Si hay una película que define las angustias de la juventud del nuevo milenio y a la vez el nuevo cine independiente americano es sin duda esta. Especie de reverso tenebroso de “Regreso al futuro”, “Donnie Darko” es el perfecto contenedor de elementos de culto: su posmoderno tono adolescente, su naturaleza contracultural, su ambiente inquietante, sus sutiles referencias a la droga, su historia de amor al borde del precipicio existencial y su lectura crítica al fundamentalismo del gobierno americano.

“Donnie Darko” es una película con un toque muy siniestro que la hace irresistible, revulsiva, inteligente, perversa y profundamente americana, que ha tenido una influencia clarísima en títulos como “Primer”, “Coherence” o “Los cronocrímenes” (sobre todo en esa visión introspectiva que ofrece de la paradoja temporal.) A todo ello, los temas que acompañan al filme (gracias a las aportaciones de Tears for Fears, Duran Duran, Echo and the Bunnymen, entre otros) encajan a la perfección con su atmósfera enfermiza.

Comedia dramática en su mayor parte improvisada sobre un grupo de colegas que deciden fingir la perturbación mental en público. Las imágenes son fragmentos a base de bromas, relaciones difíciles, orgías, discusiones, entre los que se intercalan entrevistas a los protagonistas, tan desorientados como los demás. Escenas graciosas e incluso de suspense se entremezclan. La tesis del filme: cada uno es lo que pretende ser, los idiotas interiores reflejan verdades muy profundas y perturbadoras.

Carente por completo de la frescura de las piezas del director realizadas en la década anterior, "The Young Racers" resulta un filme tan escaso de enjundia como anquilosado y mediocre. Me explico: se trata de un melodrama que se toma como vulgar excusa genérica para desarrollar una película hueca en la que lo único que se destaca es la competición deportiva. Es evidente que lo que solamente le interesaba reflejar a Corman eran las secuencias de acción, dejando completamente al margen los engranajes argumentales de una historia que se intuye como un mero marco donde circunscribir el ambiente de la Fórmula 1.

Con un guion que desgrana una historia que un cierto ingenio sí que encierra por la desfachatez con que reformula nada menos que "Rashomon" en la Roma del momento (un hombre y una mujer se conocen en un parque y acuerdan ir primero a bailar y después al apartamento de él; desde entonces, se encadenan cuatro versiones de lo que pudo suceder, según las cuales la personalidad de los protagonistas es completamente distinta).

Si bien resumida de tal guisa parece que la película pudiera encerrar el antedicho ingenio irrespetuoso respecto al clásico de Kurosawa, sin embargo, su desarrollo es insulso y aburrido, pródigo además en escenas impresentables. Para empezar, la pareja estelar es la más floja de la filmografía de Bava; por parte masculina, el actor parece arrancado de cualquier fotonovela barata, de blandorro e insípido como resulta; por parte femenina, la actriz resulta torpe, inexpresiva y sin personalidad.

Como iba diciendo, el patente desagrado del realizador respecto al material que maneja se traduce en abulia técnico-narrativa (en una apatía que termina de malograr las posibilidades del irónico planteamiento, de por sí escasas). Siendo, pues, generosos, se salvan de la quema: el delirio psicodélico de la escenografía del apartamento; la banda sonora de "jazz"; ciertos ramalazos de humor cínico típicamente romano (se llega a decir "el amor es placer, dinero y éxito"); y por último, los insólitos títulos de crédito en animación, a base de mariposas policromadas.

Faústica reinvención de la literaria obra "El diablo cojuelo" de Luis Vélez de Guevara (aunque se adapta la novela "Bliss" de Peter Carey, quien se encargó asimismo del guion, junto al director) que lleva la sátira corrosiva social (y en este caso, familiar) a unos niveles de sangrante mala leche que no desmonta solo la institución familiar, sino que la tritura a conciencia mediante una parábola fantástica. El argumento parte de una premisa muy explotada que es aprovechada para arrasar malévolamente con las comedias bondadosas o dramas espirituales de los años 30 y 40, como su cara B y oscurísima.

El filme destroza pues ese optimismo y esa moralina que de manera inevitable acaba llevándolo todo hacia un almibarado "happy end". El fantasma asiste a lo que la muerte finalmente representa: el fin de la farsa que es la vida. Caen las máscaras de los vivos (y del muerto) y la causticidad de esta magnífica comedia (o tragicomedia) es la de desenmascararnos precisamente, y la de desenmascarar al cine más buenrollista.