Aunque rebautizada como "Me vuelvo verde", Turning Green (el título original tiene más significados) es una amena, aunque no siempre agradable, mezcla de comedia y drama que funciona bien, con unas interpretaciones más que dignas y un buen ritmo, aunque quizá podría haber llegado a ser algo más que una película simplemente digna. Si bien tiene cierta originalidad y posee sus buenos momentos, adolece del abuso de recurso de yuxtaponer imágenes sobre fondos musicales (eso sí, bastante a tono con la historia) para contarnos buena parte de la trama.

Se agradece, no obstante, la intención de los realizadores de despojar a la historia de una trascendencia y un dramatismo innecesarios, que sin duda habrían convertido esta película tan maja en un folletín infumable.

A ver cómo lo digo. Desde la primera escena tenemos claro que, sea lo que sea esto, no es una película, es un producto filmado de algún tipo. Y ni eso, porque un producto tiene un público y, sinceramente, dudo que haya alguien destinado a ser el espectador de este engendro. El nivel "artístico" (lo que me ha costado teclear esta palabra) es propio, no sé, de un anuncio de detergentes. De un publirreportaje. De un trabajo de fin de curso de secundaria, pero de hace 15 años. Los ¿actores? sueltan los diálogos como para quitárselos de encima, como si los acabaran de memorizar, las situaciones son del tebeo, la moraleja está clara incluso antes de plantear la trama, cuando pretende ser seria da risa y cuando pretende hacer reír es patética. Parece una parodia de algo, pero lo grave es que no pretende serlo. En cualquier episodio de una serie de TV española de las malas (y aquí elijan la que más rabia les dé) hay cien veces más talento que aquí. Si fuera un niño, habría sacado muy deficiente en todas las asignaturas.

Por lo visto esto se ha estrenado, me pregunto en cuántas salas. No me quiero ni imaginar que haya gente que haya pagado un solo euro por ver esto.

Cuando uno acaba de ver “Collateral” cuesta creer la cantidad de temas y tramas que se han tocado a lo largo de esas cuatro horas. Todo ello a buen paso, sin atropellos, y con el pulso firme de la directora S. J. Clarkson, un nombre poco conocido pero que ha estado tras la cámara en capítulos sueltos de un sinfín de series tan populares como “House”, “Orange is the new black” o “Heroes”, por citar algunas.

Esta miniserie parte de una investigación policial para darle todo un repaso a la Inglaterra actual y sus mierdas en una críticade la que casi nadie sale indemne. Está planteada como una historia de vidas cruzadas en la que las mujeres suelen llevar las de perder, sesgo éste mal recibido por algunos pero que, más que restar, aporta profundidad y relevancia a la historia. Y es que conforme se desarrolla la trama, nada sencilla por cierto, se va haciendo evidente la victimización de los personajes femeninos, a excepción más que evidente de la relación entre ese político magníficamente interpretado por John Simm y esa negligente e irascible madre a la que da vida la también cantante Billie Piper, que está a la altura del resto del reparto. Un reparto que merece mención aparte y que le pone el listón muy alto a la encantadora Carey Mulligan, muy convincente no obstante en su sobrio papel de policía embarazada.

Pero como digo, aquí la investigación policial es lo de menos. Aunque está bien desarrollada y no pierde el interés en ningún momento, lo que nos quieren contar es otra cosa, y hay mucha tela que cortar, es una obra mucho más ambiciosa de lo que parece. Pese a su sutileza y frialdad británica, desde la distancia se le ven un poco las costuras, pues en tan sólo cuatro capítulos se intenta y se logra poner en tela de juicio a estamentos como el policial, el político, el militar o el religioso, en un cóctel en el que tienen cabida la inmigración o el acoso sexual, por revelar sólo algunos ingredientes. Pero Clarkson sale airosa de casi todos los trances, y con nota (a destacar especialmente su buen gusto para los encuadres, que una cosa no está reñida con la otra). Pese a todo, se nos ofrece una imagen bastante moderna de la iglesia o la política, todo un punto a favor porque así la crítica resulta más incisiva y creíble.

Si tuviera que ponerle alguna pega, sería la resolución de alguna de las tramas. No es que deje cabos sueltos, pero da la impresión de que hay un par de personajes que admitían más recorrido y cuya salida se despacha de un plumazo para poder ajustarse al metraje establecido. Quizá sea este su principal obstáculo para ser una obra redonda.

En resumen, una recomendable miniserie coral por descubrir, que no llegará a triunfar entre el gran público pero que enganchará y hará reflexionar a muchos.

Las pequeñas-grandes historias sobre la América profunda suelen tienen mucho encanto. Encanto, ritmo lento, humor negro, mala baba y más juego subterráneo que un partido de segunda regional. Y esto puede dar lugar a películas en realidad muy dispares y con la ubicación en su nombre, como "Nebraska", "Fargo", o esta, cuyo nombre original es "Three Billboards Outside Ebbing, Missouri". Y aunque Ebbing no tiene nada que ver con Fargo, la presencia aquí de una enorme Frances McDormand nos proporciona una cierta sensación de déjà vu. Pero la historia de los tres carteles puñeteros va por libre.

En esta ocasión, el director Martin McDonagh, que se dio a conocer con la inclasificable "Escondidos en Brujas", está más certero en el disparo y nos sitúa en esa América que enamora y aterra a partes iguales para contar una historia sobre los mecanismos de la ira de una manera totalmente fluida, sin prisa pero sin pausa, donde todos tienen algo que decir, algo de lo que presumir y algo que mejorar, un a modo de vidas cruzadas (o más bien encadenadas) pero sin caer en los mecanismos de ese planteamiento. Y eso lo logra apoyándose en unos actores que están para sacarlos a hombros, un guión sólido y convincente, y un dominio total de la cámara y las situaciones, sabiendo encajar el humor en las dosis adecuadas pero sin alejarse demasiado de los tonos oscuros.

Además todo esto viene condimentado con otros ingredientes que enriquecen el puchero, desde actores populares que aquí hacen pequeños papeles, como Peter Dinklage ("Juego de Tronos") o Samara Weaving ("The Babysitter"), a detalles muy sutiles que nos dejan pensativos cuando rememoramos lo que nos han mostrado y contado. Porque si tiramos del hilo, nos salen más películas.

Es complicado evaluar (e incluso disfrutar) adecuadamente una película que está nominada a 13 Oscars. Por suerte, Guillermo del Toro, ha abordado esta historia con muchos medios pero sin aires de trascendencia, más bien como un homenaje a un tipo de cine que ya no se hace hoy en día o, al menos, no con tanto presupuesto o acierto. Porque "La forma del agua" es cine comercial, mainstream, fácil de digerir, pero desprovisto de los vicios de ese cine cuyo objetivo es rizar el rizo. Y además, debajo de la superficie hay algo más, hay otra película.

La historia no es nada nuevo, ni pretende serlo, mil veces vista. De hecho, las referencias son tan evidentes que está bien claro que el interés de Del Toro no está en los giros argumentales, sino en utilizar esta historia improbable como hilo conductor para hablarnos de la soledad. De la soledad y la marginación, no ya de los protagonistas, sino de prácticamente todos los personajes relevantes que componen la trama. Pero este es sólo uno de los grandes méritos de la película, porque además logra el milagro de presentarnos todo un blockbuster, que va a acaparar premios a pares y que tiene una factura impecable y exquisita, mediante unos personajes que convencen en pantalla (gracias a un casting y un guión perfectos) y enriquecen la trama. Todo ello,  sin cortarse un pelo con las mojigaterías del cine familiar (terreno en el que esta película es un false friend), con un montón de señales y paralelismos para el ojo del espectador al que le gusta mirar más allá, y salpicado en buena parte del metraje de un humor perfectamente encajado, que ayuda a mantener la atención hasta que el cine empieza a desplegar su magia, que de eso aquí hay y mucho. Magia y belleza, pues en las dos horas de proyección no vamos a encontrar un sólo plano feo, o un encuadre elegido al azar.  Y todo lo demás en consonancia, desde la maravillosa banda sonora hasta los efectos de sonido.

De hecho, y aunque al principio puede parecer un defecto, creo que era necesario no salirse de ciertos límites en el relato para poder lucirse en todos los demás aspectos, pues de no ser así estaríamos hablando de otra obra, quizá más interesante, pero no tan redonda.