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Seychelles Seychelles · Coldwater
Críticas de TPA
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Críticas 57
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
4 de mayo de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los biopics no se escudan en los matices a la hora de generar afinidades; desde buen principio invitan o no al espectador, sin que este se pierda entre inútiles elucubraciones, «¿Pago la entrada por esta o por aquella?, ¿Invierto cien minutos de mi vida en esa o en la otra?». Si el personaje de Margaret Tatcher no despierta en el espectador ningún interés especial, puede que éste se ahorre el visionado de La dama de hierro, si Pepe Rubianes no le dice nada es posible que decline ver la película de su vida, y si el fundador del FBI no suscita en él más que impasibilidad, tal vez se resista a pagar una entrada para conocer a J. Edgar.

No obstante, en estas películas de vidas de película se halla, a menudo, la contemplación para el retrato y la precisión de la réplica sin que se pierda por el camino una identidad propia, que se refleja, en sus mejores casos, en la sabia mano de los principales elementos que componen la obra. Elenco, dirección, arte, y demás, pueden ser determinantes en la empatía que genere una obra hacia su público potencial. Sofia Coppola lo sabía bien cuando rodaba su María Antonieta (2006), invitando al espectador a deleitarse con su modernísima relectura de una historia por todos conocida, a la que revistió y aplicó un maquillaje con el que evitó cualquier atisbo de impersonalidad. También lo sabía David Fincher con La red social (2010), Olivier Assayas con Carlos (2010), y ahora Clint Eastwood con J. Edgar, un film que suple con suficiente genio el escaso interés que en primera instancia pudiera despertar este personaje, menos conocido que la citada reina francesa o el famoso fundador de Facebook. Eastwood disecciona una mentalidad rígida ablandándola suavemente, sin gestos bruscos, como ya hiciese en Gran Torino (2008), describiendo con habilidad los puntos fuertes, y los débiles, de un personaje que como la Tatcher de Meryl Streep quiere ser de hierro y no puede. DiCaprio le sigue la corriente, también Naomi Watts y Armie Hammer, todos ellos envejecidos y rejuvenecidos cual viajero del tiempo desubicado entre unos flashbacks y flashforwards que, sin embargo, no ensucian la claridad de la trama y permiten a los protagonistas exhibir una inusual gama de registros. Y es que más allá de la demostradísima solvencia de los actores y el director, hay que mencionar la labor de maquillaje, que consigue envejecer a sus principales caracteres de forma suficientemente creíble.

(Sigue en spoiler SIN SPOILER)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TPA
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2
4 de mayo de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la era de la globalización las exportaciones e importaciones están a la orden del día, tan inevitables como necesarias para colmar la voluntad y necesidades de unos seres, nosotros, tan borrachos de posibilidades por las que optar que el criterio, nublado, nos lleva a menudo por el camino fácil, basado en la impoluta apariencia del producto. Este producto, que nos llama uno por uno en el nombre del sentido común, obvia cualquier traza de individualismo intentando atraernos la atención, cual señuelo, para después desentenderse del resultado como si la cosa no fuera con él.

Esto pasa aquí con la purpurina, las buenas intenciones y Hilary Swank, Halle Berry, Ashton Kutcher, Bon Jovi, Michelle Pfeiffer, Jessica Biel, Zac Efron, Sarah Jessica Parker, Robert DeNiro y compañía. Todos ellos son, sin duda, el envoltorio perfecto para un producto atractivo en el que su director, Garry Marshall (Pretty Woman, Valentine’s Day), es el lazo ideal. Todo ello es el mejor embalaje posible para un paquete que, por su nula capacidad de extrapolación y empatía, nunca hubiera tenido que dejar su país de origen. Noche de fin de año no es más que un anuncio de dos horas, desacomplejado de su condición manifiestamente publicitaria, que no tiene ningún reparo en sostener los clichés más relamidos en su columna vertebral: el rico triunfador y mujeriego, el dibujante de cómics hipioso y pseudoantisistema, la mujer desencantada con los hombres y la vida, el jovencito relaciones públicas y súper enrollado y hasta el maltrecho veterano de guerra. Ningún elemento se pierde su cita con los tópicos en la fauna de este film, que promociona Times Square como también lo hace con, por qué no decirlo, Philips, Nivea, Moët & Chandon y hasta Power Balance. Y es que ni un atisbo de interés se deja ver aquí, obra de discurso plano, extraordinariamente vacío, en la que el reparto prostituye su nombre y buena fama a favor algo nimio e intrascendente.

Con todo, Noche de fin de año se podría definir como un álbum de postales kitch, de caretas sonrientes y luces de colores que nada tienen más que falsa bondad, un panfleto mil veces visto que desaparecerá con un golpe de viento, tan caduco como el propio título, como el best-seller más anodino y descarado.

Lo mejor: la estereotipada pero tierna escena en el ascensor.

Lo peor: la abismal descompensación entre la calidad del reparto y la de la trama.

[Tupeli.es]
TPA
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7
4 de mayo de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las descripciones históricas requieren siempre un alto grado de compromiso, no sólo con la realidad, sino también con el contexto en el que se llevan a cabo. La narración de un conflicto tiene que ser siempre consecuente y saber contemplar con especial delicadeza todos los elementos que la componen. En este sentido, las guerras son particularmente susceptibles de ser contadas desde la frivolidad, hechos gratamente explotables en lo cinematográfico que se convierten automáticamente en un producto de puro ocio. Sin ir más lejos, la demonización casi irracional que se emplea en muchas películas hacia la Alemania nazi deviene una excusa para reducir conceptos a la mínima expresión, minimizándolo todo al bien y el mal. Grandes nombres del cine han caído en la trampa de la futilidad en lo que a la descripción de conflictos armados se refiere, prescindiendo con mayor o menor intención de la carga de drama real que dicho conflicto ha generado. Hablo de títulos como Malditos Bastardos, La Chaqueta Metálica, con la que Kubrick –a diferencia de su Senderos de Gloria– se deja llevar por la euforia cinematográfica obviando en demasía su responsabilidad como comunicador, o de En tierra hostil, de Kathryn Bigelow, que omite por completo cualquier mensaje o posicionamiento y se beneficia sin pudor de una desgracia que no le es ajena, al igual que lo hiciera Stallone con sus lamentables secuelas de Rambo.

En esta dirección, Ken Loach siempre ha tenido claro su cargo de intermediario entre la realidad y la descripción ociosa, comprometido con los hechos que transmite y dotándoles del correspondiente valor humano, con mayor o menor éxito. Route Irish sigue esta estela al pie de la letra, siendo un thriller de ficción en continuo cortejo con la realidad, en la que el director y su guionista por excelencia se mojan. Esto es, la historia que nos cuentan Loach y Laverty no es de naturaleza contemplativa ni complaciente, sino inquieta e implicada; no rehúye de ser juiciosa ni evita unas denuncias que sin duda incrementan el valor de su conjunto. El argumento nos sitúa en el contexto de la reciente guerra en Iraq y las subyacentes ampollas que de ella van naciendo. Una de estas es la de los contratistas, que acrecientan el conflicto con ejércitos de mercenarios al servicio del dinero, poco más, y entre las que combate el protagonista y su mejor amigo, ambos implicados en un turbulento caso de crímenes de guerra. Con todo, la trama suscita un interés que sin embargo carece en su técnica, poco grácil en el ritmo e impersonal en el estilo, en una conjugación que Loach tiende a combatir con desigual resultado. Si en El viento que agita la cebada o en Mi nombre es Joe las carencias del director pasan desapercibidas, en Route Irish son más evidentes, empequeñeciendo el film e impidiéndole aspirar a grandes cotas.

(Sigue en spoiler SIN SPOILER)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TPA
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7
4 de mayo de 2012
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
No cabe duda de que la animación española pasa por un momento dulce, no sólo por la candidatura de algunas películas recientes a importantes premios cinematográficos sino porque, de forma progresiva e in crescendo, van aflorando en las carteleras del país más títulos animados, ya sea para público infantil o adulto. Pequeñeces, en ocasiones, o proyectos de más envergadura, copan una proporción cada vez mayor en el cine del país, ya sea en forma de largometrajes, cortos o series de televisión e internet. Prueba de todo ello lo son obras como como Planet 51 (Jorge Blanco, Javier Abad, Marcos Martínez, 2009) o Copito de nieve (Andrés G. Schaer, 2011), que aun ser más bien irregulares revelan un diamante en bruto que va puliendo sus vértices y dejando ver su brillo y cada vez más destellos, como lo son Chico y Rita (Fernando Trueba, Javier Mariscal, Tono Errando, 2010) y la adaptación del cómic de Paco Roca, Arrugas, dirigida por el novel Ignacio Ferreras.

La de Ferreras es una película atípica, que se sale con la suya en un contexto desfavorable precisamente por su condición de rareza, de producto manufacturado, arropado por una calidez humana que se percibe desde el principio. La animación es –voluntaria o involuntariamente– metafórica en este sentido: su estilo artesanal nos remite a una animación ya marginal, casi extinta, alejada de los cánones actuales de Pixar o Dreamworks no por calidad sino por una técnica que aún reivindican grandes nombres de la animación como Hayao Miyazaki o Bill Plymton, entre otros. Sin embargo no son sólo los aspectos técnicos los que alejan a Arrugas del concepto más globalizado del cine de animación; su argumento costumbrista hace de la sencillez una virtud, con un discurso crepuscular pero no dramático que habla de la vejez y el alzhéimer sin caer en lo lacrimógeno, como hiciese en su momento Campanella con la extraordinaria El hijo de la novia (2001).

Y es que Arrugas es una obra pequeña y orgullosa, de fácil digestión y por ello, seguramente, ligera mella y rápida cicatrización. La obra de Ferreras es amable pero menor en su espíritu, cautivando nuestra atención un rato para abandonarla después. Y aunque su pecado es más insignificante que sus virtudes, lo cierto es que la sensación post película es de algo agradable pero efímero, una obra con alma pero tal vez falta de vigor.

Lo mejor: Arrugas es otra muestra del potencial español en el campo de la animación.

Lo peor: es quizás menos ambiciosa de lo que podría ser.

[Tupeli.es]
TPA
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6
4 de mayo de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los tics navideños están a la vuelta de la esquina y por eso todo empieza, desde hace unos días, a oler a turrón. La parafernalia papanoelísticofindeañera, reyesmaguna y pesebrística acarrea, como siempre, los benditos valores confraternales que suscitan estas fechas, en las que también los mayores tópicos tienen cabida. Cuentos de Navidad a mansalva inundan pantallas de todos los tamaños, y entre ellos lo difícil no es encontrar uno que se desmarque, si no uno que lo haga con éxito. Efectivamente, hablamos de películas, algunas más ingeniosas que otras en su interpretación de las fiestas de la sonrisa automatizada y la felicidad por antonomasia. Las hay que consiguen reformular los relatos, léase Pesadilla antes de Navidad, léase Rare Exports, las hay que lo intentan, El Grinch o Bad Santa, y las hay que se limitan a reseguir la misma línea previamente trazada una y otra vez. Arthur Christmas se pasea entre el primer y el segundo grupo como Pedro por su casa; flirtea con lo original sin desprenderse de su eslogan impolutamente navideño, en una conjugación irregularmente formulada entre el cuento de Navidad al uso y su pertinente modernización.

Arthur Christmas es una reinterpretación del archimanoseado Papá Noël en su faceta visual y también argumental: la técnica y animación, como ya viene siendo habitual, son un regalo para la vista, impecables en su factura. Su trama, en cambio, aún teniendo un par de gags francamente divertidos, y llena de esas buenas intenciones tan propias de tan señaladas fechas, resulta algo fallida en su pretendido rejuvenecimiento. Si el film quería actualizar la historia de Santa Claus, su logro es más bien superficial: dadle un Smartphone al abuelo y ya lo tienes a la última. El problema aquí es que no hay atisbos de modernización en sus queridos valores, que se centran en el grueso de la historia dejando al descubierto ciertos dejes sexistas –en una ocasión Santa Claus agradece a su mujer que «haga amablemente todas esas cosas que las esposas hacen cuando sus maridos trabajan»–, e incluso belicistas –sólo hace falta ver la vestimenta de los personajes– que lastran sin duda no sólo dicha modernización sino lo positivo del mensaje, al que sólo se puede aprobar haciendo la vista gorda y obviando demasiados detalles.

(Sigue en spoiler SIN SPOILER)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TPA
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