El final de esta película "jode" a más de uno. Desde los primeros minutos uno sabe qué va a pasar en el filme, y ese no es un pecado en sí mismo: hay filmes igualmente previsibles pero buenos, notables, hasta excelentes. Pero la previsibilidad de este filme está maracada por el descaro con el que se enfrentan los últimos cinco minutos del guion. ¿Nadie advirtió que con ese cierre se caía el filme a pedazos? Es una errata muy común: todos lo que advierten es la "originalidad" argumentativa pero nadie se da cuenta de los vicios en los que se inserta un desenlace tan previsible y sin una resolución eficaz. Ser previsible y eficaz es un arte.
Eso sí, la película tiene los mejores adornos, hasta una actor mexicano que habla a lo bonaerense. Extraño amago de internacionalización de la historia, como si no hubiera actores argentinos igualmente conocidos y buenos. En todo caso, Demián Bichir no le resta calidad a la interpretación que pudo haber hecho un argentino; lo que pasa es que la hace un tanto engañosa sin necesidad. Me explico, como si el personaje ocultara un pasado, algo que justificara su rol. Y entre los adornos, la música gay que acompaña las relaciones de Chávez, Kevin, Ganso... y los caballos que cabalgaron por las avenidas de Buenos Aires. Escenas memorables. Lástima que la trama se haya precipitado a su propio acabose.

Este es el cine francés que me gusta. Más allá de la animación y del buen trabajo de los diseñadores, dibujantes, creativos de la imagen, aquí hay una gran historia, una bella historia, un agradable relato. Es también un muy buen musical, con la voz de Olivia Ruiz coqueteando canciones en francés y en español. Y es un retazo de historia a lo Hugo: con la mirada puesta en Lumiére y en Georges Méliès, en el circo, en la época de un cine que empezaba a desplegar las alas con el humor y el sentido de acompañante maravilloso de la existencia. Es un deleite visual y narrativo de principio a fin.
El asunto no podía ser menos esperanzador y triste a la vez. Jack es un niño al que hubo que se le tuvo que cambiar el corazón por un relojito de Cucu -sí, de esos de los que sale el pajarito a cantar las horas-. Con este corazón no se ama, con este corazón solo se puede deshacer la existencia. La imagen no es gratuita: sentimos que la marca la vida del siglo diecinueve y que por ello el aroma de la historia tiene es dejo de steampunk que también logra a veces maravillar. Una obra como esta es clave para verlo. Es un reloj, pero también es nuestro corazón. O no tendría sentido tratar de comprender que alguien se enamore y sufra y sienta y caiga y vuelva a poner las manecillas a andar.
El cine francés siempre me genera suspicacias ya acendradas. A veces logran retornar a lo mejor que han podido hacer, para clavarse de nuevo en el corazón. Este filme es la prueba de que su estética sigue viva, de que su talento no es solo una irreverencia insulsa, es una prueba de que lo mejor se puede seguir haciendo.

Aunque cargada de figuras clichés, esta es una película que vale la pena ver y volver a ver. Tiene carisma, algo de lo que muchas veces carecen filmes que quieren hacerse ver como serios y profundos.
Creo que esta es una de las películas que más pude disfrutar en los años noventa; viéndola y reviéndola, reconociendo sus gracias y sus defectos, normales en este tipo de súper producciones.
Sin embargo, aquí Arnold se ve completamente relajado, como un actor que ya tiene kilómetros para definir un perfil pleno; ¡y qué decir de Jamie Lee Curtis, Tom Arnold y el sorprendente, siempre, Bill Paxton!
Película confortable que, entre la diversión y la acción, sabe ganarse el cariño de un buen número de espectadores.

Impecable Sandrine Bonnaire: de principio a fin conquista como mucama, como madre, como esposa, como amiga, y sus coqueteos con el ajedrez motivan que uno quisiera, al terminar de ver la película, aplicarse a una buena partida.
En lo demás la historia resulta demasiado previsible: paso a paso uno ya ve lo que puede pasar; además parece atravesada por una serie de historias clásicas en las que el deporte sigue siendo el telón de fondo.

La vida en The Halcyon transcurre como en los grandes hoteles del mundo. Son los años 40 y la elegancia y la altura de los eventos y de los huéspedes del hotel pasan por ser una muestra clara del esplendor de Londres en aquella década. Sin embargo, la segunda guerra mundial está en ejecución. Las habituales intrigas de los corredores y salones del hotel se ven trastocadas por la inminencia de un ataque, de una invasión, del espionaje, de la mala señal del futuro. Así es como se comienza a disfrutar esta serie que, como hija de una búsqueda por la elegancia, transmite una sensualidad y una estética maravillosas.