El amigo Edward Burns hizo realidad un sueño bastante popular; tomó una historia propia, en su propia ciudad y con su gente, echó mano de los recursos que tenía a mano (la casa de sus padres como escenario principal, su madre encargada del catering, actores amateurs…) e hizo su película. Rodaban sobre todo los fines de semana, que era cuando su equipo y actores tenían tiempo libre, y se patearon Nueva York de arriba abajo para no dejar fuera ni el Village, ni Central Park, ni otros lugares emblemáticos. Su presupuesto vino a ser de unos 25.000 dólares, y acabó recaudando más de diez millones, siendo la película más rentable de su año. Y, sobre todo, hicieron cine.
Porque la película te habla como pocas de las relaciones de familia, de lo que te influyen tus padres o tus hermanos, de lo que significa ser hermano de alguien. Su discurso es modesto, y lleno de humor inteligente. Se atreve a tratar el amor sin clichés ni naderías, a mostrar la infidelidad tal cual y, quizá lo más difícil, a ser optimista. Todo eso se agradece ante tanto director que anda de vuelta de todo, y tanta peli sepulturera de sentimientos gratificantes para el espectador. Con los mínimos elementos, y mucho que contar, Edward Burns hizo CINE en su primera película.

Las pelis de Cameron tienen de bueno que no son sólo románticas, aunque lo sean también, y mucho. Detrás está una especie de realidad. La clase de realidad que crean las buenas personas. Un tipo legal, como es Cameron, usa un filtro especial para retratar a sus personajes. No puedes odiar a ninguno. No le sale ser malo con la gente. Ahí está su grandeza, y su límite. Habrá quien piense que esa visión de la vida es poco realista. Y tienen razón, seguramente. Hay mucha mala gente por ahí, vaya. Lo que yo pienso es que nadie se mete con ese pensamiento en el cine - ni tampoco en una librería o en una tienda de discos. Necesitamos algo más que ser realistas. Las historias son eso mismo, historias, mundos especiales, en los que no podemos vivir aunque querríamos con toda el alma formar parte de ellos.

En USA, el personaje de Lloyd (John Cusack) ha quedado como parte de la cultura popular. La gente recuerda algo de ese chaval sincero y estrafalario. Recuerda su honestidad, su apabullante amor por su chica, sus ganas de cuidar de ella, de empezar algo. Recuerda su soledad, porque no era convencional, no encajaba con los chicos que iban tras las chicas y se las daban de expertos. Si de verdad te gusta la película, puede que acabes sintiéndote como él: solo. Yo la he prestado varias veces, y nadie ha sabido conectar con la historia como yo. Sin embargo, no es una peli para marginados. Es la clase de historias que te dan fuerzas para buscar a alguien especial, alguien como tú. Te hace creer que esa persona existe. Que aparecerá, si abres bien los ojos. Y te advierte que, si la encuentras, debes prepararte a conciencia. Porque lo vas a pasar mal.

Hay pocas películas en las que haya podido sentir eso que llaman amor. Esa mezcla de vulnerabilidad, ilusión, torpeza y dolor. Me pasa con algunos clásicos ("Tú y yo", "El fantasma y la señora Muir", "Retrato de Jennie"...), y algunas pelis modernas ("Los hermanos Mcmullen", "Mumford", "La chica del café"...). Recientemente me ha pasado con "Crepúsculo". "Say Anything" es para mí una de las diez mejores pelis románticas de siempre. Todo está ahí. No sobra nada. Querer a alguien es exponerse a recibir bofetadas en abundancia, y ponerse en sus manos. Aquí sienten igual el chico y la chica, se equivocan por igual, y sufren lo mismo. El mérito de la historia es su sencillez. Dos buenas personas que descubren que, pese a ser la noche y el día, necesitan estar juntos. Todo lo demás es negociable. Y, junto a ellos, está Lili Taylor con su guitarra, o Eric Stolz disfrazado de gallina, o esa profesora tan cercana.

Es difícil explicar el amor. Pero Cameron lo consiguió. Tiene pelis más resultonas, y más premiables. Pero "Say Anything", para mí, es la más meritoria, la que visitaría - si pudiera meterme en una de sus historias -, la que reclama una secuela (como él mismo ha comentado alguna vez).

Supongo que lo expresado arriba no es tan fácil, a tenor de la animosidad que percibo en casi todas las críticas a esta interesante cinta. Por eso escribo esto, para equilibrar en algo la balanza. Tengo la fundada impresión que tanta rabia acumulada hacia esta peli tiene más que ver con la idea de la religión que cada uno tiene que con el valor real de la historia que cuenta.

Yo he descubierto tarde esta peli. Y no sé mucho del director (tengo un recuerdo vago de "Arlington Road", me gustó bastante "Mothman" y poco más). Pero durante el metraje de la cinta no tuve tiempo de pensar ni sentir nada que no fuera el camino que recorre el personaje en ese barrio, y las reflexiones que nos comunica el director con sus imágenes. Los diálogos me parecen ajustados y necesarios, los actores son los correctos, y el ritmo, lento pero implacable, es el adecuado, como la balada lenta de Bob Dylan ("Not dark yet") que suena hacia la mitad. La historia me entretuvo y me enganchó. Y no le pido más a una peli.

Sí que es verdad que ya es suerte tener de vecina a Radha Mitchell, o dar con una cajera del supermercado tan sensitiva y adorable como Rachel Seiferth, por no hablar de la niña, Morgan Lily. Pero eso es el cine, evasión, construir algo que no existe, como esa vuelta a las ilusiones que el personaje protagonista ha perdido. A todas las películas se les pueden encontrar fallos de credibilidad. Por eso, los que vemos películas, preferimos esa actividad al cultivo de las zanahorias, que siempre será más ajustado a la realidad.

Como muestra esta historia, un milagro, por definición, sucede en un espacio más bien reducido, y afecta a más bien poca gente. Eso también podría definir lo que pasa con las buenas pequeñas películas, ésta entre ellas: no todos pueden o quieren apreciarlas. Lástima.

No hay mucho que explicar si has visto alguna de las tres primeras películas de este singular director: "Los hermanos McMullen", "Ella es única (She's the one)" o "No mires atrás (No looking back)". Añandánle de 15 a 20 años de madurez narrativa y vital, y eso es esta película.

Para los profanos, Edward Burns es un tipo que comenzó rondando su primera película en casa de sus padres. No tenía medios para hacerlo de otra manera, pero también es cierto que en ese lugar estaban las historias que a él le interesaba contar. La familia y las relaciones de pareja son su universo, y lo describe perfectamente. Además, no le asusta meter a más de cuatro actores en un mismo plano, y filmar al estilo de los viejos maestros del Hollywood clásico, buscando la sensación de realidad que el plano-contraplano acaba aplastando.

Es bonito ver que pasa el tiempo, y que puede contar sus historias, lo que a él le motiva narrar, de un modo interesante y fresco. Y algo estará haciendo bien, cuando ha sido capaz de reunir a un buen puñado de buenos actores - algunos muy solicitados - que dieron sus primeros pasos en alguna de sus películas. La familia Fitzgerald, como otras de su filmografía, resulta cercana, creíble y sorprendentemente viva.

Uno ama y siente muchas veces aún a su pesar. La vida te va llevando a sitios que no esperabas. Lo más difícil para cualquier persona es explicar por qué te portas de determinada forma; por qué, en un momento dado, tomas un camino en lugar de otro (a pesar de lo claro que se ve todo con la perspectiva del tiempo). Reflejar todo esto en una película, y conseguir que uno no quiera abrirse las venas a mitad de proyección, es todo un logro. Y, si encima entretienes por el camino, tanto mejor.

Esta peli tiene muchos méritos, demasiados para mencionarlos todos. Entre lo mejor estarían sus historias de amistad. Cómo se van forjando a lo largo de los años. Cómo, aunque se cometan errores, lo que prima es la trayectoria completa. Cómo nunca es tarde para casi nada. También es reconfortante ver que el director-guionista se ríe de su sombra. Y consigue que muchos nos riamos con él. Finalmente están Ryan e Isla, una de las mejores parejas que se podría articular en ese universo de famoseo y sucedáneos de personas. Pasar dos horas con sus personajes es todo un lujo que te lleva a desear lo más importante de cualquier historia: llegar a saber más de ellos.
PD: como siempre, bravo por Kevin Cline.