El director J.L. Garci, al que los amantes del cine debemos agradecer su loable empeño en la divulgación del cine clásico (cine clásico generalmente proscrito de las basurientas cadenas privadas) propone en ocasiones ciertas películas desconocidas del gran publico (y seguramente también del cinéfilo medio) con el bienintencionado propósito de rehabilitarlas al estar “injustamente olvidadas”.

Sin embargo, la poco conocida “El crimen de la calle bordadores” del hoy seguramente olvidado por el gran público Edgar Neville no creo que merezca la rehabilitación reclamada por el entusiasta director.

De momento la película lleva de serie un lastre que me obliga a quitarla varios puntos: una paupérrima toma de sonido, que hace inaudibles muchas de las secuencias, sobre todo aquellas (y son numerosas) en la que reina omnipresente una música “ratonera” o que se desarrolla en castizas verbenas o en saraos diversos.

“El crimen..”es una película que parece mas una zarzuela no solo por los vestuarios y ambientación, sino por lo inocente del guión (del propio Neville), por los diálogos de los personajes pronunciados con ese molesto deje chulapón madrileño (yo como madrileño siempre me he preguntado si es cierto que nuestros abuelos hablaban así) y por la abundante escenas musicales que salpican toda la película (escenas algunas de ellas desvinculadas totalmente de la narración y puestas ahí porque sí; véase la larguísima escena del tablao en donde unos parroquianos escuchan con lelo arrobo al cantaor, escena durante la cual uno de los asistentes pronuncia una frase que oída hoy envejece si cabe aun mas la película “¡que tendrá el flamenco que gusta a todo los españoles!”). Ahí queda eso, maestro.

La repetición de la escena del asesinato al principio y final de la película desde diversos ángulos (en este ultimo caso para desvelar finalmente la identidad del asesino) es sin embargo un recurso eficaz y que, quizá para su época, pudiera ser original, pero el resultado general no está a la altura. Escenas como la de la riña entre mujeres (de teatrillo colegial) y el pobre final (spoiler) no justifican la rehabilitación que reclama Garci.

De las otras películas que he visto de Neville, “La Torre de los 7 jorobados” y “Mi calle”, me quedo con esta ultima.

Mas interesante que sus films parece la propia vida del polifacético Neville, tipo que tuvo una estrecha relación con el Hollywood de los treinta y que se relaciono con gente como Chaplin (por lo visto actuó como extra en “Luces de la Ciudad”), Douglas Fairbanks, etc...siendo incluso contratado por la MGM, lo cual para un español de la época debió ser muy meritorio.

Delmer Daves tiene en su haber varios westerns, como “El tren de las 3.10”, o “El árbol del ahorcado” bastante sólidos. En mi opinión, la “Ley del talión” esta bastante por debajo en su calidad a los citados.

Se trata de un film mediocre en el retrato de personajes (con un maniqueísmo en la definición carente de matices, convirtiéndose en mas arquetipos exagerados), con unos diálogos a veces sonrojantes (cómo los que intercambia Richard Widmark con una de las protagonistas en una meliflua escena de amor) y con un presunto juicio final (porque difícilmente se le puede llamar a eso un juicio) en donde la previsibilidad del resultado del mismo nos escamotea cualquier situación de suspense o interés. Hay alguna escena absurda que desvelo en el spoiler (*)

Eximo a la película de darle dos contundentes “banderillas negras”, y le otorgo un benévolo 3, por sus excelentes paisajes, su luminosa fotografía y la belleza de sus interpretes femeninas.

...guarden el debido silencio para no despertar a los que queden durmiendo.

Tal debería ser el prudente aviso a colocar en el frontispicio de las salas (quiero creer que ya escasas) en los que este truño con pretensiones, se este todavía perpetrando. Mi amarga experiencia se ha saldado con un no despreciable quebranto económico (11,50 € del ala) y de tiempo (aunque el daño fue paliado: resistí con beatifica paciencia 45 minutos antes de arriesgarme a sufrir un ataque de apoplejía ante el zurullo que me estaba tragando).

Animado por su privilegiada posición en el ranking de FA (en segunda posición en el momento de redactar esta crítica) y por un no desalentador 6 de mi solitaria alma gemela, me dispongo, al decir de los críticos, a ver un hermoso y profundo documental en 3-D de danza de la -para mi desconocida- Pina nosequé.

Asisto sin embargo a una perfomance de criaturas en cercana edad de prejubilación evolucionando en movimientos que oscilan entre lo ridículo y lo epiléptico en fantasmagóricos escenarios que, ora consisten en lo que parece un manto de abono para la siembra, ora en un paraje de multitud de sillas negras con un telón de fondo también negro. (En los últimos tiempos, el Director de Escena, sobre todo en la ópera -pero observo que también en la danza- es un señor -que debería estar en una prisión de máxima seguridad- cuya aportación consiste en determinar donde ubica las cuatro sillas de siempre en escenarios negros, pasándose por el forro con total impunidad, las referencias temporales o geográficas definidas por el autor en la opera u obra a arruinar)

Entre numerito y numerito, los compañeros de troupe de la tal Tina parlotean, en reñida competición intelectual a ver quien suelta la pedantería mas elevada y vacua.

Cuando una presunta bailarina oculta por unos pelanganos que le caen sobre la frente, provista de un almohadón (pero podía ser una batidora, que más da, total...) entra en un tranvía y comienza a emitir soniditos simiescos como una posesa, este espectador abandona ofuscado el cine.

Ni siquiera el 3-D salva la “performance”. Feísmo, arte chiste/broma de nuestro tiempo, la publicidad del documental recurre a una pobre estrategia: tropecientos espectadores ya lo han visto ..¡ pues a mi sáqueme del cómputo Sr. Wenders!

Ni siquiera alcanza la categoría de panfleto, con un “fliyer” -como se dice ahora- va que chuta. Otra muestra de la demagogia cansina, antigua, contra la iglesia católica, gratuitamente virulenta, arquetípicamente maniquea, y con su infantil recado de denuncia.

Otra vez, el pim, pam, pum de la progresía casposilla de siempre, que no encuentra ni tiempo, ni igual valentía, ni subvenciones para denunciar desmanes de otras confesiones, la de que patrocina las esclavas sexuales, las de los imanes instruyendo sobre el noble arte de atizar a la mujer con elegancia para que no queden los rastros de los golpes, la de la ablación del clítoris, de la quema viva del infiel, y del degüello por los jóvenes infantes seguidores de Mahoma.

Todo esto que lo denuncien otros, que está amparado por el multiculturalismo y la alianza de civilizaciones, y hay que tender puentes con otras confesiones que lo dice el pseudo podemita sentado en la silla de S. Pedro.

La denuncia de brocha gorda siempre de un lado. El retrato de los “curitas” es tan grosero en su maldad y las interpretaciones tan a la altura de los culebrones que, salvo que uno vaya con sus prejuicios traídos de casa y su mochila ideológica, se queda en una denuncia grotesca e involuntariamente cómica de un problema, el de los abusos sexuales que ha existido (si) pero que es broma liviana al lado de los desmanes y abusos de otras religiones, infinitamente más dañinas para el género humano antes y ahora.

Desde el punto de vista cinematográfico una fotografía, oscura, fea, cutre, borrosa, difuminadas, lechosa, ¿intencionada metáfora de la suciedad de la historia contada? ¿lechosa como la palabra semen que eyaculan verbalmente los personajes cada dos por tres? Si es así, que sutil metáfora la de Larrain, solo al nivel de los acreditados creadores del video de la enferma España salvada por la mano milagrosa del doctor Rajoy.

Técnicamente, hay escenas enteras que no se entienden, por una lastimosa toma de sonido o por lamentable pronunciación de sus presuntos actores. Las dos escenas del curita con los surfistas debería subtitularse como si fuera una película coreana, o rehacerse como dios manda en la versión redux del director. En 2.015 y todavía con problemas de sonido…

Escenas más improbables e inverosímiles que una promesa de un político en campaña electoral. Valga por todas la citada en el spoiler.

Basurilla panfletaria, una vez más. Que cansancio.

Este estremecedor documental recoge con toda crudeza la guerra urbana (sin igualdad de armas) que asoló la plaza de Maidán y otras localizaciones de Kiev durante las protestas contra un gobierno que faltó a su promesa de firma de los acuerdos comerciales con la Unión Europea.

El documental ofrece los antecedentes básicos necesarios para entender el motivo de la protesta pero prescinde de los habituales bustos parlantes de políticos, analistas y politólogos tan usuales en este tipo de documentales centrándose en (i) las crudas imágenes obtenidas desde las entrañas de las manifestaciones (entiendo que muchas obtenidas con los teléfonos móviles de los participantes) y (ii) las breves entrevistas a algunos de sus manifestantes o familiares.

Con estos dos elementos se construye un testimonio con imágenes impactantes que muestran la barbarie y brutalidad de la policía política del gobierno de entonces, así como de los elementos mercenarios paramilitares, ex presidiarios o todavía presos, prestos a asesinar a quien se le ponga por medio.

El documental sigue el orden cronológico de los acontecimientos, en un “crescendo” de brutalidad desde lo que inicialmente eran pacificas protestas hasta su término final, donde ya se emplean directamente armas de fuego.
Hay muchos momentos espeluznantes como el choque de un carro blindado contra las barricadas, el incendio del edificio sindical o antes, la imagen de esos cascos negros y naranjas que representan a una masa humana informe que apenas se mueve tratando como fuerzas opuestas en mantener sus posiciones.

Especialmente brutales son las imágenes del ensañamiento de la policía con los caídos en las persecuciones (aquellos que ya no pueden hacer daño); sobre esos cuerpos (algunos de personas ancianas) cae toda la furia de las porras de hierro de la policía, de aquellos policía que se desvían en su carrera para darse “el gusto” de lanzar una patada ya que pasaban por allí, etc…También es justo decir que no corren mejor suerte los policías que tropiezan en su huida de los manifestantes; aquí un tropiezo es muerte por linchamiento asegurada.

En resumen, documental magnifico e impactante del que obtenemos la enseñanza de la fragilidad de algunas recientes democracias y como estas pueden convertirse en maquinarias de represión brutal y dictatorial con extrema facilidad.