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España España · Cáceres
Críticas de Tiggy
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Críticas 329
Críticas ordenadas por utilidad
9
17 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi primer acercamiento al cine del legendario director californiano Sam Peckinpah no podría haber resultado mejor con una película, adaptación de la novela The Siege of Trencher's Farm de Gordon Williams (1969), que resulta tan cruda e impactante, con tanta abundancia de violencia que cargan los diálogos y fotogramas como si algo fuera a estallar en cualquier momento (no me refiero a violencia explicita, que la hay), sin caer en recursos fáciles para mantenerla en la tensión adecuada y transmitírsela al espectador de una manera tan homogénea y limpia, sin que nada la ensucie o entorpezca, trascendiendo con un grado de pureza e incluso serenidad impecables que agobian, llegando a la fatiga, al espectador, incluso molestándolo emocionalmente mediante la frustración o la impotencia. La película nos pone en la piel del pacífico y pacifista, erudito e introvertido, buena persona David Sumner (interpretado de manera magistral por un joven Dustin Hoffman) y en la de su novia Amy Sumner (con una correctísima Susan George) que, siendo americanos recién llegados a un pequeño pueblo de Inglaterra, son el foco para el acoso de la familia liderada por la especie de patriarca Tom Hedden (animado por un veterano aunque no menos imponente Peter Vaughan) que, poco a poco, irán dando pasos más agigantados hacia un lugar inexplorado de la psique humana del protagonista. Es impresionante como Peckinpah dispone todos los elementos de tal manera que, sin crear un escenario o un relato tan cargados formalmente por su estilo, sí que lo consigue incrustar en todos los parámetros sin dar la sensación de atiborrar ni la historia ni el guión, ambos desarrollándose a un ritmo muy enérgico sin sobrepasar los tempos en ningún momento, también sin quedar espacios vacíos, consiguiendo una naturalidad y, lo más importante, un realismo realmente estremecedores tanto por ello como por las dotes de sus actores, donde ninguno tapa a ninguno sin importar su relevancia argumental, su posición o sus líneas de diálogo. Las dos líneas argumentales que crea (incluso tres si nos ponemos exquisitos) están narradas de tal forma que todas colisiones en el mismo punto haciendo que unas empujen a otras y viceversa para la provocación por simpatía de la catársis de la película presentada al más puro estilo home invasion (sorprendente para el 1971, probablemente, influencia directa para John Carpenter y su Asalto en la comisaría del distrito 13 de 1976), desarrollándose al final del segundo acto para que la acción perdure vigorosa de principio a fin durante el tercer acto y el desenlace. La estética sucia de la cinta, así como su fotografía anticuada y la gama de colores oscuras basándose principalmente en el marrón otorga una sensación aún más decadente ante las situaciones vividas por el dúo protagonista, asiendo un deseo de desesperanza que recrea Susan George a través de unas expresiones faciales representantes de un ánimo cada vez más bajo, apoyándose, también, en la gama de marrones que la rodea representando estos, principalmente, la antipatía del pueblo hacia su persona, así como la necedad y lo marchito. El análisis psicológico que hace Pechinpah sobre la figura de David Sunmer (y que extrapola con facilidad al espectador) es de estudio, considerándolo (a mi gusto personal) bastante más completo que el que hace Martin Scorsese a través de Travis Bickle en Taxi Driver (1976), que, aún teniendo relativamente poco que ver un personaje con otro, sí que se asemejan bastante los conflictos internos de ambos a pesar de ser expresados de maneras tan diferentes entre sí. Lo único que me falla es la banda sonora, exceptuando el momento de la música escocesa (haciendo un tributo al escritor de la novela, de origen escocés), gran parte de la demás no la considero muy apropiada para las imágenes que presentan. 'Esta es mi casa y yo soy yo. No toleraré la violencia contra esta casa.'
Tiggy
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2
27 de enero de 2021
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
El conductor podría ser perfectamente uno de esos spots televisivos cutres que advierten del peligro en la carretera y promueven la seguridad vial, incluso podría haber funcionado como tal si se hubiera llevado a cabo como corto o mediometraje, pero no es el caso. Es tal el exceso de despropósito que se podría clasificar en ese grupo de películas de sobremesa que provocan el bostezo únicamente con los créditos iniciales. El obvio paralelismo con la ópera prima de Steven Spielberg, El diablo sobre ruedas (1971), no es más que un mal augurio de la retahíla de sandeces con las que Lodewijk Crijns, director y guionista, va a fumigar el espectador hasta el colapso mediante un guion que seguro ni producción, ni incluso él mismo, revisó antes de empezar a rodar. El argumento se recrea en los clásicos esquemas de películas de psicópatas en las que el antagonista, incansable e implacable, acosa hasta el síncope a un protagonista, concepto popularizado desde su renovación en 1955 por el inolvidable Harry Powell de La noche del cazador (Charles Laughton) que, en este caso, es representado por una unidad familiar que comparte la misma y única neurona. Dentro de esta peculiar familia, Hans, el padre, es el que tiene más protagonismo. Y también el que tiene más retraso. Arrogante, estúpido y con una incómoda actitud machista asumida, será el responsable de… ¿proteger? A su familia de la ira de un sádico exterminador de plagas con el que discute en carretera.

Me cuesta mucho creer que el director holandés sea inconsciente del bochornoso guion que ha escrito. Con una ausencia total de ritmo que pasa de la tranquilidad más aburrida al frenetismo más inconsistente, Crijns es capaz de llevar situaciones medianamente cotidianas, con un fondo educativo acerca de la responsabilidad al volante a escenas absurdamente hilarantes que dan rienda suelta a unos diálogos sobresalientes en una ranciedad que nada envidia a las comedias de Ozores. Todo esto llevado por el histrionismo espídico de Jeroen Spitzenberger como Hans que, entre cubo y cubo de agua que le echan para simular la ansiedad imprescindible de una road movie de terror y que él mismo no es capaz de transmitir, no duda en mofarse de la tercera edad o de las mujeres mediante gags que rozan el mal gusto. El resto de la familia no se queda atrás ni en interpretaciones ni en construcción de personajes, esta última brillando por su ausencia. La película, también como suele darse, está hecha para el lucro del antagonista, del que Willem de Wolf hace lo mejor que puede con un psicópata tan ridículo, y que recuerda bastante a la interpretación del tristemente fallecido Dieter Laser en The Human Centipede (First Sequence) (Tom Six, 2009), comparación clara teniendo en cuenta el leitmotiv clásico de motivos nórdicos que emplea Steve Willaert en la remasterización de Vaarwel, Tot Ziens de la cantante holandesa Stella Maessen para presentarlo en esa introducción sobrante que desvela tanto los rasgos de personalidad como el móvil del psicópata, aspectos que deberían quedar reservados en pos de los puntos álgidos de la historia.

La comparativa de las plagas con la ciudadanía incívica es adecuada, más teniendo en cuenta las duras leyes de los Países Bajos al respecto, pero Crijns se pasa de rosca no solo queriéndolo llevar a un terreno moral muy escabroso, sino considerándose con la potestad de dictar un veredicto sobre las consecuencias como si fuera una especie de justiciero. En este éxtasis de justicia y soberbia es hasta capaz de cuestionar la labor de los agentes de seguridad de su país en un alarde de arrogancia bastante parecida a la que critica con su protagonista, aunque, por suerte, este examen ético es tan penoso y vacío que se queda en irreverente. Me llama poderosamente la atención que este desastre fuera seleccionado en Sitges a mejor película en 2020, y que tenga críticas tan favorables en relación al paupérrimo nivel que presenta, que, como digo, es muy similar a una película de tarde.
Tiggy
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8
2 de mayo de 2021
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué hubiera pasado si Hitler hubiera muerto antes de tiempo? Es algo que la humanidad nunca sabrá, pero siempre podemos fantasear con que un mundo mejor podría haber sido. Y eso es, exactamente, lo que se pregunta el maestro vienés Fritz Lang en El hombre atrapado. La turbulenta historia de un apuesto cazador inglés que, habiéndolo cazado todo, viaja a Alemania para saber si es posible cazar el animal más grande de todos: al mismísimo Führer. Eso no es posible, y el apuesto cazador se vuelve una vulnerable presa, perseguida por los dóberman nazis desde el corazón de Alemania hasta el seno de Inglaterra.

Es irónico que Fritz Lang, ese hombre alto y con monóculo nacido en Viena y judío diera a Alemania muchas de sus grandes películas, tales como Metrópolis (1927) o M, el vampiro de Düsseldorf (1931). Y que el pequeño César presuntuoso que la gobernaba fuera su mayor fan. Su huida de Alemania tras las siniestras insinuaciones de Joseph Goebbels no son más que el alma de esta película, su sexto largometraje yanqui, en el que su protagonista, Alan Thorndike (Walter Pidgeon) es el álter ego del realizador, plenamente capacitado y suficientemente hábil para combatir el nazismo desde la silla de uno de los mejores directores de la historia.

El hombre atrapado, aparte de ser un impecable ejemplo de propaganda anti-nazi a lo Contraespionaje (Lance Comfort, Mutz Greenbaum y Victor Hanbury, 1944) es una película tan personal en fondo y mensaje como en sus formas. Sí, el milimétrico estilo de Lang se percibe en cada encuadre, en los que la arquitectura inglesa pareciera esconder, con cierta amenaza, a sus personajes del acoso hacia el hombre perpetrado por fuerzas incontrolables contra las que no puede luchar. El nazismo, en este caso. El mismo nazismo que hizo huir a Lang, para nuestra fortuna, a otros países donde la sociedad no estaba tan deshumanizada como en la Alemania que le dio alas para volar, pero que estaban encadenadas a una esvástica.

Las mujeres en el cine del cíclope de Viena han sido piedras angulares. Femmes fatales que cegaban a nuestros acosados, vulnerables héroes hasta darse de bruces con un destino infame. En El hombre atrapado, Lang reproduce este tópico heredado de La muerte cansada (1921) y que transpondría a otras de sus películas como La venganza de Frank James (1940) o, más explícitamente, esa obra maestra llamada Encubridora (1952). Aquí, esa mujer está encarnada por una encantadora Joan Bennett de la que es imposible no encariñarse, encargada de fraguar un melodrama que, aunque infinitamente más superficial, bien podría acercarse al de Rick Blaine (Humphrey Bogart) e Ilsa Lund (Ingrid Bergman) del hito Casablanca (Michael Curtiz, 1942).

Con un espíritu humanista y pacificador, Lang se prepara para lo peor de la guerra sacando a relucir otro de sus tópicos, la venganza que, aunque implantada aquí in extremis en su fatalista epílogo, deja patente la necesidad por acabar con la epidemia de destrucción y maldad con la que el Tercer Reich contagiaba y corrompía a una sociedad cada vez más desviada de su sentido del deber. Pero Thorndike no presenta combate. Huye, como un cervatillo, escabulléndose entre la niebla que infesta la grandiosa fotografía nocturna de Arthur C. Miller. Numerosos encuadres circulares preceden la cacería del protagonista, simulando miras telescópicas para más tensión del espectador desde los que miramos entre el atrezzo de los escenarios la vulnerabilidad de un hombre que no puede enfrentar a sus circunstancias, totalmente desvalido y vulnerable.

Y el antagonista. Qué antagonista. George Sanders se viste como un dandy, diabólico y sereno, con todo bajo control. Imperturbable en su cacería por las calles de Londres en su interpretación del Mayor Quive Smith, y escoltado por uno de los actores fetiche de Fritz Lang: un John Carradine que aterroriza bajo la oscuridad del metro e inspira temor a la luz del día como si fuera el mismísimo Vampiro de Düsseldorf. Este par de gentlemen son los que propician la tensión del argumento, haciéndonos velar permanentemente por nuestro antihéroe bretón en su trepidante huida, casi aventuresca, por los códigos del noir. Estos códigos permiten a Lang poner sobre la mesa una de sus dudas más recurrentes, prominentes en todo su cine: la duda por el funcionamiento de la justicia. El director establece la conexión de la justicia (Scotland Yard) con la corrupción (el nazismo) para que ni el protagonista, ni nosotros que velamos por él, confiemos en el amparo que promete, una vez más, mostrando al individuo absurdamente vulnerable en una sociedad corrompida.

Resumiendo, El hombre atrapado es una notable carta de presentación de Fritz Lang, firmada con su puño y letra. Fatalista, muy pesimista y muy romántica, esta joya del noir no podría haber sido mejor adaptada a la gran pantalla por otro director. Solo Fritz Lang, combatiente galardonado de la Primera Guerra Mundial y prófugo del nazismo, podría haber plasmado tan cruentamente desde el crimen un mensaje tan marcado por el antibelicismo que, en aquella época, no era más que un sinónimo de antinazismo. (7.5).
Tiggy
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3
1 de abril de 2021
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si Billie Holiday cantó la canción más triste del mundo (Gloomy Sunday), Lee Daniels ha hecho de su vida la más triste oportunidad perdida de calar en el público con el potentísimo mensaje antirracista y feminista que definen la agonía perpetua de la legendaria cantante de jazz. Los Estados Unidos contra Billie Holiday usa la figura de Lady Day para cantarnos una sola canción sobre la histórica vulneración de los derechos humanos hacia mujeres y negros en las décadas de los cuarenta y cincuenta en lugar de construir un repertorio adecuado para el contexto cultural, político y social de una época embarrada de machismo y racismo, temas tan actuales y necesarios que me molestan cuando su uso es tan inadecuado y pueril. Billie Holiday se merecía más. Mucho más.

Lee Daniels prefiere tomar la vía fácil con una aproximación superficial a la problemática socio-política profundizando en la vida de la cantante a través de un biopic que más pareciera una película de tarde que una superproducción americana. Se las arregla para que la fascinante vida de la mujer que golpeó con rabia los cimientos del sistema estadounidense sea aburrida, insípida y exasperante. Es como si la película se hubiera rodado con descuido, holgazanería y mucha prisa. La narración es uno de sus mayores errores. Para empezar, Daniels se vale de la narración en retrospectiva para aprovecharse, de una forma infame, de todos sus trucos. No sé si el director considera aburrida la vida de la diva, pero la monotonía con la que nos la cuenta da a entender que sí, estructurando más de la mitad de la película en pequeños arcos repetitivos que constituyen la base argumental. Se prepara el set-up (el concierto), se incita la causalidad (que cante Strange Fruit, canción que abogaba por la igualdad), se ejerce la acción (la canta), se llega al clímax (reacción negativa del sistema), se consuman las repercusiones, se resuelve el arco y vuelta a empezar, con los mismos conflictos melodramáticos narrados de la misma manera que suceden en la vida fuera de los focos de Holiday y sus respectivos momentos de relax basados en drogas y diálogos superfluos.

Eso hasta que Daniels considera que basta, y se vale de la magia de la edición para transportarnos de una reunión entre amigos a un burdel en el que se entremezclan, de manera estrepitosa, los tiempos fílmicos; no sé si es un flashback dentro de otro, si está haciendo uso del tiempo condicional para elevar el dramatismo o para consolidar los lazos interpersonales de Holiday y Jimmy Fletcher (Trevante Rhodes) o para, simplemente, romper la atonalidad con la que llevaba bostezando durante más de una hora. O si simplemente se cree Tartovsky. A partir de ahí, la narración, que en principio era lineal y progresiva, se colapsa por la inclusión forzada de personajes como Louis McKay (Rob Morgan). Que, por otra parte, no aportan ni suscitan absolutamente nada. De hecho, todos los secundarios solo entorpecen, más si cabe, la narración.

Tampoco esperes profundización en el KKK, o en el macartismo, o en cualquier movimiento político o social que definen la causa de la película. En más de dos horas de película no hay tiempo para tratar los hechos históricos que son la razón de ser del mensaje. Un punto positivo, dicho sin ironía, es el trato hacia el cuerpo de federales americanos. Supongo que también será por vagancia, pero la nula justificación del racismo, el ausente trato que se da a personajes como Harry J. Anslinger (Garrett Hedlund) es perfecto como sinónimo de que el racismo, en efecto, no tiene justificación posible. También me ha gustado especialmente la puesta en escena, algo en lo que Daniels sí consigue ser elegante y sutil en su definición de la hipócrita sociedad estadounidense, poniendo el foco en el reclamo de la película, una espectacular Andra Day que se deja la voz cuando sube al escenario. El resto del elenco cumple con su vano cometido, teniendo los típicos alivios cómicos en Roslyn, bien interpretada por Da’Vine Joy Randolph, y Miss Freddy, cuyo histrionismo está en buenas manos con Miss Lawrence a cargo de su interpretación. Trevante Rhodes no me dice nada.

Los Estados Unidos contra Billie Holiday, si mereciera la pena verla, sería exclusivamente por Andra Day. Y es algo que, de verdad, me entristece. Teniendo la gran oportunidad de contar al mundo la lucha por los derechos humanos que emprendió una mujer como Lady Day, considero intolerable un trato tan superficial y vacío de una vida entera, de un alma y una voz, entregadas plenamente a la incansable búsqueda de ser escuchada por un mundo mejor para todos.
Tiggy
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2
22 de mayo de 2020
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una fiesta, un grupo de amigos descubren una aplicación para el móvil que asegura con exactitud la hora de sus muertes. A raíz de ello, la enfermera de un hospital se enterará de dicha aplicación y procederá a instalarla, tratando de aprovechar el corto tiempo de vida que le queda luchando contra el acoso de un demonio mientras trata de buscar una solución para evadir su propia muerte.

El oriundo de Massachusetts Justin Dec es el director y guionista de esta genérica película tan mediocre en su dirección y tan soez en su guión que no presenta ningún síntoma de pretender brindar una buena historia de terror, sino únicamente evadir la clasificación C para poder llenar las arcas a base de recaudación. En el pasado, Justin Dec ya había dirigido pequeñas producciones sin mucho éxito en la industria.

El tema tratado se presenta bastante interesante, más en el contexto histórico en el que se sitúa, recreando una exageración del peligro que hospedan ciertas aplicaciones móviles de dudosa procedencia, insistiendo en la importancia de leer los términos y condiciones previamente a su instalación.

Es una película obviamente orientada a un público general, tanto por el tema que ofrece como por el burdo argumento en el que se sostiene. Siendo una cinta de terror, no presenta demasiada violencia explícita, por lo que se convierte en un producto precocinado de Hollywood cuya labor principal reside en sus distribuidoras, cuya única intención es multiplicar el presupuesto en recaudación, algo que, para no mucha sorpresa, consiguió con creces, de los 6,5 millones utilizados a la escandalosa cifra de 48 millones.

El guión es una amalgama de absurdos que aún teniendo una historia fácil de narrar está tan mal planificado que Justin Dec recurre una y otra vez a resoluciones incoherentes para mantener un argumento defenestrado desde el final del planteamiento. La incoherencia narrativa y agujeros de guión son una constante en la película, creando situaciones forzadas para apresurarse a mostrar los elementos del terror pasando por alto mantener un ritmo regular. Por otra parte, la licencia que se toma el director para ocasionar abruptos saltos temporales, con la intención de crear un espacio fílmico adecuado, son tan abruptos que rompen la continuidad narrativa con la intención de ahorrar escenarios y obviando elementos importantes como trayectos necesarios tanto para la trama como para sus personajes. Los diálogos entre los personajes, como las relaciones interpersonales que establecen entre sí, no se quedan atrás en lo incongruente y carente de naturalidad. Poseyendo estos precedentes, es obvio que no consigue captar la atención del espectador por la nula tensión que tiene y, cuando empieza a tenerla, es quebrantada por las malas maneras del director. La demonología barata y el humor de usuario medio de Twitter también son elementos puramente lamentables, dando reacciones a sus personajes anormales y creando secuencias de bochorno, como es la incursión de Gerry (John Bishop), borracho terraplanista del que los protagonistas sacarán una conclusión moral de mal gusto con intención cómica.

Asimismo, el patetismo interpretativo es habitual también, cuya culpa reside principalmente en el encargado de este filme que en los actores en sí, ya que con un guión tan errante y una dirección aún peor, es difícil conseguir que sus actores se desenvuelvan bien en personajes tan necios. Aún así, hay dos interpretaciones que destacan de manera exigua entre las demás, otro error ya que encarnan a personajes totalmente secundarios, como son Jordan Harris (Talitha Bateman) y Derek (Tom Segura), este último captando todo el interés con su mínimo arco de personaje.

El director emplea recursos desacertados que, lejos de provocar terror, rompen la atmósfera de la película, sumado a su nula concepción espacial usando desde un inicio un plano secuencia con perspectiva subjetiva que no tiene ningún tipo de sentido, y no mantiene una correcta disposición de los elementos en el plano, usadas en el episodio inicial del que se vale para la presentación de los efectos de la aplicación. Obviamente, al ser una película de terror con ligeros toques de terror psicológico, el director se va a valer expresamente de jump scares para infundir miedo en el espectador porque, aparte de tratarse de la senda fácil, no es capaz de transmitirlo con su propia historia, y explota dicho recurso hasta la saciedad, elevando el sonido hasta límites atroces con movimientos desesperados de cámara o transiciones escabrosas. También se intenta introducir una segunda trama enfocada en los sentimientos familiares de la protagonista que ni aportan nada a la película ni interesan lo más mínimo al espectador. El aspecto técnico deja mucho que desear, no sacrificándose por intentar realizar algo interesante más allá de angulaciones vistas hasta la saciedad en un género machacado por la industria.

Uno de los puntos más importantes de cualquier película de terror es la iluminación, cosa que tampoco está bien recreada, pasando de la iluminación total a la oscuridad absoluta sin tener en cuenta los focos artificiales y naturales de la escenografía, y usando la linterna de los móviles de los protagonistas de forma horrenda en ocasiones reflejándose en el foco de la cámara. Los efectos de sonido vuelven a ser reciclados de tantas producciones anteriores del género, como sonidos mixeados de un corazón latente o crujidos que desembocan en el típico screamer. Nada nuevo.

La mala elección de la banda sonora a manos de Danny Bensi y Saunder Jurriaans es tan indigna como la película, que termina rematada por una escena poscrédito que termina de rematar lo poco que quedaba de coherencia en el argumento principal.
Tiggy
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