Partiendo de una historia sobre activismo y espionaje, Tapiovaara trazó este film como testimonio de todo aquel movimiento surgido en aquella época para hacer frente al enemigo desde Finlandia.
Su inicio, con una presentación de personajes escueta y un toma y daca de secuencias que nos indicaban el carácter de los protagonistas, resulta tan funcional y complementario, pese a los nulos referentes que tiene el espectador antes de que empiece "Varastettu kuolema".

El cineasta escandinavo, pese a no poseer una trama con la infinidad de detalles que se podrían llegar a captar en una historia de estas características, dotó al conjunto de un aplomo patente que, acompañado de una magnífica fotografía y unas aptitudes brillantes en el modo de llevar cada secuencia a cabo y realizar cada encuadre, hizo de su último film un verdadero testamento de todo aquello que él intuía como cine. Cine que se hacía notar en sus pausas, en su montaje, en sus contrapicados y en cada una de las vicisitudes que lograban dotar aquel conjunto de una personalidad tan pulcra como enérgica.

Que poseyese algunas secuencias con incongruencias resultantes de un montaje que el mismo realizador consideraba secundario o menos importante en el momento de encauzar su trabajo o que jugase con algunos personajes que reblandecían un poco el resultado general, no es óbice para que un trabajo que desbordaba dinamismo y autenticidad por los cuatro costados deba ser menospreciado, menos aun cuando tras los mimbres de todo ese cine rezumaban pura genialidad, la genialidad de un cineasta que jamás tuvo la posibilidad de crecer, pero también la genialidad de un cineasta que no ha perdido a día de hoy la capacidad de asombro que antaño debieron tener sus imágenes. Uno de esos que dejaban huella en tu retina, y la mantenían atenta a cada gesto. Como si nada.

Tapiovaara, uno de los autores con más talento del cine finlandés pese a su escaso bagaje, firmó en 1937 esta adaptación de la novela Juha sirviéndose de una portentosa fotografía acompañada de los magníficos paisajes escandinavos, y haciendo del libro escrito por Juhani Aho, no sólo un relato crudo, angosto y cruel por momentos, sino también un fiel reflejo de aquella época, dejando entrever la condición social de determinados sectores y el trato recibido por algunos otros.

Probablemente, Tapiovaara incurra en la deshumanización del personaje de la madre, y ello haga que se reste veracidad a los momentos en que aparece susodicho personaje, por lo extremado de su comportamiento y las sombríos minutos que el mismo realizador aporta a cada vez que está en pantalla, pero ello no es inconveniente, y mucho menos para quitarle méritos a un realizador que mimaba cada encuadre como si fuese su última obra, y los dotaba de una plasticidad y una belleza imponentes.

Tampoco el actor que interpreta a Shemeikka está demasiado acertado, ya que en ciertos instantes incluso sus aportaciones resultan paródicas, pero es tal el trato que el realizador finlandés otorga al eje principal de la cinta, la relación entre Juha y Marja, que uno debe rendirse ante la evidencia del sabohacer de un creador que, si bien no terminó de dominar el tempo a la perfección, por ese último tramo donde todo avanza tan precipitadamente, culmina su obra con una conclusión digna de elogio, no sólo por la pericia y el pulso con que está rodada, sino por la delicadeza y armonía que imprime Tapiovaara en cada uno de sus fotogramas. Delicadeza y armonía que se disfruta desde un buen comienzo, observando como lo cuida todo al detalle y no incurre en el error de sacar situaciones de madre cuando hubiese sido lo más fácil. Delicadeza y armonía que, por desgracia, se desvaneció mucho antes de lo esperado por la prematura muerte del cineasta. Uno de esos que pudo ser de los grandes. Ahora, siempre nos quedará la duda.

El montaje es bastante malo, pero las interpretaciones son peores. Directo, así es como intento definir esta "Shootout al Lokhandwala", característica que le habría venido a la perfección al cineasta responsable del film, básicamente para no marear la perdiz una y otra vez con flashbacks explicativos que intentan dejarlo todo bien atado y lo único que alcanzan a lograr es que servidor termine hastiado, molesto y abatido durante una primera mitad que se presenta desangelada, rácana en definición de intenciones y de personajes y, sobretodo, excesivamente blanda en el uso de sus formas.

En el momento que empieza a aflorar la violencia, Lakhia se pierde todavía más entre lo gratuito de esas secuencias y las pretensiones de veracidad que asolan su film pero que en ningún momento se ven cumplidas debido al nivel de impacto que propone el realizador hindú tras las cámaras, bombardeándonos con momentos que buscan impresionar, y se quedan en anecdóticos, triviales, en lo que veríamos en cualquier película de acción estadounidense, pero que nunca querríamos encontrar en una cinta que intenta sostener la vitola de ser basada en hechos reales.

En cuanto uno se ha hartado ya de poses, alguna que otra canción (como no, viniendo de Bollywood) y el sentido del ridículo que parece no querer esconder en ningún momento "Shootout at Lokhandwala", llega el peor tramo de todos: Su conclusión, donde te preguntas en realidad cual era el objetivo del realizador, si defender esas labores policiales cometidas con vehemencia o poner en cuestionamiento ciertas actitudes, ya que en caso de tratarse de lo primero, flaco favor les hace.
Su final maniqueísta y las dos o tres frases de cara a la galería resultan directamente repugnantes y terminan por derribar lo que podría haber resultado un entretenimiento disfrutable, pero que quiso ser una propuesta con pretensiones, y dejándola a la altura del betún.

Rezuma veracidad por los cuatro costados. Es capaz de, con tan sólo unos minutos, dejarte impregnado por una vitalidad que va despertando el metraje a medida que avanza en su entramado. La admirable propuesta de Philippe Claudel, no en vano, escarba en las entrañas de un personaje que se nos presenta apático, rudo y desprovisto de toda emoción, pero que a medida que convive con esa pequeña familia, construida con sólidos cimientos y muchos esfuerzos, se abre, no sólo a todos aquellos que le rodean, sino también al espectador. Porque para abrirse no es necesario relatar lo que está en su cabeza o darle un giro de tuerca a sus pensamientos, basta con una sonrisa, con un gesto, con un detalle... incluso con el llanto. Y Kristin Scott Thomas borda ese papel con una interpretación que pasa por diversas fases, y nos muestra el transcurso de un personaje en una situación tan crítica, un personaje que, tras salir de años y años de presidio, decide volver con parte de su familia y retomar su vida lejos de donde la dejó.

Claudel hace de "Il y a longtemps que je t'aime" un testimonio profundo, intenso y franco donde, partiendo de una sencilla base, se abordan temas como la culpabilidad, el perdón o el desazón de una vida perdida ya hace demasiado tiempo.
La definición de los personajes es perfecta. No sólo el de Kirstin Scott Thomas está definido con trazo espléndido, también otorgan conflictos y grandes momentos en pantalla otros caracteres como los de interpretados por Serge Hazanavicius o Laurent Grévill, que dan un aire imprescindible tanto a la trama como a todo lo que se desarrolla en ella, dejando alguna que otra reflexión que resulta suficientemente importante para lograr un mayor grado de comprensión y humanización entorno al personaje principal.

El único pero que se le puede achacar al debut de Claudel tras una realización tan austera, una puesta en escena e introducción tan logradas y un relato tan sincero, es que finalmente decida otorgar una senda al espectador que no merecía ser ofrecida, pues cuando uno tiene ante sí una cinta repleta de tanto talento, que desenmaraña tema tras otro con una sensibilidad inaudita, lo menos que se puede esperar es un remate como ese. Pese a ello, un peliculón que muchos quisieran para su curriculum.

Cabía esperar más del debut de un primerizo Aja que, acogiéndose a un relato corto de Julio Cortazar, firmó con "Furia" un trabajo tan sencillo como funcional que, pese a no poseer el estilo visual que más adelante caracterizaría al cineasta galo, sacó a la luz algunas de las virtudes que más adelante irían prosperando en su cine: Las atípicas relaciones entre personajes, lo escabroso de determinadas situaciones y el impacto como herramienta para trazar un camino a seguir.

"Furia" no nos habla sobre nada nuevo, puesto que los dispares conceptos en forma de distopía que se dan en ella, habían sido expuestos en películas de mucha más envergadura y que verdaderamente sí pretendían hacer hincapié en sus posibilidades para dejar algún tipo de mensaje.
Aja, sin embargo, se decanta más bien por escarbar en esa relación entre los dos protagonistas y, a partir de ella, trazar una especie de thriller con tintes de romance que se mueve entre los parámetros anteriormente expuestos y las secuencias de acción que, con cuentagotas, salpican la cinta de vez en cuando.

Se agradece el intento de los guionistas por exponer, dentro de ciertos arquetipos que posee la historia, algo bastante más sólido e interesante de lo que se limitarían en exponer tantos otros, haciendo que todo posea una buena base y que, incluso, lleve a ciertos extremos sumamente crudos con algunas de las resoluciones que plantea.

Probablemente, si Aja hubiese tenido aquí un director de fotografía como el que viene siéndolo en sus últimas propuestas, y un mejor actor para desarrollar el papel de protagonista (a Merhar le falta presencia y fuerza), estaríamos hablando de su primer film como un trabajo mucho mayor, ya que no sólo intenta otorgar un contrapeso distinto, sino que contar con una intérprete tan seria como Marion Cotillard, ya es garantía de algo. Por desgracia (o por suerte), tocaría esperar hasta "Haute tensión", ¡y menuda la que nos esperaba!