Estamos ante la muestra más clara de monumento cinematográfico que se ha rodado en la historia, la superproducción por excelencia y que puso en alza el Peplum que es, junto al western, el género más propiamente cinematográfico de todos. De principio a fin la película desborda espectáculo, grandiosidad, épica y todo aquello que ha dado grandeza al séptimo arte. Con un Charlton Heston nacido para esta clase de papeles, personajes secundarios que incluyen al mismísimo Jesucristo y un guión magistral que hace que su visionado pase en un suspiro, solo hay una palabra para definirla: CINE.

Decepcionante cinta de aventuras ambientada en la América precolombina. Sus mayores defectos son, sin duda, la pobre ambientación junto a unos actores inadecuados y mal dirigidos, exceptuando la siempre poderosa presencia física, que no interpretativa en este caso, de Yul Brynner. También chirrían sus excesivas pretensiones pseudo-religiosas y las intenciones de un simbolismo patriótico norteamericano que no vienen a cuento. Por el lado positivo es destacable la originalidad del planteamiento inicial en un contexto histórico escasamente explotado por el cine y que podría dar mucho juego.

Las dos anteriores entregas, especialmente la inicial, gozaban de un nivel más que apreciable en este tipo de producciones, pero la cosa ha degenerado. Las ideas se han agotado, la novedad también y solo queda la avaricia y Liam Neeson, y ya no es suficiente. Cinta no tanto de director y mucho del productor Luc Besson, por lo que la responsabilidad del desaguisado se le ha de atribuir a él y sólo a él. Carece de guion, ritmo, además de pésimas y confusas secuencias de acción, tan destacables en la primera parte, no dejando al espectador nada a lo que agarrarse para mantener la atención hasta el final. ¿Habrá una cuarta parte?. Probablemente, pero para mí ya no.

Esta cinta es el más claro ejemplo de cine bíblico que ha rodado Hollywood nunca. Basada en las Sagradas Escrituras y en otras fuentes, como los Manuscritos del Mar Muerto, nos cuenta la odisea de Moisés y el pueblo judío en el Egipto faraónico. Rodada en muchos momentos como estampas pictóricas y con una teatralidad propia de la escena clásica, adecuada a un relato de tanta trascendencia religiosa, toda ella rebosa en la espectacularidad propia de una de las mayores superproducciones que nunca se hayan hecho. Solo el paso del tiempo ha podido perjudicarla.