El único aspecto en el que destaca El mismo cielo es en el acierto de atrezzo a la hora de recrear la puesta en escena de Berlín en los años 70. Salvando esto, la serie en sí es un sufle que ni siquiera llega a hincharse. Compararla con otras series de espías como The Americans o Deutschland 83 solo sirve para mostrar sus carencias. En ningún momento la trama llega a enganchar como para que te queden ganas de ver un episodio tras otro y su carga política con personajes planos y estereotipados es tan evidente que roza casí el esperpento.

El último trabajo de Fresnadillo es una revisitación a esos olvidados miedos infantiles que en muchos adultos perduran ocultos pero dispuestos a aflorar en cualquier momento. Respondiendo a esta premisa el director canario nos narra una doble historia en la que los temores y pesadillas de los niños tienen su continuación en los adultos y sin estos el miedo de los niños no tiene razón de ser. Dos historias separadas en el espacio y en el tiempo pero que desde los primeros minutos de la cinta se entreve que tienen el mismo origen y que una es continuación de la otra. Así, Intruders es en esencia un thriller psicológico pero que flaquea en su tensión argumental, que no alcanza en todo su metraje ningún punto de climax.

La última película de la actriz y directora francesa Julie Delphy es todo un homenaje a esos veranos familiares en el pueblo que muchos espectadores que estén cerca de la cuarentena evocaran seguramente al visionarla. Y partiendo de esta premisa hay que acoger a Le Skylab como una cinta sencilla sin grandes pretensiones que cumple perfectamente con su cometido y que destaca sobre todo por la naturalidad de los actores y el saber hacer de Delpy para manejar la cámara en situaciones corales en las que participan casi una treintena de intérpretes.

La sinopsis resulta atrayente, pero al final el resultado es un nuevo intento fallido de llevar al cine el fenómeno del terrorismo en Euskadi. Se abusa en exceso de tópicos y da la impresión de que Gutiérrez Aragon ha intentado meter todos los cabos que rodean el fenómeno del terrorismo y del nacionalismo violento, como por ejemplo la ambigua postura de algunos miembros de la Iglesia respecto a ETA, y ello provoca que el guión desde un punto de vista cinematográfico haga aguas por muchos sitios. Parece que la novia del profesor amenazado es italiana porque el director y los guionistas no veían otra manera de comparar a ETA con la Mafia (es la Omerta, le dice Francesca a Xabier Legazpi en un momento). Además no se profundiza para nada en la psicología de los personajes y muchas de las conversaciones fundamentales como por ejemplo la de la primera cena en la sociedad gastronómica parecen metidas con calzador. En resumen, una nueva decepción que está a años luz de por ejemplo "Yoyes".

Desilusión. Es el resultado final al acabar de ver esta historia, tantas veces contadas del paso de la infancia a la adolescencia de un chaval. Al final el contexto en el que tiene lugar, arropado en una banda de skinheads, es indiferente. Si eso era lo que se pretendía contar, nos podemos quedar con otras historias mejor contadas como la primera Una historia del Bronx. Pero si lo que pretendía hacer era un retrato de la Inglaterra de los años 80 con los primeros años de gobierno de la Dama de Hierro, creo que se queda muy corta. No explica nada del movimiento skin y el desvario nacionalista queda muy mal contado, casi ridiculizado. Sabes lo que va a pasar desde el primer momento en que el chaval entra en la tienda del pakistaní y ves que en la banda de skins, que lo bien podrían ser mods o heavis, hay un negro.