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Críticas de El Fauno
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Críticas 65
Críticas ordenadas por utilidad
8
7 de agosto de 2007
10 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quien diga que Gondry no es nadie sin Kauffman se equivoca profundamente. Y es que este nuevo proyecto salido de la mente del peculiar cineasta francés viene a regalarnos otra vuelta de tuerca de hipnotizantes imagenes acerca de los rincones de la mente y los sueños, de su poder, de su peligro y de su dualidad con el mundo real; todo ello contado a traves de los ojos de un joven soñador empedernido perdidamente enamorado de su vecina de piso y que en una sucesión de arrebatos casi oníricos y surrealistas acaba confundiendo realidad y ficción dañando sin quererlo a los que están a su alrededor.
Stephane y Stephanie, dos almas singulares, uno perdido en sus sueños, la otra en sus pequeñas obras de arte, en sus piezas de artesanía que Stephane utiliza como via de introducción a su mundo interno y poder llevar consigo a la melancólica Stephanie. Todo ello mediante una atmosfera tremendamente artesanal, caracterizada por un uso del cartón-piedra que otorga al mundo imaginario un peculiar a la vez que adorable aspecto éstetico que pretende resultar cercano, cálido, y lejos lo más posible de digitalizaciones y fría tecnología. Su propio universo interno, especialmente representado en un pequeño cuarto que simula un estudio televisivo en el que nuestro confuso protagonista ve su propia realidad a traves de dos pequeñas ventanas, no es más que otro rincón mental en el que Stephane acaba transformando lo que és en lo que podría ser o en lo que él quisiera que fuera.
Por ello no es difícil en ese sentido no setir lástima por el pobre Stephane, por su comportamiento infantil y sus ansias de que todo fuera como en sus sueños, de que su amada le correspondiera y de que su imaginería fuera más real de lo que en realidad es. No se puede decir que el amor no correspondido sea algo nuevo para nosotros. Muchos lo conocemos por propia experiencia, por haber experimentado esa misma impotencia y esa misma crudeza que la realidad te estampa en la cara. Comportandonos como niños cuando la gente que se encuentra a nuestro alrededor no ve las cosas de la misma manera que nosotros, no entienden nada, nos encerramos en nuestro cuarto mental y empezamos a crear mundos mejores en los que poder campar a nuestras anchas. Y es que aunque Stephanie fuera más consecuente con la realidad que Stephane y se sintiera a veces tan acosada por el infantilismo de él, ella tampoco podía evitar dejarse llevar por su mundo, por sus hermosos sueños a lomos de un caballo de trapo en una pradera desierta, o en mitad de una cueva en medio de aparatos de tela y algodón, en mitad de una conversación telefónica en la que el sueño se superpone a la realidad, deseando estar ahí junto a él. En el fondo ella también quería soñar. Simplemente con un barco con arboles, un mar de celofán, unas nubes de algodon y en mitad los dos amantes, cual Romeo y Julieta en su mundo de sueño eterno.

-Continua en Spoiler-
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El Fauno
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8
14 de febrero de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empezar abordando “Las ventajas de ser un marginado” hablando del último año de instituto puede no ser algo excesivamente original. No descubre nada, ninguna lectura oculta, ninguna gran prosa. Pero es el corazón de la película de Chbosky. En ello radica parte de su clave.

Es el último año de instituto, y Charlie acaba de salir de una depresión. Su mejor amigo se ha suicidado. Es un marginado. Tímido, introvertido, con cierta sensibilidad, solitario y enamoradizo. Es el pringadillo perfecto para protagonizar una película que le tenga como foco, como centro neurálgico de un filme con sentimiento de trascendencia, de convertirse en humilde referente para un pequeño sector de personas. Una gran minoría que encontrará consuelo en un historia que verán escrita para ellos, observando su reflejo en mitad de cada momento, entre las frases impecablemente esculpidas y los rostros melancólicos de sus actores. Una actriz joven, icono adolescente de una década, y un semidesconocido interprete de 16 años, guapo al modo nerd americano, acarreando en sus hombros encorvados, en su mirada baja y huidiza, el retrato perfecto del chico que, antes de llegar a los 20 años, sabe lo que es la infelicidad y la confusión.


Tal vez uno pudiera aportar cierto valor adicional a una historia como esta personalizandola en si mismo, en la vida de cada uno. En parte es lo que busca y eso la beneficia. Muy conscientemente. Uno puede entrar en su juego, y si finalmente lo hace, la película conseguirá hacerle conectar. En caso contrario, es muy fácil perderse. Evadirse del asunto, y obviar la fuerte intensidad adolescente que Chbosky impregna a todo el conjunto. El escéptico acabará sentado en el sofá del sótano junto a la punk budista y el chico gay de la clase. Mirando al joven solitario que escribe poemas y escucha “Asleep” de los Smiths, mientras su amor platónico, que tiene un gusto exquisito en cuanto a moda y le encanta “Heroes” pero nunca ha oído hablar de David Bowie, se besa en la habitación de al lado con un tío más alto y fuerte que él.

Sí, es fácil perderse un poco entre las excentricidades y las mentiras, entre las caracterizaciones de esos jóvenes de alma cool, entre los retratos sociales ya conocidos y los pensamientos ejecutados en el momento idóneo, todo demasiado bien hecho para creerselo. Entre el primer beso a los 16 años con una botella de merlot que nadie bebe, el bizcocho de “chocolate” que se come por primera vez, el chico que va en traje a clase, o el grito al atardecer del último día “para siempre” de instituto. También está el “secreto”. El gran secreto que aparecerá en el último momento, tambaleando la estabilidad que el protagonista había conseguido conquistar con esfuerzo. La aparente felicidad desaparecerá tras la revelación desesperada que convertirá el trayecto en linea recta hacía la cima, en un circulo de vuelta al principio algo brusco pero más realista. Todo esta controlado, medido. Cada mirada y cada frase. Cada réplica bien afilada y reflexiva. El típico pensamiento verbalizado muy inteligentemente que probablemente más de uno acabará poniendo como estado en una frase de facebook. Todo eso está ahí. La película no se libra de ello. Y aunque no lo enaltece tanto como otros filmes que si han resultado muchísimo más irritantes en su carácter, lo cierto es que tampoco lo oculta. Esta gente de 16 años se comporta como si tuvieran 20. Pero oye, los veo y los escucho. Es lo gracioso. Me conmuevo viéndola a ella alzar las manos en un túnel de autopista escuchando a Bowie gritar que son héroes. Caigo en la trampa vilmente y sin objetividad ninguna y tal vez eso acabe por sentenciar mi juicio negativamente. Y luego recaigo en el escepticismo, y al final pienso en mi, y en la autocomplacencia de la película y en la de Chbosky, y también en su sinceridad, porque es cierto que el filme la contiene y la transmite. Y luego llega el final. Y vuelven a alzar las manos, y los héroes vuelven a reunirse después del dolor. Y me sorprendo a mi mismo, porque no me lo esperaba. Son las batallas de la adolescencia, pero para ellos son ese momento y ningún otro y eso es lo que les hará ser lo que son. Luego tal vez lo olviden, porque es lo que suele ocurrir. Pero no sucederá entonces. Y me doy cuenta de que me han hecho recordarlo finalmente. Yo también he estado ahí. Levantando mis manos hacia el cielo. Creyendome infinito. Recordando en que era así como me sentía.

© Gonzalo Hdez
charlotteybob.wordpress.com
El Fauno
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8
22 de septiembre de 2011
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Terrence Malick se ha ido personalizando con cada película hacia una búsqueda de la gracia espiritual de una magnitud cada vez más inabarcable, y tendente a la abstracción. Un ejercicio íntimo que le ha ido llevando por terrenos de difícil asimilación que han hecho sus filmes cada vez más reflexivos, más fragmentados y nebulosos, apelando directamente a la emoción humana, sus sentimientos y su universo interno en relación con la naturaleza.

Malick unifica su discurso a través de dos conceptos humanos tan universales como son “la vida y la muerte”, la creación y la destrucción, el origen y el final de los tiempos. A partir de ahí bascula toda su película en torno a un enfoque global de su historia que abarcará desde el ámbito más general de todos, la creación del universo y el origen de la vida en la Tierra, hasta el más particular posible, la vida de una familia en un momento dado, su enfrentamiento a la felicidad, al amor y a la perdida, intentando unificar ambos planos de nuestra realidad en una última secuencia que supone un punto clave tanto para el filme en sí mismo, como para la puesta a prueba del espectador en cuanto a lo que está dispuesto a dar de sí para penetrar en la película.

En última instancia la obra posee un mensaje hermosísimo. Ama, por encima de todas las cosas, porque la vida sin amor, es una vida que no merece vivirse. Es en ese momento, cuando la película sitúa en primer plano ese sentimiento, cuando alcanza cotas brillantes: Un hijo que mira a su padre, contemplando una idea terrible pero que en algún momento siempre surge en la infancia, fruto de la irracionalidad adolescente y la inconsciencia de los primeros años; los cuerpos abrazados de una madre y su hijo; el hermano mayor contemplando al pequeño cuando el primero apenas empieza a ser consciente del mundo que le rodea. Momentos que surgen de forma espontanea como el andar de un bebe, o el posarse de una mariposa en la mano de Jessica Chastain.

Malick expresa su amor por el gesto, por los detalles mágicos que hacen de su acumulación algo parecido a la vida. Se empecina en captarlos a través de su cámara, intentando imprimir cierta esencia, una especie de estado de enmudecimiento, eso a lo que se suele denominar “mood”, que consiga plasmar el cambio inapreciable de un breve movimiento, un abrazo o una mirada que consigan trascender más allá de la pantalla. Es en esos momentos cuando el cineasta despliega su arsenal, dando todo de sí para intentar que cada una de sus películas sea única y diferente a las demás, imbuida de unos sentimientos intensos y profundos que se reflejen no solo en las voces en off de sus personajes, sino también en la imagen, pero no tanto en su estilizamiento, sino en su espontaneidad intrínseca, esa que debe surgir en el momento captando algo único.

Lo reconozco, me resulta admirable el amor de Malick por el gesto, por la magia que percibe en las personas y su manera de relacionarse.

Continuo en spoiler
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El Fauno
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6
16 de agosto de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se antoja una tarea difícil asimilar abiertamente y a la primera una película como Prometheus. Por varias razones. La primera y más importante, su origen como expansión de un universo que hasta ese momento contaba con muy pocos elementos identificables. Pocos pero poderosos. Un huevo, una nave extraterrestre, un proceso evolutivo que en su repugnancia encontraba su atracción, y una criatura visceralmente diseñada por el artista suizo H. R. Giger. Una iconografía ya icónica y con una inmensa fuerza de fascinación, por cuanto apenas sabíamos nada de ella, y en ese vacío insondable repleto de oscuridad radicaban nuestras más inimaginables fantasías y por tanto, gran parte de su fuerza y razón de ser.
La acción de dar a luz a una película como la que nos ocupa se antoja por tanto como un acto de gran osadía por parte de Ridley Scott. Él fue el maestro de ceremonias de lo que significó El Octavo Pasajero, y Prometheus viene a erigirse en parte como una autoafirmación de su director de que ese universo le pertenece y de que al final, como figura omnipresente, es el único con el pleno derecho de construir una mitología a su alrededor, precisamente toda la que no existía, ni en la película original, ni en sus subsiguientes (y reivindicables) secuelas que lo único que hacían era incidir en lo fascinante de un monstruo básicamente muy bien diseñado.
Es muy fácil en consecuencia tachar a Scott de presuntuoso al haberse atrevido a traicionar tan evidentemente la esencia de su primer “Alien”. Hay mucho egocentrismo en Prometheus, pero también mucho de la experiencia del director, de sus virtudes y sus taras, y sobretodo y ante todo, de su obsesivo perfeccionismo formal. La preocupación de Scott por el aspecto visual de la película roza cotas que, personalmente, echaba de menos en su filmografía. No son texturas tan artesanales como las de 1979. Pero, asumámoslo, estamos en el siglo XXI, y el cine ha cambiado, o por lo menos, algunas de sus formas y materiales. Lo que antes era de goma, ahora tiene su reflejo digital. Lo que antes debía sugerirse, ahora tiende al exhibicionismo. Prometheus se respira y se siente como una película hija de su tiempo. Tiene sus manías y sus tópicos. Y por tanto, se siente muy diferente de la cinta que Scott dirigió hace ya más de 20 años.
Es un filme que se disfruta más cuanto menos se piensa en su fuente de origen. Pues en caso contrario, será desechada inmediatamente como una traición dolorosa a la esencia de su película madre, ya en el mismísimo prologo de la cinta. El tono aquí es diferente. No hay terror en Prometheus. Como mucho, una tensión sostenida de gran eficacia en algunos momentos, algunas licencias gore y puntuales situaciones que rozan la serie B, pero poco más. El resto está dedicado a un dialogo permanente alrededor del tema de la creación, no muy definido, sí bastante irregular, con alguna perla de interés en las conversaciones, pero generalmente algo banal y carente de poder suficiente. Scott se pierde en grandilocuencias, en demasiados trascendentalismos, una de las grandes taras del reciente cine más evasivo. Un afán de seriedad máxima e hiperrealismo, de profundidad y lecturas subliminales, que en el caso de esta nueva iteración de Ridley en la ciencia ficción se salda con una de cal y otra de arena. Los momentos más tensos y conseguidos de la película son precisamente aquellos en los que el discurso de fondo se deja a un lado, y es sustituido por la natural fluidez del entretenimiento más eficaz, ese que no necesita de la altivez de la trascendencia.

Continúa en spoiler (sin detalles de la trama) -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
El Fauno
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8
2 de marzo de 2013
11 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Recordáis al león cobarde del Mago de Oz? Era grande, su apariencia era la de alguien fuerte que no tenía razones para achantarse, pero era un cobarde sin remedio, tenía miedo del enfrentamiento, huía permanentemente. La solución era Dorothy, ella y el mago. En el filme de Rebollo también hay un león cobarde, pero en cambio no hay mago. Esta ella, sí. Roxana Blanco como Dulcinea. También el transporte.

“El muerto y ser feliz” no es más excéntrica de lo que pretende. En realidad es una película con un alma brutalmente clásica, que bebe de referencias literarias, tanto como de géneros vitales para el cine que son los que definen la forma en la que están descritos los personajes. Hablo del western: el forajido, la dama, el caballo y el desierto están ahí, incluso la música. Pero también las road movies, películas de carretera con aprendizaje vital incluido y canción emotiva de fondo. La diferencia está en el cómo, en las decisiones narrativas que toma Rebollo.


Decide exagerar ciertas situaciones, añadir cierto humor al conjunto, y lo más importante, introducir varios narradores externos, ¿omniscientes? Tal vez, pero mentirosos e irónicos, poco fiables. Empiezan siendo fieles a lo que ven, y acaban tergiversando lo que vemos, pero también descubren emociones que los personajes desconocen unos de otros y que a lo mejor ni nosotros sabíamos que estaban ahí.

Es interesante preguntarse ¿perdería fuerza la película sin ellos? Fue lo primero que pensé a la hora de empezar a escribir y la respuesta es ambigua. Es algo que añade cierta profundidad de lectura y que viene a hablar también de los recursos y decisiones que se toman a la hora de narrar una historia, de si debemos creer lo que nos cuentan sin cuestionarlo o contrastarlo de otra manera. “El muerto y ser feliz” no es una obra revolucionaria en sí misma. Es engañosa. Cuenta algo profundamente humano. Su alma es familiar, sencilla. Es la complejidad que la reviste lo que la convierte en una película importante, diferente, estimulante. Es el particular cuento de Oz de Javier Rebollo.
El Fauno
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