Segunda parte de la nueva trilogía de terror de Netflix y ahora esto sí se empieza a poner bueno.

Retoma donde deja la anterior y los protagonistas van en busca de respuestas con la sobreviviente de una masacre similar en 1978, y acá, cual cuento antes de dormir, pasamos al flashback que nos ilustra todo. Ese verano se realizó un campamento donde, nuevamente, teníamos a los jóvenes de Shadyside y Sunnyvale en bandos separados. Qué te cuento que justo en la jornada en que se disponen los juegos nocturnos que los enfrentan en una guerra de mentiritas, aparece un psycho killer que los quiere hacer pomada.

Así como la primera entrega tomaba muchas cosas del slasher de los ‘90, ésta hace lo propio con la versión de los ‘70. Cuenta con una estética muy bien cuidada que recrea colores y vestuarios de la época, una ambientación típica como lo es un campamento de verano lleno de adolescentes imprudentes, la acción que ocurre toda en una misma noche, poca iluminación y un asesino extrañamente fuerte, aparentemente invencible y muy, pero muy despiadado, a lo Myers, a lo Jason.

Bueno, es que se cae de maduro la referencia a películas como Friday the 13th, incluso tiene cosas de la icónica Black Christmas, como el hecho de que sea un grupo de mujeres las que se enfrenten más directamente a esta amenaza, o la crueldad explícita de muchas escenas, dándole a este nuevo capítulo todo el gore que le faltaba al anterior, teniendo muchas más y mejores muertes.

Para finalizar con la comparación, la trama es mucho más convencional y sin demasiadas sorpresas, las actuaciones parecen un poco más creíbles (o agradables al menos) y conserva el fetiche del soundtrack contemporáneo, esta vez utilizado con más atino.

Se trata de un producto mucho más genérico y simple, pero a la vez más efectivo. Ha elevado la vara y deja una gran expectativa de cara a la resolución, que será un viaje a 1666 donde descubriremos el origen de la maldición.

Por fin llegó a nosotros la merecida película en solitario de la heroína de Marvel, para terminar de cerrar la Fase 3 del MCU (o dar paso a la 4).

Esta historia tiene lugar entre lo sucedido en Captain America: Civil War y Avengers: Infinity War. Natasha debe andar por el mundo en modo fugitiva y medio que sin comerla ni beberla se ve involucrada en un caso que la hace reencontrarse con su pasado, tanto personal como profesional. Esto va a dar paso a una doble trama, una de espionaje puro y duro, similar al estilo 007, en la cual deberá enfrentarse a su antiguo jefe, y otra que transita los pagos del drama familiar en pos de resolver viejos conflictos con sus afectos.

Como decía al principio, este personaje merecía su propia historia, lo que no sé es si ésta es la historia que merecía (sobre todo teniendo en cuenta que no podría ampliarse más). Tal vez se hayan generado demasiadas expectativas que resultaron difíciles de cumplir, porque si bien no es mala, parece dejar sabor a poco. Aún con su considerable duración, podrás sorprenderte a la mitad sin que todavía haya “pasado nada”, aunque no aburre.

La película se sostiene más que nada por la relación entre la protagonista y Yelena, interpretada muy bien por Florence Pugh que por momentos logra opacar a la propia Scarlett Johansson. Aunque un poco más seria que las demás, cuenta con todos los ingredientes de la franquicia, escenas de acción, CGI y su cuota de humor, en esta ocasión a cargo de Red Guardian (David Harbour) que lo han tomado como alivio cómico. Rachel Weisz completa el círculo familiar con un papel interesante en lo que a intriga se refiere. Y por último tenemos un villano, Taskmaster, del cual lo único interesante termina siendo su identidad, y hasta ahí nomás.

En definitiva es un film de persecución, en el cual lo que busca atraparla es su propio pasado. Cumple en darle un trasfondo personal, humano, al personaje, en diversificar la estelarización del género y sienta bases para un posible futuro en otras manos.

Amazon decidió salir con este típico blockbuster de ciencia ficción, con aliens y viajes en el tiempo incluidos. Fundamentalistas de las paradojas, abstenerse.

En la final del Mundial de Qatar de 2022 aparece de la nada, en medio de la cancha, un batallón de soldados que le comunica al mundo que vienen del futuro y que hay una raza alienígena que está acabando con la humanidad, así que quieren reclutar personas para llevarlos allá a pelear esta guerra. Entre estos voluntarios estará un ex militar que ahora es biólogo y profesor de secundaria. No mucho más que decir, salvo lo que ya esperamos, viajes en el tiempo, muchas batallas, rescates, cosas que se complican… etc.

A ver, gente dedicada al género, últimamente están sacando varias películas de estas y todas parecen tener el mismo problema, unos guiones super deficientes. No es que se les pida una rigurosidad científica tal que los viajes en el tiempo carezcan de paradojas (sería genial, pero difícil), pero por lo menos, en todo el resto de la historia, ¡a ponerle un poco de voluntad! Este film es un collage de un montón de escenas (llamémosle referencias) de clásicos del rubro sin ningún tipo de lógica interna o cohesión. Se encontrarán varias veces diciendo “¿pero por qué no habrá hecho tal cosa?” o maldiciendo porque muchas veces sacan conejos de la galera. Un desperdicio porque el argumento no está mal, de hecho hay algunas escenas que ilusionan porque dan para profundizar ciertos temas, pero que abandonan a los dos segundos.

Igual no es todo un desastre. Hay un par de gags que te sacan una sonrisa por complicidad, las actuaciones no están mal (lo malo es lo que les obligan a hacer/decir), más allá de varios personajes de relleno bastante estereotipados. Los efectos también están bastante bien en su mayoría, y el diseño de las criaturas extraterrestres me encantó. Las secuencias de acción están muy buenas, incluso hay alguna que otra batalla de proporciones casi épicas, y tal vez esto sea lo que mucha gente viene a buscar.

Un producto puramente de abstracción al que no hay que exigirle demasiadas explicaciones porque no las tiene. Eso sí, clichés le sobran.

El director vuelve a las historias de atracos, delincuentes y demás con este thriller de estilo noir ambientado en el Detroit de los años ‘50.

Un par de delincuentes comunachos, pero con sus problemitas a cuestas, son contratados para un laburo aparentemente sencillo, deben tomar de rehenes a una familia mientras se llevan al padre de la misma hasta su oficina para robar unos documentos. Obviamente algo saldrá mal, lo que iniciará una serie de enredos y destapes de olla que escalará hasta niveles altos del crimen organizado.

Este relato cuenta con un cuidado guion que funciona a modo de rompecabezas. Mientras en principio tenemos un reducido grupo de personajes con poca trascendencia (aunque sí popularidad) en su mundo, poco a poco la trama se va complicando, involucrando más y más gente y, proporcionalmente, más y más dinero y bardo. Requerirá de toda nuestra atención en los diálogos para tratar de ir descubriendo quién es quién en esta historia y cuáles son sus verdaderas intenciones, pues todo está muy bien camuflado, algo que nos mantiene en vilo y no deja de sorprendernos hasta el mismísimo final, siendo la última parte, obvio, donde más giros y mayor vértigo hay.

Es un gran acierto por parte de Soderbergh combinar la estética y estructura narrativa del cine negro con su particular estilo brusco de puesta de cámara y montaje para agilizarla, una fotografía que utiliza bastante el ojo de pez para focalizar y desorientar al mismo tiempo (incluso poniéndonos en lugar de “investigadores”), y algo “Coenezco” en sus personajes que por momentos aligeran el ambiente con un humor entre oscuro y absurdo. El elenco repleto de figuras se deja disfrutar por más pequeña que sea la aparición de algunas, pero es verdad que a veces deja con ganas de un poco más.

Una gran historia criminal, muy entretenida y por momentos divertida, pero que además deja entrever una visión más seria sobre los diferentes estratos de poder, la corrupción y la impunidad de sectores mejor acomodados.

Primera parte de esta trilogía de terror propuesta por Netflix, basada en las novelas de R. L. Stine.

Parece que en Ohio hay dos pueblitos vecinos bastante opuestos: Sunnyvale y Shadyside. Ya por el nombre podemos darnos cuenta que en uno va todo bien y en el otro pasan las peores cosas (Springfield y Shelbyville al extremo). Bueno, resulta que en Shady se empezaron a suceder una serie de asesinatos, que algunos lo toman como algo más, pero otros como parte de una maldición, y acá es donde entran en juego nuestros protagonistas, un grupete variado de adolescentes que se disponen a descubrir que hay detrás de todo esto y se las van a ver cada vez más fuleras.

En esta película predomina el slasher, pero en realidad es una combinación de varios estilos. Y si bien está repleta de homenajes, no deja de tener su sello propio. La referencia a Wes Craven está más que clara, sobre todo en ese prólogo muy a lo Scream, pero también hay bastante de Carpenter y su Mike Myers, por ejemplo, o cosas que nos recuerdan a esas producciones de terror de finales de los ‘90 como Blair Witch o The Haunting. Porque si bien el hilo de esta historia parece conducirse por los asesinatos de un enmascarado, no pierde oportunidad de incluir brujas, maldiciones y criaturas fantasmagóricas.

El guion está muy bien llevado y resuelve con originalidad algunas vueltas que el formato nos llevaría a lo previsible. Tal vez se le pueda achacar el hecho de querer incluir posturas sociales actuales, que aunque existían en su momento, estaban mucho más encubiertas. En cuanto a lo estético, si bien no maravilla, no hay nada por reprocharle; tanto decorado como vestuarios reflejan muy bien la época, así como la decisión de incluir en la fotografía esos colores fluorescentes tan característicos. Y la música, a pesar de haber escogido un soundtrack acorde, no parece estar utilizada de manera armoniosa.

Como resultado tenemos una entretenida pieza de terror, que gana más por nostalgia que por susto, pero que también deja un agradable sabor a la espera de su continuación (o precuela).