Un retrato desgarrador del sufrimiento psíquico. Natalie Portman interpreta brillantemente a una bailarina que sufre. ¿Por qué? No me quedó claro. Creo que la mayoría de la gente lo atribuye sólo a la obsesión por la percepción, a una madre sobreprotectora hasta un punto asfixiante… yo no lo tengo tan claro, creo que muchas de las cosas que sufre la protagonista (ideas paranoides, alucinaciones y recuerdos falsos, arrebatos de ira…) podrían buscar reflejar, sin ir más lejos, los síntomas de la esquizofrenia. Tal vez lo que se nos quería mostrar era cómo el contexto moldea y empeora un trastorno ya existente. Pero a lo que quería llegar es a que da igual: da igual si es por X o por Y, lo que se nos muestra es a una persona sufriendo al tiempo que se aleja de lo que se suele considerar que es la cordura, pues empieza a tener problemas para distinguir qué es real y qué no. Y es eso lo que importa en la película, el “cómo”, no “el por qué”. Porque la actuación es tan buena, la dirección de muchas escenas es tan impecable, que sólo podemos conmovernos con el sufrimiento del personaje y, de la misma forma que no creo necesario explicar por qué Gregorio Samsa se convirtió en una cucaracha, tampoco creo necesario explicar qué es lo que desencadena estos síntomas en la protagonista de Cisne negro. Sólo conmovernos.

Una forma cutre y simplista pero bastante ilustrativa de definir esta película sería: el Doce hombres sin piedad de antes de Doce hombres sin piedad. Está ambientada en el Oeste, aunque no sé si debería considerarse un western, pues, más allá de la ambientación, la historia que narra podría ubicarse en muchísimas otras épocas y lugares, pues es un tema casi universal: un asesinato, unos sospechosos, una turba furiosa compuesta por ciudadanos de bien. Las prisas por condenar sin un juicio justo. La acción no requiere de muchos escenarios, la película tampoco es larga y sabe mantener la tensión de forma envidiable. El reparto, la dirección… la mayor de aspectos de esta película son impecables.

El final del viaje de Kaji transcurre, como no podía ser de otra forma, en territorio enemigo. El humanismo y el comunismo que ha ido desarrollando a lo largo de su viaje se ven desafiados ante evidencias como el trato que el Ejército Rojo da a los civiles y a los prisioneros enemigos: si incluso el bando con el que el protagonista simpatiza más se comporta así, ¿qué mejor forma de denunciar el horror que trae consigo toda guerra? La existencia de Kaji es realmente dolorosa ahora. Su esposa, personaje relegado a un segundo plano en casi todo lo que llevamos de trilogía, se convierte ahora en la principal motivación para seguir vivo: por tópico que sea, no se puede hacer un análisis completo de la condición humana sin considerar sentimientos como el amor. Nuevamente, igual que en La condición humana II, si hubiera que señalar algún defecto de esta película sería que algunos extras no consiguen hacer una buena actuación; pero un pequeño defecto así no opaca una película buenísima.

Desde luego, en el contexto de Hollywood de 1960, Dalton Trumbo era revolucionario. Kirk Douglas también. Contando también con el talento de Kubrick, no es de extrañar que hicieran una película tan buena sobre una revolución cuyo eco aún resuena a través de la Historia. Quizá es tan buena que tiene más sentido para la reseña subrayar sus fallos: algunas inexactitudes históricas, una historia de amor que, en mi opinión, no aporta mucho (pero que tampoco se hace pesada, gracias a que la interpretación de Jean Simmons es buena) y un final un poco forzado (lo siento, pero, sin entrar en spoilers, hay una decisión bastante más inteligente que podrían haber tomado Espartaco y Antonino para que ninguno sufriera). Una vez exceptuamos estos fallos, todo lo demás es brillante: guión, fotografía, actuación, banda sonora… un nivel altísimo.

Tomando una historia real y adaptándola con grandes dosis de humor, aunque sin olvidar momentos dramáticos, Pride consigue ser básicamente impecable y emocionar; sobre todo, emocionar. El punto de partida es interesante por el fuerte contraste entre la comunidad LGBT y los mineros; contraste con el que se juega durante toda la película, pero que no llega a cansar en ningún momento. Y es que, ciertamente, era una unión improbable. Margaret Thatcher dio la talla como enemigo: sólo alguien con tanta saña en atacar a ambos colectivos (y a muchos otros también, por cierto, pero bueno) podría haber hecho que pensaran: “eh, tenemos un enemigo común, ¿no sería mejor si nos unimos?” Y sí, sería mejor. Definitivamente, mucho mejor. Unir entre sí las luchas por derechos de distintos colectivos y darse apoyo mutuo, manifestarse también por los derechos que no afectan a uno mismo exclusivamente, es mejor idea. Tenemos grabados a fuego lemas populares como “la unión hace la fuerza”, pero parece que no se tienen tan en cuenta en determinadas situaciones; por eso, este ejemplo de fuerte unión entre mineros y LGBT para luchar de la mano contra Thatcher sigue siendo emocionante y dando de sí para una película que transmite un mensaje clarísimo de forma muy lograda.