Cuando el slasher cambia de bando y se refugia en el secuestro.

El juego que nos plantea el director en "El asesino de la caja de herramientas" es descubrir el lado más aterrador de la mente de un psicópata. Del serial asesino del comienzo, donde el impacto visual es el reclamo para la diversión, pasamos al retorcido ambiente del secuestro malsano, donde podremos ver de una forma más intimista la locura de un personaje trastornado por el shock.

Dos partes bien diferenciadas con varios elementos en común y que podría justificar el sinsentido de un personaje que disfruta con el sufrimiento ajeno. Si bien en la parte inicial disfrutamos con inútiles huidas sangrientas, en la segunda parte del metraje somos testigos de revelaciones más profundas y desnudas de un personaje que anteriormente se nos mostraba enterrado en el anonimato.

Destacar el "tour de force" entre Cameron Mitchell y Pamelyn Ferdin. Es curiosa la propuesta de personajes y cómo reparten responsabilidades dentro de la obra. Mención especial a Ferdin en su impresionante actuación (y última).

Dennis Donnelly crea esta cinta de terror bajo la estela de la ópera prima de Hooper y la maquilla sin máscaras físicas. Tobe quiso hacer lo mismo con ésta y no resultó tan satisfactoria.

La triste y bonita historia de dos almas necesitadas. La soledad asfixia en un entorno hostil que devora sin remordimiento.

Una cinta lenta y contemplativa que elimina ciertas obviedades ante la cámara y genera elipsis tan bellas como silenciosas. Se avanza despacio, pero firme, en una trama de amor involuntario y simbiosis existencial.

Pasearemos por la obra agarrados a la idea de desamparo y debilidad de personajes como Kenji y nos equivocaremos. Lo que el personaje esconde es de tal peso que se convertirá en un deseo más de curiosidad. Ratanaruang nos deja interpretar las situaciones como gente madura. Nos muestra pinceladas del día a día en una relación de personajes opuestos entre sí, pero necesitados el uno del otro. No se fuerzan situaciones. La naturalidad con la que suceden los acontecimientos son de una sutileza pasmosa. La evolución de los personajes es entrañable y en ocasiones melancólica. Acabaremos viendo a Kenji derrivar una pila de libros de una patada o a Noi apreciar un paseo marítimo y disfrutar del momento.

Es paradójico que el suicidio tan presente en la cinta sea algo que contraste con la necesidad de no dejarse en manos ajenas. El abandono debe ser voluntario. Como una firma en la esquina de un cuadro o una marca de agua en una foto.

La estricta disciplina, recta y cuadriculada, casi obsesiva del japones, es la salvación de alguien que vive en el caos. Tanto desorden acumulado impide ver la salida del sitio mas aterrador que se conoce, la vida. De ahí la necesidad mutua de dos personajes perdidos en un mundo que los ahoga.

Una bonita historia de destinos cruzados y almas resucitadas.

En el nombre del "divino" que vela por nosotros. Legado, pecados y penitencias. Balanza responsable y bastones de rectitud.

Las míseras consecuencias la hipocresía. Duda. Futuros presentes y pasados futuros. Verdugo impasible ante ruegos seductores. Besando pies, ocultando vergüenzas. Algo muere y no es material. Peso de carga, océano en calma... Tormentas en el alma.

Lanthimos vuelve a ser cruel con el sistema. Se ríe del cinismo con su sonrisa más terrorífica. Confecciona planos laberínticos y geométricas composiciones donde vagan sus personajes. El sacrificio de un ciervo sagrado es un disparo a la conciencia del deshonesto. Un derrumbe de principios maquillados con sombras que delatan la triste lucha del egoísmo. Un baile de lágrimas con vergüenza y culpa.

Magnífica.

Hipocresías sociales aniquilando sentimientos. Mecánica inerte y vacío personal. Miedos reprimidos, sueños impostados.

La menos incómoda de su filmografía. La más limpia. Destila cinismo y equilibra géneros. Con melodía escalofriante.

Una joya.

Denuncias biográficas con artificio. Respetando brochazos de identidad, descuidando su cadencia. Naufragando en su legado. Sintiendo cercana la ausencia...

Extraña y pesada. Una obra de indiscutible valor. Autoría distorsionada. Espectáculo inacabado, ahogado en el mismo mar de metraje del que nace.