Una película delicada y sutil. La sencillez de su argumento impregna su desarrollo de un aire minimalista que la convierte en un objeto para degustar con tranquilidad. Los paladares más exquisitos descubrirán la riqueza de cada personaje, la cuidada fotografía, la música precisa... Y los silencios, siempre los silencios. Ese aparente vacío que llena tantos y tantos momentos cinematográficos inolvidables. Silencio.

1933. Estados Unidos. Ambiente puritano. La autocensura de los grandes estudios está en plena vigencia apenas un año antes de que entre en vigor el famoso Código Hays. Y Ernst Lubitsch literalmente se lo pasa por el arco del triunfo a costa de transmitir una tensión sexual vaporosa de forma sutil y elegante, a la par que aguda, atrevida y mordaz. Con un trío protagonista radiante de simpatía convierte una historia sencilla en un 'ménage à trois' exquisito. Con todo, 'Una mujer para dos' es un ejemplo clarividente del porqué se añora tanto el irrepetible 'toque Lubitsch'.

'Los niños de la estación de Leningradsky' estuvo nominada al Oscar al mejor documental corto en 2004. Con esta carta de presentación, la película narra de forma directa y sin ningún lirismo visual la descorazonadora historia de la enorme multitud de jóvenes -muy jóvenes- que se ven empujados cada año a las calles de Moscú, abocados a la mendicidad, al alcoholismo, a la adicción al pegamento, a las garras de la pederastia, a la violencia, al hambre, al frío, al sida y a la muerte. Hablan los niños. Sólo los niños. Y el relato es realmente desolador.

Enorme trabajo. Hacía muchísimo tiempo que no me reía tanto en el cine. Del mismo modo, no recuerdo la última vez que, al final de una película, el público rompía en aplausos de forma espontánea. Yo también aplaudí a 'Pequeña Miss Sunshine': por la riqueza de cada personaje, por la sencillez de su estructura, por un guión redondo y por unos diálogos inteligentemente divertidos. Por la facilidad con la que convierte escenas hiperdramáticas en auténticos y memorables gags y, sobre todo, por demostrar que el Cine, afortunadamente, nunca dejará de sorprenderme.

El Tom Tykwer valiente treinta minutos. Después todo es un despropósito. Tanto el desarrollo prudente y denso, como el vergonzoso y decepcionante desenlace. Tykwer intenta ser posmoderno y cae en el más absoluto patetismo. Y no contento con eso, convierte un sutil y brillante final en un cuadro renacentista incomprensible, en el cual los mitos de Eros y Thanatos bordean peligrosamente el ridículo. Tykwer ha muerto. ¡¡Viva Tykwer!!