Califat

Suecia, como otros países occidentales, no ha sido ajena al mortal zarpazo de la irracionalidad islámica. La semilla del horror germina en el interior mismo de la sociedad nórdica. Como la percepción inconexa que nos devuelve un espejo cuarteado en mil pedazos, la ciudadanía se contempla perpleja sin lograr reconocerse en la ininteligible imagen que ahora descubren y para la que no estaban -ni estábamos- preparados.
Uno de los países más desarrollados y civilizados del mundo en el que el individuo tiene, desde que nace, prácticamente garantizados derechos inalienables como el acceso a la educación y sanidad gratuitas, ayudas estatales, asi como un aceptable grado de bienestar social, ve con estupor, cómo jovénes laicos o mulsulmanes, nativos o hijos de inmigrantes, aparentemente integrados en sus respectivas comunidades, son adoctrinados para la causa talibán a través del alarmante poder y laxitud de las redes sociales o bien mediante la labor soterrada de opacas facciones del islamismo radical que operan en las proximidades de su entorno.
Y es ahí, en la idealista y todavía soñadora naturaleza de la adolescencia -en ocasiones activada también por la desintegración familiar, la marginación y los indeseables vientos del racismo- donde los yihadistas encuentran su más floreciente y prometedor caldo de cultivo.
De las terribles y dolorosas consecuencias que para estos chicos y sus familias acarrean la deriva de sus inmaduras decisiones, nos habla “Califat”, una miniserie sueca de ocho episodios en la quedo atrapado entre la incredulidad y el miedo, entre la estupefacción y el horror, frente a una realidad tan próxima y bestial que me remite a las sombrías cavernas del medievo.
Si como parece, el caballo de Troya ha atravesado los umbrales de nuestras fronteras y en su vientre anida ya el pestilente germen del fanatismo, el odio y la destrucción, requerimos de una urgente, profunda y honesta reflexión sobre las causas que nos han conducido hasta este fatal abismo porque mirar hacia otro lado como si nada pasara no solucionará el problema.
Y como dijera Rothfuss: “A veces, la realidad es tan dolorosa que para huir de ese dolor la mente tiene que abandonar la realidad”. Y bien pudiera ser que al genial y comprometido escritor estadounidente no le falte razón.

Emilio Castelló Barreneche

Capitani

Creo que jamás había visto una produccion luxemburguesa. Lo cual no es extraño porque, aunque el país cuenta con su propia industria cinematográfica, pocas realizaciones logran cruzar sus fronteras, ya que Luxemburgo, para que se hagan una idea, tiene una extensión de 2.586 km2 -poco más que la diminuta provincia de Vizcaya- y cuenta con unos 600 mil habitantes, prácticamente la mitad que la próspera y verde región vasca.
Por eso llama mi atención de inmediato cuando descubro en Netflix “Capitani”, una serie de 12 episodios de algo más de 30 m cada uno, realizada en el pequeño y único gran ducado sobreviente en la Unión Europea.
Filmada en su totalidad en Manscheid, un ídilico y, en apariencia, tranquilo pueblecito al norte del país, “Capitani” nos ofrece entretenimiento, intriga, y suspense, desde el arranque mismo de la serie. Y creo que, al igual que a mí, hará las delicias de todos aquellos espectadores amantes del género que en literatura se ha dado por llamar “novela negra”.
Siguiendo la línea de la mejor tradición del cine policíaco y de investigacion, el agente Luc Capitani llega a Manscheid para aclarar el turbio asesinato de una adolescente aparecida en la boscosa espesura de sus alrededores. Pero nada es lo que parece en esta localidad. Existen, entre su población, inconfesables secretos que, aunque muchos conocen, ocultan hipócritamente en beneficio de su propia seguridad e interés. Todo el mundo cotillea, calla o miente en la minúscula comunidad de Manscheid.
Thierry Faber, su creador, es capaz de envolver la trama en un laberíntico enredo en el que cualquier desenlace es posible. Una serie de acontecimientos en cadena se confabulan para complicar cada vez más la ya de por sí difícil labor del meticuloso y tenaz inspector Capitani. Sin duda, se trata de un notable ejercicio de género con evocadoras reminiscencias de cine clásico, en el que el propio protagonista se verá peligrosamente comprometido por la aparición de una inoportuna eventualidad que amenaza con aflorar un oscuro pasaje de su pasado que parecía estar sepultado para siempre. Y no sólo parece dudoso que Capitani salga airoso en su temerario desafío sino que, él mismo, escape ileso de semejante avispero.
Y si esta reseña hubiera despertado algún interés entre mis improbables lectores, anímense y descubran el desconcertante final que su brillante creador ha pergeñado para nosotros.

Emilio Castelló Barreneche

El reino

A pesar de los escasos recursos con los que cuenta su industria cinematográfica, Argentina suple, en muchas ocasiones, las limitaciones de su deficiente y oxidada maquinaria con la voluntad, esfuerzo y talento de una admirable minoría empeñada en demostrar que lo imposible puede ver la luz aún a través de fugaces destellos.
Y viene a cuento este breve preámbulo porque acabo de ver “El reino”, una miniserie de ocho episodios realizada y producida en el sureño país de América Latina.
“El reino” contiene todos los elementos para encandilar al espectador desde la primera escena. Posee ritmo, crea tensión y hace del suspense un ejercicio magistral; el guion está perfectamente escrito y muy bien hilvanado; utiliza “flash backs” en los momentos adecuados y únicamente para reconducir y facilitar la comprensión de la trama; primeros planos y contraplanos se suceden a través de una espectacular fotografía que junto al atractivo de su banda sonora se conjugan para despertar la atención de cada sentido a lo largo de ocho apasionantes capítulos.
“El reino” es una producción valiente en cuanto a que denuncia sin paliativos algunas de las lacras que afectan a la sociedad argentina y a otros muchos otros países de su entorno geográfico. La corrupción de las clases política, judicial y administrativa permiten todo tipo de abusos a una minoría privilegiada sobre el resto de una población atrapada, entre la resignación y la ira, en la trampa de un diabólico sistema que asfixia todas sus esperanzas presentes y futuras.
Muy bien dirigida por la batuta de Marcelo Piñeyro y apoyado en un solvente elenco de actores entre los que destacan Chino Darín, Nancy Dupláa, Diego Peretti, Joaquín Furriel y Mercedes Morán, la historia mantiene en todo momento un alto nivel de expectación.
Salvo puntuales debilidades como la excesiva teatralización y el tono grandilocuente en algunas escenas y a las que, por otro lado, los argentinos muestran cierta propensión, les recomiendo, sin ningún género de duda, vean este sombrío y escalofriante thriller que con toda seguridad no les dejará indiferentes.
Y todo indica que, para conducir al rebaño hacía la luz celestial, se hace inevitable primero, aquí en la Tierra, que los pastores se revuelquen en el estercolero de la traición, el crimen, el robo y la mentira, para después, redimidos por el arrepentimiento, subir disparados y sin escalas, hacia el reino de los cielos.

Emilio Castelló Barreneche

Deadwind

Cuando algo ocupa por completo la atención o el tiempo de una persona se dice que es absorbente. De la misma manera, cuando algo causa gran fascinación y asombro se dice que es irresistible. O cuando algo provoca un intenso y expectante interés se dice que es emocionante.
Pues bien, al ver “Deadwind”, una serie filandesa configurada en dos temporadas de 12 y 8 episodios respectivamente, estos tres palpitantes adjetivos: absorbente, irresistible y emocionante definen, desde mi muy personal punto de vista, buena parte de esta sobresaliente realización.
Sobre la actriz filandesa Pihla Viitala recae todo el peso de la serie y es la responsable de hacer que la historia resulte apasionante. Interpreta a la intuitiva y persistente Sofia Kar, cuya agitada existencia se debate entre el dolor de una reciente pérdida, los continuos conflictos familiares y su adictiva dedicación profesional como inspectora de policía. La compleja personalidad de nuestra introvertida y obsesiva protagonista, así como la difícil tarea de conciliar el trabajo con su vida personal, la convierten en un personaje fascinante.
Y no le va a la zaga Lauri Tilkanen en el papel del detective Sakari Nurmi, inseparable y fiel compañero de Sofia en sus arriesgadas pesquisas a la búsqueda y captura de peligrosos y escurridizos asesinos escudados tras las oscuras redes de bandas criminales. Su no siempre armónica relación y la reprimida atracción entre ambos, nunca materializada pero siempre a punto de desbordarse, confieren a esta pareja un aliciente más para disfrutar de esta emotiva y electrizante producción.
Y como siempre, la política, enredada en el laberinto de sus propios intereses, invariablemente asociada a la corrupción, sirve de telón de fondo para desplegar un abanico de lo más variopinto.
No hallará el espectador tediosas pausas, desesperantes circunloquios o diálogos insulsos. Por el contrario, la narración mantiene un alto grado de expectación asentada sobre un guion que siempre va al grano y no da lugar al menor parpadeo.
Filmada casi en su totalidad en la civilizada, bien planificada, aunque gélida y lluviosa capital de Finlandia, la ciudad de Helsinki, tapizada durante buena parte del año por un deslumbrante manto de nieve, nos asombra y cautiva gracias a las espectaculares tomas que desde los ángulos más inverosímiles nos ofrece el director de fotografía Anssi Leino.
Así pues, mis improbables lectores, nada más que añadir; únicamente recomendarles esta estupenda serie finlandesa. Porque, dicho sea de paso, los países vecinos, con una larga tradición en el género literario de la novela negra, nos están brindando, cada vez con mayor frecuencia, creaciones de excelente factura.

Emilio Castelló Barreneche

Katla

“En mi opinión, aquí nada parece normal. Sé que los científicos no creen en nada que no puedan medir con su equipo sofisticado, pero sé que sucede algo que, por desgracia, la ciencia no puede explicar.” De uno de los díalogos de “Katla”.

Si usted, mi improbable lector, al igual que yo, es un excéptico recalcitrante con todos aquellos fenómenos que no respondan a la evidencia científica, y si a lo largo de la historia entrevé que lo inverosímil, e incluso lo absurdo, forman parte fundamental del guion, resista la plausible tentación de abandonarla y continúe viéndola. Comprobará que la serie, a medida que avanza, reúne todos los ingredientes necesarios para enganchar al espectador e inmovilizarlo a lo largo de sus ocho perturbadores y absorbentes episodios. Podríamos resumir diciendo que “Katla” es conceptualmente inadmisible pero absolutamente hipnótica y fascinante en su desarrollo.
“Katla” es una realización de la nórdica, pujante y civilizada Islandia y su título responde al nombre de un poderoso volcán situado bajo el glaciar Mýrdalsjökull. Con un gigantesco y humeante cráter de 10 km de diámetro, sus continuas erupciones, perfectamente documentadas, datan del año 930. Desde entonces se han registrado 16 de ellas -la última en 1918- convirtiédolo en uno de los volcanes más activos y peligrosos del Planeta.
Y a los pies de ese amenazante y aterrador Leviatán, el pequeño pueblecito de Vik ha quedado semidesierto tras padecer su furia desatada durante más de un año. Los pocos habitantes que aún permanecen en este remoto paraje del sur islandés comienzan a observar sucesos escalofriantes e inexplicables bajo la luminosa guía de la razón científica.
Así pues, “Katla” es un relato absolutamente embriagador del que, de manera morbosa, no quieres ni puedes escapar a pesar de su inquietante trama. La ambientación, la música y el sobrio tratamiento del color estremecen. Las actuaciones, sin excepción, resultan tan convincentes y perfectamente adaptadas al personaje que cada cual interpreta que ya no podría imaginar a otros actores en los mismos papeles.
El guion es brillante y hábilmente escrito, pues conecta con esa idea que bulle en nuestra imaginación, la de una isla semicongelada, misteriosa, cuyas entrañas guardan tenebrosos enigmas y arcanos alimentados por los cuentos, mitos y fábulas populares transmitidos de boca a boca desde tiempos inmemoriales y en los que se apoya e inspira esta formidable serie.
Y si decidieran embarcarse en este excitante viaje, les aconsejo tomar aliento y abrocharse los cinturones porque les espera un vuelo de lo más movidito.

Emilio Castelló Barreneche