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Críticas de Don Hantonio Manué
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Críticas 237
Críticas ordenadas por utilidad
7
31 de enero de 2023
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ironía en "Sólo el cielo lo sabe" no es cinematográfica sino de la vida real, pues Hudson como persona quizás tenía más que ver con el personaje incomprendido de Wyman que con su insobornable, incluso intransigente encarnación, a modo de eje moral, de los valores positivos de libertad e independencia personal. En su condición de macho seguro de sí mismo y pobre-pero-feliz, poco tiene que perder, o con que romper, a diferencia de una mujer incapaz de desprenderse de ataduras familiares.

Estamos en la América de posguerra, la de los clubs sociales y las fiestas elegantes, con el dinero y el éxito social como valores y marcadores de identidad; un sistema en teoría igualitario pero edificado en realidad sobre un clasismo atroz y unos prejuicios que profesan incluso quienes pretenden ser la voz del progreso y de la intelectualidad, como una niña bien cuyas convicciones freudianas son objeto de un poco disimulado sarcasmo. Gente de primera y de segunda categoría, cuando no son directamente invisibles. El conflicto de la persona pasiva, que tiene que elegir por sí misma sus propias opciones vitales, es tan moderno aquí como incomprensible ahora (hoy los tiros irían por una historia de iniciación gay), o simplemente ingenuo y utópico en exceso.

La película lo tiene todo bastante claro, pues frente a las apariencias, la frivolidad de esta clase alta, está el mundo mágico y entrañable, auténtico, de quienes serían los proto-hipsters de la época. Pensar por ti mismo, seguir tu camino… todo esto, sin embargo, degeneraría en la autoayuda del individualismo ultraliberal, o lo que viene a ser lo mismo, la ideología oficial de nuestro siglo XXI.

Al final nos queda una película sobre alguien que no pertenece a ninguna parte, que no encaja con esas convenciones rígidas, pero también le cuesta ser un alma libre; de ahí que su decisión (el amor) sea la única certeza sobre la que edificar su vida, pese a su fragilidad. Pues es una amenaza tanto la pura fatalidad (de un accidente en la nieve) como el hecho de ser fagocitado el librepensador por esa colectividad biempensante, que destroza con sus habladurías y mentiras a quienes se salen del camino trazado.

Tenemos un film de firme construcción formal y puesta en escena nada invisible, pero al servicio de la historia, del drama: objetos (el trofeo, la porcelana, la rama de un árbol, “Walden”...), espacios interiores (el hogar y todo lo que lo habita, sea la típica casa de habitaciones enormes, sea un molino en medio del campo) y exteriores (naturaleza, estaciones, una poética del paso del tiempo, con el reloj presidiendo la existencia del vecindario)… y cómo no, colores. Tonos azules y naranjas, dualismos como en el interior de ella, reflejada en cristales, como el de la televisión, elemento invasor y nocivo con que experimentar la vida desde el otro lado, sin sentirla. Sombras también, y no resulta disparatada la comparativa con el expresionismo alemán, entendido de otro modo, o bien con el distanciamiento del teatro moderno y su utilización evidente del artificio.
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Don Hantonio Manué
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9
29 de junio de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La existencia de dos chicas adolescentes que se conocen fortuitamente, ambas viviendo prácticamente en la marginalidad, se cruza con la de un matrimonio burgués con sus propios problemas. Son auténticos fantasmas de carne y hueso, seres desarraigados y errantes, aquejados de una falta que no pueden suplir, de una ausencia, en busca de unas relaciones afectivas que no existen… fantasmas que persiguen, a su vez, a otros fantasmas, que ven lo que quieren ver y necesitan pertenecer a algo.

Sin adoptarse una óptica explícitamente “social”, por la película circulan tanto auténticos parias como gente de un nivel socioeconómico superior, o de distintas nacionalidades (partiendo de ciertos estereotipos, como el contraste de personalidades del dúo protagonista)… todos igual de perdidos, sin nada que denominar propiamente “suyo” en realidad (ni hogar tienen), en una equivalencia que el montaje alternado pone de manifiesto; musicalmente, de un rollito electro-lounge saltamos a Bach, así a botepronto.

Los personajes se encuentran en permanente movimiento. Sin un futuro concreto, su única realidad palpable es su presente, aunque se aferran desesperadamente al pasado, a fantasías o a sueños. Habitan unos espacios anónimos, aunque terriblemente normales y cotidianos, “no-lugares”, como plazas, parques, elegantes habitaciones de hotel, pisos de acogida, gasolineras. A través de una mentira puede ocultarse una confesión, una parte de realidad. Se busca con ahínco el éxito fácil en castings para medrar entre el famoseo y la gente cool, imaginamos, pero ellos están igual de podridos… no es una alternativa, desde luego, el amor puro y recién descubierto; tanto un gran engaño como lo único capaz de guiar a quien está tan perdido.

En este sentido, el factor lésbico, aunque no es lo principal, está insertado con mucho tacto y naturalidad y para nada es mero reclamo; en general, la apuesta por la precisión, por la contención de los sentimientos, es muy efectiva y destaca además un componente un poco voyeur… gente que mira, que descubre a los demás desde la distancia (desde una ventana, tras unos arbustos), que percibe así a los inalcanzables objetos de su deseo.
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Don Hantonio Manué
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2
20 de junio de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un aislado país africano, una planta química ultramoderna sufre un escape de gas accidental. Los afectados no tardan en volver a la vida en forma de muertos vivientes que siembran el caos mientras los países occidentales ignoran el asunto.

También conocida como "Virus" o "Hell of the living dead", detritus fílmico en estado puro y subproducto muy característico del cine exploitation italiano. En este caso, una co-producción hispano-italiana en busca de sacar tajada de la moda instaurada por George A. Romero, pero también del género mondo en torno a las horripilantes costumbres y rituales de las tribus perdidas. Y ya de paso, metemos un poco de acción costrosa con comandos militares enfrentándose a malvados terroristas de la época. Decir que esto es muy malo es como decir que el agua moja, aunque siempre es curioso asistir a tales cotas de cutrismo sin la menor pretensión.

Muy mal hecho todo, con el aderezo del musicote electrónico de Goblin (creo que no compuesto expresamente sino sacado de otro lado), con imágenes documentales de fauna salvaje insertadas zarrapastrosamente y desentonando con el puto parque de Badalona donde rodaron este pestiño, fingiendo estar en África. Los zombies no sabemos si tienen movimientos espasmódicos de zombie o es que se están descojonando vivos (maquillaje y efectos digamos que no son muy convincentes).

Casquería de vez en cuando, un poco más de metraje robado, esta vez de un enterramiento indígena… y caramba, no tenemos guion (es todo inconexo de la hostia) ¡pero tenemos algo parecido a una película! Y eso que los personajes no llegan ni al nivel de tópico más simplón, ni nos importan un comino, salvo quizá el que hace de soldado loco y gracioso, una especie de José Mota completamente entregado a la causa, cual Klaus Kinski de tercera regional.
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Don Hantonio Manué
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4
6 de junio de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El personaje de Beverly me parece bastante ilustrativo de lo que es la película. La actriz, un gran descubrimiento, ilumina la pantalla cada vez que aparece; hace un personaje fuerte, valiente, en pie de igualdad con sus amigos, incluso sutilmente erotizado, esquivando el puritanismo actual… para, finalmente, acabar siendo la damisela raptada por el villano a quien los demás deben rescatar. Con ellos pasa un poco lo mismo: el chico negro es el que lleva la pipa (que para algo es el chico negro), el gordito es el historiador local (que para eso es gordo y empollón)… y así, esta nueva adaptacíón del novelote acaba pareciéndome una ristra de tópicos ochenteros de niños en bici y sustos del montón, aparentando ser algo más tras un apabullante diseño de producción (todo sea dicho), un metraje estirado (como para adaptar la trama entera en un largo...) y un infame precedente nostálgico que, en comparación, hará parecer ésto una joyaza. Se parece demasiado al habitual proyecto de estudio de Warner, un quiero y no puedo cuyas piezas no acaban de encajar y que va a lo fácil, entendiendo el drama como sinónimo de poner musiquita de fondo y confundiendo sensibilidad con empalago (la amistad que vence al miedo, etc.).

El contexto de la vida de los chavales, su “coming on age”, alegrías y penas, la fuerza misteriosa que acecha tras la realidad ordinaria, el pueblo como un ente vivo, con su propia historia y geografía… todo ésto creo que está conseguido muy a medias, incluso diría que más de una subtrama personal queda un poco mutilada (lo del malote, directamente, parece metido con calzador) supongo que por el afán de condensar semejante ladrillo (en cambio, nos cuelan a un padre abusador y a un poli malvado, hablando sobre el miedo y sobre ser un hombre, que son el colmo de la sutileza). En cuando al payaso, y sin entrar en quién lo hace mejor o peor (si Curry o Skarsgard)… pues es que el payaso a lo mejor no era tan importante y lo que da miedo de “eso” es su maldad latente, su omnipotencia, ocultándose tras una apariencia simpática y engañando durante siglos para pasar desapercibido, sacando lo peor de cada uno. Conclusión, que ni el lado “humano” de la historia me convence, ni tampoco la parte más fantástica y terrorífica; tanto como un truño a lo mejor no será, pero de semejante proyecto megalómano y dilatado en el tiempo uno esperaría algo no tan olvidable como ésto que ha salido.
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Don Hantonio Manué
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6
6 de junio de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me cuesta encontrar lo bueno en esta rareza, la fallida adaptación de un totemazo sci-fi a cargo de un director primerizo metido en un encargo que no le pegaba; nada menos que una “space opera” tan megalómana como regulera, posiblemente porque la obra de partida ya es de por sí caótica y difícil de llevar a imágenes, no sé si porque invita más a explorar un mundo fantástico que a seguir una trama cogida con alfileres en algunos puntos. Lo que peor ha envejecido, creo yo, es una estética digna de Flash Gordon que oscila entre lo grimosamente hortera y el encanto de la época (los gusanos de la arena, eso sí, aguantan bastante bien), con unos guitarreos ochenteros del copón a cargo de Toto y una banda sonora de Briano Eno (¡ese musicote con coros!), que destaca como lo mejor y lo que más contribuye a aportar atmósfera y misterio (medio trabajo hecho en este tipo de producciones épicas).
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Don Hantonio Manué
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