Simpática película en cortos episodios bajo un buen paraguas: ¿Qué haría usted con un millón de dólares? (Si aun hoy esa cifra pesa, para 1932 era astronómica).

Las ocho historias pasan de lo cómico a lo dramático, pero no todas atraen en el mismo nivel al espectador, siendo todas con directores y actores de moda para el momento.

La más emotiva es la historia de Violet Smith (Wyne Gibson la actriz y Mankiewicz dirige). Mi apreciación es un completo spoiler, así que allá está.

Suele afirmarse que la sociedad gringa tiene una dosis alta de pacatería y moralina. Este documental lo muestra pues pone a discutir la taquilla contra las escenas que probablemente irían a ofender al público, que en privado hacía y veía peores cosas con solo asomarse a la ventana. El código Hays está en concordancia con la prohibición del consumo de alcohol por esos mismos años, y ya se sabe qué pasó con el licor y los negocios.

De todos modos el público, sin necesidad de código o de asociaciones de moralistas pacatos, hubiera llegado a un punto medio. Por eso es que no se producen más películas pornográficas de las que se producen, ni hay sangre a raudales al estilo Tarantino.

Finalmente, un buen documental para hacer una lista de películas imperdibles...

La gracia de esta regular película de Leisen es mostrar lo que estaba avanzando el cine estadounidense en ciertas líneas argumentales antes de la total imposición del código Hays (de 1930) que quizá empezó a aplicarse con todas las de la ley a raíz de esta película.

Se muestran los tratos inescrupulosos de la policía con la ilegalidad, el machismo, la mujer como símbolo del placer sin más, el maltrato a la servidumbre. Una larga escena de una coreografía con medio centenar de chicas casi desnudas es el anzuelo. Este tipo de denuncias fueron marchitándose a medida que fue creciendo aplicación del mencionado código.

Un atractivo ejercicio estético para mostrar la vida de los monjes aunque bien podrían haberse dado a conocer otras pequeñeces de la vida diaria en una casa donde parece que no hay cocina ni baño.

Pero el asunto que más llama la atención es la misoginia que destila la película. Uno de los componentes de las religiones que con frecuencia aparecen es su infravaloración de la mujer. Y esta película es un buen ejemplo.

Aparecen mujeres en dos escenas y el resultado a que conducen sus historias no las deja bien paradas. Es el papel de Eva en la tradición judeo-cristiana.

Obra impecablemente montada, redonda de principio a fin. Los actores parecieran sobreactuados pero cuando se recuerda que esa era la forma de transmitir el mensaje en el cine mudo, se entiende el acento en la actuación.

Pero hay un problema de lógica en la leyenda de Fausto, tanto en la versión de Goeth como en la de Marnau o cualquiera otra: Un hombre religioso que va entrando en profundo estado de escepticismo, casi que ateísmo por el dolor humano ante lo cual nada hace Dios ni los dioses. De pronto se le aparece Satán, Mefisto o el nombre que escoja el diablo, y el viejo creyente ahora en vez de entender que si hay Satán ha de haber Dios, se va de juerga... No tiene lógica.