Cuando tienes a una actriz que es una fuera de serie y la dejas ir porque ha cometido un error, ¿a qué altura te deja eso? Dice que se arrepiente, que no lo volverá a hacer, pide perdón, ¿y la abandonas? Y encima te disculpas por no haber eliminado su participación, borrado su rastro, tratando como una apestada a la persona que ha impregnado de calidad el producto que tú has hecho, que le ha dado empaque y contundencia, distinción y presencia, la razón de que valiera la pena degustarlo. Hay mucho de ella en esta serie, posiblemente la que muestra su versión más auténtica, su fortaleza y energía (ese Mustang podría considerarse una alegoría), dejando caer también, de manera sutil, todas sus debilidades (ese compadreo con los colegas de mesa lo dice todo). Cuando ella se difumina, la serie también lo hace y decae ante la perspectiva de esperar un final épico (después de visto lo acontecido) y encontrarse con cuatro petardos mal tirados. En definitiva, es como si hubiesen hecho un sondeo entre una panda de mojigatos y dejado a éstos la resolución de la trama.
Lo mejor: el gozo y satisfacción de haberla visto y disfrutado de su talento en este manga muy a lo japo.
Lo peor: que no sabes cuándo la volverás a ver.
Ánimo, no desfallezcas, sigue adelante, no nos dejes huérfanos de tu arte.

Para empezar, que José Mota es un cómico, y no un actor, de ahí que sea prácticamente imposible tomarlo en serio cuando aflora la vena dramática del personaje que interpreta, además de resultar forzado en cada frase que pronuncia, la nula química con Salma (no la mira a los ojos), el inverosímil devenir de los acontecimientos que lo lleva a restar postrado con un hierro en la cabeza (menuda basura de guión o tal vez es que lo tradujo Zapatero).

Con todo esto que salvar (aparte de ser un evidente remake de la película de Billy Wilder), cualquier director con el mínimo tino hubiese concebido una historia esperpéntica del típico panoli que termina siendo víctima del circo que él mismo (indirectamente) ha montado, con la moraleja de que acercarte al monstruo puede suponer que éste termine engulléndote. En vez de esto, el defensor de las mirindas se limita a recalcar sólo una idea, que la dignidad no tiene precio (y para eso no hacen falta 98 minutos).

Lo mejor: que salen mis compis de la Alquería.

Lo peor: la nominación de Mota y no de Tejero (inconmensurable en su breve pero magistral papel); el prólogo, del todo innecesario; el lifting de Galiardo; y que Nerea sólo tenga tres escenas y ¡ninguna frase!

Hacía tiempo que no me encontraba con una teleserie española (para más inri culebrón) que lograse captar mi atención de la manera más inesperada.

A priori todo se antoja reiterativo, tópico, pero cuál es la diferencia: los actores, la química existente entre ellos, la naturalidad de su desenvoltura, la frescura de rostros (esa “Segunda” es magnífica), la convicción vertida en los diálogos (sacados de la prosa clásica); y en el apartado técnico, una iluminación prodigiosa (llena de luz vital) que desborda en el salón vespertino cual arco iris nacido en primavera.

Merece especial mención la valentía y arrojo con los que la principiante Megan afronta su personaje, y la facilidad con la que logra hacerse querer por el espectador, dispuesto a tenderle una mano en la situación que sea. Y ese “valencianet” de pro (Álex Gadea), galán con proyección fulgurante, del que se oirá hablar allende los mares. Y finalmente la maravillosa Sandrita, un auténtico ángel que entona (su química con Megan es fascinante) con cualquiera al que le abra la puerta.

Al final el argumento es lo de menos, lo que importa es la clase y el buen oficio con el que está hecha.

Porque no hace falta hacer una película porno para contar esta historia, se puede ser más demoledor incluso desde la concreción, desde la sutileza, y aquí Mélanie Laurent, que se vislumbra en cada plano, logra con una maestría arrolladora contar exactamente lo mismo, y sin necesidad de difuminar el contenido con fuegos fatuos que distraigan su prodigiosa narrativa. Una fuerza poderosa contenida, que al explotar se expande de forma desmedida, y cala hasta lo más hondo del alma humana. Obra maestra, de extraordinaria fotografía. Impecable. Impoluta. Brillante.

Somos muchos los que acudimos a ver una película española con la premisa de que vamos a encontrarnos con un producto de escaso brío y donde prime la exhibición del tetar de alguna actriz lanzada. Pues bien, no es este el caso. “Secuestrados” podría entroncarse con aquella saga que hace años originase el bueno de Brian Yuzna auspiciado por su amigo Julio Fernández, de la que sería sin duda su mejor y más brillante exponente. Se trata de una película que no parece española, aunque suene mal decirlo, con una planificación mimética y unos movimientos de cámara cuidadosamente coreografiados, algo alucinante, e incluso el recurso de De Palma (tan reiterativo y pedante por su parte) es utilizado con aplastante intencionalidad en pos de la acción. Que le den un Goya, un Oscar, o lo que sea, a Manolita Vellés ya. Manolita, no dejes de hacer cine, papeles como estos, eres “mu grande”, como Nerea, que es “mu grande”.

Cuando se piden reformas en aras de prever y proteger a la sociedad de este tipo de actitudes, siempre se tilda que en caliente no se puede debatir, y es que si no se debate en caliente no se debate. En vez de ser conscientes de lo que ocurre, se recriminan afirmaciones del tipo “con Franco se vivía mejor”, más seguro, y lo hace quien no ha sido atracado en su casa y violado. Ya está bien de hipocresía barata, si no hacemos algo pronto vamos a volver a ley de la selva, donde cada uno tenga un arma en su casa y no dude en pegarle un tiro al primero que se le ocurra cruzar la puerta.

De obligado visionado para ti, Alfredo. Y tú, José Luis, mejor que te abstengas.

Lo mejor: la magnífica interpretación (en especial de Manolita) y la genial dirección.