, la película solo tiene sentido visualmente, no narrativamente, pues su trama no es más que el mimbre mediante el que se construyen las imágenes.

Los personajes no son más que arquetipos, sus relaciones son clichés y desde el principio una de las letras ya anuncia todo lo que va a pasar. Y, sin embargo, nada de lo anterior menoscaba un ápice la película (al contrario), pues lo importante no es qué sucede sino cómo sucede: mediante imágenes que no podrían traducirse con palabras. Sólo por eso, ya es una película excepcional.

¿Qué imágenes?

RRR es visualmente explosiva, con una paleta de colores que a pesar de ser absolutamente excesiva está tan bien equilibrada que en ningún momento llega a saturar: da gusto mirar cada encuadre, cada traje y cada paisaje.

Los efectos pueden estar un peldaño o dos por debajo de la excelencia (aunque son buenos), pero las escenas de escenas de acción se salen de la escala. Son coreografías, de un nivel y precisión cercana al ballet, rodadas de una manera tan original, contundente y rompedora que, por contraste, la última de Matrix bien podría ser del pleistoceno. Por decirlo de alguna manera: imaginen que alguien diera esteroides a una de Zhang Yimou hasta que ésta acabara por romper el traje a lo Hulk. A la mierda las leyes de la física, a la mierda la historia y a tomar por culo los ingleses, aquí lo único que importa son las imágenes bárbaras, saturadas, violentas (rozando lo Gibson) y ultraestéticas con las que noquear a la audiencia. Son imágenes que no solo hacen inútiles las palabras, sino el propio pensamiento: solo hace falta mirar y escuchar. Más que una película, es una experiencia. Y sucede que si en las superproducciones estilo Disney las escenas de acción no suelen ser más que trámites entre dos puntos dramáticos, aquí, mediante una austeridad narrativa que hace parecer a Carpenter alambicado y un guion más simple que la piruleta (¿quién necesita giros cuando tiene escenas como esas?, ¿quién necesita personajes cuando tiene héroes?), es posible que no quieran ni parpadear.

Y solo por esa manera de mantener el control dentro del exceso, ya es una película excepcional.

Para colmo, en vez de empachar con números musicales, los dosifica a la perfección. Y, evidentemente, son soberbios. No solo encajan como un guante incluso en los momentos más improbables sino que alteran de raíz la naturaleza de los mismos: jamás unos latigazos fueron tan hermosos.

Curiosamente, desde nuestra óptica, su punto más excéntrico, es el hecho de que el motor de la película, en vez de la usual relación de amor, es una de amistad. Las mujeres quedan así no solo relegadas a un tercer plano, sino que además (con permiso del Imperio) una de ellas se constituye en la verdadera villana de la película… En efecto: esta película no solo no se ha hecho pensando en satisfacer ningún estándar de inclusividad. Al contrario: no me echaba a la cara una película tan racista… bueno, de hecho creo que esta es la peli más racista que he visto jamás. Y no exagero.

Por lo demás, nada más lejos de mis intenciones que defender a esa gente tan civilizada (y guapa) que vive en cierta isla. Pero vamos, que RRR, no conforme con exhibir un nacionalismo rancio, reescribir el pasado, hermanar a los indios mediante un enemigo al que odiar conjuntamente y pedir armas para todos ellos (la película desprende la misma fascinación por las armas que cualquiera de las de Bay), deshumaniza a los “blancos” del mismo modo que una película nazi podría hacerlo con los judíos. El hecho de que esto haya pasado casi desapercibido solo pone de manifiesto la intensidad de la reacción antioccidental… incluso dentro del propio occidente.

Total, ¿qué nos dieron los romanos?
Donald Rumsfeld
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2
27 de mayo de 2022
2 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juzgar una serie que quizá tenga cuatro temporadas tras haber visto un par de capítulos, viene a ser lo mismo que analizar de un libro tras haberse leído el prólogo o criticar una canción tras escuchar su primer compás: da igual el oído que uno tenga, seguramente se equivoque. Es un acto que conjuga la ignorancia de hablar con desconocimiento de causa junto con la arrogancia de ser consciente de estar haciéndolo. Por eso, yo mismo he decidido seguir aquí tan admirable principio. Pues si bien es cierto que lo bueno suele tardar en calar, y que cuanto mejor sea ese algo más largo será ese impasse, también lo es aquello de que lo que mal empieza, mal acaba. Y cuando algo empieza tan mal, cuatro capítulos pueden ser más que suficientes. Cuatro capítulos tan apabullantemente mediocres que si la serie lograse salir del cenagal en que se ha sumergido con una losa de hormigón atada al tobillo, el asunto debería ser considerado como algo a estudiar por el Vaticano.

Observo que Killing Eve ha estado nominada a un montón de premios y Sandra Oh los ha ganado todos. Supongo que sabéis que la copia de una copia, que a su vez ya era la copia de una copia cuyo original tampoco es que fuera algo memorable, quedó tercera en Eurovisión. Fue una de las noticias del día, muy por delante de otras… Desconozco si fruncir permanentemente el entrecejo es lo mismo que interpretar, si es del método o de la vieja escuela, si los espasmos que ocasionalmente atraviesan su rostro han sido meticulosamente calculados o totalmente improvisados, de lo único que estoy seguro es de que, al igual que los concursantes de Eurovisión, está mejor callada. El caso es que ganó Ucrania. Eurovisión. Claro. Ganó por solidaridad. Porque nosotros, los europeos, somos así de… solidarios. En mi opinión, esto podría explicar el voto popular (un 7), lo de las Tanxugueiras, lo de Eurovisión y, más en general, toda la posmodernidad. Y quizá justo por eso Sandra Oh y su archienemiga/me-haces-sentir-cosquillas-ji-ji-ji se llevaron unos cuantos puntos. Quiero decir, premios.

La serie combina on rough una puesta en escena indie-camp junto con diálogos de thriller en plan conspiración mundial, para crear la firme impresión de ser un cocktail muy agitado y poco mezclado. La inclusión, eso sí, está completa. El paquete de seis y el plus adicional para que nadie se sienta excluido: diversidad étnica y sexual, hombres lamentables, mujeres superbadass y mutilaciones genitales masculinas (ji-ji-ji). Y una cosa os digo, si cualquiera de esas escenas se hubiera grabado invirtiendo los géneros, nadie hubiera ganado ni un solo premio, ya que si alguien se le hubiera ocurrido sugerir semejante atrocidad, posiblemente la serie no hubiera existido. Los creadores te hacen desde la primera escena lo modernos y políticamente correctos que son, evitando así cualquier perniciosa confusión sobre quienes son las buenas y quienes los feos y los malos. En cualquier caso, tan solo tenéis que aplicar la ley de lo políticamente correcto para ir prediciendo sin margen de error el destino de cada personaje. Así es como funcionan las cosas: rusos malos, nosotros solidarios a tope, Ucrania campeona. De Eurovisión. Los ingleses, por cierto, quedaron segundos y Sandra Oh no subió a recoger ningún premio. En fin, no sé si profundizar aún más en el guion porque estoy a un paso de destripárosla por completo.

Mejor centrémonos en el argumento: una batiburrillo conspiranoico con psicópatas graciosas que lo mismo te hacen un hitman que te revientan a puñaladas en medio de la pista central de una discoteca atestada sin que nadie vea nada, con una investigadora muy astuta, carismática y expresiva, y con un departamento de investigación que definitivamente ha pillado todas las subvenciones. En la práctica, más que el MI5, parece una TIA reclutada en cualquier discoteca de las afueras. Su puesta en escena, perfectamente procedimental y más mecanizada que una carga de infantería alemana, podría decirse que roza lo cutre con el añadido de ser completamente impersonal. Realizar una serie de espías como si estuvieras realizando Los Serrano, he ahí el dilema. En este caso, es difícil saber si las prisas estaban en el guion o en la realización, pero de lo que no hay dudas es de que apenas hay planificación y las escenas de tensión acaban teniendo el mismo tiempo que los diálogos, cuyo ritmo es constantemente roto por chistecitos supuestamente ingeniosos que vayan ustedes a saber.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Donald Rumsfeld
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