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Críticas de Sandro Fiorito
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Críticas 372
Críticas ordenadas por utilidad
8
11 de marzo de 2010
60 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es una de esas excepciones que confirman la regla, en este caso la de un tópico: el de que las segundas partes nunca fueron buenas. Creo que esta cinta, está al nivel de su antecesora y que incluso en muchos aspectos, supera a la de 1981, también dirigida por el injustamente ninguneado José Luís Garci, un director lleno de elegancia y encanto que cuando se empeña, impregna precisamente con esos adjetivos las obras que realiza. La filmografía de este realizador, que cuenta con una película oscarizada (Volver a empezar, 1982) no es muy extensa, ni tampoco intensa. Es quizá irregular, pero muy interesante. Y en España, en la que tanto cine hay, copado por producciones llenas de vulgaridad que rozan lo asqueroso, lo repugnante y hasta lo putrefacto en ocasiones (sobre todo en lo que se refiere al cine contemporáneo) a pesar de nutrirse de buenas subvenciones por parte del Gobierno (éste último del color político que sea) se agradece la presencia, aunque sea espontánea, de películas tan notables, entretenidas y bien hechas como la que en esta crítica se da cita.

El crack II no posee la fuerza cinematográfica de su antecesora pero sí se adentra en otras expresiones, tanto clásicas como más modernas. Envuelta en un estilo que recuerda en mucho al de las producciones norteamericanas, en ocasiones ofrece un humor negro que no arranca carcajadas, pero sí sonrisas. Y señores y señoras, está Alfredo. El gran Alfredo Landa volviendo a meterse en la piel del solitario, duro y melancólico Germán Areta, que siendo preguntado sobre si es feliz, responde que "yo sólo se que en la vida, hay buenos momentos". Con un inicio que parece ser una continuación de la parte anterior, que finalizó con la conversación entre Areta y su barbero, Rocky, hablando de boxeo -algo que se vuelve a repetir- la película continúa con la asignación al reputado detective de lo que aparenta ser un simple caso de infidelidad. Pero la cosa se enmaraña y los hilos que aparecen, apuntan a problemas mucho más gordos sostenidos por conspiraciones que se asientan en grandes empresas. En mi opinión, esta trama, a pesar de ser más llevadera que la de la película anterior, es menos interesante. En esta ocasión, se ha conseguido reforzar la imagen del detective Areta, acercándolo al mito, pero el caso que investiga este, pierde a veces fuerza, puede resultar algo aburrido e incluso, predecible.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sandro Fiorito
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10
3 de diciembre de 2013
75 de 96 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gran belleza es una película que habla de lo que significa para Jep Gambardella (Toni Servillo) ese frío y mundano universo de la alta sociedad en el que la riqueza puede ser el mayor capítulo de miseria. Fiestas chic, círculos intelectuales ahogados en copas de Martini, diálogos demoledores forjados con pluma de acero, inspiradoras estampas de la exquisitez de una silenciosa Roma con intenso aroma a Fellini que se erige como el mejor ejemplo del auténtico significado de la belleza, y cuyos caminos y rincones transitados por sus protagonistas suponen un deleite visual prodigioso…

Me he enamorado de esta película, en la que mi muy admirado Paolo Sorrentino (El amigo de la familia, 2006) se gusta más que nunca, se disfruta como nadie y arroja sin reparos contra el guión (escrito junto a Umberto Contarello, de Un lugar donde quedarse, 2011) y ante la cámara todo su potente despliegue de imaginación y atrevimiento, con ese buen manejo del ritmo que viene demostrando a lo largo de toda su filmografía. Ha vuelto a servirse de su mejor actor, Toni Servillo (Il divo, 2008, Las consecuencias del amor, 2004), para adentrarse en la historia de un antaño novelista, hoy periodista de reputada tinta en publicaciones artísticas y culturales, que recorre con parsimonia e incredulidad todo ese cielo de estrellas artificiales en el que se ve representado lo más selecto de la società.

Pero la cinta, una profunda y continua espiral de contrastes con fuerte arraigo filosófico, es más que Jep Gambardella aunque éste sea el hilo conductor de todo el argumento. Es la amistad, el amor, la religión, la vida. Un plano de todo ello. Son las intensas sensaciones que compone el entramado de una preciosa película de la que no quise desprenderme hasta el último crédito final. Un paseo a través de los parajes más bellos de Roma, atravesando las puertas de los lugares más prodigiosos de la capital italiana (a esto, en exclusiva, se dedica una monumental escena), en los que se filman toda una serie de secuencias memorables y sobre las que fluyen unos estupendos diálogos que dan lugar a la reflexión, pero que también divierten por lo que hay escrito en esas líneas que son pronunciadas por un exquisito reparto, encabezado por el siempre magistral Toni Servillo (enorme en su papel) y continuado por figuras como un extraordinario Carlo Verdone (Manuale d’amore, 2005), entre otros muchos.

Todo aquí es lo que el propio nombre de la película indica, pero la belleza podría resultar empalagosa si ésta fuera la única protagonista del film. Para que la belleza sea posible debe existir su contrapunto, y en la última creación de Paolo Sorrentino, pese al riesgo de quedar embelesados con los ambientes preciosistas que como en un lienzo son aquí trazados, la belleza siempre está cercada, amenazada desde no muy lejos, por la indigencia moral y carencia de humanidad de muchos de sus personajes y circunstancias, situados en el otro extremo de algunos roles tristes, solitarios y apagados que también se dan cita en La grande bellezza y por los que acabas sintiendo una tremenda simpatía.

La gran belleza es una obra maestra que navega a través de secuencias que transmiten una cautivadora y envolvente sensación hipnótica por la que te sientes atrapado, engalanada por un mundo de luces, colores y sombras perfectas —maravillosa fotografía de Luca Bigazzi—, un prodigioso guión y una banda sonora que, fusionados todos estos puntos, se generan los contrastes de los que nos quiere hablar Sorrentino. Y esto se hace mostrando sus situaciones a través de choques visuales, de armonía y de emociones que reflejan ese mundo explorado por el director napolitano y mostrado desde diferentes perspectivas. Una película para disfrutar sintiendo y para sentir disfrutando en la que Sorrentino se la juega siendo más él mismo que nunca (se permite el lujo de cortar una celestial secuencia inicial amenizada por un coro, con la estruendosa pero trepidante y disfrutable intrusión de una fiesta de más de seis minutos a ritmo del “Far l’amore” de Carrà remixado por Bob Sinclar, con más significado del que aparenta) para firmar la que para mí es la mejor película de este maestro, la mejor que he visto de 2013 y, sin duda, la más inspiradora en mucho tiempo.
Sandro Fiorito
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9
30 de enero de 2010
75 de 96 usuarios han encontrado esta crítica útil
Guiado por las palabras de Kirk Honeycutt, del The Hollywood Reporter, quien afirma que es un placer encontrar una película que realmente habla de algo, me dirigí al cine a ver la nueva obra de uno de mis directores más preciados, Clint Eastwood. Después del visionado de la misma comprobé que las palabras del crítico eran las más adecuadas y las que mejor definían a esta cinta llena de mensaje, tan bella como poética, tan fiel a la realidad como correcta en la forma de ofrecernos lo que transmite, a veces con cierto temor a tocar algunos temas para no caer en la vulgaridad o crear polémica barata.

Eastwood prefiere hacer las cosas con el estilo del maestro, haciendo gala de su habitual elegancia y discreción, ofreciéndonos el lado más humano de Nelson Mandela -que no es poco- ajustándose a la realidad para contar cómo Sudáfrica vivió su gran cambio, dejando atrás el apartheid (la discriminación racial aplicada en el país susodicho por la raza blanca frente a la negra) e iniciando un nuevo curso político que pensaba en cicatrizar las heridas existentes reformando las cosas con buen temple y uso de la lógica, huyendo de las políticas vengativas y rencorosas.

Algo que se pudo ver en la decisión que tomó al contradecir a su ministerio de deportes y a la federación del mismo género, que tenían la intención de cambiar los colores, el escudo y hasta el nombre del equipo nacional de rugby (conocido como los Springboks) por considerarlo símbolo del apartheid. Viendo un partido de rugby, Mandela (interpretado extraordinariamente por Morgan Freeman) y tras comprobar cómo la población blanca anima alegremente a los Springboks mientras que la negra hace lo propio con equipos de otros países, afirma que ningún elemento simbólico del equipo debe ser cambiado, pues no se puede arrebatar a la población blanca lo que tiene, su equipo de rugby, y lo meritorio reside en conseguir que la escéptica gente de color se una a la pasión por los Springboks y con ello, todas las razas compartan una misma ilusión bajo los símbolos que representan la unión de todos ellos.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento por falta de espacio)
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Sandro Fiorito
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8
15 de febrero de 2010
58 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jugosa forma de combinar terror, comedia, cine fantástico y acción en esta trepidante historia dirigida magistralmente por Alex de la Iglesia (800 balas). Inteligente, viva y con una atmósfera muy atosigante que cumple su misión de transmitir al espectador su visión apocalíptica de unas calles de Madrid que, de entonces hasta el día de la fecha, no han cambiado demasiado al menos respecto a lo que se refiere a los lugares representados por esta cinta.

Es una película con fuerza, llena de aspectos curiosos. Nos habla de un párroco bilbaíno (Álex Angulo) que viaja hasta Madrid después de haber descifrado nada menos que las claves ocultas de un criptograma que habla del fin del mundo. Esta hecatombe se producirá en plena Navidad, el 25 de diciembre de 1995, por lo que el tiempo para actuar y poder evitarla es bastante reducido. Esta apocalípsis es según el sacerdote una obra del demonio, el anticristo, al que deberá encontrar para acabar con él. Y como el mejor camino para llegar hasta el mal, es el del mal, se desprende de sus elementos religiosos y aunque ataviado con la sotana y su txapela, el cura bien parece un maleante cualquiera disfrazado antes que un religioso.

A su disparatada aventura se le une un particular Sancho Panza, Jose María, muy bien interpretado por Santiago Segura, encargado de poner la nota de buen humor a esta notable película que me ha mantenido muy inquieto durante toda su duración pero que me ha dado palmaditas en la espalda gracias a lo que me he reído en algunas de sus escenas. Juntos, deberán enfrentarse a multitud de problemas para poder cumplir su propósito de salvar al Mundo desde nada menos que la capital de España. Encuentran como enlace a un vidente televisivo, el profesor Cavan (Armando de Razza), del que el sacerdote está plenamente convencido de que tiene la capacidad para hacerle contactar con Satanás. Al mismo tiempo, una peligrosa banda que firma con el nombre 'LIMPIA MADRID' quema mendigos y propina palizas a todo aquello que a sus ojos es indigno para la imagen de la ciudad.

Nunca me descargaría su alocada banda sonora, pero desde luego es la música más adecuada para esta película llena de temas satánicos que en muchos momentos consigue hacer al espectador tragar saliba. Sombría película de inteligente argumento, muy recomendable. Buenas interpretaciones de todo el reparto, con un gran Álex Angulo.
Sandro Fiorito
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7
19 de abril de 2012
46 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Absorbente, fría, extraña e incómoda por momentos. Película y protagonista comparten una descripción que se convierte en sensaciones transmitidas al público, que tiene la oportunidad de vivir la decadencia psicológica del rol interpretado por una contundente Elizabeth Olsen. La dirección opta por elegir un ritmo pausado y una fotografía apagada para encuadrar la tristeza y desolación que provoca su argumento, que nos cuenta la historia de Martha, una joven que escapa de una secta inclasificable para volver con su hermana y comprobar si es posible retomar una vida normal después de haber sido sometida a todo tipo de absurdas e increíbles experiencias. Esas vivencias irán ofreciéndose a través de diversos flashbacks perfectamente montados.

“Martha Marcy May Marlene” (que se rodó en 20 días) logra superar la prueba de querer hacer sentir lo que vive su protagonista con toda la fuerza que puede desprender una persona derrumbada, invitándonos a dar un paseo a través de su descolocada mente y así comprobar su distorsionada percepción de la vida, claramente afectada por la confusión que arrastra desde que abandonó la secta. Esta lucha por la reinserción atraviesa algunas escenas tan incómodas como agobiantes por lo deprimente de las mismas. Encuentro, lamentablemente, una duración excesiva de su metraje, que bien pudiera haberse acortado media hora para contar exactamente lo mismo y así ahorrar ciertas dosis de aburrimiento. Si bien su atmósfera tan apagada concuerda perfectamente con las sensaciones que debe hacernos llegar su historia, no se aleja mucho de la fina línea que separa lo sosegado de lo tedioso.

La interpretación de Elizabeth Olsen (primera experiencia en el cine junto a “Silent House“, estrenada en el mismo festival que esta película) demuestra madurez y credibilidad, pues con una mirada describe prácticamente todo lo que pasa por su cabeza, y su actitud deja ver que está completamente entregada a su personaje. John Hawkes (“Winter’s Bone“, 2010) está sencillamente prodigioso como el sodomita líder de la secta, ofreciendo no sólo una buena interpretación sino también la ejecución de un tema extraordinario que canta y toca durante una de las escenas, el “Marcy’s Song”. La banda sonora, compuesta por Daniel Bensi y Saunder Jurrians, no es demasiado llamativa pero sí muy cumplidora e idónea para acompañar esta desapacible historia que no será trascendente por todo su conjunto o su discutible desenlace, pero sí por ese análisis que hace comprender hasta qué nivel puede llegar una mente herida y cuán de incomprensible puede ser esta no sólo para quienes rodean a la persona afectada sino para la propia persona que explora esos miedos y sensaciones abstractas.
Sandro Fiorito
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