Haz click aquí para copiar la URL
Críticas de Sergio Berbel
Críticas 839
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
21 de agosto de 2020
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi regreso a una sala de cine anoche después de todo lo acaecido no pudo resultar más glorioso. Ni en mis mejores sueños me hubiera imaginado pisando de nuevo el Madrigal para ver una cinta del nivel de “Papicha, sueños de libertad”, ópera prima de la argelina Mounia Meddour, una absoluta OBRA MAESTRA que continua e incide en la línea comenzada por mi novia Sofia Coppola en “Las vírgenes suicidas” y que se prolongara con “Mustang” de la turca Deniz Gamze Ergüven. Cine de mujeres sobre mujeres, que son las que tienen que dar voz y alma a las historias de mujeres sometidas a regímenes asfixiantes (sea por el puritanismo ultracristiano en el primero de los supuestos, sea por los excesos del Islam espantosamente entendido en los segundos).

Esta obra maestra argelina es deudora confesa y expresa de ambas cintas y ha sabido acoger lo mejor y más sublime de “Las vírgenes suicidas” y “Mustang”, piedras capitales de nuestro tiempo. Pero la cinta de Mounia Meddour tiene un plus, un intangible que la eleva de forma estratosférica: contar con la interpretación de una diosa llamada Lyna Khoudri, una joven actriz argelina sobre la que gravita todo el peso del metraje y la credibilidad de esta absoluta obra maestra y que ella sostiene con la pulcritud, credibilidad, hondura, sensibilidad, coherencia, valentía y belleza que derrocha desde que aparece en el primer plano de la cinta hasta que la cierra, un fenómeno extraterrestre de la interpretación del que es absolutamente imposible no terminar enamorado al final de la proyección, aunque sea tras la mascarilla. Lyna Khoudri no es de este mundo y es el ingrediente secreto perfecto que acaba de rematar el guiso histórico que resulta ser “Papicha, sueños de libertad”.

La cinta nos cuenta la forma de intentar vivir de forma libre, abierta, europeizada y desenfadada de cuatro adolescentes argelinas en la difícil década de los 90 en Argelia, en la peor de las tesituras posibles: haber tenido la posibilidad de catar la libertad y comenzar a ser recluidas por un fundamentalismo islamista absolutamente despreciable que condena a la mujer a ser un objeto más del ajuar doméstico. No se me ocurre pesadilla peor que la de estas chicas: porque no es lo mismo haber nacido esclava que haber disfrutado de la libertad para acabar perdiéndola después.

La cinta es modélica en el relato de ese descenso a los infiernos, siempre creíble, duro pero sin cargar las tintas, tenso, verista, contundente y violento cuando hay que serlo. Las risas y ansias de libertad adolescentes quieren ser segadas de raíz por ser mujeres, y ellas no están dispuestas a consentirlo, sobre todo la más soñadora, emprendedora, atrevida, independiente y feminista de todas ellas, Nedjma, una chica que sueña con ser diseñadora de moda y de la que es tan imposible no enamorarse como de la actriz que le presta su cuerpo, Lyna Khoudri, un torbellino de cualidades que hacen que una mujer deslumbre más que el sol y que se convierta en el centro de cualquiera. Nedjma es un personaje que jamás va a salir de tu vida una vez que ha accedido a ella, como ocurre con “Lady Bird” de Greta Gerwig.

Esta película es tan gloriosa como gozosa, tan divertida como trágica, tan dulce como violenta, tan insoportablemente real como la vida misma. Y asfixia. Asfixia al nivel de “La trinchera infinita”, con la que tienen conexiones implícitas no expresas pero sí tácitas. Pero tiene además detrás a una directora que sabe muy bien lo que hace y que maneja los resortes de la narración como pocas. Mounia Meddour nos deja dos escenas violentas, jugando con el silencio, de esas que no vas a olvidar en toda tu vida una vez vistas, dos golpes secos que te van a dejar sin respiración.

Su estilo casi documental de cámara al hombro y primeros planos, dejando que sean sus espectaculares actrices las únicas reinas de la función, le otorgan una sinceridad y credibilidad apabullantes y convierten a esta cinta en imprescindible.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sergio Berbel
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
19 de agosto de 2020
Sé el primero en valorar esta crítica
“Parking” no es una gran película, es una cinta para pasar el rato, pero es entretenimiento con sustancia, con implicación, hecha con ganas. Por supuesto que no trasciende ni deja huella, pero las casi dos horas que estás delante de ella funciona porque es honesta y bienintencionada, lo cual no es poco.

Y, sobre todo, parte de una premisa que la hace respetable y necesaria en estos tiempos que corren: contarnos que los migrantes que explotamos en trabajos basura como si fueran esclavos también tienen vidas, sentimientos, ilusiones, sueños frustrados y capacidad artística e intelectual. En definitiva, que son tan personas como nosotros, aunque a veces algunos quieran hacernos creer lo contrario o lograr que desviemos la mirada hacia otro lado.

Obviamente, si te quieres acercar desde el cine actual al fenómeno migratorio, te recomendaré muchísimo más “Adú” de Salvador Calvo, una obra maestra tan definitiva en tantos aspectos que resulta infinita y omnímodamente superior, pero “Parking” no debes desecharla, porque es cine modesto, honesto desde las entrañas. Una pena que, en un momento dado, deje atrás el tema del desarraigo para entrar en la dinámica del thriller, y ahí es donde pierde enteros la trama.

Se trata de la historia de un chico rumano poeta que sobrevive por un salario de miseria como vigilante de un parking de un turbio cordobés con negocios extraños. Un buen día, conoce a la bajista de un grupo sin suerte y se enamora de ella. A partir de ahí, nada va a ser fácil cuando la miseria anda suelta.

Película sin grandes pretensiones que vive de la entrega de su magnífico elenco actoral, entre las que brillan con luz propia Belén Cuesta interpretando a un personaje con mil dobleces fantástico (lo de esta chica es un crescendo continuo sin límites) y la gran Ariadna Gil como novia del “jefe”, como siempre destacable allá donde aparezca.

Aunque algunos momentos de su guión sea previsible, aunque la dirección no acabe de hacerse notar con la fuerza que requiriese, aunque haya algunos problemas de sonido que dificulta el seguimiento de algunos diálogos, aunque su final no sea el que un buen cinéfilo espera (dicho sea de paso, con la Ley de Enjuiciamiento Criminal sería imposible), “Parking” es una película que se hace respetar y que debe ser respetada.
Sergio Berbel
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
19 de agosto de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ha vuelto a ocurrir. El equipo capaz de lograr con “Para Elisa” una vuelta de tuerca al género de terror otorgándole solidez y originalidad, lo consigue igualmente por la puerta grande con el thriller de atmósfera enrarecida y algún tono terrorífico en “Rocambola”, que igualmente acaba siendo otra pieza de cámara que funciona con la precisión de un reloj suizo (de oro, en este caso).

Juanra Fernández crea un artefacto adictivo en torno al inoportuno robo de una casa de campo a través del que despliega la “Divina Comedia” de Dante (así se llama su coprotagonista, no casualmente) dividida en tres actos: Paraíso, Purgatorio e Infierno. Y créeme que cuando habla de infierno es absolutamente literal sin exageración alguna.

Pero la sorprendente cinta no quiere parar con semejante referencia en torno a la que alambicarse, sino que guarda sorpresas para el cinéfilo más exigente mediante expresos homenajes cargados de gloria a “El resplandor” de Stanley Kubrick (durante unos gozosos cinco minutos de paraíso cinéfilo en un remedo castellano del Overlook) e incluso a “La lista de Schindler” (esa forma de vestirse del protagonista ante el espejo sonando música de época está perfectamente medida e intencionalmente marcada).

Una fiesta para los sentidos y la tensión agarrados al brazo del sillón que gravita alrededor de un Juan Diego Botto perfilando uno de los malos más malos entre los malos visto en los últimos tiempos, un Jan Cornet siempre perturbador e impredecible (Almodóvar lo encasilló maravillosamente en esa ambigüedad mediante su participación histórica en “La piel que habito”) y una sufridora Sheila Ponce que es golpeada, arrastrada, colgada o disparada con una profesionalidad encomiable, sufridora nata en pantalla que merecería algún momento de descanso en alguna película para variar.

La historia, sencilla en su planteamiento pero alambicada e intensa en su desarrollo, nos cuenta la llegada a una casa presuntamente vacía de un ladrón a la búsqueda de la caja fuerte. Sin embargo, en la casa se encuentra con unos personajes bastantes más peligrosos y delincuentes que él, y la espiral de violencia comienza a girar sin remedio alrededor de la locura de Juan Diego Botto, un ser nacido sin piedad ni empatía alguna, la más peligrosa de las víctimas de robo posibles.

Todo ello repitiendo el minimalismo de medios y el derroche ambicioso de inteligencia de “Para Elisa”, su obra previa. A destacar muy especialmente la escena de arranque de la cinta, de un virtuosismo formal arrebatador a través de las calles de Cuenca y que despunta por vocación propia. Y su final, claro, porque todo infierno esconde su redención. Sin dejar atrás la impagable conversación con la cartera de Correos, un contrapunto irónicamente modélico ante la insoportable tensión de la trama.
Sergio Berbel
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
10
18 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozco ab initio que soy un idólatra de Allen un tanto peculiar por haberse fraguado fama mundial como autor de comedias, y adorarlo yo especialmente en esa otra vertiente suya menos conocida del drama bergmaniano. Discípulo expreso de Ingmar Bergman, “September” es una de esas películas con aroma a Chéjov de Woody Allen que no dejan respiro al espectador por la tristeza nihilista absoluta que rezuman en cada diálogo, en cada personaje, en cada situación.

“September” es un drama demoledor que se desarrolla sin sacar la cámara en ningún momento de una casa de verano, prácticamente en una única habitación, donde seis personajes pasean su amargura insondable y su falta de fe en cualquier tipo de futuro. La protagonista, copropietaria de la casa junto con su madre por herencia, ha vivido un curso que ya toca a su fin refugiada en la casa tras un intento de suicidio; está enamorada de un joven escritor que habita en una habitación como inquilino, pero que realmente está interesado en la amiga de la protagonista. Mientras tanto, un habitante mayor del pueblo se ha convertido en asiduo en la casa porque está perdidamente enamorado de su propietaria, aún a sabiendas de que la diferencia de edad lo convierte en algo totalmente imposible, simplemente por ese único motivo. En la casa también está la egocéntrica madre de la protagonista con su actual pareja. La mezcla de todos ellos hace presagiar una tragedia tan inminente como insondable.

Drama seco, rodado con ampulosidad y elegancia en los movimientos de cámara, con un ambiente de jazz continuo que encaja perfectamente con ese momento lánguido del final del verano bellamente fotografiado en tonos dorados, cuando las tormentas hacen presagiar el otoño que se acerca sigiloso, la tristeza inunda la pantalla y la falta de esperanzas asola el páramo que es la vida. Y nadie como Woody Allen para reflejarlo a través de certeras citas y reflexiones brillantes y desasosegantes.

Todo ello sostenido por un elenco actoral de primera magnitud en su mejor momento: Mia Farrow como la desesperada protagonista, Sam Waterstone como el joven escritor, Dianne Wiest como la amiga a la que el escritor persigue, Jack Warden como el dueño de un terrible amor otoñal no correspondido, Elaine Stritch como una madre castradora ingobernable… Cine en estado de magia con una conclusión clara y diáfana puesta en boca de uno de sus protagonistas: “El universo es fortuito, moralmente neutro e increíblemente violento.”
Sergio Berbel
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
18 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película menor de Woody Allen, pero película de Woody Allen al fin y al cabo (no se pueden exigir obras maestras a un cineasta irreductible que estrena todos los años sin falta). Una película que sestea con un Allen con el piloto automático puesto durante su primera mitad de historia banal e imágenes de postal turística de la capital de Catalunya, hasta que en su segunda parte irrumpe con fuerza (nunca mejor dicho) el personaje de Penélope Cruz, María Elena, y de pronto todo despierta, cobra interés y se vuelve infinitamente más divertido.

Allen nos lleva en su primera mitad por demasiados lugares comunes a través de la aventura de dos jóvenes norteamericanas, Vicky (magnífica Rebecca Hall) y Cristina (impresionante Scarlett Johansson, que venía de deslumbrar al mundo de la mano del propio Allen en “Match Point”), que van a pasar un verano en Barcelona. Allí conocerán a Juan Antonio (ese monstruo de la interpretación superdotado conocido por el nombre humano de Javier Bardem que eleva todo lo que toca con su portentosa capacidad) y la historia comenzará a complicarse.

Nada sorprende ni es especialmente imaginativo dentro del universo de Woody Allen en esta cinta hasta que aparece la ex mujer de Juan Antonio, María Elena, una artista desequilibrada mentalmente que gira absolutamente la película y es quien le otorga trascendencia. Realmente no es sólo que el personaje esté muy bien escrito en el guión por Woody Allen, es que Penélope Cruz despliega un volcánico recital interpretativo que sostiene la película y la hace trascender de la dulzura anodina por la que discurría. Ella ES la película y la misma gira alrededor suya. Una lección magistral a medio camino entre el castellano y el inglés soberbia y apabullante. Su Oscar a la Mejor Actriz de Reparto no pudo ser más merecido e incontestable, porque lo suyo en esta cinta es absolutamente estratosférico y vital para la subsistencia de la misma.

Lo demás lo pone la belleza natural de Barcelona, una de las ciudades más espectaculares del planeta, y la dirección de fotografía exquisita de Javier Aguirresarobe, un genio mundial en su especialidad que, en su encuentro con Woody Allen, han sabido siempre sublimar la belleza plástica del cine.

Eso sí, verla doblada debería estar tipificado en el Código Penal porque, más allá de que el doblaje sea infame, se pierde toda la gracia del salto de idiomas en las impagables peleas entre Javier Bardem y Penélope Cruz, lo mejor de la cinta con diferencia.
Sergio Berbel
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow