Dejarnos perplejos y maravillados. Ese es el truco que posee y le funciona a Paolo Sorrentino cuando nos muestra algo en la gran pantalla. Sorrentino expresa con “La Gran Belleza” que el cine puede ser enrevesado pero bello a la vez. Una cinta elegante que fluye audiovisualmente sin errores las dos horas y veinte de su duración.
El filme penetra en la Roma elevada y adulta, socialmente hablando. Concretamente desde la mirada despierta de Jep Gambardella, un escritor dejado y sin tapujos al mismo tiempo, dónde el único miedo que le invade es el del paso del tiempo físico y mental. Entre fiestas y reuniones Gambardella se codeará con personas tanto afines como muy contrarias a su ser. Un protagonista que se asemeja a Hank Moody de la serie “Californication” en cuanto a la transparencia y bohemia que comparten.
Una fotografía impecable por parte de Luca Bigazzi, hace que todos los planos que se observan puedan ser plasmados en cuadros si se quisiera. Todos los encuadres muestran algo que llame la atención y que representan una Roma atractiva y pulida. Esto junto con una música diversa al estilo italiano, hacen que lo que se ve y escucha se unan con el fin necesario y atrayente que la obra consigue. Digo obra, porque “La Gran Belleza” es digna de etiquetarse como obra maestra en todo su conjunto. A su vez, Sorrentino junto con Umberto Contarello, realizan un guión preciso y exacto, con monólogos únicos que aun siendo demasiado cultos en ocasiones tienen sus toques humorísticos que ayudan a progresar a lo largo de la película.
Podemos decir sin duda que “La Gran Belleza” es una película alegre, preciosa y llena de vida.