Muy entretenida película, pero cuyo bajo presupuesto parece afectar tanto a los acartonados efectos especiales como al descuidado hilvanado de la historia en la que las improvisaciones y las mudanzas más que recursos narrativos se antojan comodines para para que la historia encaje, lo que termina por revelar la flaqueza del guion.

El asunto por recurrente no es menos atractivo y sugerente: el juego de incertidumbre, de sospecha y ambigüedad que suscita el personaje del doble, en este caso del suplantador. Pero en "This side of the law", el planteamiento, en busca del dramatismo, retuerce tanto la peripecia que desemboca en un melodramatismo que peca de ingenuidad.

El tema del doble en el cine, desde "El estudiante de Praga" (1913) hasta "Matrix" (1999) pasando por "Persona" (1966), ha sido objeto de un tratamiento mistérico, a veces inquietante (salvo en sus tratamientos cómicos, por ejemplo "Sopa de ganso" (1933) al jugar con la dimensión de alteridad y desdoblamiento que permite a la persona crear espejos y espejismo con los que confundir y ejercer un apoderamiento del otro. Un apoderamiento que es fundamentalmente de orden psicológico, antes que basado en el parecido, y por tanto sutil, subjetivo, sinestésico.

En este caso, el guion se decanta por el facilismo que juega con lo burdo del parecido y la candidez de una trama vodevilesca que dañan en conjunto la credibilidad del film.
Entretenida y olvidable.

El último plano es bueno, pero el resto no está a la altura, Pase que parezca estar hecha de recortes, que los protagonistas hagan de ellos mismos, que las noches sean más falsas que las joyas y que ni siquiera el exotismo ambiental sea chic, pero lo irremediable es que Brahm no le imprima ritmo y la película transcurra mortecina con una trama rutinaria donde los actores y sus personajes se muestran desganados. Ya es difícil no acertar con un tándem como Murray-Gadner pero la cinta lo consigue. A Ava Gardner la sientas en una mesa (Forajidos) y Fred McMurray se desangra al final (Perdición/La casa 322) y ya tienes media película, pero los designios del Cine son indescifrables y el ladrón y la amnésica no generan el galvanismo que le conocemos con otras parejas en otras peripecias, pero así es cuando la puesta en escena no puede con una historia remedada y espuria. Acaso le queda el consuelo de que su remake de 1957 fue peor.

Película completamente sobrevalorada que no rebasa las exigencias de un telefilm discreto, pese a su corrección en el plano de la realización e interpretación, donde, por cierto, la indefinición de roles y carácter de la mayoría de los personajes los convierte en prescindibles, a tal punto que el título podría redefinirse en “Caída y ascenso de Éloise”.

La historia responde al cliché Ilusión-Revés-Frustración-Negación-Aceptación-Superación, con más registros histeriformes que dramáticos atribuibles, precisamente, a la vaguedad del elenco que rodea a la protagonista y a un guion que insinúa tramas que se diluyen sin continuidad o salida. Los apuntes esbozados acerca de la infidelidad, de la homosexualidad, de la culpabilidad quedan como flecos sueltos sin contar la total ausencia de emoción y chispa en el enamoramiento de la pareja central.

Esta vaguedad que impregna el conjunto argumental se adereza, venga o no a cuento, con unas gotas de empoderamiento y mucha gastronomía de la tierra (francesa) que ni siquiera pueden disimular que son el relleno de un 50% de metraje donde no pasa nada.

Si después de los pestiños de La favorita (2018) y de Retrato de una mujer en llamas(2019), entre otros, contemplamos La ruiseñora podríamos preguntarnos si es ese el rumbo que ha tomado el cine de género, por llamar de alguna manera, a una cinematografía que para la reivindicación y el empoderamiento mujeril ha elegido las formas del tremendismo engalanado de astracán contadas en excesos de metraje cuyos argumentos no dan para más de 90 minutos, el resto se reparte entre tengo que contar algo pero no sé cómo y un prurito por el preciosismo gratuito y cargante que suele terminar por desinflar la película e inflar al espectador.
Cine manifestante, revoltillo de reivindicación indigenista con blacklife matter y heteropatriarcado que Jennifer Kent ambienta en el genocidio de los aborígenes tasmanos en una historia en la que a Jennifer se le va la mano en el parcialismo y sobre todo en la truculencia -se ve que tomó nota como ayudante de dirección en Dogville (2000)-
Pero el mensaje se impone a costa del tempo, del racord y la verosimilitud argumental con el resultado de una peripecia cuya credibilidad se asemeja a las películas de aventuras, serie B, años 50.
En definitiva, excesiva en el metraje, en el mensaje que desea transmitir, en su parcialidad y en una crudeza inversa a la credibilidad que ofrecen las interpretaciones. El 5 valga por la labor técnica: está bien filmada y fotografiada
Álvaro.

Que los caminos del Señor son inescrutables lo sabíamos desde Isaías, ahora sabemos que las puntuaciones de Filmaffinity también. La sobrevaloración de este melodrama-pastel nos pone en un apuro a la hora de calificar las obras maestras del género como, por ejemplo, Obsesión (Stahl, 1935; Sirk, 1954) con la que Always guarda algo más que parecido. Si bien la esencia del melodrama (¡qué cine no lo es!) estriba en la manipulación de las emociones, la sobriedad de rodaje, de argumento y de guión del melodrama clásico contrasta con la puesta en escena anime de este melindre coreano: exageración de los caracteres (los malos, malisimos; los buenos, buenísimos) y patetismo interpretativo (ojos como platos, rictus, temblor y estupefacción) y diálogos de Candy Candy. Ejercicio de baremación: comparada con La heredera (1949), Alma en suplicio (1945) o Nubes flotantes (1955), a lo más no pasa de un 5 o un 6.