Sale Affleck de su tercer largo como director con un resultado más que satisfactorio, sin apenas rasguños, con el beneplácito mayoritario de crítica y público, además. "Argo" es el nombre del presunto y falso rodaje de un film de ciencia ficción que un experto en rescatar rehenes (Affleck) se inventó a fin de sacar de Teherán, y del Irán de Jomeini, a seis diplomáticos norteamericanos refugiados en la embajada canadiense tras ser asaltada por los iraníes la embajada americana, al pedir la extradición a su país del Sha de Persia. Basada en hechos reales, es un trabajo solvente y sólido, mejor dirigido que interpretado, llevado con pulso y tensión. Trata, pese a los inevitables tics cara a la galería tan del gusto yanqui, con corrección un tema muy espinoso y, por tanto, cabe hablar de ella como una obra notable. No estará ni entre las cinco mejores películas del año, pero fue galardonada en los Oscar como si fuera la mejor.

En el Japón medieval, una mujer y su nuera sobreviven en su cabaña a costa de asaltar y asesinar a los soldados, que extraviados y extasiados, llegan de la batalla. Ambas mujeres esperan a la misma persona, a que vuelva de la guerra también: una a su hijo, la otra a su esposo... Mientras venden las pertenencias de los guerreros y los lanzan a un agujero una vez desvalijados. Un film de culto para no pocos cinéfilos, que hace de una historia tan sugerente como simple un largometraje de especial fuerza visual y no poco magnetismo, armando en excelente armonía una arriesgada y vigorosa puesta en escena de Kaneto Shindô (la reiteración, casi repetición, de las escenas no agota, sino que enriquece la progresión dramática en intensidad y casi delirio), una música resonante y tensa de Hirashu Hayashi y una fotografía poderosa que saca partido, con ambos elementos y una interpretación globalmente espléndida, de forma muy notable de los mínimos escenarios. Con inusual y bien llevada carga erótica y añadiendo un punto fantástico y sobrenatural a la narración, Shindô logra una obra magnífica, un ejemplo a contracorriente y arriesgado, entre esos enormes juncos salvajes, de una historia de primitivismo, asilvestramiento, de sexo, violencia, vida, instinto y muerte. Uno de los títulos de cabecera del coreano Bong Joon Ho. Clásico "canalla" del cine nipón.

La revelación internacional de su autor y uno de los films que hicieron del emergente cine asiático algo a tener muy en cuenta. "Memories of murder" es una película memorable. Y lo es, sobre todo, porque a medida que avanza en base a utilizar los recursos del thriller pero dándoles la vuelta como un calcetín, va apoderándose de nuestra mirada hasta llegar a un final (pre-epílogo) brutal, bellísimo, de una intensidad que aúna la rabia, el desasosiego, la soledad, la impotencia, la violencia, la frustración, la calma, la furia, culminando a la perfección la evolución de los dos antagónicos policías protagonistas. Esa secuencia, bajo la lírica y melancólica lluvia, en las vías del tren, es uno de los instantes más hermosos y poderosos del cine en los últimos años.
Estamos, por tanto, ante un thriller atípico que huye y desmonta al thriller habitual coetáneo yanqui: destensa una trama de "serial killer" en base a un sentido del humor inteligente, simple a la par que elaborado, compaginado por una violencia primitiva e irracional. Dibuja a los personajes de forma magnífica y crea una puesta en escena vigorosa, sutil, espléndida. Desconcierta pero convence y cierra en su parte final el círculo. El resultado es un (anti)thriller kafkiano, laberíntico, poético y perdurable, que empapa nuestra mirada mientras asistimos a una batalla irresoluble, terrible, tristísima, para ver una y otra vez, que ofrece un desolador paisaje. Obra maestra que gana en cada visión, deja un poso y un peso terrible, un sabor a derrota y desesperación que no cesa. Una sensación de pesadilla tan tangible que emociona y rasga. Arrebato.

Una pareja de españoles (Peña/Zahera) viaja con destino a Bucarest tras contactar con una organización criminal de Europa del Este. Cerca de Budapest, sin embargo, reciben una llamada para hacer un encargo: recoger a una niña de ocho años... Un drama magnífico que maneja con inteligencia y dosificación sus claves y pistas hasta llegar a una terrorífica catarsis de lo más convincente. El dibujo de los personajes es excelente, la puesta en escena crea en todo momento un clima de tensa intriga, de secretismo empozoñado. Sampayo plantea, planifica y resuelve su película de manera tan profesional como autoral, dejando un film gélido, de terrible pero a la vez indudable sabor a hiel.
Con ecos de Haneke pero demostrando un estilo y personalidad muy bien encaminadas, "Schimbare" será letal y vilmente obviada por la crítica de este sacrosanto país, quedándose como la gran película que es en el cajón de la basura de nuestro cine. En unos años, aparecerán los profetas alabando sus virtudes...Así nos va. Excelente interpretación. Primer largo de ficción de Sampayo.

P.D.: Un lujo verla en la sección Punto de Encuentro de la Seminci a las 11:30 horas de un 20 de Octubre de 2014 y con una sala prácticamente llena y maravillosamente intergeneracional.

Fue Oscar al mejor largometraje de animación de ese año. De locos; "Happy feet" no llega a aburrir pero interesa bien poco. Es bastante monótona, sin ningún personaje memorable que enriquezca y rodee al principal, un pingüino antártico, incapaz de cantar a fin emparejarse con su amor y cuya principal e insólita habilidad es bailar claqué... La trama se queda pobre y monocorde, y en ningún caso cabe hablar de ella como una película notable. "Cars" de John Lasseter es infinitamente mejor, sin ser una lumbreras tampoco.