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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Críticas de Normelvis Bates
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Críticas 185
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
14 de septiembre de 2009
44 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Da la impresión, leyendo las críticas que ha cosechado “Juno” por aquí, de que nos hemos vuelto un poquito tiquismiquis, por no decir puritanos. Se ve, por ejemplo, que no puede haber adolescentes más inteligentes y maduras de lo normal, eso es inverosímil, o propio de una peli de ciencia ficción, o (lo más rarito de todo) una americanada en toda regla (como “Desaparecido en combate”, vamos). Que unos padres reacciones comprensivamente y de modo realista y práctico ante el embarazo de su hija y no berreando y haciendo añicos la vajilla, tirándose de los pelos y desempolvando su escopeta de caza (cuánto daño ha hecho la ópera italiana, cielo santo) es, además, un desafío extremo a la credulidad del espectador, dónde se ha visto que ocurra eso, por dios. Será que como más disfrutan algunos no es con el cine, sino con los vídeos de bodas, bautizos y comuniones: personajes reales y reconocibles, situaciones verosímiles, historias creíbles por vulgares y repetitivas.
Hay también quien se rasga las vestiduras porque, dice, se trivializan los embarazos adolescentes, tema muy serio y dramático a más no poder y que exige eso que tan pomposamente llaman “mensaje” o “compromiso social” (moralina, en plata). Quienes se irritan por el tono vitalista y desenfadado de “Juno” olvidan pelis como la ya remotísima y salvaje “El milagro de Morgan Creek”, de Preston Sturges, o la más reciente “Café irlandés”, que tocaban el tema de la misma manera lene y desdramatizadora. Es de puritanos creer que todos los temas tienen un solo modo de ser abordados y condenar a la hoguera toda desviación de la regla.
Que esta peli ganara el Oscar al mejor guión es para otros, en fin, un insulto intolerable, teniendo en cuenta lo infalibles que son esos galardones, que, todo el mundo lo sabe, han reconocido siempre el talento, premiando guiones, ejem, soberbios como los de “Ghost” (¿sólo un Oscar? ¿por qué no el Nobel?) y obviando los de memeces como “Encadenados” o “Ninotchka”, que maldita la hora en que se escribieron. El Oscar, las nuevas Tablas de la Ley.
¿Significa eso que “Juno” es una obra maestra? No, no es una peli memorable, y sin duda la han perjudicado tanto el empacho promocional que hemos sufrido, especialmente tras lograr el Oscar, y las no menos nocivas babas de sus idólatras, que hablan sin razón de ella como de la mejor comedia de lo que llevamos de siglo, pero es una buena película acerca del tránsito forzoso de una joven de la adolescencia a la edad adulta y de su obligación de reubicarse en el mundo y de replantearse sus relaciones desde la maternidad, de explorar sus sentimientos hacia quienes la rodean, yendo más allá de afinidades superficiales y buscando la autenticidad. Se deja ver con agrado, tiene buenos diálogos y el justo puntito de acidez y cumple con modestia y no poca nobleza su cometido, que no es poco, tal y como está el patio. Y encima, suenan los Kinks y Mott the Hoople. ¡Mott the Hoople! No seré yo quien le pida peras al olmo, la verdad.
Normelvis Bates
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8
11 de septiembre de 2009
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
No debe de ser nada fácil adaptar al cine las obras de Cormac McCarthy. El único hombre capaz, en mi opinión, de reproducir en una pantalla la mezcla de dolorido lirismo y violencia descarnada de sus obras lleva 25 años muerto y respondía al nombre de Sam Peckinpah, y el único intento anterior a este, que yo sepa, y a la espera del estreno de “La carretera”, fue una de las mejores novelas de McCarthy, “Todos los hermosos caballos”, que acabó inexplicablemente convertida, en manos de Billy Bob Thornton, en un empalagoso e indigesto pastelillo de San Valentín a mayor gloria de los productos cosméticos y de peluquería que ayudan a pagar la casa en la playa de Su Alteza Real Pe de Alcobendas, de modo que uno espera a que empiece la peli con una cosquilleante mezcla de nerviosismo y curiosidad: ¿estarán los hermanos Coen a la altura del desafío?
Y la respuesta es “Sí, lo están, pero...”. Por un lado, la propuesta formal de la peli es impecable. Los Coen logran traducir el universo de McCarthy, su estética fronteriza y crepuscular, su dominio de la elipsis y el sobreentendido, su sintaxis tan áspera como cristalina, sus diálogos austeros y, sin embargo, cargados de significación, en una película técnicamente irreprochable y estupendamente bien narrada, en la que como pasaba ya en “Fargo”, el paisaje es un elemento clave para entender cabalmente la historia que se nos está contando. Las desoladas llanuras de la frontera con Méjico cumplen aquí, al fin y al cabo, la misma función que cumplían allí los escenarios nevados de Dakota: enclaustrar a sus protagonistas, pobres infelices en busca de una oportunidad en la vida, y asfixiar las pocas posibilidades de éxito que pudieran tener.
¿Y el pero? El pero es precisamente lo que acabamos de decir. Es una peli técnicamente tan brillante, tan aplicada, que llega a ser impersonal, cuesta encontrar en ella algo que nos remita al estilo propio de los Coen, su negrísimo sentido del humor, su desacomplejada e irreverente mezcla de estilos y tonos, los súbitos giros argumentales, su refrescante afición al delirio y a la caricatura. Son las estrecheces, me imagino, de trabajar con un guión adaptado y no con una historia propia. Le sobra solemnidad y le falta ironía. Por una vez, los Coen se han pasado de respetuosos.
En el apartado interpretativo, luces y sombras. A cambio de tener que aguantar (eso sí, brevemente: gracias mil, Anton Chigurh) al zoquete de Woody Harrelson, y a pesar de que el personaje que interpreta Brolin está algo desdibujado, disfrutamos de dos memorables interpretaciones, la de un valor seguro como Tommy Lee Jones, en un papel no muy alejado del que encarnaba en “En el valle de Elah”, el de hombre ya mayor que ve derrumbarse las certezas morales que daban sentido a su vida, y, claro, la escalofriante transformación de Bardem en un ángel de la muerte, símbolo de los nuevos tiempos, que se erige en juez incontestable del destino de aquellos que tienen la desgracia de cruzarse en su camino.
Normelvis Bates
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6
10 de septiembre de 2009
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí, de acuerdo, lo sé, tenéis razón: esto no hay quien se lo trague. ¿A quién le daría miedo ese platillo volante que parece una exprimidora tuneada? Y a esos adorables hombrecillos verdes cabezones y cascarrabias que se dejan atropellar como gatitos y que son corneados y volteados sin piedad por toros borrachos, ¿no os entran ganas de estrujarlos entre los brazos y de darles todo el amor y las carantoñas que el resto de los seres de este mundo les niega? ¿Cómo podría nadie creerse que estas frágiles criaturas que se desmembran como si fueran del papel maché y armadas tan sólo con uñas hipodérmicas retráctiles cargaditas de alcohol podrían albergar la intención de conquistar y someter a su voluntad al planeta Tierra?
Y sin embargo... Pese a todos sus errores técnicos, a lo desquiciado del guión, a las patosas interpretaciones, esta película tiene un encanto que no se apaga con los años. Serán los títulos de crédito, o esa música más propia de una comedia, o esa galeria de personajes (los buscavidas tarugos, el quisquilloso granjero, los bobos polis y militares, los adolescentes salidos), pero todo en esta cinta tiene un aire de parodia desenfadada de las pelis de invasiones marcianas que se habían fabricado como churros en los años anteriores, cuyos lugares comunes finge asumir sin complejos, para reducirlos luego a fosfatina, no da nunca la impresión de pretender que nadie crea la historia que está contando, no es, ese sentido, ni la mitad de seria que “Mars Attacks!” (por cierto, ¿cuántas veces debió de ver Tim Burton esta peli?). Y ese desenfado y esa falta de pretensiones es lo que la mantiene fresca y simpática como el primer día.
Pero eso no es todo, porque esta es, además, una peli con mensaje, ya que enarbola un vibrante alegato en favor de la juventud americana de su época, menospreciada cuando no ignorada por sus mayores, que sólo ven en sus hijos a unos mastuerzos secuestrados por la lujuria, la cerveza y el Rock’n’Roll. Ah, amigos, qué poco imaginan los adultos la gran capacidad de convocatoria, la solidaridad e iniciativa que anidan en los febriles pechos de sus cachorrillos, qué poco sospechan que es una, ejem, brillante estratagema ideada por estos jóvenes incomprendidos la que acaba salvando a nuestro planeta de los etílicos hombrecillos verdes, manteniendo nuestros valores y nuestro estilo de vida apartados de sus sucias y alcohólicas zarpas y ahorrándonos así, de paso, la peor resaca de nuestras vidas.
Normelvis Bates
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8
9 de septiembre de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué bien lo he pasado revisando esta película. Llevaba sin verla desde su estreno, hace 8 o 9 años, y aunque guardaba un muy buen recuerdo de ella, no esperaba, la verdad, que esta segunda vez me resultara tan divertida y amena. Pasó casi desapercibida cuando se estrenó, cosa harto más incomprensible si tenemos en cuenta la de memeces que copan las listas de pelis (en especial comedias) más vistas, y no recuerdo que la hayan pasado por televisión, de modo que no es extraño que esta estupenda cinta de Mamet siga siendo una gran desconocida para la mayoría. Y lo más curioso del caso es que creo que son, paradójicamente, sus no pocas virtudes las que la han llevado a ser menos popular de lo que merece.
Es, de entrada, una comedia que se asume como tal y que renuncia por tanto a todo atisbo de trascendencia o de gravedad, al menos en las formas. Tiene desde los títulos de crédito un aire de ligereza y de falta de pretensiones, subrayado por la chispeante música que acompaña todo el metraje, que puede dar a entender, equivocadamente, que es una peli vana o superficial, cuando se trata, en realidad, de un mordaz retrato de la fauna que puebla el circo hollywoodiense y de las consecuencias de su colisión (real, no figurada: entre las calles State y Main) con el mundo que dice reproducir en celuloide. Pero allí de donde otros podrían extraer dramas, Mamet prefiere desplegar un inacabable repertorio de recursos propios de un gran comediante que instalan una sonrisa en la cara del espectador del primero al último de los minutos y logran, incluso, arrancarle alguna que otra carcajada: un guión muy bien trabado, diálogos de gran altura con alguna frase realmente memorable, una galería de personajes que, sin dejar de seguir un cliché predeterminado (el ruin productor judío, la estrella neurasténica, el literato frustrado metido a guionista ) no caen en la simple caricatura, leitmotivs puramente cómicos muy bien diseminados a lo largo de la peli (el bache, el semáforo, la cena del alcalde) que van punteando la acción y determinan su tono general risueño y despreocupado. Da la impresión, por si fuera poco, de que todo el reparto se lo pasó en grande haciendo esta peli (Baldwin, por ejemplo, se regodea que da gusto componiendo a un estrellón tan bobo como calenturiento).
Pero este aire gozoso y lene, que no es sino la suma de sus méritos, es también la causa de su injusto olvido, ya que puede llevarle a uno al error de pensar que se trata tan sólo de un frívolo divertimento de Mamet, cuando lo que este hace en realidad es reflexionar, sin aspavientos ni tremendismo, acerca de la fricción entre el arte y los seres y objetos de los que parte, entre nuestra voluntad y nuestros actos y la dificultad de obtener segundas oportunidades fuera de la ficción, despellejando para ello de paso, pacientemente, a base de alegres mordisquitos y renunciando a la más quedona y efectista dentellada, un mundo tan deslumbrante como mezquino que seguramente conoce mejor que nadie.
Normelvis Bates
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5
8 de septiembre de 2009
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viajar en el tiempo, qué emocionante. No es extraño que Hollywood haya dedicado un buen puñado de pelis a hombres arrojados hacia una época que no es la suya que tienen la posibilidad de modificar el pasado, el futuro, su vida misma. Así, a bote pronto, se me ocurren la canónica “El tiempo en sus manos”, protagonizada por Rod Taylor (y su no desdeñable del todo remake con Guy Pearce), las entrañables “Los pasajeros del tiempo” y “El final de la cuenta atrás” o, cómo no, la más conocida de todas, “Regreso al futuro”. Más o menos competentes o cutres, todas ellas tenían en común el hecho de obviar los detalles puramente científicos de la historia y centrarse en las posibilidades dramáticas que ofrecen los viajes temporales: asistir al futuro apocalíptico de la humanidad, perseguir a Jack el Destripador por las calles de San Francisco, evitar el ataque a Pearl Harbour o, rizando el rizo, no impedir tu propio nacimiento.
Shane Carruth, por lo visto, decidió invertir los términos, dando mayor importancia a la credibilidad científica de la maquineja en cuestión y rebajando la carga dramática de sus efectos, contados con una asepsia y un desapego más propios de un hospital que de una sala de cine. Y en esa apuesta, tan interesante de entrada como arriesgada, creo que radica el mayor error de la película. Para empezar, al espectador se le hace difícil empatizar con los dos protas, dos supuestos cerebritos que se pasan la peli vestidos de comerciales mindundis y sosteniendo conversaciones crípticas y cargadas de sobreentendidos y que uno sospecha vacuas e insustanciales. Carruth debería saber que en cine la narración esquemática y tangencial de los hechos es muy atractiva y, bien usada, puede dar estupendos resultados, pero es un arma de doble filo: o se engancha al espectador o se le disuade de seguir. La historia de Carruth es demasiado discursiva y carece de tensión y su frialdad expositiva hace que el espectador no iniciado se sienta expulsado, al margen de lo que se le está contando, y acabe percibiendo lo inarticulado de una trama que avanza sin rumbo fijo. De modo que, tras concederle durante un rato el beneficio de la duda por el evidente talento de un director novel a la hora de encontrar planos y encuadres interesantes y por el pequeño milagro que supone una peli tan bien acabada con un presupuesto tan modesto, la historia empieza a hacerse primero pesada y después plomiza, el interés del espectador por lo que les pase a los cerebritos decrece y se agota y cuando llegan los créditos finales hace ya rato que le importan un bledo los mindundis, no se siente inquieto o sobrecogido, ni mucho menos, como he leído por ahí, que le hayan tenido "en vilo" o "hipnotizado". Y no le apetece (otra bobada) volver a verla para “apreciar los detalles que se le han pasado por alto”. Se siente como se sentiría un servidor tras degustar humo esferificado en El Bulli: hambriento y sin ganas de repetir. Un filete es un filete y un muermazo es un muermazo.
Normelvis Bates
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