Tengo la hipótesis de que existe un corte sin la malograda trama romántica y los chistes carentes de gracia, que es la versión que han visto quienes la consideran una de las mejores películas de la historia.

Punto y aparte, la narrativa principal - el recorrido de Ethan, genialmente construido por John Ford y John Wayne y magistralmente interpretado por este último - es merecedora de todos sus halagos.

Es divertida: sus bromas y notas cómicas son sencillas e ingeniosas, sacarán sonrisas para pasar un rato ameno.

Lo destacado de la primera parte (personajes, relaciones y conflictos humanos) aquí se diluye, generando desapego con el espectador. Las escenas de acción sin interrupciones del segundo al tercer acto cansan: ese metraje hubiera sido mejor aprovechado para dar voz a las relaciones entre personajes y así involucrar a la audiencia.

La secuela es más grande en espéctaculo y diversión pero se echa de menos el lado humano de los personajes para que la mayor escala (los stakes) se sientan más próximos.

Además de su genial sátira de las dinámicas económicas e ideológicas, destaca por su estudio de la condición humana y de las relaciones de poder.

P.D. En películas que en principio no son masivas, resulta muy agradable el involucramiento del público en la sala de cine. Le favorece que Ruben Östlund crea una obra más ligera que sus anteriores.

Bardo es un relato sobre la identidad y sobre su autor. Iñárritu nos introduce a un mundo onírico construido sobre imágenes y diálogos nutridos de surrealismo y sátira. Con esa gama de elementos, el autor revisa y reflexiona sobre sus raíces y afectos (y efectos): la familia, su obra y sueños, la migración, México; todos componentes de la Identidad.

El viaje al que invita Iñárritu es atrevido y resulta gratificante si se acompaña de la confianza del espectador. Los intercambios entre padres e hijos, el reencuentro material con la historia mexicana, el enfrentamiento con el pasado, la búsqueda de un lugar, todo bajo el velo de la subjetividad y la contradicción que supone mirar atrás con los ojos del presente, hacen de Bardo una película sobresaliente.

Es una película que carece de atractivo cinematográfico y de inspiración.

La duración no se justifica ya que no agrega profundidad dramática a la historia ni a los personajes, lo cual afecta el ritmo y la vuelve tediosa. Visualmente está descuidada: los efectos visuales lucen inacabados, convirtiendo en artificial y plástico algo que debería ser mágico. Las actuaciones, con excepción de Halle Bailey cuando interpreta números musicales, son acartonadas y no transmiten las emociones que los momentos dramáticos de la historia exigen.

Lo anterior genera que la diégesis y el universo narrativo de la película no transmitan el asombro que correspondería y por lo tanto no permite al espectador involucrarse en dentro del propio mundo mágico.