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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 837
Críticas ordenadas por utilidad
10
24 de febrero de 2022
3 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando los grandes cineastas llevan a cabo un ejercicio de introspección y deciden narrar su infancia, siempre dan a luz obras maestras. Y el cine de los últimos tiempos se está cargando de razones para sostener esta tesis: “Belfast” es a la filmografía de Kenneth Branagh lo que “Licorice Pizza” a mi director favorito Paul Thomas Anderson, “Fue la mano de Dios” a Paolo Sorrentino, “Érase una vez en Hollywood” a Quentin Tarantino o “Dolor y gloria” a Pedro Almodóvar. Quiero decir que con todo esto que “Belfast” es una absoluta e incontestable obra maestra de Kenneth Branagh.

Desde que tengo uso de razón, existen tres conflictos que me han apasionado y captado toda mi atención: el irlandés, el vasco y el palestino. El único reproche que puedo achacar a una joya del cine de la dimensión de “Belfast” es que no entra en profundidad en dicho conflicto irlandés, sino que tan sólo se queda en la superficie del mismo como mero telón de fondo, como decorado agridulce de la preciosa historia iniciática que nos cuenta.

Rodada en un portentoso blanco y negro por un virtuoso de la dirección de fotografía como Haris Zambarloukos, con los mejores encuadres que haya visto en los últimos años en pantalla grande, con unos planos jugando magistralmente con la profundidad de campo donde siempre puedes contemplar varias escenas diferentes superpuestas, con unos cuidados reflejos en cristales, con un deseo expreso y confeso de trascender creando belleza estética, la película autobiográfica de Kenneth Branagh es una obra de arte colosal, un templo de la más exquisita caligrafía visual, una lección magistral sobre dónde colocar la cámara y para qué.

Y todo ello al servicio de una preciosa historia de iniciación de un trasunto del propio cineasta a sus 8 años llamado Buddy, perteneciente a una familia protestante que convive en la misma calle con varios vecinos católicos y que tratan de no mezclarse en la violenta e irracional sinrazón unionista inglesa que trata de exterminar a la minoría católica por las malas. El padre de Buddy trabaja en Inglaterra y sólo vuelve a casa de vez en cuando; la madre tiene que hacer frente al cuidado de sus dos hijos y de todas las deudas que se van acumulando; los abuelos son dos seres luminosos y encantadores que dan el toque más especial y dulce (en el mejor sentido del término) a la cinta; y, a todo esto, el niño conoce la desorientación de un primer amor infantil respecto a una compañera de clase.

La película oscila entre la ternura y la crudeza de una situación social muy conflictiva, aunque al colocar la perspectiva de la cámara y de la historia en primerísimos planos del niño, tiene mucho más de lo primero que de lo segundo. Sostenida a pulmón por el joven actor Jude Hill, al que la cámara sigue insistentemente a través de continuos primerísimos planos que el menor sostiene de forma magistral, destacan igualmente las interpretaciones de los abuelos encarnados, ni más ni menos, que por Judi Dench y Ciarán Hinds, natural también de Belfast. Ahí es nada.
Sergio Berbel
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10
9 de enero de 2022
2 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jane Campion conmocionó al planeta entero con “El piano”. La fuerza centrífuga con la que se construían argumento e imágenes nos impactó para siempre y, desde aquel momento, nunca hemos podido olvidarla. Es muy curioso lo que me estaba ocurriendo durante el visionado de “El poder del perro”, su último film. La estaba valorando relativamente por parecerme otra vuelta de tuerca sobre la misma historia de “El piano” y, sin embargo, arranca mi idolatría por ella en su segunda mitad, cuando abandona los caminos del western que presentía que iba a tomar para irse por otros derroteros que comenzaron a recordarme a los ambientes enrarecidos y malsanos del mejor drama psicológico de Paul Thomas Anderson en general y de “Pozos de ambición” en particular. Y entonces comprendí que Jane Campion se había superado a sí misma emulando al genio.

Porque la segunda mitad de la película no tiene nada que ver con la primera, porque se trata de una cinta que va de menos a más, porque crees estar viendo los mismos códigos de Campion hasta que el aroma a maldad rancia de la mejor tensión psicológica del dios Paul Thomas Anderson hace su acto de aparición. Incluso la música de Jonny Greenwood (no por casualidad músico de cabecera de Paul Thomas Anderson) crece en estridencia y disonancias en la segunda mitad, para subrayar ese tono enfermizo de las historias del mejor director en activo que existe para mí en todo el planeta, Paul Thomas Anderson.

La cinta arranca con la vida de dos hermanos que han hecho fortuna con el ganado en la Montana de 1925. Ambos magistralmente interpretados en un recital antológico por parte de los maravillosos Benedict Cumberbatch y el imprescindible en este tipo de papeles Jesse Plemons. Ambos las dos caras de la masculinidad, los dos tipos de hombres que pudieran existir. El primero (excelso Benedict Cumberbatch) es violento, pendenciero, maltratador nato de todo ser vivo que se acerca a él, homófobo como nadie, machista y misógino como el primero. En cambio, su hermano George (Jesse Plemons), que ha vivido a la sombra del primero desde siempre, es todo lo contrario: atento, sensible, servicial, caballeroso.

En el transcurso de una conducción de ganado por el Medio Oeste, ambos recalan para comer en el restaurante-pensión de una viuda, interpretada por la colosal Kirsten Dunst (que para mí siempre estará asociada a “Melancolía” de Lars Von Trier de por vida), y surge el amor entre el hermano sensible y la mujer solitaria tras el suicidio de su esposo. Ella cuenta además, como fruto de aquel matrimonio fatalmente disuelto, con un hijo adolescente claramente homosexual y afeminado. El conflicto familiar con el hermano homófobo está servido y destapará todo tipo de secretos inconfesables habidos en el seno de tan disfuncional familia.

Obviamente, este trío formado por los dos hermanos varones y una mujer, y complementado por un adolescente, era un eco expreso de “El piano” y hasta ese momento pensé que Jane Campion nos estaba ofreciendo a probar el mismo plato otra vez, incluso con la aparición de un piano de nuevo en este film, para que fuera más evidente. Pero… el espíritu de Paul Thomas Anderson (sí, vuelvo a citarlo de nuevo) se apodera de la historia, de la estética y de la música de la segunda mitad de la película y entonces la eleva hasta cotas épicas de tensión psicológica rayana con el terror en algunos momentos, como si de otra “La hija” de Manuel Martín Cuenca se tratase.

La fotografía de Ari Wegner es absolutamente espectacular y ojo al cameo en la parte final, incluso en un personaje sin diálogo, de Frances Conroy (la madre de los Fisher en Six Feet Under).
Sergio Berbel
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7
21 de enero de 2022
0 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Violation” no es una gran película, pero no cabe duda que sí que es meritoria: intentar imbuir un thriller cercano al terror de la estética y hasta del espíritu de Lars Von Trier requiere de mucho valor. Y se ve que los cineastas canadienses Dusty Mancinelli y Madeleine Sims-Fewer no andan escasos de ello cuando presentan un producto tan lejos de la brillantez pero tan atrevido como esta cinta.

Es una pena que determinados momentos no rematen de forma más dramática o que no se bucee más en la tragedia familiar evidentemente subyacente, pero es cierto que esta aproximación al terror pareciere que salida de las mismísimas entrañas del movimiento Dogma y con el aliento de Lars Von Trier permanentemente resoplando tras el cogote del espectador, lo cual significa que vale al menos el tiempo que hay que invertir en su visionado.

Desde la propia ambientación musical clásica y la partitura de Andrea Boccadoro ya se intuye lo danés que pretende ser este film canadiense, con una inquietantemente fría fotografía de Adam Crosby.

Nos narra la historia de Miriam (interpretada por la propia Madeleine Sims-Fewer), cuya relación sentimental está atravesando por un momento de enorme complejidad en el que su final no parece lejano, la cual va a pasar junto a su novio un fin de semana a la casa de campo de su hermana, felizmente casada. El cuñado y Miriam siempre han tenido una relación muy estrecha, quizás demasiado estrecha… A partir de ahí, y de una noche al calor de una fogata, comenzará a forjarse una terrible venganza.

Estamos ante un noir de autor, con mucha cámara al hombro y primerísimos planos como recurso narrativo principal, que sabe ser desagradable cuando corresponde e inquietante siempre, aunque finalmente es menos profunda de lo que pretende y cala mucho menos de lo que lo intenta.

Todo ello narrado en dos espacios temporales que se van alternando y que se explican y apoyan el uno en el otro para que el espectador se vaya haciendo una idea de todo lo soterrado que ese cuarteto de personajes esconden.
Sergio Berbel
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10
18 de noviembre de 2022
4 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
En las escuelas de cine debería mostrarse “Sintiéndolo mucho” de Fernando León de Aranoa como paradigma del documental crudo y real sin veleidad hagiográfica alguna. Con una sinceridad aplastante, Joaquín Sabina se muestra a sí mismo como objeto de estudio para que uno de los cineastas más importantes de la historia de nuestro cine, Fernando León de Aranoa, lo diseccione descarnadamente sin piedad y muestre lo excelso y lo malo de una figura rotunda sin la que sería imposible comprender la cultura de este Estado.

León de Aranoa ha acompañado al genio andaluz durante la friolera de 13 años cámara en mano, persiguiéndolo para mostrarnos la dureza de las horas previas a un concierto multitudinario, las intimidades domésticas con Jimena, la desnudez del mito cuando se muestra tristemente humano, su vicio permanente con el tabaco o el alcohol, las tristezas acumuladas y las cuentas pendientes por saldar. 13 años colándose en la intimidad más estricta de Sabina daban para mucho. Y León de Aranoa lo aprovecha como nadie, porque para eso es el más listo de la clase.

Dejando al margen narraciones cronológicas, Fernando León de Aranoa nos va mostrando a lo largo de sus dos efímeras horas de documental, que parecen durar un suspiro, quién es Joaquín Sabina y por qué es como es a través de una sucesión, mucho más ordenada de lo que aparenta a simple vista, de temáticas sabinianas. Por la película desfilan sus imprescindibles, desde Pancho Varona hasta Benjamín Prado, y se hace especial hincapié en la otra figura paradigmática de la música autoral en castellano, Joan Manuel Serrat, que protagoniza el arranque del film.

Todo el imaginario sabiniano aparecen en esta magna obra: su pasión por México, por los mariachis, por José Alfredo, por Chavela Vargas, por el tequila y las noches eternas, por la cocaína que lo ayudó a parir uno de los mejores trabajos discográficos que se hayan editado nunca y que se titula “19 días y 500 noches”, por su pasión taurina y su amistad profunda con José Tomás, por una Almudena Grandes que aparece entre sus fotos más queridas, por un pasado de infancia en Úbeda del que prefiere no recordar detalles, por un padre Comisario de Policía que fue castigado por el destino con el hijo más díscolo posible, por una búsqueda de las raíces en la madurez, por su admiración por Bob Dylan…

Obra magna e imprescindible, otra genialidad de un cineasta superdotado, Fernando León de Aranoa, que para mí es el autor de la mejor película de la historia de nuestro cine: “Los lunes al sol”.
Sergio Berbel
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10
1 de febrero de 2022
11 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Mediterráneo” de Marcel Barrena es una película tan maravillosa y necesaria como la figura de la que nos habla: Óscar Camps, el fundador de Open Arms. Imprescindible porque tanto la película como el hercúleo personaje sobre el que versa sólo piensan en salvar vidas; pero también, de paso, en cambiar las nuestras y romper nuestros angostos esquemas de pensamiento.

La obra maestra de Marcel Barrena logra lo mismo que el propio Óscar Camps: arrancarnos violentamente de un tirón la venda que voluntariamente nos hemos puesto en los ojos todos los ciudadanos de la UE para mostrarnos el crimen de lesa humanidad, el auténtico genocidio por omisión, que estamos perpetrando en un Mediterráneo ahíto de cuerpos humanos ahogados, paradójicamente intentando salvar la vida.

Los europeos hemos decidido ser sordos, ciegos y desconocedores de la ley, hemos externalizado el tratamiento de las migraciones dando dinero a dudosos gobiernos para que “controlen” las fronteras y hemos dejado a los seres humanos morir en nuestras costas impertérritos, sin que movamos un dedo para evitarlo o nos importe lo más mínimo.

A mí me embelesa la película de Marcel Barrena como me embelesa la figura de Óscar Camps, uno de los más grandes personajes mundiales del siglo XXI al que le he escuchado decir cosas que para mí ya son míticas (recomiendo a todo el mundo la entrevista colgada en Youtube que el gran Aimar Bretos hizo en la Cadena SER a Óscar Camps el 15 de Agosto de 2019, porque no he vuelto a escuchar nunca nada igual). Allí escuché a Camps decir que no le importaba que lo tomaran por un delincuente o pudiera terminar preso porque “De la prisión se sale, del fondo del mar no”. O cuando afirmó que “La legalidad internacional y marítima la cumplimos nosotros, son los gobiernos los de la UE los que se la saltan a la torera”.

La película es muy fiel al espíritu del enorme personaje del que nos habla mientras nos cuenta los orígenes de la imprescindible Open Arms, que llevó la solidaridad con los migrantes desde Badalona hasta Lesbos y más allá. Un Camps interpretado por Eduard Fernández de una forma prodigiosa, convirtiéndose en él mismo con un mimetismo gestual soberbio, pero no vamos a descubrir ahora la magnitud interpretativa de Eduard Fernández.

Inmensa también, como siempre, una Anna Castillo cada día mejor interpretado a Esther Camps, la hija del fundador de Open Arms. Anna Castillo es la actriz que más y mejor ha evolucionado delante de la cámara, que ha pasado de ser una simple dudosa promesa a convertirse en un rostro necesario en nuestro cine y a la que cada día idolatro más y más.

También espléndido Dani Rovira como Gerard, el amigo inseparable de Óscar Camps y cofundador e Open Arms. Y un siempre solvente Sergi López como el jefe de la empresa donde trabaja Camps en Catalunya.

La dirección de Marcel Barrena es espléndida, sabiendo conjugar en todo momento tiempos y montajes acordes a los mismos, con una solvencia y una producción totalmente impecable. Un profesional que deja hacer a su superdotado elenco de actores y que empuja la trama en lugar de obstaculizarla con ninguna pretensión de destacar.
Sergio Berbel
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