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Críticas de Verdebotella
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Críticas 34
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
O futebol
Documental
España2015
6,2
348
Documental, Intervenciones de: Simão Oksman, Sergio Oksman, Ailton Braga
7
15 de junio de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una entrevista a Manuel Jabois le preguntaban que de dónde viene esa pasión por el fútbol en sus columnas. En ella, el escritor explicaba que “el Madrid es lo que me queda de la infancia. Muertos los abuelos, sólo me queda el Madrid. Nosotros no somos los mismos de cuando teníamos seis años. Pero el Madrid sí. Por eso, cuando empieza un partido, siento la misma emoción que sentía a esa edad.”

Lo poco que nos une con los países latinoamericanos es la pasión con la que vivimos las cosas que nos acontecen, esa manera menos racional y analítica que tenemos de enfrentarnos a la vida en comparación con nuestros vecinos nórdicos. El fútbol es una pasión, una pasión hereditaria, igual que el club de tus amores, potencialmente influenciado por la figura paterna, para qué engañarnos.

Sergio Oksman, acompañado del guionista Carlos Muguiro, realiza un complicado ejercicio de retrospección y autodescubrimiento donde el eje es la relación con su padre al que hace años si no décadas que no se ven. Como un funambulista avanza por la fina línea de quien descubre un camino narrativo nuevo con la posibilidad de caer en el ridículo o, en el peor de los casos, en la nada. Todo lo contrario aquí. Se nos oculta deliberadamente información sobre el pasado y a su vez nos regala pequeños detalles de un personaje que va creciendo delante de la pantalla: unos crucigramas, un coche sin radio, unas vacaciones sin pareja… Oskman atraviesa una São Paulo casi fantasmal secuestrada por el fútbol dando lugar a esos breves momentos de intimidad que surgen entre padre e hijo en el interior del coche o en la barra del bar desembocando en un silencioso final que no solo hará reflexionar al autor-protagonista sino al espectador. Una biografía que se debate entre el documental y la ficción. Un relato desapasionado sobre la pasión del fútbol.

El fútbol son fechas, nombres y números. Igual que la memoria. La mía comienza con el gol de Mijatovic en el Mayo del 98, 1-0, en la plaza del pueblo celebrándolo con mi padre. Aunque no todo es alegría también tengo un doloroso recuerdo de ese mismo año, el 2-3 del España - Nigeria del Mundial de Francia.
Verdebotella
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8
17 de marzo de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver Carol es como penetrar en esos cuadros de Edward Hopper donde la soledad es parte del paisaje, donde vemos deambular a sus personajes por el lienzo aunque realmente nunca se muevan; cuando buscamos sus miradas perdidas aunque parezcan no tener ojos. La vida pasa pero ellos quedan suspendidos, atrapados, en el espacio-tiempo.

Obviamente, Carol es más que todo esto. Es una historia de amor universal sin importar la orientación sexual de sus protagonistas mas que en precisar, por supuesto, la presión que un contexto histórico determinado y una masa social, bajo una ética y unos conceptos moralmente conservadores, puede ejercer sobre unas personas por su identidad u orientación. En este caso, el amor entre dos personas del mismo género en la norteamérica de los años cincuenta.

Empieza como una historia de amor que suena familiar pero lejana. Carol, una mujer que pertenece a la alta burguesía, entra en una juguetería de centro comercial a buscar un regalo para Rindy, su hija. Therese, una joven vendedora de barrio, trabaja tras el mostrador ese día. Carol está atrapada en un matrimonio infeliz, condenado desde sus inicios, Therese aún busca su lugar en el mundo. Sus miradas se cruzan entre el gentío e inmediatamente se produce una fuerte atracción. Es Navidad en Nueva York, una época que se presta a estos encuentros fortuitos.Tanto Blanchett como Mara realizan unas actuaciones sobresalientes que logran hacernos cómplices con tan solo una mirada.

Haynes, director, y Nagy, guionista, conforman con elegancia y sutilidad en cada plano y en cada silencio, porque no todo son diálogos para un guionista, el amor escondido pero latente en el corazón de estas dos mujeres. Adaptan de manera sobresaliente una novela "autobiográfica" de Patricia Highsmith. La película presenta este amor como una válvula de escape para sus dos protagonistas “atrapadas” en una rutina no deseada. Abocadas al estar por estar. Vivir por vivir. El amor como redescubrimiento personal, el amor como motor y cambio, el amor como revelación y motivación. La magnífica y milimetrada puesta en escena de Haynes, siempre justificada y solo comparable este año con los trabajos de S. Spielberg o G. Miller, logra cristalizar, sin apenas diálogo en muchas de sus escenas, el proceso de enamoramiento de Carol y Therese.

La estética de Carol no solo recuerda a un cuadro de Hopper sino al trabajo fotográfico de Saul Leiter¹, por su enfoque determinista, por sus encuadres a veces imposible, a veces encantadores. Pero Haynes también bebe del mejor Wong Kar Wai en su dirección: en la economización de planos en preferencia al diálogo, en el juego de luces y colores (gran trabajo Edward Lachmanen en la fotografía), en la cuidada selección de encuadres casi preciosistas, creando un estilo nada impostado que no solo funciona como sello autoral sino como canal al espectador, como herramienta narrativa que fluye sin desquebrajarse. Casi un milagro, insisto, siempre al borde del precipicio. Su final, es un claro ejemplo de ello.

En definitiva, Carol es una postal encontrada en el fondo del cajón, una postal de colores cálidos, de azules, rojos y verdes, de lágrimas secas, de orgullo y de esperanza. Una postal deteriorada en los bordes por las arrugas del tiempo, por el esfuerzo, por los silencios, por las decisiones.
Verdebotella
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7
16 de marzo de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Mientras respires, lucha” repite Glass a su hijo pequeño. Desde el principio Iñárritu muestra sus cartas. Es legítimo y discutible que esta película pueda gustar más o menos al espectador pero sí podemos estar de acuerdo en que El renacido es un logro cinematográfico en todos sus aspectos, por su propuesta arriesgada tanto en la filmación como en la narración: una producción durísima, un reto visual bajo condiciones naturales extremas, una enfoque hiperrealista aferrada a un estilo que se debate entre la preciosidad de su composición visual y la aridez narrativa de una odisea que se antoja imposible, excelsa, irregular e impresionante.

Visualmente la película es apabullante. La primera media hora es toda una declaración de intenciones, el virtuosismo de Iñárritu moldea cada uno de los planos con la precisión del artesano que intenta crear algo único, llevando al cine un paso más lejos bajo la batuta del gran Lubezki, por lo que se puede perdonar esa grandilocuencia del director de intentar descubrirnos el cine como si fuera la primera. En la cuestión puramente narrativa, El renacido no resalta con especial incidencia pero en lo visual es toda una proeza, por lo qué propone y cómo lo propone.

Es una historia de supervivencia, de persecución y, finalmente, de venganza, el motor principal de la película. Glass y su hijo Hawk sobreviven, junto a un grupo de tramperos, de la caza y recogida de la piel. Es la américa salvaje (1823), donde cada uno se busca una oportunidad para seguir adelante. Agachas la cabeza, te aferras a tu rifle y esperas que los problemas no te salpiquen y que tu vida continúe. Si es que eso es vida como bien dice Fitzgerald, el personaje que da vida un enorme Tom Hardy. No se vislumbra ni una sociedad, solo el germen de un pueblo, no hay concesiones, y si tienes que dedicarte a conseguir pieles en las tierras más lejanas para el país cuyo ejército ha destruido tu familia y asesina a aquellos que te persiguen para matarte por cazar “sus” animales en “sus” tierras, pues se hace. El pez que se muerde la cola. Glass y Fitzgerald representan las dos caras de esa nación aún en pañales. Dos luchadores que se quiebran la espalda por vivir un día más en este mundo. Dos tipos de supervivencia que se aferran a diferentes principios. DiCaprio se sobrepone a ese tour de force del dolor con gran solvencia y credibilidad, poniendo lo mejor de sí mismo, pero es Tom Hardy quien se come la pantalla con ese cazador sin escrúpulos que nunca parpadea, que no duda.

En la sencillez de los personajes se percibe el instinto primario del que bebe y exhala la historia, un instinto primario que Iñárritu propone como vehículo en su narrativa. Cercano y visceral, como la cámara cuando se afana en perseguir a los actores entre las inmensas laderas blancas. El viento ensordecedor, el agua helada, la sangre espesa, el barro que persiste en las manos, la saliva brotando de entre los dientes, el aliento entrecortado…

Descubrimos rostros y paisaje de extrema belleza gracias en parte al gran trabajo de fotografía de Lubezki, luz totalmente natural que no solo imprime realismo sino que ayuda a conformar ese diario vital del superviviente, la escena del oso y la inmediatamente posterior. Por delante de nuestras retina se suceden impresionantes postales de la América profunda cristalizados en momentos como la avalancha, auténtica y provocada para el plano, o el descanso nocturno del cazador bajo las hogueras.

En materia narrativa, se ha criticado mucho tanto la falta de innovación como de ritmo, en cierta manera es notorio. Esa especie de ausencia de progresión narrativa hacia la mitad de la película provoca ese sentimiento de irregularidad, incluso, por momentos, extenuantes, y en otros casos excesivos; pero ante todo necesaria. Los avatares del viaje de Glass parecen la representación reiterativa del dolor y el sufrimiento bajo todas sus formas. El renacido parte de una premisa sencilla bajo una estructura perfectamente alineada y clásica. Pero, realmente, Iñárritu se apega a lo que la hace única, distinta, con sus aspectos negativos y positivos, y es que nunca abandona su visión, aquí la razón de ser de la película. Una puesta en escena prodigiosa que está perfectamente orientada, ejecutada y rendida al estilo que se debate entre el diario de un superviviente y una radiografía naturalista de esa américa salvaje.

El renacido es esa película isla que surge cada cierto tiempo en la cartelera que bien no será recordada como la mejor del año pero sí por su aportación única y diferente, por anómala; otro ejercicio de lucidez y exuberancia solo enteramente disfrutable en pantalla grande. Es decir, esto es cine así que sorpréndeme, Iñárritu.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Verdebotella
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7
5 de noviembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
INT. VESTÍBULO HOTEL REAGAN. NOCHE.

Estancia lujosa brillantemente iluminada. Numerosas personas trajeadas deambulan por el hall. Una figura resalta sobre las demás. Un hombre apartado del bullicio. Cuarenta años, tez blanca, pelo corto rubio y unos profundos ojos azules. Una mirada que arroja cinismo y una boca que esboza una leve sonrisa irónica ante el juego de la vida.

Es Daniel Craig y lo ha vuelto hacer.

Perdón, empiezo de nuevo.

La vigésimotercera película de la saga Bond recupera la fuerza arrolladora de Casino Royale (2006) otorgándole un tono casi reflexivo a su icono, incluso crepuscular. Ese mito entre lo trágico y lo romántico por naturaleza, que ya apuntaba con aquel reinicio de hace unos años. Skyfall es una radiografía del héroe caído que tiene como hobby resucitar. No entra en el tema filosófico, pero si bordea la complejidad de su ser, esos viejos y detestables valores europeos, o por lo menos lo intenta, sin la pesadez ni la rimbombancia que son tendencia hoy en día en las películas de héroes, superhéroes o de cualquier persona que salve al mundo. Porque hoy en día si tu personaje no salva al mundo o al menos su pequeño mundo, te preguntas: ¿Qué le pasa a éste?

La canción de Adele, que por otro lado encaja a la perfección con la estética bondiana, es un claro ejemplo, por forma y ritmo, de la narrativa de la película. Elegante y sobria, pero estruendosa cuando lo necesita. Y es que Skyfall se mueve de un lado a otro con una facilidad y una distinción rara en su género, solo entendible por la perfecta dirección de Sam Mendes, que se olvida de metáforas excelsas, y los exquisitos planos y uso de los colores de Roger Deakins, que aquí logra su décimo octavo No Oscar a Mejor Fotografía.

Pero hay que dar la gracias a John Logan y al dueto Neal Purvis & Robert Wade -pareja de guionistas que llevan algunos Bond a sus espaldas- por la reinvención de esta figura que aunque moderna sabe añeja, regalándonos innumerables guiños a los fans de la saga, que con gracia y lucidez resuelve muchas de sus situaciones, algo que se agradece entre tanto remake, y que de alguna manera bebe del ritmo del mejor Bourne del Paul Greengrass y del tono del Batman de C. Nolan. Pero, esto último no resta, sino suma. Lástima que dejen escapar vivo “Think on your sins”, una premisa un tanto oscura y no lo suficientemente explotada y ese tramo final.

Y entre muerte, resurrección, crepúsculo y psicoanálisis aparece el villano en el escenario. Otro Bond, Silva. Superlativo Bardem. Bond vs Bond. Podría ser su antagonista, pero realmente es la misma cara de la moneda, el mismo reflejo en el espejo, un poco más mayor, más cansado, más misógino y más cruel. El MI6 lucha una guerra invisible por mantenerse en pie en un mundo caótico que ya no es como el de antes, donde los malos llevaban máscaras y banderas. Ahora se esconden y la realidad es que no hay mucha distancia entre ambos bandos porque a veces los extremos se tocan, porque a veces las decisiones equivocadas del pasado crearán los monstruos del mañana, los que nos atormentan. Piensa en tus pecados. Pero eso no es suficiente para rendirse y como bien dice M en su discurso ante la comisión: “Miren a su alrededor, ¿a qué temen? El mundo no es más transparente, es más opaco.”

"No somos ya esa fuerza que antaño movía la tierra y el cielo. Lo que somos, somos. Un temperamento igual de corazones heroicos debilitados por el tiempo y el destino. Pero con una voluntad fuerte de esforzarse, de buscar, de encontrar y de no rendirse."
Alfred Lord Tennyson
Verdebotella
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7
22 de mayo de 2015
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con este mantra que se repetía el joven Léolo durante su corta pero intensa vida bien nos sirve para titular esta crítica. Blind (2014) es toda una declaración de intenciones desde sus primeros fotogramas con la voz en off casi omnipresente de su protagonista guiándonos como si de un lazarillo se tratase.

“Todavía puedo ver en mis sueños.” Con un monologo inicial sobre la percepción y los detalles nos adentramos rápidamente en el epicentro de la historia: Ingrid es una escritora treintañera que acaba de quedarse ciega. Una especie de atrofia o enfermedad degenerativa ocular ha afectado de manera irremediable la manera de entender la vida. Y como si volviese a nacer la protagonista reordena su rutina intentando desarrollar su talento creativo.

Blind es una historia de personajes solitarios en apartamentos vacíos, con un tono melancólico que empapa cada línea. Una historia de barreras invisibles, tanto físicas como verbales, de convenciones sociales que denotan una incomunicación social soterrada. Ingrid no encuentra su lugar, su marido intenta convencerla para afrontar su nueva realidad, ella rechaza cualquier acercamiento mientras se recoge ensimismada en su sillón. Ingrid imagina que ve, crea sobre sus recuerdos, utiliza su obra para desnudarse emocionalmente en un vano intento de ejercicio reflexivo sobre su nueva realidad.

Y es que Ingrid vuelca a través de sus personajes todas y cada una de las inquietudes y dudas que le asaltan, aunque bien podría resumirse en el concepto de “miedo a”, la inseguridad. Miedo a no controlar su ansiedad literaria, a perder su talento, miedo a su nueva forma de vida, a convertirse en una desvalida, miedo a su matrimonio, la infidelidad, la falta de deseo, miedo a salir a la calle, a sentirse observada, miedo a ser madre… En su imaginación, nos desvela la inquietud que le embarga, el no poder controlar su vida. En este caso, el miedo no es sinónimo de temor sino de duda. Ni mucho menos Ingrid es una persona pesimista, es más su actitud apática, entre el escepticismo y el nihilismo, lo que hace que su relato se vuelva más turbio.

Cuando la confusión se apodera de la película nos introducimos de lleno en la mente de Ingrid y la narración comienza a entremezclar su vida con la ficción que desarrolla, historias dentro de historias. Aquí, el acierto de la película, cuando la escritora juega a ser Creadora y se deja llevar por sus miedos y dudas, tal es el nivel que no solo se confunden su vida y la de sus personajes sino que ella hace partícipe a sus personajes de sus problemas, y vemos como los moldea hasta crear auténticas semejanzas de su vida. ¿Por qué? Porque busca respuestas a preguntas que no se atreve a hacer, a discusiones que no sabe tener o a las que teme enfrentarse.

Eskil Vogt, director y guionista, dirige con una sobriedad que casa perfectamente con el tono de la historia, juega con una puesta en escena que oculta deliberadamente aspectos y detalles como si fuese un juego de trileros, adoptando el espectador una postura casi ciega, haciendo una perfecta metáfora con el título del film, intercambiando escenarios y ritmos en los contraplanos, jugando con la narración, aportando matices, como en el reencuentro en el bar de los viejos amigos.

"Los recuerdos no son exactos. Nadie puede recordar el edificio entero. No todos los detalles." Blind nos habla de viejos reproches, de madurez y de soledad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Verdebotella
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