Película muy flojita de la factoría Hammer, con una historia tremendamente pobre, sin apenas chicha (y no me refiero precisamente a la buena ración de tetas de la se puede disfrutar) para llenar noventa minutos y una dirección ramplona de la que sólo destacaría las logradas escenas en que la vampira sale de su tumba y las visiones de las víctimas durante sus pesadillas.

Sólo recomendable para fans de la diosa Ingrid Pitt, quien muestra todos sus encantos sin recato, y para amantes de la bollería fina vampírica. Por lo demás, la escasa presencia en pantalla de Peter Cushing en un insustancial papel impropio de su figura me ha parecido un burdo reclamo publicitario para una película del catálogo Hammer totalmente prescindible.

The Clash es uno de esos grupos que, digamos, "no me molesta" escuchar. Aún teniendo muy clara su gigantesca relevancia en la Historia del Rock, sus discos jamás me han hecho sentir internamente ese click que hace que una canción transforme tu estado de ánimo hasta el punto de ponerte a mil por hora nada más oir la primera nota de su primer riff. Algo que sí consigue, por ejemplo, "Nevermind the bollocks", esa patada en los cojones que parieron sus compañeros y coetáneos The Sex Pistols, sobre quienes Julien Temple ya dirigió un extraordinario documental siete años antes que éste ("The filth and the fury"). Los Pistols eran nihilismo puro. Su efímera carrera así lo atestigua, no así su legado eterno. En cambio The Clash quiso ser la voz de una conciencia proletaria global. Y por eso quizá me aburra su discurso en comparación a los escupitajos en forma de estribillo que Johny Rotten lanzaba rabioso y certero al frente Sex Pistols.

Con este "The future is unwritten" (enésima cadena perpetua merecida al que traduce los títulos en España, me niego a usar el título en castellano), Temple completa su homenaje a The Sex Pistols y The Clash, las dos bandas más influyentes del punk seminal británico. Aunque "The future is unwritten" gira más bien en torno a la figura de su carismático líder, Joe Strummer. Un personaje contradictorio, controvertido, talentoso, egocéntrico, generoso, egoista e hipersensible. Al menos eso es lo que nos dan a entender las imágenes y los múltiples testimonios de amigos, enemigos y conocidos que, reunidos alrededor de una fogata en diferentes lugares del mundo, dan su opinión sobre uno de los músicos más trascendentales del siglo XX.

El estilo narrativo de Temple es nervioso y enérgico, las mismas coordenadas formales de la música de The Clash. Su última media hora, la que glosa la carrera en solitario de Strummer una vez The Clash ha echado el telón, se me hace bola, con muchos personajes, muchas bandas y muchas pajas mentales del protagonista, En ese tramo se echa algo de menos cierto orden por momentos, Pero sin duda Temple se marca un bonito y merecido homenaje a Strummer, mucho mejor que "Quiero tener una ferretería en Andalucía", un documental muy pobre firmado por Carles Prats en 2011 que habla sobre el tiempo que Strummer vivió en la ciudad andaluza de Granada.

Muy recomendable para fans de The Clash, del auténtico punk y de la Historia del Rock.

Trataré de ser breve porque ya hay 219 reseñas escritas en FA sobre esta película.

Coincido plenamente con quienes se mantuvieron pegados a la pantalla durante los primeros 90-95 minutos. El ritmo pausado y la cantidad de metraje más bien contemplativo y casi documental que muestra la rutina diaria de la pareja de franceses no me molestó en absoluto. Más bien al contrario en una época donde los cortes constantes de plano, los movimientos espasmódicos de cámara que no dejan ver NADA y el ritmo narrativo vertiginoso se han convertido en el standard formal del audiovisual. Las secuencias de los trabajos en el campo de los dos protagonistas transmiten autenticidad y revelan el compromiso que supone para ellos la vida que han elegido. Así que no me sobra ni un minuto desde el inicio de la película hasta el auténtico clímax de una historia de tensiones, conflictos vecinales y una violencia contenida que Sorogoyen cocina a fuego lento manteniendo una sólida coherencia narrativa.

A partir de ese momento lo que parecían unos cimientos más que consolidados se convierten en un tembloroso castillo de naipes del que las cartas van cayendo poco a poco ante el radical cambio de tono de la historia, así como de un montón de incongruencias en la manera de actuar de algunos personajes (ver spoiler). Y, por qué no, también por culpa de una narración tremendamente confusa en comparación a la diáfana exposición de los hechos de la que había hecho gala Sorogoyen hasta entonces. Todo ello en unos últimos cuarenta minutos interminables hasta un final, para mí, decepcionante.

Así pues, le otorgo un cinco porque durante noventa minutos me pareció una película casi de TERROR ejemplar en su relato y ambientación. Pero en absoluto llega al nivel de obra maestra que dicen muchos por aquí. Una pena esos últimos cuarenta minutos.

He visto la serie completa dos veces. La primera en 2016 y la segunda la terminé ayer. Volví a verla por los buenísimos recuerdos que tenía de ella y la idea de que, aún siendo una serie cancelada antes de tiempo, la segunda temporada cerraba eficazmente la trama principal pese a dejar cabos sueltos y tener un final algo abierto. Así que afrontaba el revisionado con muchas ganas de volver a disfrutarla.

La primera temporada me ha vuelto a fascinar. Me atrapa absolutamente todo de ella. La historia principal donde dos personajes (Ben Hawkins y Justin Crowe) están destinados a enfrentarse como representantes del Bien y del Mal absolutos en la Tierra. Su mezcla de fantasía con realidad, el mundo de los sueños y su simbología. Unos personajes interesantísimos (y unas interpretaciones excelentes) en un entorno, el de las ferias ambulantes, poco explotado en el cine y la televisión. Y todo ello con una dirección artística espectacular para lo que eran los cánones televisivos de 2003-2005, algo que paradójicamente conduciría a la serie a su cancelación, además de una importante pérdida de audiencia, por lo costoso de su producción.

Sin embargo en este segundo visionado tras un margen de siete años le he encontrado bastantes costuras a la segunda temporada. Esta segunda tanda de Carnivale contiene muchos de los clichés y elementos que me han hecho aborrecer la mayoría de series de los últimos años, especialmente series de contenido fantástico. Diálogos ambiguos y pretenciosos que no dicen nada o que directamente agregan más opacidad todavía a un misterio cada vez más críptico. Tramas alargadas y repetitivas que aportan muy poquito a la historia. Y unos personajes que actúan progresivamente de forma arbitraria cuando no contradictoria. Al estancamiento de la historia durante buena parte de la segunda temporada, que llegó a aburrirme, le sigue una aceleración forzada de los acontecimientos que desemboca en un final explosivo en sus últimos dos episodios.

En 2016 califiqué Carnivale con un 8 en esta página. Ahora le casco un 6. No sé si estoy siendo muy severo con la serie, quizá porque el mal sabor de boca es muy reciente. Sin embargo esa segunda temporada y su final, que esta vez no me ha convencido en absoluto, me hacen bajarle la nota. Se trata de una serie incompleta, con todo lo que ello supone argumentalmente, y con un final apremiado bajo mi punto de vista.

Buscando información por internet parece que el creador de la serie, Daniel Knauf, tenía preparada varias lineas argumentales para, al menos, una tercera temporada partiendo de los cliffhangers con los que termina el último episodio. Unos arcos argumentales tan retorcidos que me hacen pensar que la serie iba camino de convertirse en otro culebrón alargadísimo hasta la extenuación. Y por ello es posible que una cancelación tan abrupta haya jugado a favor de Carnivale para haber hecho de ella una serie de culto y no otra serie más de incontables temporadas.

Pese a todo, Carnivále es una serie que recomiendo ver. No me parece esa obra maestra desconocida por el gran público que tiene como etiqueta, pero sí una serie con una gran ambientación y unos personajes fascinantes que ya forman parte de mi imaginario televisivo. Destacar a alguien del elenco actoral me parecería incluso injusto. Pero no puedo evitar quedarme con el personaje de Samson, interpretado magistralmente por Michael J. Anderson. Pero, ¿qué decir de Clancy Brown, Amy Madigan Clea Duvall, Tim DeKay, Carla Gallo...?

Muy recomendable pese a todas sus imperfecciones.

Este sencillo documental dirigido por Javoy y Mesmin es perfecto como introducción a cualquiera que no conozca (¿es eso posible?) a una de las mayores bandas de rock and roll de todos los tiempos. La historia de AC/DC y su extensa trayectoria musical dan para muchísimo más que los 54 minutos que dura esta película, que se queda muy corta para fans con intención de profundizar en la carrera de un grupo que se ha mantenido en la cima durante décadas por dos razones de peso: trabajar como cabrones y un talento increíble para firmar himnos del rock and roll como churros.

Con todas sus limitaciones, Forever Young te divierte y entretiene durante casi una horita porque habla justamente de una de las bandas más divertidas y entretenidas de escuchar y de ver sobre un escenario. Cualquier homenaje será siempre insuficiente para un grupo tan grande como AC/DC.