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España España · Sant Feliu de Llobregat
Críticas de Mireia Mullor
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Críticas 25
Críticas ordenadas por utilidad
2
1 de noviembre de 2014
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se dice del trailer que define o intenta reflejar el carácter de una película, o, al menos, representarla de algún modo. Pero cada vez es una práctica más habitual caer en el ansia de promoción y captación de espectadores, llevando a falsas expectativas y decepciones varias. Bien, así definiría más o menos “Amanece en Edimburgo”.

Música animada, historias de amor, baile, ilusiones. Un auténtico musical que traspasa la pantalla y te llega al corazón, ese que te hará salir del cine con una sonrisa en la cara. Así nos han vendido “Amanece en Edimburgo”, algo entretenido, ligero y que incluso nos hacía rememorar otros musicales de éxito. Pero ¿qué nos encontramos en realidad? Una historia básica, plana y vacía, que intenta emocionar sin éxito con temas con los que nos podríamos identificar pero que son incapaces de hacernos empatizar. La buena música de The Proclaimers nos deja fríos ante la falta de encaje con las escenas, con la banalidad de los diálogos y la más que discutible actuación de los protagonistas. Quizás una espectadora ha pecado de crearse demasiadas expectativas, pero aun así no se puede negar que la película es francamente aburrida.

Sin duda, lo único aprovechable es ver la preciosa ciudad de Edimburgo, un paisaje de cuento con muchas posibilidades mal aprovechadas. Un film que se definía como el “Mamma Mia” del año, pero que se queda en un melodrama musical sin sentido ni interés. Solo al final de la película vemos esa chispa que desprendía el trailer, toda concentrada en un flashmob digno de “High School Musical”, y que pone fin a un film que pasará muy desapercibido en la historia de los musicales.

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Mireia Mullor
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7
1 de noviembre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director noruego Erik Poppe nos trae una película llena de conflictos, pero no solo bélicos, sino sobre todo conflictos morales, éticos y existenciales. “Mil veces buenas noches” es un relato sensible pero directo sobre las elecciones que hay que hacer en la vida, sobre la convivencia de vida profesional y personal, y sobre el papel de los (foto)periodistas en conflictos armados.

Por un lado, “Mil veces buenas noches” hace una crítica al mundo en el que vivimos, un mundo acostumbrado a mirar hacia otro lado. Nos habla de “esos temas que no interesan”, porque hay intereses económicos y políticos, o porque nos sentimos atraídos por la comodidad de la distancia. Poppe reivindica así el trabajo de los fotógrafos como el modo de mostrar el horror a la gente que no puede verlo con sus propios ojos, esas catástrofes que se dan en aquel llamado “Tercer mundo” que se nos antoja tan lejano, pero que está más cerca de lo que algunos se empeñan en creer. ¿Pierde valor, pues, el trabajo de los (foto)periodistas? En alguna de las escenas, vemos que Rebecca (Juliette Binoche) consigue un cambio pequeño gracias a sus fotografías, pero no deja de ser una aspiración a un fin utópico y poco probable. Nos estamos insensibilizando ante la realidad.

Dentro de esta discreta crítica, Poppe nos abre un nuevo camino: ¿es ético que estos profesionales fotografíen situaciones desoladoras escudándose tras el objetivo de la cámara? Y es que no es la primera vez que vemos un caso de conflicto moral en este ámbito. Recordemos al fotógrafo Kevin Carter, que se suicidó después de ganar el Pulitzer por una fotografía de un niño africano acechado por un buitre. Algunas versiones apuntaron a la carga moral que sufrió durante años por no haber ayudado a aquel niño, creando, sea cierta o no esta causa de la muerte, una responsabilidad moral de los fotógrafos. La maestría de las imágenes que toman remueve conciencias, pero el trabajo de tomarlas, como se desprende de la película, puede resultar inmoral.

Pero sin duda el conflicto más explotado en la película no es un mundo insensible o el duro pero necesario trabajo de los profesionales, sino el tener que elegir entre tu familia o la pasión de tu vida. Satisface ver cómo la sociedad avanza, y el cine con ella, y es la mujer, y no el marido, la que se ve abocada a esta elección. Rebecca es un imán para las situaciones peligrosas, y eso es algo que no compagina con sus dos hijas y su pareja (Nikolaj Coster-Waldau), que la pondrá entre la espada y la pared. Lo que nos muestra esta película por encima de todo es este ultimátum constante. Poppe aporta sencillez a este relato de múltiples debates en los que reflexionar y firma una película que se deja ver.

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Mireia Mullor
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7
1 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cartelera española acoge la nueva película del mítico director estadounidense Jim Jarmusch, un hito en el cine underground. “Solo los amantes sobreviven” es un fresco gótico y atormentado sobre la vida de los vampiros en el siglo XXI, una vida de soledad, melancolía y hambre.

La fantasía, o mejor dicho las criaturas fantásticas, no son un recurso muy habitual en las películas de Jim Jarmusch. Sí lo es, en cambio, la voluntad de mostrar una historia sin una finalidad específica pero con un mensaje claro y redondo. Todo acompaña en “Solo los amantes sobreviven“ a ese aura de desolación, tanto de los propios vampiros como de la ciudad de Detroit, que envuelve el día a día – o noche a noche – de la soledad eterna de dos amantes abocados a la vida. Estos amantes viven en una resaca permanente, marcada por el ansia de sangre, pero sabiendo que matar humanos en el siglo XXI traería consecuencias de las que no podrían huir.

Tom Hiddleston y Tilda Swinton, caracterizados cual estrellas del rock con el mono de la droga, destilan en sus lentas maneras unas vivencias que no se cuentan, un pasado escondido que no conocemos tras el respeto que profesa su misteriosa personalidad. Reside aquí el encanto de sus personajes, que, pese a sus hipnóticas maneras, se ven eclipsados por el cambio de ritmo que supone la entrada de Mia Wasikowska, corta pero intensa. Pero sabemos que solo los amantes sobreviven, porque en la alianza está la supervivencia. Aun así, estas tres estrellas, con sus Ray-Ban negras y su ropa indie dentro de una discoteca de música en directo, no hacen más que recordarnos a la estética hipster con toques góticos, creando un concepto vampiresco cuanto menos original.

Muy alejada queda ya “Extraños en el paraíso“(1984), de los primeros éxitos de Jim Jarmusch y uno de los films bandera del cine underground. La técnica ha cambiado, la imagen es más coqueta, las formas más dinámicas, pero la esencia de Jarmusch sigue ahí. Así reconoció el jurado del Festival de Sitges a “Solo los amantes sobreviven”, con su Premio Especial, así como el Festival de Cannes, que decidió incluirla en su Sección Oficial. Quizás por estos reconocimientos, quizás por sus actores de talla internacional, el film ha llegado a unas pocas salas españolas, a diferencia de otras muchas que ni siquiera asoman la cabeza en España si no es por plataformas como Filmin. Son películas de minorías, de nichos, de resistencia, no aptas para un desarrollo convencional.

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Mireia Mullor
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7
1 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dieciséis años después del estreno de la aclamada “American History X”, encontramos en el catálogo de Filmin la última película del director británico Tony Kaye, un cineasta poco prolífico pero de gran talento. “El profesor (Detachment)” nos acerca a la educación de los jóvenes americanos, los problemas de alumnos y profesores para motivarse mutuamente y la decadencia de un nuevo siglo lleno de dudas y miedos. Una historia -llena de subtramas- con la que, precisamente en España, nos podemos identificar.

Olvidaos de los profesores heroicos que hacen cambiar mentalidades radicales, olvidaos de las funciones de fin de curso donde todo es mágico, olvidaos del “Oh Capitán mi capitán” o las clases de baile para inadaptados en el sótano, y enfrentaos a la cruda realidad de los institutos de secundaria. La violencia, el bullying, la actitud ciega de los padres y la pérdida progresiva de respeto hacia los profesores, al mismo tiempo que éstos se ciñen a un guion sin sentido y totalmente inaccesible para unos jóvenes en plena adolescencia. Preparaos, pues, para ver a la generación de este nuevo siglo, una generación llena de miedos y necesitada de esperanzas y control. Esto es lo que nos trae Tony Kaye en “El profesor”, cuyo título en inglés (Desprendimiento) ilustra mucho mejor su espíritu. Nos enseña una caída de forma cruda e innovadora, una nueva perspectiva menos edulcorada que algunos de sus precedentes y mucho más realista.

¿Qué necesitan los jóvenes? ¿Disciplina? ¿Comprensión? ¿Libertad? “Me siento atrapado”, confiesa uno de los alumnos en la película. ¿Atrapado en qué? Y así al final es como se reduce todo: la indecisión, la ignorancia, la confusión. Vivimos en un mundo complicado, lleno de distracciones y contradicciones, de barreras y globalización, de comodidad. Aquel adolescente se siente atrapado, atrapado en una sociedad caótica y que apenas da sus primeros pasos en un nuevo siglo, donde la tecnología ha invadido nuestras vidas y la originalidad cada vez es más difícil. Donde persisten los problemas de siempre y se le añaden nuevos y más complejos. En un entorno tan hostil, los profesores cobran más importancia que nunca, porque cuando los padres no son capaces de mantener un control, son los maestros los que tienen que encender una luz al final del túnel. ¿Qué necesitan los jóvenes? Necesitan inspiración, motivación, retos. Necesitan que alguien les escuche y que les hable, pero sobre todo alguien que les entienda. “El profesor” abre muchos frentes, no sólo con respecto a la educación y la relación entre alumnos y profesores, sino también la prostitución, la enfermedad, la violencia. Pero todo deriva en la necesidad de una figura como la del profesor, alguien que te guíe cuando no ves la salida. Y, como dicen en la película, “lo peor de este trabajo es que nadie nos da las gracias”.

Estos frentes abiertos convergen en la pantalla con dinamismo y armonía, en un montaje innovador pero claro. Las escenas se entremezclan con declaraciones de su protagonista, Adrien Brody – que hace un trabajo espléndido -, con dibujos en una pizarra y flashbacks saturados. Se entreven más subtramas de las que ya se desarrollan en el transcurso del film, pero la omisión de la explicación de las mismas da un toque ligero a la historia, encajándolo todo de una manera soberbia.

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Mireia Mullor
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7
1 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director croata Ognjen Sviličić se cuela este año en la Sección Horizontes (Orizzonti) del Festival de Venecia con un film terriblemente empático que nos recuerda la debilidad de una clase media con un sistema cada vez más disparatado. “These are the rules” (Takva su pravila) nos muestra una familia como otra cualquiera, con una madre que quiere estar al tanto de todo, un padre complemento y un hijo algo rebelde. Y es por éste último que se desata la trama, cuando una noche le pegan una paliza y sus padres se ven envueltos en una lucha silenciosa contra el sistema, apestado de papeleo burocrático, para conseguir un poco de atención. La impotencia que los personajes de “These are the rules” sienten es de todos, y se acrecienta con la desorganización del sistema público, las negligencias, la falta de control sobre nosotros mismos en una estructura piramidal de la que ocupamos la base. Un sistema del que dependemos, y que pese a depender de nosotros, parece que no nos beneficia.

¿Qué hacer ante las injusticias? ¿Qué hacer cuando se derrumba tu fe en los valores que siempre defendiste y la opción más satisfactoria es tomarte la justicia por tu mano? Esta película no es sólo una crítica al sistema sanitario, a las fuerzas de seguridad o a la privacidad en internet, sino que todo ello confluye en la confusión, en la pérdida de uno mismo al darse cuenta de lo débiles que somos ante el sistema. Estas son las normas – como reza el título del film -, unas leyes que parecen siempre apuntar al provecho de la punta de la pirámide. El director croata aumenta la intensidad, va crispando las emociones poco a poco, para descubrirnos apenas sin darnos cuenta que se nos ha encogido el corazón. Sus claves son la empatía, el realismo y la fragilidad.

“These are the rules” no es una historia de lugares lejanos, desolados por la pobreza o asfixiados por las injusticias. Es tu casa, tu calle, tu ciudad. Son tus hospitales y tus colegios. Lo espeluznante de este film reside en el realismo, y no en los grandes héroes ni en una trama espectacular. Se siente tan normal y a la vez tan inexplicable cómo perdemos las riendas de lo que creemos a nuestra disposición, de lo indefensos que estamos ante la vida. La insensibilidad burocrática nos convierte en informes, en fichas, en turnos, en listas de espera. Y es que cuando ocurre una desgracia hoy en día, lo único que recibimos es facturas y papeleo.

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