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Polonia Polonia · Galitzia
Críticas de Valkiria
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Críticas 240
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
23 de noviembre de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en la historia clínica de Camille Claudel, escultora francesa y heroína de su Nación, Dumont, _refiriéndose a informes médicos únicamente_, se circunscribe al corto lapso de tiempo de los tres días que nos narra sobre su vida.En apenas esas horas, internada en un manicomio demencial cerca de Avignon y contra su voluntad, Camille aguarda esperanzada la visita de su hermano Paul.

Esa espera se hace eterna y Dumont, se excede. Lo adelanto por si deciden seguir adelante llegado el primer cuarto de hora del metraje.

Largos y silentes planos secuencia nos muestran los quehaceres cotidianos de una artista confinada al ostracismo y al destierro de la bohemia de la época entre los muros de un convento. Juliette Binoche hipnotiza al espectador a través de la personalidad arrolladora de la escultora, antigua alumna de Auguste Rodin y más tarde amante. Binoche es capaz de contarnos cualquier sensación con sólo mudar la expresión de sus músculos faciales.Es perder el tiempo exaltar aún más a la actriz. La interpretación de Camille está a la espera de un torrente de premios que Binoche, recogerá de su parte.

Dumont es denso, profuso y si se pone, soporífero. Es muy digno el estudio del carácter psicológico del personaje protagonista. Pero la lectura social hecha de la época, simplemente es redundante. El personaje ya lo expresa. También muy loable la aproximación a la creatividad frustrada de una feminista, pero incomprensiblemente, Dumont liquida su prolífica vida de 30 años encerrada a los tres días durante los cuales espera a su hermano.

Es, además, una película glacial. Con una rigidez escénica llamativa _la mayoría de sus planos están rodados en el mismo corredor del claustro_. No hay banda sonora y eso sí le suma enteros. Es el viento mistral el que sopla violentamente y acompaña toda la proyección.

A golpes secos las piedras de los caminos inertes por donde deambulan estas locas tienen mucho más derecho a decir y a ser escuchadas que la pobre Camille Claudel.

Película hecha a medida del buen hacer de la actriz.
Valkiria
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8
23 de noviembre de 2013
11 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tom à la ferme, te coge desprevenido. Es una sorpresa visual y narrativa como pocas se han visto en tiempo. Cuesta entrar en la piel de sus detractores. Y esa es su definición, su mayor logro y a la vez su gran inconveniente: o te magnetiza o te repulsa.

Un gran plano general de la carretera de Montreal a la granja, tanto de ida como de vuelta nos coloca tras Tom en un arranque muy road movie. Tom es bastante menudo y el valor descriptivo de esos enormes planos inaugurales, musicalizados por el Windmills of my mind versión francesa, podría significar la poquita cosa que es.

Pero no debe ser tan insignificante cuando la cámara persigue su nuca. Su cuello y sus rizos airadamente recogidos tras sus orejas. Hay cierta manía persecutoria sobre Tom, su cabello y su rostro imberbe de rasgos gráciles y afeminados.

Acude al funeral de su novio sin que la madre del fallecido sepa de la relación entre ambos. Tiene el cabello rubio como las hojas afiladas del maíz. Se estaría mimetizando con el lugar nada más llegar. Hasta qué extremos, dependerá de él.

Esta es una historia de tentaciones y de complaciente autodestrucción. De mentiras, ocultaciones, de hostilidades. De bestias humanas y bestias animales. Donde hay lados oscuros fascinantes y donde la pulsión sexual no resuelta o reprimida, naturalmente se torna en acto violento.

¿Es Tom honesto y consecuente con sus propios actos y elecciones? ¿O se dejará llevar por un mundo de mentiras e imposturas? ¿Tom es un juguete? Tom está atrapado entre el deseo y el peligro de su propia integridad física.

La de Xabier Dolan es una muestra enfática del uso del color tan magníficamente otoñal con el que Tom se “camaleoniza”. Contrasta la estrechez de los planos de la cocina de la casa familiar, muy numerosos, con las grandísimas perspectivas generales de la carretera hacia la libertad. La banda sonora es algo hitchcoockiana y profundamente efectista, pero eso no demerita la cinta sino que enfatiza la fuerza de una narración contudente donde las haya que, esta que escribe, aplaude efusivamente.
Valkiria
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7
15 de noviembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Emergiendo como nunca, el cine rumano nos está dando una colección de títulos envidiables. Es el caso de The Child´s pose y de esta cinta dirigida por Tudor Cristian Jurgiu, ambas en proyección en Sección Oficial del Festival Internacional Cineuropa de Santiago de Compostela.

The japanese dog, retrata la vida austera de un abuelo que lo ha perdido todo en las inundaciones sufridas en Rumanía hace unos años. Silentemente, trabaja duramente cada día para evitar que los aguaceros inunden su casa colándose por las numerosas goteras. Lo único que posee son tierras que un constructor ávido de ganancias le ofrece comprar a muy bajo coste. Pero al viejo no le importa el dinero sino el bienestar de quienes le rodean. La película nos lleva a los tiempos actuales en el ámbito rural de aquel país, donde el viejo Don Constache vive sin luz, sin agua corriente y sin las comodidades básicas ni medios de locomoción o teléfono particular. Pero es tan franca y sincera su historia y el retrato cotidiano de sus quehaceres que a fuerza de la simpatía que despierta entre el público conmoverá a cualquiera que se asome por la pantalla grande a uno de sus interminables días. Representa además una dignidad intachable por pobre que sea de solemnidad. Y sobre todo, Tudor Cristian nos muestra la solidaria convivencia que existe entre viejos vecinos que apenas tienen qué llevarse a la boca.

El siglo XXI no irrumpe en escena hasta la llegada al pueblo rumano del hijo de Don Constache, emigrado a Tokio hace largos años, donde se casó y fundó un hogar lejos de sus padres. El nieto de Don Constache cambiará la vida del viejo tomando una decisión de lo más radical y rompiendo lazos con sus orígenes. No hay nada más poderoso que la llamada de la sangre.

Rodada desde una dimensión realista, no siempre las situaciones narradas tienen una finalidad o propósito claro. Es decir, no todo ha de encajar en el propósito de la trama, no todo lo que vemos conduce exclusivamente al desenlace de la historia.

The japanese dog, fue la revelación de la sección de nuevos creadores en el último festival de San Sebastián y a buen seguro merecía competir en Sección Oficial como ahora ocurre en el certamen compostelano. La humildad de este director recién descubierto por esta que escribe, merece un reconocimiento que esperemos se refleje en las votaciones introducidas en la urna por los espectadores de Cineuropa. Si no ya el jurado, que pedanteará como suele ocurrir, al menos intuyo que el público, el que no miente, ni engaña ni concede palmaditas en la espalda a los engreídos pseudo-genios del momento, sabrá reconocer el valor de esta obra bucólica y preciosa del omnipotente cine rumano.
Valkiria
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4
15 de noviembre de 2013
4 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy molesta con que un festival como Cineuropa ofrezca cuatro o cinco pases a la película de Ming-Liang en detrimento de otros títulos, interesantísimos, como la eslovaca My dog Killer o la rumana The japanese dog que sólo serán proyectadas una vez, para más inri, tratándose de un certamen que galardona el cine europeo.

Esto no es cine. Llámenle video arte o lo que quieran pero no cine. Una sucesión interminable de planos estáticos de duración creciente sin conexión entre sí, tediosas hasta el extremo, ante las cuales el público huye despavorido o sencillamente, se ríe por no llorar, es una lamentable noticia para un festival que se ha sometido a la pedantería de este señor malayo-taiwanés. Por supuesto, el director puede hacer con su obra lo que le venga en gana. Pero que se presente ésta, como el acontecimiento cinematográfico del año es una estafa. No es cine, son planos sin relación de un hombre comiendo pollo, de una mujer parada ante un mural, de otra cepillándose el pelo, del mismo señor sujetando un panel, de su hija poniéndose el pijama o lavándose los dientes.

Tsai Ming-liang es un gran fotógrafo. Estaría bien que se volcase en ello, llenaría salas de exposición. Las salas de cine no están hechas para él. No para esta película.

Sabemos de esta tendencia en el cine asiático pero la parsimonia de imágenes que no aportan nada, la inacción de la narración que tampoco es tal, sólo es observación o exposición de imágenes, las mismas de una galería fotográfica, no me ha llegado, ni a mí, ni desde luego a las 40 personas que se han pirado de la sala.

Olvídense de diálogos o de interacciones humanas. No existen. Es cine vacío, sin contenido, sin acción, sin trama. ¿Una denuncia política? Pues será...

¿Lirismo? ¿Poesía? Lo dicho, cualquier cosa menos cine.
Valkiria
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4
8 de noviembre de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy floja.
Bastante pretenciosa además.
Absurdo desenlace.
No hay nada tan poco creíble como el final de la cinta.
Eso sí, queda constatado que Madrid es una bonita ciudad.

Hugh Jackman no es santo de mi devoción pero puedo reconocer que los papeles de malo le calzan bastante bien. Así lo creo luego de su intervención en la película de Woody Allen junto a Scarlett Johansson, Scoop, y luego de visionar este thriller pedante de Langenegger.

Ewan McGregor recoge papeles, últimamente, de héroe por accidente, pusilánime fracasado y tonto del bote. He aquí la muestra y más atrás en The Ghost Writer de Polanski o en la muy chorras Tránsito o Stay de Marc Forster.

Por último, Michelle Williams sigue cogiendo carrerilla para catapultarse a lo alto de la interpretación, pero dudo que llegue a encaramarse a la cima. Tiene demasiada cara de pan. Y aquí, luce palmito para prodigarse poco más.

La complicación de la trama raya lo extremo. Forzar situaciones para volverlas inverosímiles desacreditan un trabajo que a priori resultaría interesante de no ser por la metedura de pata que retuerce tanto el guión. Me cabrea bastante que los directores, por puro efectismo, destrocen su propia obra por, quizás, codicia y prepotencia. Hacer de lo sencillo un arte, parece ser, no es máxima para estos encantadores de serpientes.

Sin embargo, lo bueno de la película es la lista en sí. Interesante media hora la que protagoniza el elitista club privado del sexo en el que se involucra McGregor. Resulta ser, al final, sólo un señuelo que el propio guión descarta de la trama principal, momento en que ésta se precipita a ese vacío de excesos inverosímiles hasta para el más crédulo. Otra vez, nos han querido vender la moto.

Pero no cuela.
Valkiria
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