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España España · ALCALÁ DE HENARES
Críticas de Inaki Lancelot
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Críticas 156
Críticas ordenadas por utilidad
3
20 de marzo de 2009
53 de 75 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un joven tiene inquietudes literarias, quiere contar una historia. Se siente inspirado y vuelca en papel las ideas que le van surgiendo. Se va configurando el argumento a lo largo de las horas en que logra mantener su atención y su deseo.

Pronto reconoce dos problemas para continuar. El primero es que los hechos se le agolpan en su imaginación no necesariamente a la misma velocidad en que es capaz de escribir, ni tampoco con la cadencia que los hace comprensibles al eventual lector. Se da cuenta de que necesita una estructura previa en la que ir situándolos, como un guión o borrador. Va interiorizando que transmitir una historia requiere un esfuerzo.

El segundo tiene que ver con limitaciones físicas y sociales. Necesita dormir, descansar, incluso ir a trabajar. Abandona, por tanto, durante unas horas la atención a su relato. Cuando regresa ha estado atendiendo otras cuestiones que nada tienen que ver con aquel, y apenas reconoce lo que ya ha aparecido en la trama o lo que aún tiene pendiente. Incluso su estado de ánimo ha cambiado, tiene ahora más prisa y trufa su estilo de verbos mientras los adjetivos desaparecen…

Una película requiere un guión trabajado, repasado, en el que la historia fluya con naturalidad y los comportamientos de los personajes se expliquen por sí solos. Como una novela. En el film, además, habrá que desterrar los errores de montaje. Un personaje no puede llevar una camisa azul en el comienzo de una escena y verde en el final, aunque correspondan ambos momentos a diferentes días de rodaje.

Este tipo de errores puede darse en un director y un equipo que debutan en la tarea. Pero en un veterano, no.

“La vida que te espera” presenta buenas credenciales en su inicio. El paisaje cántabro es filmado primorosamente bello. La actuación de Juan Diego es una muestra más de su excelencia como actor. El tema desarrollado es interesante. El conflicto del cambio generacional entre padres e hijos, la cerrazón mental en determinados ámbitos, las luchas y odios entre vecinos…

Sin embargo, en un momento dado, la lógica se oscurece, los hechos se tornan deslavazados, los personajes actúan de forma absurda e inconexa con su conducta previa… como si todo hubiera sido escrito y rodado en días diferentes, por guionistas y directores diferentes que no se hablan entre sí.

Sesenta minutos prometedores que logran atraer la atención del espectador son dilapidados por cuarenta minutos en que uno quiere despertar de ese mal sueño y maldice las expectativas que ha ido asumiendo. El caramelo explota en la boca, incomprensiblemente.
Inaki Lancelot
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8
1 de noviembre de 2014
32 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Loreak» induce a la reflexión desde su aproximación lírica a nuestro mundo. Concebida por dos observadores sensibles que reparan en la belleza y extrañeza de gestos cotidianos. Capaces de definirnos al tiempo que señalan ciertas inconsistencias que nos rodean.

«Loreak» perturba a partir de su tempo narrativo, del acompañamiento musical, de los diálogos y de los silencios.

«Loreak» parece nacer de la contemplación. Miras, te miran. Beñat observa desde el cielo. Lourdes, desde la cabina del peaje. La cámara observa. El espectador se siente objeto de la curiosidad ajena.

En su segunda película como codirectores, rodada íntegramente en euskera, Garaño y Goenaga cuestionan qué forma parte de la intimidad y qué ha de compartirse, cuánto reales son los sentimientos.

Más al fondo, se preguntan qué constituye la identidad de la persona. El cuerpo, las pertenencias. Los recuerdos que guardan los demás. El afán posesivo. Las personas cuya conexión se establece a través de uno...

Para consolidar el mensaje han sido fundamentales la espléndida actuación de Nagore Aranburu, el gesto tenso de Itziar Ituño, la naturalidad de Itziar Aizpuru y Josean Bengoetxea. La música del reputado Pascal Gaigne. La aproximación nada turística a la bellísima provincia de Guipúzcoa.

«Loreak» también se manifiesta piadosa. Y muestra la falta de necesidad de que uno se fustigue por lo que no es capaz de hacer. Sea por falta de carácter o de habilidad.

Hace daño cuando recuerda la gravedad de dejar pasar el tiempo y cómo sólo dos años pueden resultar devastadores para un cuerpo o para una mente.

E insinúa el proyecto de un largometraje aún no realizado. Aquel que sitúe como protagonista a la cuidadora de un anciano. La Jaione que aquí interpreta Ane Gabarain, la desparejada a la que cantó Serrat en “La tieta”. No recuerdo ninguna película que lo apueste como personaje principal salvo, lateralmente, «Amador», de Fernando León, el gran director del cine social español.

«Loreak» no es cine social. Es cine sensible, personal. Intenso, emotivo. Que brilla por la estructura de su guión, por los cambios en los puntos de vista, por las relaciones establecidas entre los personajes, por sus encuadres y su puesta en escena.

La mejor película realizada en euskera que recuerdo.
Inaki Lancelot
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6
4 de enero de 2017
33 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las casi tres horas de este metraje contienen dos partes diferenciadas. En la primera observamos la llegada en pleno siglo XVII de dos jesuitas infiltrados en un Japón que sofoca los últimos rescoldos del cristianismo en el archipiélago. La recreación de la época es brillante: la humedad persistente, la dificultad de las comunicaciones y el transporte, … así como el sufrimiento de la población y sus condiciones de vida.

Una conclusión a la vista de lo relatado podría ser que la vida del momento era fea de ser experimentada. Y aquellos devotos sentían en lo relacionado con la muerte, apenas un cierto temor al momento del tránsito. Mitad por el mero instinto de supervivencia y mitad por los sufrimientos de los que serían víctimas en caso ser descubiertos.

En la segunda mitad, el objetivo se centra en el proceso inquisitorial soportado por el personaje central. Se incluyen muchas escenas discursivas y de intención trascendente. Frente al inicial, este segmento palidece, pues el ritmo decae excesivamente. Ello permite, sin embargo, que despunte el fantástico sentido del humor del inquisidor japonés, negro en ocasiones y siempre profundamente desapasionado y pragmático. En mi opinión, lo mejor de la película.

Aunque contenido, Scorsese deja detalles de su atracción hacia la violencia escatológica, con picoteo de alguna escena escabrosa que no cuaja en la lógica interna del relato, por la alternancia de comportamiento de sus personajes. Si quería denunciar la brutalidad del opresor, ha quedado a años luz del impacto emocional que causara aquella impresionante «Sorgo rojo», también relacionada con Japón, por cierto.

Parece que el director estadounidense, desea no tomar partido. Lo logra claramente con el “malo”, que es un personaje repleto de matices. Pragmático, irónico, inteligente y, uno quisiera decir tolerante, si no fuera porque sus actos lo niegan.

Respecto a los jesuitas, desde cuyo punto de vista observamos los hechos, refleja tanto su valerosidad y fidelidad a sus creencias, como sus razonables dudas. De hecho, la película incita a la discusión crítica respecto a varios temas. Como la ambivalencia de comportamiento de los padres, tolerantes para perdonar al fiel, inflexibles frente a los principios de otras religiones. Como la afirmación innegociable de que sólo la propia es la religión verdadera. Como la identificación que se hace entre el convencimiento y lo que más bien parece empecinamiento.

Finalmente, el personaje del Judas es, en mi opinión, un auténtico resbalón del guión. Sus apariciones terminan resultando involuntariamente cómicas a fuerza de increíbles, profundizando en la creación de ese personaje que no muere nunca aunque le caiga encima una tonelada y cuyas apariciones repentinas en escena, trufadas a lo largo de la acción, se justifican siempre en el mero azar. No es, no obstante, tan grave como ese ahogado que se suicida tomando la decisión de dejar de respirar.

En definitiva, un film abundante en medios, interesante y con la actuación sobresaliente de Issei Ogata.
Inaki Lancelot
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9
27 de diciembre de 2014
24 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tradición judaica conminaba a impedir que el leviatán, ese terrible monstruo marino, procreara. Pues en tal caso su pareja sería la reencarnación de la serpiente de Adán y Eva. Y entonces nada se le interpondría en la destrucción del mundo de los honestos.

En una playa del mar de Barents relumbra el esqueleto níveo de una ¿ballena? varada. Allí vive plácidamente la familia de Kolya, generación tras generación, en un lugar de belleza extrema.

El leviatán encontró descendencia y se halla ahora encarnado en la figura de un temible oligarca, alcalde de la población más cercana a la casa del protagonista, enfebrecido por la codicia inmobiliaria, sediento de despojar a Kolya de todo.

«Leviatán» es la cuarta película del aclamado director ruso Andrey Zvyagintsev y trata, en su historia grande, de la capacidad de destrucción de los poderosos. Razona sus tiempos de actuación, sus instrumentos y debilidades.

Pero si «Leviatán» es una película mayor, una de las mejores de 2014, es porque contiene también una historia pequeña que disecciona la relación familiar y social con una sagacidad apabullante.

El animal varado es por momentos metáfora del político Leviatán. Lo es de la mujer, atrapada en un papel que se le pretende secundario, sin elección, con la pata rota atada a la cama. Lo es del adolescente. Del mundo rural en vías de aplastamiento. Del abogado legalista. De un país que abandonó un régimen, del que preserva estatuas y tics de comportamientos sociales. De un mundo en el que el ansia de posesión y despojo crece críticamente.

Y aún no es suficiente. «Leviatán» es mayor, decía, porque las escenas duran exactamente lo que deben para que se desarrolle el argumento y para crear una impactante incertidumbre que hace ansiar la siguiente escena. Es decir, el ritmo adecuado dentro de un guión magnífico.

«Leviatán» cuenta con el armazón musical de un Philip Glass absorbente y clásico. Una luz y una fotografía hipnóticas. El color. El paisaje gris de la tundra, el blanco del calcio óseo, el azul marino. Una naturaleza y un océano grandiosos. Las actuaciones de un grupo de actores sensacionales, la belleza de Elena Lyadova.

«Leviatán» es contemporánea y ya clásica, íntima y épica en la lucha desarmada contra un enemigo muy superior, cautivadora y emocionante, poética y perturbadora.

Excelente.
Inaki Lancelot
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6
26 de enero de 2015
28 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Álvaro Fernández Armero regresa siete años después de su anterior película. Una demora inhabitual en su trayectoria hasta entonces, expresada en siete largometrajes (uno de ellos documental) en trece años.

Director de comedias y alguna película de terror, su producción ha coincidido con la explosión comercial de Emilio Martínez Lázaro, el gran triunfador de 2014 con «Ocho apellidos vascos», precedida por el binomio «El otro lado de la cama / Los dos lados de la cama».

Vienen a colación estas dos últimas comedias porque «Las ovejas no pierden el tren parece la continuación cronológica de aquellas. Si hasta este momento, Fernández Armero se decantaba hacia el público joven, urbanita, no mayor de los treinta, en pleno explosión física, profesional y afectiva, ahora los personajes muestran una crisis vital de madurez mal digerida.

Si la triunfadora dupla musical de Martínez Lázaro recogía con gran acierto el espíritu expansivo de la primera década del siglo XXI, esos locos años veinte en los que nos comíamos el mundo, en «Las ovejas no pierden el tren» los personajes viven muy por debajo de sus expectativas juveniles. Los escritores que fueron estrellas mediáticas ruegan por un contrato de plumilla y han perdido la inspiración, las mujeres escuchan el tictac de su reloj biológico, los padres envejecen y los antes incipientes empresarios ahora comparten coche o cierran el negocio. Y prácticamente todos muestran una necesidad de afecto incumplida.

Protagonizan Inma Cuesta y Raúl Arévalo, cuya actuación es el hilo conductor que sostiene el argumento. Logra al fin actuar en una comedia Candela Peña, como era su deseo. Destaca por su credibilidad siempre Alberto San Juan y sobresale la espontaneidad y la arrebatadora alegría juvenil de Irene Escolar. Asimismo, es un gusto reencontrarse con los ilustres Kivi Manver, Miguel Rellán, Petra Martínez y Mariano Venancio

La séptima ficción de Fernández Armero es una comedia agradable, blanca y sin aristas. Discurre suavemente y describe con gran precisión el estado emocional de nuestra actualidad.

En su conclusión, curiosamente, lo que nació como comedia urbana encuentra la solución en el mundo rural, en la fría Valdeprados de la provincia de Segovia. La salida, parece decir con cierta candidez, está en vivir del campo.
Inaki Lancelot
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