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Críticas de Antonio Morales
Críticas 1.537
Críticas ordenadas por utilidad
8
21 de marzo de 2015
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inquietante y sobrecogedora película de terror, de una muchacha cuya belleza corre pareja con su malsana frigidez, manifestada a través de fantasías de violación, objetos que parecen cobrar vida, disolución de su percepción de la realidad, que se aparta del folclore de la parasicología para acercarse, con turbadora fascinación a la patología mental. Polanski mediante su pictórica y escabrosa articulación de imágenes siniestras de ambientes delirantes, nos transmite el lado más sombrío y oscuro de la naturaleza humana, gracias a la estupenda fotografía nórdica y expresionista de Gilbert Taylor en B/N. Un film obsesivo y asfixiante que a nadie deja indiferente. Estrenada en España en las salas de arte y ensayo en versión original con subtítulos, representa el cine europeo de la de los años 60, que solía navegar en contra de las pautas del cine americano, apareciendo autores como Polanski que pretendían ir más allá del cine comercial.

Desde los títulos de crédito, las imágenes de un globo ocular acompañado de un zoom en retroceso hasta descubrir los ojos de Carol (Catherine Deneuve), me recuerda vagamente la apertura de “Vértigo”, qué duda cabe que hay influencias de Hitchcock , Buñuel y el gran guiñol de Clozot en este film, de símbolos eróticos y religiosos. Carol trabaja en un salón de belleza para gente encopetada, es una chica retraída, apocada, de andar errático, prisionera de su silencio. Sus relaciones en el trabajo son asépticas, regido por una dueña celosa vigilante del negocio. El guión de Polannski – Brach nos ofrece las primeras claves para entender a Carol, mientras se palpa una turbia evocación masculina en los comentarios femeninos. Vive con su hermana Helen en un apartamento del West End londinense, es el hábitat refugio de angosto pasillo, siempre en penumbras, colindante su patio con un convento de monjas repicando a muertos, y un paisaje doméstico que otorga a cada objeto o alimento una singular presencia.

Polanski gracias a su virtuosismo narrativo consigue crear una atmósfera opresiva y asfixiante, como haría más tarde en “La semilla del diablo”, contando historias mentales de forma extremadamente realista. Por eso Polanski cuida que el entorno sea enormemente cotidiano. De hecho el film comienza de una manera realista para hundirse progresivamente en el universo mental de Carol. Y en ese progresivo desplazamiento del punto de vista es donde se encuentra el mayor interés del film, su represión sexual deriva hacia la agresividad, objetivo que Polanski alcanza tanto con la amplificación de los efectos de sonido como a través de la escenificación: la repugnancia de Carol hacia los hombres, el hedor del conejo pudriéndose progresivamente, las patatas con sus brotes como prueba del hacinamiento, corren paralelamente a la locura de Carol. A veces al cineasta le cuesta conciliar dos aspectos opuestos de su propia personalidad. De un lado su inclinación sentimental, romántica y barroca. Del otro su obsesión por la precisión y el rigor, con “Repulsión” lo logra por primera vez.
Continúa en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Antonio Morales
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6
24 de diciembre de 2013
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
He escogido esta película, en mi opinión, nada relevante, como excusa para después de unas palabras acerca de ella, pasar a vestir mi árbol que es una declaración de mis gustos, filias y fobias. Sólo pretendo exorcizar mis preferencias esperando que si alguien tiene la paciencia de leerlo, pues que se divierta. “Navidades blancas” es un discreto musical del siempre eficiente Michael Curtiz, una historia de amistad, buenas intenciones y actos altruistas, en estas fechas navideñas con la música siempre agradable de Irvin Berlin. He aquí la lista de mis deseos, que como podréis observar son oníricos y posiblemente me será más fácil de colgar. Y puestos a vestir…

El cuerpo de Romy Schneider; los ojos de Claudia Cardinale; el cuello de Audrey Hepburn; los hombros de Susan Hayward; la boca de Jean Moreau; los labios de Sophia Loren; el pelo rojizo de Maureen O´Hara; los exuberantes senos de Jane Russell; la nariz de Gloria Graham; la cintura de Lauren Bacall; las orejas de Dumbo; la sonrisa enamorada de Ingrid Bergman; las piernas de Cyd Charise; el hoyo en la barbilla de Kirk Douglas; las manos de Vanessa Redgrave; la espalda de Julie Christie; el flequillo imposible de Claudette Colbert; la mirada miope de Marilyn Monroe; el cabello lacio de Verónica Lake; la androginia de Katherine Hepburn; la elegancia de Grace Kelly; la tristeza de Alida Valli; la dulzura de Donna Reed; el candor de Pier Angeli; la fragilidad de Betsy Blair; la belleza de Ava Gardner; la delicadeza de Gene Tierney; la morbidez de Kim Novak; la vulnerabilidad de Giulietta Masina; la simpatía de June Allyson; la ambición de Ann Baxter.

El andar de Henry Fonda; la paciencia de Spencer Tracy; la pulcritud de Cary Grant; la timidez tartamuda de James Stewart; la dicción académica de Rex Harrison; el cinismo de James Mason; el humor de Groucho Marx; la arrogancia de Robert Mitchum; la barba plateada de Fernando Rey; la nariz aplastada de Karl Malden; el bigote de Clark Gable; la postura de Marlon Brando; la maldad intrínseca de Bela Lugusi; los dientes de Burt Lancaster; la fisicidad de Charlton Heston; la obesidad de Orson Welles; las manos de Tony Curtis; la languidez de Montgomery Clift; la frialdad de Edward G. Robinson; la melancolía de Buster Keaton.

La rebeca de Joan Fontaine, el monóculo de Laurence Olivier, el chaleco de Diane Keaton, las gafas de Harold Lloyd; el corsé de Vivian Leigh; la boina de Michelle Morgan; el guante de Rita Hayworth; la sotana de Aldo Fabrizi; el smoking blanco de Humphrey Bogart; el traje sastre de Judy Holliday; la camelia de Greta Garbo; los uniformes de Eric Von Stroheim; los zapatos de claqué de Fred Astaire; el vestido de volantes de Ginger Rogers; la gabardina de Ainuk Aimée; la camiseta de Jean Seberg; la bicicleta de Lamberto Maggiorani; el bastón de Charles Chaplin; el bikini de Ursula Andress; los botines de Gene Kelly; la pipa de Basil Rathbone; las gafas de sol de Lee Remick; el desnudo light de Brigitte Bardot; la distinción de Greer Garson; el señorío de David Niven.

La voz carrasposa de José Isbert; la rebeldía sin causa de James Dean; el sombrero flexible de Joseph Cotten; la paranoia de James Cagney; la pasión de Anna Magnani; la alegría agridulce de Shirley McLaine; el morbo inconfesable de Angie Dickinson; la naturalidad de Meryl Streep; la adolescencia voluptuosa de Carroll Baker; la aventura incomprensible de Monica Vitti; el atractivo de Jessica Lange; la complejidad de Harriet Anderson; el hechizo se Simone Signoret; el encanto victoriano de Deborah Kerr; el camarote de los hermanos Marx; la camisa arremangada de William Holden; la calva de Yul Bryner, la espada de Errol Flynn; la bondad de Gary Cooper; la malignidad de Vincent Price; la risa perversa de Richard Widmark; la hipocondría de Woody Allen; el monstruo de Boris Karloff; la vehemencia de Glenn Ford; la introspección de Max Von Sydow, la hombría provocativa de John Wayne; la capacidad seductora de Marcello Mastroiani; el silencio expresivo de Jacques Tatí; el exotismo de Toshiro Mifune; el despecho de Olivia de Havilland; la cercanía luminosa de Nathalie Wood; la gracia sin par de Stan Laurel y Oliver Hardy; el poder de intimidación de Robert de Niro, el aspecto de Al Pacino; la voracidad de Anthony Hopkins; la parsimonia de Gregory Peck; la ñoñez de Doris Day, la megalomanía de Peter O´Toole; la tosquedad entrañable de Victor McLaglen; las borracheras de Thomas Mitchel; el vampirismo insaciable de Marlene Dietrich; las desventuras de Elizabeth Taylor y Paul Newman; y la palabra, todas las palabras de Carl T. Dreyer, que sirvan para decir ¡Feliz Navidad!.
Antonio Morales
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7
11 de diciembre de 2015
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la muerte de Franco, los Leguineche padre e hijo, unos aristócratas venidos a menos, deciden abandonar su exilio voluntario y vuelven a la capital con su mozo de cuadras Segundo (Luis Ciges) y su animales a los que el marqués adora: “Cuida de esas gallinas que habrán llegado mareadas”. Pues regresan con la intención de introducirse en sociedad, ahora que ha vuelto la monarquía y el nuevo régimen democrático. Instalándose en un palacete construido por el abuelo del marqués en pleno centro de Madrid. Allí encontrarán a la mujer del aristócrata que no les recibe con demasiada alegría, pues la señora (Mary Santpere) tiene un amante, además de ser perseguidos por los inspectores de Hacienda, a la que adeudan tributos desde 1936. Se volverán a vivir situaciones desternillantes, aunque cada vez es más difícil sorprender al espectador que ya conoce la variopinta tropa.

El humor del binomio Berlanga-Azcona sigue funcionando como una prolongación que en realidad no lo es, de “La escopeta nacional”, en todo casa ésta sería un preludio de la que nos ocupa, aunque continúan la mayoría de los protagonistas, se echa en falta el personaje del inefable Sazatornill, también es cierto que no pertenecía a tan “ilustre” familia, pues la llegada a la mansión del elegante y relamido sobrino (José Luis de Villalonga con una amiga, no están a la altura del catalán. Siguen siendo unos personajes ridículos a los que Berlanga siempre trata con cariño y ternura.

Aunque el film se decanta más por los diálogos que por los iconos y tópicos que tanto destacaban en el film anterior, siguen siendo mordaces y estrafalarios. El film está construido básicamente en torno a sus largos plano-secuencias, en los que los personajes van entrando y saliendo del plano, intercambiando diálogos algunas veces solapados que deja la sensación de la comedia coral de enredo, típico del cine berlanguiano. Luis Escobar con su planta de hombre noble y López Vázquez con su excéntrico personaje vuelven a las andadas acompañados por el impagable cura Agustín González. Todos ellos a medrar en la corte y recuperar su pasado esplendor.
Antonio Morales
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8
10 de febrero de 2013
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El capitán King” es una hermosa película de aventuras, dirigida con mano maestra por Henry King, gran director pero infravalorado por la critica que siempre lo consideró un simple artesano, a pesar de haber realizado grandes westerns, melodramas e incluso películas religiosas.
En 1953 la Twenty Century Fox comenzó a producir películas en formato Cinemascope con grandes presupuestos y temas de gran espectacularidad, pues pretendían luchar contra la televisión que ya se había infiltrado en todas los hogares americanos y estaba robándoles espectadores a la gran pantalla. Esta película fue una de las primeras que llegaron a los cines en este gran formato.

Tirone Power (actor de referencia en la Fox) encarna al capitán King, un mestizo hijo de padre militar inglés y madre india, mantiene su lealtad al ejército británico en la India, pero a la vez siente atraído por un mundo y una civilización que considera también parte de él. Su condición de mestizo le hace víctima de los prejuicios de algunos británicos, así como también es rechazado por sus hermanos de raza. Imagino que ya conocen la sinopsis por lo que solo quiero añadir dos frases que definen su situación personal:

1- Una está puesta en boca de Susan (Terry Moore), la hija del jefe de la guarnición, que se siente atraída por King, al enterarse de que las ordenanzas no permiten a King asistir a la fiesta de cumpleaños de la Reina: “Se le permite morir por la Reina, pero no festejar su cumpleaños”.
2- La otra frase se debe a Kurram Kham, jefe de los rebeldes: “Puedes morir por los británicos, pero no vivir con ellos”.


Es significativo que el capitán sea definido casi con las mismas palabras por representantes de los dos bandos opuestos. Finalmente resaltar la magnífica fotografía de Leon Shamroy en Cinemascope y tecnicolor, maravillosas localizaciones y sin olvidar la música del Hitchcockiano Bernard Hermann. Recomendable para amantes del cine de aventuras.
Antonio Morales
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8
29 de abril de 2013
20 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se trata de una película respetada, pero no querida por los amantes del género musical. Hay razones para que así sea. Realizada en pleno apogeo del musical americano, la película de Preminger renuncia al exultante marco colorista del Hollywood “ligero” para situarse en otra esfera más problemática, una reflexión sobre la condición humana enriquecida con una pasión amorosa. Aquí no se ridiculiza a la cultura europea, ni hay cantos al “show business”, tampoco sonrisas huecas ni guiños al espectador. Además está rodada por alguien al que los aficionados suelen considerar extraño al género. Pero “Carmen Jones” no es una rareza en la carrera de Preminger, cineasta de fino oído, hombre de teatro, ayudante de Max Reinhardt en Salzburgo, luego director en Broadway y vienés curtido en los volubles aires de la opereta.

La película se basa en la opereta de Oscar Hammerstein II inspirada en los temas y personajes de la genial ópera francesa de Bizet. Con este bagaje el director se traslada al sur de los Estados Unidos, escenario de varias de sus películas y recurre a un elenco de actores negros en un momento en el que el “black power” toma cuerpo en la sociedad norteamericana. Para mí lo más admirable de este musical afroamericano es la forma en la que el director limpia de lugares comunes una ficción que, no lo olvidemos, ha producido el arquetipo femenino más fecundo de la cultura moderna. Preminger opta, ya en 1954, por un enfoque menos tópico. En sus manos Carmen (excepcional Dorothy Dandridge) es una mujer franca en lo emotivo y en lo sexual, dura en el trato con el hombre y a veces cruel, pero jamás desonesta, arisca, pero sensible. Joe (perfecto Harry Belafonte) aparece como un hombre regular y sensato cuya vocación profesional se ve amenazada por factores que escapan a su control.

Dandridge es doblada en lo vocal por la famosa Merilyn Horne (una estupenda mezzo que aquí da el registro de una soprano lírica). La cinta se inicia con unos magníficos títulos de crédito del maestro Saul Bass, el rojo es justamente el color de la llama que vemos ondular sobre fondo negro, los colores son decisivos en la historia, el rojo encarna la carne y la pasión, el negro el destino, todo ello realizado por una fastuosa concepción artística del formato Scope, (Sam Leavitt, genial fotografía), una gran puesta en escena con largos planos y cámara fija que crean su propia capacidad expresiva.
Antonio Morales
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