Una trama que absorbe desde el instante inicial va adquiriendo fuerza y se expande con inflexible voluntad de convertirse en una película rotunda e inquietante.
Su ritmo cadencioso, su precisión descriptiva y su sentido de la narración -sobre todo sugerente- refuerzan el vigor de unas escenas cargadas de fuerza emotiva y de visceral empuje.
El crisol del blanco y negro parece la mejor escalera para elevarse hasta lo desconocido y J. Tourneur ejerce un dominio absoluto sobre todos los factores de la filmación.
Cada detalle encaja en el lugar preciso para que la magia de la peripecia se transforme en la magia del cine.

Cruel y extremadamente violenta son dos de los calificativos que lleva en su carta de presentación esta película de curiosa factura.

Curiosa por su mezcla de estéticas, por sus momentos de grandeza - memorable comienzo-, por algunos pasajes de gran intensidad dramática y también, por qué no, por sus picos de vulgaridad que la enfangan deviniendo en execrable pero que a su vez la elevan a la intemporalidad.

Una historia de venganzas que abandona el texto y se instala en la pantalla para recordarnos con tangible claridad la oscuridad del alma humana.

De nuevo un Estudio 1 asomaba a la pequeña pantalla en una época en que los espacios dramáticos y de producción propia -recordemos la famosa Novela- copaban la programación de las dos entonces únicas cadenas.

Y de nuevo se le puso rostro (y ganas) a otra de las comedias más populares de ese Molière considerado inmoral y libertino en su época, pero que lejos de amilanarse acabó por crear la mayor galería de necios de la historia.

Nuestro personal Mezquino de pobre factura en cuanto a ambientación se refiere, se nutre en contrapartida del estimulante y siempre difícil reto de dejar caer el peso de la representación únicamente sobre los actores.

Caracterizaciones, actitudes y buen hacer de maestros, el elenco fue El Avaro.

Sin distracciones.

Anacrónica película llena de absurdos convencionalismos -algunos debidos a la traducción- y con nulo poder de empatía.

Su rebuscado planteamiento a la hora de representar la perfidia queda falto, las mayoría de las veces, de explicación aparente.
Da la impresión de que las cosas tengan que ocurrir per se, dando por supuesto desde el principio que serán de esta manera y no de otra.

La irrealidad en que la se mueven los personajes contrasta con el ambiente mundano que paradójicamente se quiere transmitir privando a la historia de una verosimilitud que acaba por confirmarse con un final dramático y maniqueo.

En plato frío, sí. Pero no nos pasemos y lo sirvamos helado.

Si de algo nos convenció Colombo a lo largo de su prolífica trayectoria como teniente de homicidios es de la infalibilidad de sus sospechas.
Esboza una hipótesis y no ceja en su envolvente asedio al culpable hasta que puede demostrar que su teoría es la correcta.

Yo lo sé.
El Mundo lo sabe.

Todo el Mundo lo sabe... excepto el Comisario.
- "Avisen a Colombo", dice.

Sin duda, acababa de llegar de otra Galaxia.