Tras muchas idas y venidas, parece que Antena3 se decanta por el lunes para el estreno de la que podría ser su nueva niña bonita. "Velvet" nos llega dela mano de Bambú producciones, acompañada de un reparto de lujo y con su preocupación por la estética y la fotografía intactas.

La productora que en creaciones anteriores adoptaba el clasicismo de "Downton Abbey" para definir su imagen de marca, parece buscar ahora en la elegancia de "Mad Men" para contarnos la historia de Ana (Paula Echevarría) y Alberto (Miguel Ángel Silvestre), el relato de un amor imposible ambientado en una década de los cincuenta de difícil ubicación de no ser por las reconstrucciones de la Gran Vía. "Velvet", cuál Galerías Preciados, nos sitúa en las luchas de poder de los grandes almacenes en la capital española con una pulcra puesta en escena, tan pulcra que llegamos a desorientarnos y pensar que la acción se sitúa París, pues su obsesión por el glamour termina dejando a un lado el contexto.

Sin embargo, si aceptamos el juego y nos comprometemos a realizar más concesiones de las que deberíamos, disfrutaremos de una cuidada dirección que busca ir todavía más allá de "Gran Hotel". Bambú consigue consolidar poco a poco sus propuestas en pantalla y con la intención de seguir ondeando la bandera de “producciones españolas de calidad” (con las connotaciones que dicho apelativo pueda conllevar) se vale de primeros planos, vestuarios impecables, cámaras lentas y recursos narrativos que se enfrenten a un prime time de demasiada duración y, en el que por lo menos de momento, no parece encontrar resistencia, sonriendo con suficiencia ante su rival de la quizá desgastada Globomedia.

Pero a parte de los elementos técnicos y estilísticos, si algo tiene a su favor "Velvet", es que llega en un buen momento, justo después del diseño de éxito que supuso "El tiempo entre costuras". Ahora los patrones de confección son otros, ni estamos ante una adaptación literaria ni la historia parece tener las mismas aspiraciones, pero Antena3 sabe que es un producto que le viene a las mil maravillas para seguir con su colección otoño/invierno. En definitiva, un piloto aceptable, que seguramente logrará hacerse un hueco en la pasarela televisiva española.

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Inspirada en el clásico de Andersen "La reina de las nieves", Disney lanza "Frozen" y de la mano de las hermanas Anna y Elsa, construye una fábula sobre la aceptación tanto individual como por parte de los demás, sobre buscar la solución a los problemas en vez de condenarlos. Unas cartas que no son nuevas, pero que Disney ha sabido jugar bien a la vista del éxito en público y premios.

"Frozen" cuenta con una animación cuidada, idónea para los brillos y nevadas de ese reino de hielo, así como con una serie de personajes entrañables, con secundarios que ya incluimos en la lista de los más queridos de entre los creados por los estudios, y es que hay que ser de hielo para no enternecerse con ese Olaf y su nariz de quita y pon, soñando con el verano. Sin embargo y más allá de formalismos, hay algo en "Frozen" que nos hace intuir que Disney quiere mirar un poco más allá de su clasicismo en esta ocasión, como si quisiese dejar atrás aquel reino helado en el que titanes como Dreamworks parecían querer arrinconarla.

Y es que "Frozen" tiene, sino vocación de cambio si intención de, por lo menos, adaptarse a él. Y lo lleva a cabo sutilmente, con pequeños matices como pueden ser ese príncipe de ensueño que ya no es sinónimo de amor verdadero, ese beso capaz de romper maldiciones que responde al amor fraternal y no solo al de pareja o, por qué no, la dualidad de Elsa, bruja malvada a ojos del reino y princesa castigada para el espectador, haciendo del miedo, el verdadero enemigo a combatir, por encima de brujas, monstruos y hechiceros con maldad sin aristas. En definitiva, y como ya hicieran producciones como "Brave" (de la que "Frozen" toma bastante) parece que la animación no busca tanto la creación de nuevas fórmulas como la reinterpretación de aquellas ya creadas.

Sin embargo y no por esto, la casa no deja de lado sus señas de identidad y el que reconoce como uno de sus puntos fuertes: una banda sonora que recupera y mantiene a partes iguales el espíritu de los estudios y que hace de su tema principal un clásico instantáneo. Voces consolidadas de Broadway para la versión original y artistas de éxito juvenil para la latinoamericana y el single estadounidense, sitúan la BSO entre lo más escuchado de las listas de éxitos, al mismo tiempo que la Academia la respalda con nominaciones y galardones.

En definitiva, "Frozen" no nos deja para nada fríos y nos muestra que más allá de los arquetipos y las fórmulas también puede encontrarse un cálido verano, idóneo para amantes del entretenimiento, apasionados por los musicales y nostálgicos de la factoría Disney.

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"Gravity" es un thriller espacial, una historia de cara o cruz, de vida o muerte en la línea de "Buried" pero asfixiante a “espacio abierto”. Es un paso más por el drama en la carrera interpretativa de Sandra Bullock y un órdago en la filmografía de Alfonso Cuarón. A simple vista, todo en "Gravity" parece implicar un pequeño paso para el hombre y un gran paso para el cine, sin embargo, si volvemos la vista atrás y echamos un vistazo a la filmografía del mexicano, cuesta encontrar en "Gravity" la profundidad, la reflexión y la originalidad en el planteamiento de "Children of men", como si el potencial de ésta aventura espacial fuese lo que realmente se ha perdido, ya no solo entre líneas de guion, sino en el propio Sistema Solar. Y es que la historia es simple, demasiado simple, como si lo único que pudiésemos esperar fuese la sucesión de una catastrófica desdicha tras otra, a cuál más forzada que la anterior. Además, el reparto no es suficiente para salvarlo, a pesar de los esfuerzos de Sandra Bullock, el conflicto personal de Ryan Stone es demasiado literal y los trucos de seducción del Kowalsky al que da vida George Clooney nos hacen dudar si nos encontramos ante una mala y mareante comedia romántica.

Entonces, ¿qué salva a "Gravity" de convertirse en un olvidable melodrama de sobremesa? No hay dudas al afirmar que se trata de la dirección. El ejercicio cinematográfico de Cuarón resulta impecable desde los planos subjetivos a través de la escafandra, hasta las secuencias más movidas del exterior, sin olvidar planos de indiscutible belleza como el de Bullock en posición fetal oscilando levemente o las panorámicas que siempre terminan con la omnipresente Tierra. La dirección de Cuarón nos lanza al vacío sin remedio, nos transmite la insoportable levedad a la que suponemos están expuestos los astronautas, nos dibuja y acerca una experiencia que difícilmente podremos vivir en alguna ocasión. Técnica cinematográfica y sensación se unen aún más gracias al controvertido 3D, una simbiosis bien ejecutada que nos hace plantearnos si no estaremos ante la primera película que puede sentar un precedente real en el uso de la técnica que desde hace años busca revolucionar la experiencia cinematográfica. Seamos sinceros, "Avatar" desbordó la taquilla pero el uso del 3D y de la profundidad de campo que ofrece no parecía aportar nada que no hubiesen aportado ya las proyecciones del IMAX, sin embargo en "Gravity" su uso no es gratuito, no se reduce a varios objetos volando hacia el espectador en ocasiones puntuales, sino que busca reforzar la labor del montaje, fotografía y demás decisiones de dirección.

Realizar una primera película que contenga en apenas una hora todas las propuestas narrativas y estéticas de un director novel es difícil, realizar una segunda parte cuando todas las cartas están sobre la mesa, es un salto al vacío. Paco León toma de la mano a su madre y a su hermana y en amor y compañía se dirigen al precipicio que supone un preestreno gratuito para una cinta que sabe que no conseguirá el impacto y, por qué no, la ruptura de su predecesora.

"Carmina o revienta" era ante todo una película extraña y difícil de definir: mockumentary de discutible guión, comedia escatológica o cuadro costumbrista, pinceladas de cine independiente o recopilación de anécdotas caseras de la familia Barrios, pero ante todo, riesgo. Riesgo en su forma, en su propuesta y en sus formas de difusión, aspectos que comparte con su secuela aunque de forma diferente, si en "Carmina o revienta" el riesgo era por la novedad, en "Carmina y amén" lo es por lo convencional. Paco León realiza en esta segunda cinta un ejercicio de depuración y deja atrás el estilo de “falso documental” que muchos consideramos una excusa para que madre y hermana se mostrasen tal cuál y enmascarar de paso la falta de argumento, en vez de realizar un uso cinematográfico de la técnica. León apuesta por completo por la ficción y por una narrativa más simple que, sin embargo, posee un trabajo de guión superior sin prescindir de las escenas dilatadas sin argumento aparente y conversación aleatoria. Sin embargo, las propuestas estéticas planteadas en Carmina o revienta se mantienen intactas. Delirante mezcla de géneros que en este caso juega también con el “terror”, primeros planos que potencian miradas y planos generales estáticos con sonido en fuera de campo, sin olvidar los guiños a Tarantino y los homenajes que disfrutarán los fans de Wong Kar Wai.

¿Pero qué ocurre en ésta segunda cinta? "Carmina y amén" retoma, como es obvio, el personaje de Carmina Barrios, espectadora tipo de Sálvame, madre coraje, máxima exponente del colectivo “señoras que”, actriz con poca experiencia y, ante todo, mujer de carácter que, a pesar de la vicisitudes, acabó la película anterior sin reventar. Ha pasado el tiempo desde el asunto de los jamones, María tiene trabajo, un “centro de estética/peluquería” a la vista y la economía familiar de Carmina parece un poco más desahogada, sin embargo continúa envuelta en su cruzada personal con el día a día. Apenas unos minutos sirven para plantear el delirante detonante que articulará la película y que no sirven sino de excusa para que Carmina realice su propia versión de "Cinco horas con Mario", mientras que un cuadro de secundarios ampliado y con más matices, desfile por su piso y rellano, potenciando la idea de “comunidad” tan asociada a “esta España nuestra”, desde la que en su día dibujó Ibáñez a la que tiempo después filmó de la Iglesia.

Y es que si hay algo en lo que "Carmina y amén" entronca con su predecesora es en ese uso que realiza de los códigos de la cinematografía española, no faltan, las escenas costumbristas y las estampitas, la picaresca, el esperpento y el humor negro, muy negro. Carmina es una mujer española tradicional, de esas que para Almudena Grandes “no llevaban medias [...] sin más abrigo que una chaqueta de lana gruesa que mantenían sujeta sobre el pecho con sus brazos cruzados”, de las que para Almodóvar viven al borde de un ataque de nervios y que puede recordarnos, por qué no, a una Bernarda Alba bastante peculiar que no tarda en reírse de quién la compara con Lady Gaga. Una superviviente que prefiere descender en un sillón al encuentro de sus seres queridos al más puro estilo "Mamá cumple cien años" antes que una vida sin color y sin ser disfrutada, debe ser que eso de asumir riesgos además de traspasar la pantalla se lleva en la sangre.

En una actualidad al límite, capaz de reventar en cualquier momento, la comedia aparece nuevamente como ese aire fresco que alienta las cruzadas personales y da lugar a carcajadas sin complejos que trascienden el tópico. El reciente éxito de Ocho apellidos vascos pone de manifiesto que no sólo las grandes producciones rompen las taquillas, la crisis nos devuelve un tipo de cine que parecía haberse quedado en los cincuenta y que sin embargo, empieza a contar con nombres propios entre los que podemos contar a Paco León. El tiempo dirá si Carmina y amén ocupa un hueco en nuestra colección de las grandes comedias del cine español, nosotros de momento no podemos hacer otra cosa que agradecerle a Carmina que metiese a Bárcenas en su jaula, y brindar por muchos más saltos al vacío. Amén.

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"El crimen de Cuenca" es una película dura, explícita y atrevida. La España rural de comienzos del siglo XX que nos muestra, una España de trabajo y familia, de caciques y de abusos de poder, es capaz de remover butacas y conciencias aún a día de hoy; sus escenas de tortura sin tapujos hicieron que la cinematografía española no volviese a ser la misma. No obstante, "El Crimen de Cuenca" va mucho más allá del gore, su violencia explícita no es gratuita, sino que forma parte de un ejercicio de denuncia social que se refuerza con cierta estética documental y con una puesta en escena realista, para componer un fresco escalofriante que llegó en un momento complicado.

La película de Miró pone sobre la mesa el clásico mito de la España profunda y lo desnuda sin que le tiemble la mano, verdades y miserias son despojadas de sus máscaras en un periodo en el que se pretendía que las cosas de palacio fuesen despacio. El crimen de Cuenca no duda, la bofetada en la cara de una España “inmadura” que empezaba a crecer políticamente es sonora, es un todo o nada que colisiona con una televisión que optó por una cara más amable de la Transición. La corrupción política, las negligencias por parte de la Iglesia, la justicia y la Guardia Civil hacia un pueblo que permanecía ajeno, con una inocencia casi pueril y sumido en la incultura, parecen sobrevivir al paso del tiempo. Por suerte, "El crimen de Cuenca" también lo hace, la incomodidad de sus imágenes aún a día de hoy, nos recuerda la importancia de memoria y denuncia.

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