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España España · Zaragoza
Críticas de Paco Ortega
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Críticas 201
Críticas ordenadas por utilidad
8
20 de febrero de 2009
36 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arrasó con los Oscar de 1942 y fue muy taquillera. No es de extrañar. Eran tiempos en los que las circunstancias bélicas precisaban de películas así: de una factura excelente –como todas las de William Wyler-, y con un mensaje positivo de esperanza en el triunfo final de una guerra cruel y absurda que destrozó Europa y la sembró de cadáveres. Ganó el premio a la mejor película, y Wyler al mejor director. No podía ser de otra manera.

En ese sentido poco importa reprocharle que su mensaje sea un tanto simplista. Describe una Inglaterra idílica y cohesionada, en donde las clases sociales se llevan de maravilla y no parecen existir graves problemas sociales. Los personajes también participan de esa suerte de maniqueísmo: el joven piloto rebelde, la aristócrata malhumorada, los padres ejemplares, los niños deliciosos, el gato entrañable, y, especialmente, la víctima injusta, representada en una joven que pasaba por ahí y le calló una bomba… Como paisaje de fondo, los niños del coro, el campanero, el reverendo, etc.

Aceptado esto, la película es una maravilla. Las dos actrices principales están espléndidas. La actriz inglesa Grer Garson, de sólida formación teatral, está espléndida y bellísima en su papel de Señora Miniver, aplicando sutileza, matices y una expresión perfecta. También es muy bueno el trabajo de Teresa Wright, que ya habíamos visto en “La loba” (1941), dándole la réplica nada menos que a la gran Bette Davis, y a la que veremos después en “Los mejores años de nuestra vida” (1946), ambas a las órdenes de Wyler. Ganaron el Oscar a mejor actriz, y mejor actriz de reparto, respectivamente. El resto de los actores están a la misma altura.

Todo el conjunto resplandece. El guión, que es la adaptación de una novela de Jan Struher, y la planificación de conjunto es una maravilla, y el oficio del director resplandece nuevamente. Cuenta historias como nadie, atrapa al espectador y lo mantiene atento hasta el final. Es cine de argumento. Sus películas casi siempre pasan de las dos horas, y, sin embargo, tiene uno siempre la sensación de que duran lo que tienen que durar porque todo es como tiene que ser. A eso se le llama talento.
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Paco Ortega
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8
1 de mayo de 2009
36 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando nos encontramos ante una obra cinematográfica de la calidad y envergadura de la de Bergman, si uno de sus títulos no termina de convencernos, debemos dejar paso a la prudencia y pensar con cierta humildad: el problema no es de la película sino de quien la ve. En este caso, yo. Además, el autor no habla demasiado de ella en su libro autobiográfico. Tan solo dice que al terminar de rodarla se quedó literalmente en los huesos y tuvo que ser hospitalizado.

No sé. No entiendo exactamente el tono, la temperatura del humor, los cambios de registros. Hay momentos en que todo se ennegrece, y aparecen los personajes complejos y atormentados a que nos tiene acostumbrados el director. Son los mejores, con los primeros planos introspectivos, con ese buceo por el interior. Pero hay otros en los que el tono de parodia, de comedia ligera, no termina de ser convincente. Tanto en la situación en sí misma, como en el dibujo de los personajes, que no terminan de ser creíbles, a pesar del excepcional trabajo de los actores.

Y de la excepcional fotografía, del guión, de la puesta en escena. Todo ello, marca de la casa.

Sé que la película proviene de un montaje teatral de gran éxito que Bergman hizo, y que su propuesta es conseguir en la pantalla un resultado artístico similar. Conozco bien el texto de Shakespeare del que todo procede, y estas razones me despistan todavía más. Este “Shakespeare a la sueca” me resulta un poco lejano, lleno de lagunas y de puntos irreconocibles.

Con momentos memorables, como no podía ser de otra manera. Para mí es brillante el ejercicio durante los últimos treinta minutos, cuando ese aire incierto de inmoralidad y desenfreno impele a los personajes a precipitarse en su propio destino, en el que las piezas del puzzle comienzan a encajar: la fuga de la joven esposa, el brindis de la señora mayor, la ruleta rusa, con su final tragicómico, etc. Entonces hay teatro, puro teatro, dramatismo. Hasta esos momentos no sé exactamente lo que hay, además de minutos. En el “Séptimo sello” esas mezclas funcionaron a la perfección. Aquí, me atrevo a decir que no tanto.

Pero por si fuera poco, Woody Allen le rinde un bello homenaje, que me instala, todavía más, en la convicción de que el equivocado soy yo.
Paco Ortega
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Las Hurdes (Tierra sin pan)
MediometrajeDocumental
España1933
7,4
7.877
Documental
8
13 de abril de 2009
31 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de ser un documental extraordinario, Buñuel sigue en sus trece. Es fácil seguir viendo el surrealismo del principio, envuelto, esta vez, en una forma diferente.

Documental porque nos enseña con imágenes y textos la realidad de una zona miserable y la vida de sus habitantes, especialmente la de los niños. Las escenas del colegio son desgarradoras: ahí están sin saberlo las siguientes víctimas de las circunstancias. Un material tomado en un mes y del que Buñuel entresaca lo más aleccionador y extremo. ¿Alguien dijo que los documentales deben ser objetivos? Yo no he visto ninguno, ni siquiera los de los animales de las horas de la siesta. Esos reflejan un mundo confortable, en donde los peligros están lejos del sofá, y animales y personas conviven estupendamente en una supuesta armonía que oculta los abusos, la utilización abusiva de las fuentes naturales de energía, etc. Los documentales, como cualquier obra de arte, están concebidos para reafirmarse en una tesis, y la de Buñuel es que hay vidas invivibles, y que de esa realidad hay unos culpables muy claros.

Con las Hurdes el joven director inicia una de los caminos cinematográficos que irá teniendo a lo largo de su prolífica carreras paradas emblemáticas: “El bruto”, “Los olvidados”, “Viridiana”, etc.

Surrealismo. ¿No es surrealista ese asno comido por las moscas? ¿No es surrealista ese cadáver infantil navegando por las aguas?

Documental surrealista. Punto medio entre la denuncia y los signos del subconsciente. O si no, ¿qué significa ese niño conmovedor escribiendo en la pizarra: “No desearás los bienes del prójimo”?
Paco Ortega
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7
25 de enero de 2009
28 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con esta película, Luis Buñuel volvió a reencontrase consigo mismo como director de cine. Después del fracaso de “Gran Casino” (1946), película infumable a pesar del atractivo reparto para el gran público, y tras un paréntesis de varios años, le fue ofrecido este proyecto que inicialmente iba a dirigir el propio actor protagonista, Fernando Soler. Buñuel confiesa: “Hacer esta película me divirtió porque me ejercitaba técnicamente. Me entretuve con el montaje, la estructuración, los ángulos... Todo eso me interesaba, porque aún era yo un aprendiz en el cine digamos «normal»."

Aquí comenzó a trabajar con Luis Alcoriza, la persona que iba a ser determinante en sus siguientes proyectos, quien realizó el guión a partir de la obra teatral de Adolfo Torrado. Buñuel comenzó a ganarse la fama que necesitaba: un director todoterreno, que filmaba rápido y sin cuestionar las condiciones que se le ponían delante.

“El gran calavera” resiste el paso del tiempo. Está bien estructurada, bien resuelta técnicamente y conserva una comicidad auténticamente desternillante en algunos momentos. Hay situaciones inverosímiles, muy bien resueltas por los actores y el director. Los medios están optimizados al máximo, y el director se siente seguro detrás de la cámara, incluyendo algunas pinceladas de su mundo interior más auténtico.

Fernando Soler se muestra como un gran actor, con una vena cómica extraordinaria. El resto del reparto no desmerece en absoluto, pudiéndose destacar también a Rosario Granados, a quien volveremos a ver en “Una mujer sin amor” (1951).

Es muy agradable de ver.
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Paco Ortega
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9
10 de febrero de 2009
31 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado más de treinta y cinco años desde el estreno de esta película inspirada en la novela de Anthony Burges publicada en 1962. Recuerdo vagamente la conmoción que en su momento causó, y el escándalo que provocó en algunos sectores de la política inglesa, país en donde todavía es considerada como subversiva. Parece como que ha ocurrido el fenómeno de que las cosas se han colocado en su sitio, las piezas han encajado a la perfección: la realidad le ha dado la razón a las intuiciones que contenía.

La violencia era entonces un fenómeno no socializado. Estaba circunscrito en el imaginario colectivo a ciertos lugares en el mundo, y cuando aparecía en alguna de nuestras ciudades se presentaba como un fenómeno excepcional, carnaza para la prensa especializada. Algo así como la prensa basura de ahora. Esta percepción podía ser equivocada, y sin duda lo era, pero era la que se tenía entonces. Todavía estábamos muy lejos de las pandillas racistas organizadas, de la violencia de género sistemática, de los agresivos porteros de discoteca, de las mafias que ahora controlan este tipo de cosas a la luz del día y ante una cierta indiferencia de los poderes públicos.

Por estas razones, Kubrick, una vez más, se convierte en un fantástico visionario, que le pone el termómetro al paciente antes de que se ponga verdaderamente enfermo.

Porque lo que nos cuenta no es la peripecia individual de un joven con inclinaciones violentas, o incluso asesinas, y sus colegas de destrozos e ignominia. De lo que habla la película es de la violencia estructural, de la violencia que se encubre bajo las buenas formas sociales, de la manipulación política de la violencia: es decir, de los temas que ahora nos preocupan.

Y el director curtido lo hace con todo su talento cinematográfico, consiguiendo interpretaciones medidas al extremo, que están en su justo punto, como la de Malcom McDowell; con una perfección formal apabullante: imágenes poderosas, iluminación y fotografía excepcionales; con un guión eficaz y brillante; con una banda sonora que encaja a la perfección con el conjunto, como ya le había ocurrido en 1968 con su “2001, una odisea en el espacio”.

Cine, pues, de grandes proporciones, de gran calidad y rigor. La turbadora “Naranja mecánica” ha mejorado con los años conservando su saludable acidez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Paco Ortega
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