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España España · Barcelona
Críticas de Tithoes
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Críticas 180
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
22 de febrero de 2020
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Lo mejor: el apartado visual (léase el maquillaje) cumple con creces con su cometido (sin ir más lejos la escena de apertura consigue que uno aparte la mirada de la pantalla con un efecto tan archiconocido como efectivo, siendo inmediatas e irremediables las reminiscencias a la mítica Die hard), mas tratándose de una cinta de corte independiente como la que ocupa (la síntesis sería la emisión de misteriosos sobres rojos para participar en una siniestra e incívica actividad conocida como “red letter day” basada en las interrelaciones personales de los círculos más próximo a una distancia física de cinco quilómetros o menos incitando a sospechar del vecindario, como en Disturbia, con cierto contenido cínico, machista, racista y de otra índole igualmente detestable) el logro es más meritorio si cabe; el anuncio publicitario para promocionar la comunidad de viviendas en la que transcurre la historia es tan convincente que despierta el deseo de adquirir un domicilio a través de la empresa, traduciéndose en un claro ejemplo de cuán engañosas pueden ser (y de hecho son) dichas campañas; la crítica a la privación de la intimidad que ha supuesto tanto avance tecnológico es tan certera como el mensaje de trasfondo sobre la que pivota la trama, apoderándose la paranoia y el caos (la presunta viralización de la reivindicación social es sensacional) tanto del público que la cinta se antoja digna de proyectarse en cualquier festival especializado que se precie por su cruenta consumición e inmediata digestión, patentándose una variante de La purga en su versión más forzada e intrascendental, obviando las enormes e insalvables distancias entre ambas, pues no tiene cabida semejante comparación.

Lo peor: la ambientación apela a la retrospección de un modo tan superficial que resta la sensación de haberse desaprovechado una inmejorable oportunidad, y es que limitar todo a la estética (atendiendo a minucias como videojuegos añejos pero descuidando alusiones como herramientas modernas o incluso la propia consola) no es suficiente, y menos atisbándose tantos frentes propicios para ensalzar dicho aspecto; el guión es, posiblemente, el más deshonroso e inconsistente de la década (cómo diantres se puede estar con la pareja románticamente y surgir la pregunta de a quién y cómo mataría el otro sin ningún tipo de alegato preliminar es algo que como mínimo sorprende) aunque, pese a ello, la película se disfruta holgadamente durante sus poco más de setenta minutos de duración, no alargándose más de lo necesario y, aún así, se plantean varias situaciones totalmente prescindibles y otras tantas decisiones lamentables (como dejar solos en casa a dos adolescentes para ir a visitar a otro allegado cuando todo el clan ha padecido una anónima e indirecta amenaza de muerte por parte de un neoliberal grupo anarquista); la familia protagonista, clasicista y esnobista (en servidor debe reconocer que no había tenido conocimiento de este término hasta ahora) donde las haya, despierta el sentimiento más común e indeseable en el séptimo arte (y de hecho en cualquier vertiente cultural), nula empatía, tratándose de una especie de obra teatral de suspense (la vertiente dramática representada en una breve anécdota pasada recordada instantes antes del desenlace es simplemente bochornosa) que, de penosamente escrita e interpretada, termina siendo una de comedia.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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5
17 de febrero de 2020
7 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la pretenciosa e hilarante mezcla de géneros no solo resulta provocativa en el más estricto sentido del término sino que hace lo propio en relación a multitud de sentimientos, recurriendo constantemente a componentes propios de la comedia negra (recuentos de exclusivos móviles, comentarios de tardías emancipaciones, tentaciones de auténticos alcohólicos y posesiones de fríos cuerpos son solo algunos de los muchos mencionables) para ello; la constante transición entre profundidad e ironía, ejemplificada en la temprana citación de dos frases célebres totalmente opuestas (“los pecados del padre deben recaer sobre el hijo” de William Shakespeare y “no hay nadie más como mi papá” de Beyoncé), logra que la espiral de apariencias, traiciones, suspicacias e invenciones a la que apela el responsable absorba la atención sin remedio; el cúmulo de absurdeces plasmadas congratularán al público mundano en gran medida (incluso algunas verdaderamente triviales e inmaduras como el exabrupto policial, la ridícula bacanal, la infectiva amenaza, la torturadora ingesta y el redundante dislocamiento), si bien no es nada funcional para aquellos espectadores que no consientan la narración de los conspirativos, proféticos e insolentes hechos a partir de incoherencias.

Lo peor: la retahíla de descuidos visuales (que al protagonista no le crezca ni un milímetro la barba con el transcurrir de las jornadas que abarca la trama, además de mantener el bigote y el peinado perfectamente acabados, resulta cuanto menos curioso) imposibilita una siempre estimable rigurosidad espaciotemporal, no siendo en cualquier caso discutible la maestría del autor para entretener al respetable durante noventa minutos sin transmitir absolutamente nada reseñable; la extrema violencia del minuto sesenta y cinco en adelante es totalmente censurable, plasmándose un salvajismo tal que removerá el estómago hasta del más sádico (la escena del ensañamiento en la entrepierna herirá especialmente sensibilidades); la historia, centrada en un joven que acude a la misteriosa llamada (o más bien petición postal) de su progenitor, un ya retirado conductor de limusinas propietario de una lujosa e inhóspita morada (“un ovni de los años sesenta”) a la que solo es posible llegar mediante las meticulosas señalizaciones del mapa que porta consigo, deriva (a raíz de un giro argumental en el ecuador tras descubrirse un secreto sobre determinada financiación vital) hacia un desenlace tan precipitado e inesperado que, lejos de encandilar, despierta un gran e insólito recelo.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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5
10 de febrero de 2020
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la combinación de turbulentas imágenes y desconcertantes melodías a la que apela el director, en cuya carrera solo resulta destacable una cinta (la que supuso su debut, Almost humans, pues The mind’s eye y VFW, los otros dos que ha firmado, rozan la ridiculez), perturba e inquieta como pocas, patentando una experiencia única sin ningún tipo de discusiones, lo cual no es nada sencillo en el panorama cinematográfico actual; el uso de la cámara es tan singular como la película misma, provocando su variante posicionamiento (en el hombro se consigue un genial efecto) e inestable focalización (por momentos uno pierde la noción espaciotemporal) que el espectador no pestañee, en especial durante la escena del espejo (no conviene añadir ningún detalle más a fin de no desvelar un ápice del argumento e identificarse inmediatamente cuando se visiona la cinta) y la de la citación de alucinógenos (con nombres tan sugerentes “Tennesse black”, “Black dynamite” y “Diablo”); la creación del cuadro (es decir, la intríngulis del guión mismo) que sirve como eje central es un auténtico regalo para los sentidos, mas el trance psicotrópico (a modo de forzada e insalubre inspiración) por el que debe transitar la protagonista para ir avanzando en su desarrollo en tan explícita como la crítica a la presión que padecen los artistas en relación a los irrisorios plazos de los gozan para terminar las obras que les encomendan llegando a caccionarlos.

Lo peor: el cúmulo de barbaridades verbales (tales como lenguaje soez y práctica de sexo en grupo) sin ningún tipo de justificación más que por mero autoplacer no debería alabarse nunca y desde luego en servidor no lo hará, pudiendo en cualquier caso citar opciones similares mucho más válidas y logradas como Mandy (estéticamente) y Raw (temáticamente); la arriesgada e inesperada referencia a uno de los seres mitológicos más populares sobre la faz de la tierra se revela con demasiada premura, restando plasmada tan poco sutilmente como la advertencia “se recomienda discreción del espectador” que precede al largometraje; la limitadora certeza de que la obra no apta para la gran mayoría de público (en especial aquellos que padezcan de epilepsia) en aras de alcanzar el éxtasis al que hace alusión explícita el propio título hace que meditada e impulsivamente no se pueda proceder al deleite de la decadencia relatada en este cuento sobre los suburbios del territorio más glamuroso del mundo, focalizando la trama en una mujer que, obligada a saldar sus deudas sin la más mínima ayuda de terceras personas (incluso su representante no titubea en prescindir de sus prestaciones), se ve inmersa en una espiral de fatídicos acontecimientos a cada cual más brutal (y sanguinario, valga añadir) que el anterior, desembocando su oscuro viaje en un apoteósico desenlace que congratulará hasta al más ávido de emociones fuertes.

Daniel Espinosa
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6
6 de febrero de 2020
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la arriesgada aproximación (mayormente lograda) a multitud de clásicos asumida por el director, desde Alien (planteamiento inicial) hasta Armageddon (sacrificio final), pasando por Cloverfield (plasmación enemiga), In the mouth of madness (aproximación lovecraftiana), Prometheus (cartel promocional) y Sanctum (estética general), sin explorar los orígenes de ninguna de las (sub)cuestiones a las que se hace alusión aun resultando un curioso e interesante híbrido de todas ellas; la sensación de angustia se apodera del espectador desde el primer segundo (siendo exactos desde el minuto veinte) gracias a un sinfín de claustrofóbicos recursos que cumplen con creces su desalentador cometido, consiguiendo que la empatía hacia los protagonistas (a excepción del típico humorista del grupo que satura con sus impertinencias para amenizar la velada) crezca a medida que avanzan los minutos; el adrenalítico ritmo de la trama no concede concesión ni dilación alguna, respetando un escrupuloso frenetismo en todo momento que apenas permite respirar sin estar sobrecogido (en especial cuando la subjetividad entra en escena al situarse la cámara en el interior de los trajes) para elevar la propuesta no al olimpo del entretenimiento más destacable pero sí al de la trivialidad más loable.

Lo peor: la primera mitad está circunscrita en el género del terror (pre)adolescente menos carismático, si bien a raíz del ecuador deriva hacia situaciones más oscuras y profundas que el propio océano en el que transcurre la acción (pese a la pretenciosidad que alberga la misma cabe concluir que luce espectacular a pesar de escasa claridad con la que se desarrollan algunos tramos), pudiéndose apreciar dicha transición con precisión casi quirúrgica; el montaje no puede tildarse sino de desdichado, plagando la cinta de constantes e impertinentes cortes secuenciales que impiden disfrutar del espectáculo audiovisual (en cualquier caso abrumador donde los haya) ofrecido cual superproducción veraniega (de estrenarse en salas comerciales en dichas fechas nadie dudaría en adjudicarla semejante catalogación); el aspecto de los seres comensales (aquellos que se aprovechan del siguiente sin beneficiarlo ni perjudicarlo) es pésima, despertando un poderoso sentimiento de rechazo invernantemente proporcional al de la verdadera amenaza (la criatura dominante), primeramente insinuada y posteriormente mostrada en todo su glorioso esplendor para regocijo de quienes idolatren a gigantescos monstruos en general y a los de índole mitológica en particular, siendo viable una secuela más terrenal.

Daniel Espinosa
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6
6 de febrero de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el fabuloso cúmulo de artísticas secuencias (como la del camello yaciendo en el desierto y la de la mujer recorriendo la morada, por citar dos ejemplos de entre los muchos que se podrían aludir sin desvelar ningún detalle relevante) es tan atípico como valioso (tanto o más que las perturbadoras alternativas melodías que fundamentan sonoramente los enfermizos sucesos), dotando a la cinta de una preciosista aura que la convierte en presuntuosa e imprescindible para propios y extraños; el cometido uso de los diálogos es cautivador e inspirativo (valga señalar que hasta el minuto once no se profiere palabra alguna para evidenciarlo), pronunciándose solo aquellas frases precisas para exponer las ideas del debutante tras las cámaras (y de sus dos ayudantes de guión en esta obsesiva e hipnótica ópera prima) con persuasión e ingenio; el trasfondo de la cinta es visual e interpretativamente genuino e imponente, razón por la cual (también convendría añadir como principal alegato la retahíla de simbolismos, siendo el más sensual e inmediato de mencionar el de la problemática del agua de la piscina en relación con la evolución de las circunstancias, tanto supuestas como insinuadas) ha causado furor en la mayoría de festivales internacionales especializados en los que se ha proyectado, cosechando numerosos galardones y críticas positivas.

Lo peor: el parsimonioso (casi desesperante e insolente) ritmo narrativo acabará con la paciencia de aquel menos paciente (e incluso con alguno más si no se afronta el visionado en óptimas condiciones sensitivas), si bien la historia exige respetar tan particulares parámetros para lograr su provocativo e intrigante propósito; el encuentro entre los dos protagonistas (como si de un espejismo sahariano se tratase, aplicándose dicha sentencia tal vez más literalmente de lo que pudiera pensarse sin conocer nada de la obra) es tan fortuito e inquietante como el resto de película, siendo un personal e intimista ejercicio de autorreflexión no apto para ser degustado por todo tipo de paladares (de hecho el público al que está dirigido para que se regocije con él es muy limitado); el prescindible componente erótico desagrada por la gratuita e itinerante manera en la que se plasma, y es que para enfatizar el aprovechamiento de la desgracia ajena cuando el sentimiento de desesperación (unido en este caso al aislamiento más absoluto) se apodera de uno (como en la vida misma) no es necesario recurrir a tan egoístas e indecentes argucias como las recogidas, pues por todos es sabido que la célebre frase “no hay peor mentira que una verdad a medias” es aplicable a tan extrema casuística (y a cuantiosas más) y no invita a tal explicitud sin que haya un interés subjetivo detrás.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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