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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Críticas de Normelvis Bates
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Críticas 185
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
7 de octubre de 2009
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última peli que vio John Dillinger antes de que el FBI lo friera a balazos a las puertas del Biograph Theater de Chicago no es, como su oportunista título en castellano podría hacernos creer, una historia de gangsters en la línea de “Scarface” o “Los violentos años veinte” (el original, “Manhattan Melodrama”, se ajusta mucho más a su contenido), sino un algo esquemático y deslabazado combinado de drama con ribetes folletinescos (huerfanitos, curas redentores y demás), comedia romántica e intriga criminal, bastante maltratado por el tiempo y cuya principal dolencia reside, precisamente, en la indefinición del tono empleado por el competente pero algo anodino Van Dyke en su narración. Y es que del mismo modo que buena parte del cine actual tiende a convertir cualquier asunto, por nimio que sea, en una “tragedia griega”, con todo lo que ello, al menos según sus autores, conlleva (argumentos epilépticos, música estridente, sobreactuación histérica), algunos directores de los años 30 eran especialistas en justo todo lo contrario: pulían las aristas del guión, por desaforado que este fuera, enfundaban a los protagonistas en un bonito smoking, ponían en sus manos un dry-martini y en sus bocas ingeniosas y chispeantes frases, y todas las desgracias del mundo parecían de este modo simples inconvenientes, no más fastidiosos que un charco en la acera o una chinita en el zapato, que no pudieran resolverse con algo de conversación civilizada y bien macerada en alcohol.
A Van Dyke la cosa le salió más que bien en la deliciosa serie de pelis de “El hombre delgado”, también con Powell y Loy, en que mezclaba con gran habilidad la intriga detectivesca con la comedia sofisticada, pero aquí..., no sé, algo no cuadra. El ritmo es ágil y los diálogos no están nada mal, se notan la profesionalidad de su director y la mano de Mankiewicz en el guión, pero falta energía en las escenas supuestamente más tensas y sobra envaramiento en las que tendrían que ser más ligeras y desenfadadas. La cosa entretiene sin más, pero apenas deja huella. Da la impresión de que las piezas no acaban de estar bien ensambladas. No ayuda, desde luego, la moralina que empapa la historia y condiciona negativamente tanto la construcción de unos personajes algo acartonados, que se sostienen tan solo en el enorme carisma de su extraordinario e irrepetible trío protagonista, como una trama pensada únicamente como un vehículo para la consabida y falaz tesis de que el mal no compensa y el bien siempre triunfa, que tiene su clímax en el alegato de Powell ante el jurado y las escenas finales en la penitenciaría, tal vez las más logradas de la película, y que aspiraría a ser, me imagino, el mensaje oficial de la sociedad americana de época ante el crimen organizado. Un mensaje, por cierto, que Dillinger pilló a la primera. Vaya si lo hizo.
Normelvis Bates
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8
5 de octubre de 2009
27 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
El hasta entonces desconocido Errol Flynn debutaba en un papel protagonista, destinado en un principio para Robert Donat, en este arrollador y entretenidísimo tebeo de aventuras, que ha pervivido como una de las cumbres del cine de piratas y con el cual iniciaba, además su larga y fructífera asociación con Michael Curtiz (con quien, al parecer, se llevaba a matar), Olivia de Havilland (una de las pocas mujeres de Hollywood, curiosamente, que no acabaron en uno de los muchos catres de su lujuriosa mansión) y Basil Rathbone, uno de los más memorables y definitivos villanos de la historia del cine y el mejor de los Sherlock Holmes habidos y por haber.
Dirán los puristas que hay errores históricos a patadas, que a los españoles se nos pinta como un hatajo de pobres borrachines con menos sesera que un gusano, que la vida del pirata, de hacer caso a esta peli, sería poco menos placentera e idílica que un crucero del Imserso por el Mediterráneo. Y yo digo: sí, es verdad. Es más, se podría añadir que buena parte del argumento es completamente descabellado y que a los picajositos espectadores de principios del siglo XXI, tan preocupados por la verosimilitud y el atrezzo histórico, los personajes nos parecen poco menos que increíbles (¿se jugaría un irlandés el cuello por la Pérfida Albión en pleno siglo XVII? ¿podría compaginar un médico su más que escrupuloso respeto por el juramento hipocrático y una pasión casi enfermiza por ensartar a todo quisque con su espada? ¿cañonearían hasta la muerte una panda de sangrientos y simpaticotes piratas a sus indefensos liberadores y se limitarían a darle un inofensivo chapuzón al cabronazo al que han estado esclavizados durante años?).
Pero todo eso, amigos, no son más que zarandajas. Esto no es una maldita lección de historia, quien desee información verídica y fiable acerca de aquella época deberá huir de esta peli como si fuera la peste bubónica y buscar refugio en la biblioteca más cercana o en las miles de páginas web que bucean con rigor y seriedad en este tema. Si lo que buscáis, en cambio, es un estupendo espectáculo de la Edad Dorada de Hollywood, con sus abordajes y sus humeantes cañones y sus batallas a sable, hacha o pistola, sus gobernadores ineptos y sus malvados terratenientes, sus irresistibles capitanes piratas y sus juergas bañadas en ron y mujeres y tonadas beodas y sus duelos frente al mar por el amor de una dama, y todo ello rodado con un nervio narrativo y un dominio del ritmo ya desaparecidos y sin la ayuda de ningún maldito ordenador, no lo dudéis, esta es vuestra peli. Sed honestos, no vayáis a pedirles a Curtiz, Flynn y compañía cosas que no pueden daros y pedidles lo que sabían hacer como nadie, relajaos, olvidaos del resto del mundo y dejad, simplemente, que durante dos horas os devuelvan a la infancia y que pongan, como decía el propio Errol Flynn, una pizca de sal en este nuestro aburrido mundo. Venga, hacedlo. Ya estáis tardando.
Normelvis Bates
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7
29 de septiembre de 2009
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueve años después de rodar una de las cumbres indiscutibles del cine negro, la extraordinaria “Rififí”, Jules Dassin se encaró de nuevo con una historia de robos en apariencia perfectos que acaban complicándose de modo endiablado a causa de las debilidades de alguno de los hombres que en él participan. A diferencia de su antecesora, que es la descorazonadora y brutal crónica de un puñado de hampones marcados por un destino que no pueden eludir, “Topkapi” tiene, desde su burbujeante inicio, un aire de comedia ligera, apenas aderezada con las gotitas justas de tensión, que la convierten en el reverso humorístico, cuando no cómico, de “Rififí”.
Todo en “Topkapi” parece ser, en efecto, una subversión hacia la ligereza de los elementos que conformaban “Rififí”: el París teñido de llovizna y brumas y sus barrios bajos repletos de bailarinas, yonkis y camellos dejan paso a una Estambul de postal, desbordante y colorista, con sus espectáculos para turistas y sus torpes polis con bigotes; el rostro adusto y amargo de Jean Servais y su parquedad gestual se troca en los exuberantes rasgos y maneras de Melina Mercouri, esposa de Dassin; la densa atmósfera de “Rififí”, los complejos hilos de su trama y su sobrecogedor desenlace se desvinculan aquí de la realidad y juguetean muy cerca de la caricatura, hasta desembocar en una escena final más propia de una última viñeta de “Mortadelo y Filemón” que de una peli de estas características.
“Topkapi” es, para lo bueno y para lo malo, hija de su tiempo, y, como ocurre con pelis de tono semejante, como la saga de “La pantera rosa”, “Charada” o “Cómo robar un millón”, todo cuanto puede beneficiarla o perjudicarla en la memoria del espectador proviene, al fin y al cabo, de esa dependencia del cine que se hacía a mediados de los años 60. No la benefician, desde luego, ciertos excesos psicodélicos que dispararían el mojo de Austin Powers pero que a nosotros nos huelen a naftalina, ni la desmesura de Dassin a la hora de modular el tono, tanto de la acción como de sus intérpretes, tan disparatados ambos en algunos momentos que se corre el riesgo de que al espectador le importen tres pitos lo que les ocurra a unos personajes que a veces parecen marionetas y no seres de carne y hueso.
Perdurarán, en todo caso, la agilidad y el nervio narrativo de Dassin, la honestidad con que nos ofrece un divertimento sin pretensiones ni solemnidades, su capacidad de crear y elevar la tensión y de atornillar al espectador en su butaca, esa escena del robo en el museo mil veces imitada y que es misión imposible superar y que valdría por sí misma para reivindicar y colocar en el lugar que se merece a un grandioso director de cine injusta y doblemente condenado al ostracismo y el olvido: primero McCarthy y luego los demás.
Normelvis Bates
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9
22 de septiembre de 2009
49 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de que las pelis de atracos perfectos fueran poco menos que elegantes y asépticos desfiles de modelos de exquisitos modales y cuya idea de drama parece ser quedarse sin muesli para desayunar, había quien intentaba recordarnos que tras aquellos hombres que trataban de reventar joyerías, hipódromos o bancos había, tal vez, alguna cosa que los asemejaba al resto de los mortales, una historia personal que permitía entender sus motivaciones, un código de honor, un atisbo de humanidad entre la podredumbre, moral y social, que les rodeaba: sentimientos que no nos eran extraños, deseos sencillos y entendibles, una familia tal vez. Vale, de acuerdo, aceptemos que “Heat” intentaba algo parecido y que no pocas pelis han intentado mostrar a los ladrones profesionales como algo más que simples canallas incapaces de sentir afecto por nada o nadie, pero no nos engañemos, la Santísima Trinidad la siguen conformando “Atraco perfecto”, “La jungla de asfalto” y “Rififí”.
Se hace difícil hablar de esta peli sin recurrir al spoiler, porque todo en ella parece pensado desde su desenlace, que supera la concepción fatalista de la vida criminal propia del “thriller” americano y que, tras una catarata de muertes a cual más dramática e imaginativa (alguna de ellas explícita y brutal, otras elípticas e incluso ribeteadas de poesía) llega, finalmente, bordeando el puro nihilismo vital, un nihilismo que se adivina ya, desde los primeros minutos del metraje, en el rostro adusto y desesperanzado de Jean Servais, tan inseparable de esta película como ese París bellamente fotografiado en un áspero y desabrido blanco y negro en que tiene lugar el grueso de la acción.
Intentaré no reventarle nada a nadie que no la haya visto, pero tampoco voy a ser nada original: las escenas de las idas y venidas de la casa de campo y del regreso final a París me parecen extraordinarias, el modo que tiene Dassin de modular de manera creciente la tensión, de dar vueltas y vueltas de tuerca hasta crear un clima cada vez más angustioso y casi irrespirable es propio solo de los grandes maestros del género. Y qué decir de la antológica escena del robo, un prodigio de concisión narrativa y de pureza cinematográfica, esa media hora en completo silencio en la que Dassin logra convertirnos en atracadores y consigue que sudemos y suframos con ellos como si nos fuera la vida en que no hubiera ruido alguno.
Esta escena, además, no es solo ejemplar desde el punto de vista cinematográfico, sino que funciona, en mi opinión, como metáfora o ilustración de la idea que subyace en el fondo de la peli. Tras toda la meticulosa preparación que exige el robo, tras la angustia y el padecimiento y los sudores de su ejecución, un simple gesto, humano y, por tanto, gratuito, inútil e inevitable, echa abajo la frágil arquitectura teórica del plan y pone en marcha la maquinaria del destino que, como llevábamos rato sospechando, les espera ineluctiblemente a los protagonistas. Y es que no somos nada, amigos.
Normelvis Bates
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6
15 de septiembre de 2009
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rodado tras la notable “Los amantes de la noche” y poco antes de obras tan redondas como “Llamad a cualquier puerta”, “En un lugar solitario” o “La casa en la sombra”, este insulso melodrama criminal es de lo más flojito que dirigió el gran Nicholas Ray en los primeros años de su extraordinaria e intensa carrera.
Sin conocer los detalles del rodaje y aun pudiendo equivocarse, tiene uno la impresión de que debió de ser este un trabajo de encargo que Ray afrontó con tal desgana que acabó contagiando su apatía al resto del equipo, empezando por los actores, una gélida y hierática O’Hara y un Douglas algo talludito, entre quienes no hay en esta peli química alguna y que parecen incómodos o encorsetados en unos papeles más bien planos y convencionales. Gloria Grahame, por su parte, saca lo que puede de un personaje que parece la hermana tonta de Anne Baxter en “Eva al desnudo”.
El guión de Herman J. Mankiewicz, cosa rara, tampoco ayuda mucho que digamos. Seguro que conocemos historias de crímenes narrados mediante flashbacks esclarecedores tanto de los posibles móviles como de los sospechosos potenciales de los mismos, pero ninguna, seguramente, tan sosa y carente de tensión como esta, que va en vuelo rasante del principio al final del metraje hacia un final de lo más previsible y adocenado. Hay, además de un par de excursiones ociosas y cosmopolitoides a París y Marrakech, ciertas pinceladas forzosas y algo irritantes de comedia, en forma, por un lado, de diálogos pretendidamente chispeantes pero que, salvo algún acierto ocasional, suenan previsibles y sin pegada, y, por el otro, del personaje de la chismosa esposa del inspector, que va cobrando un inexplicable protagonismo hacia el final de la película, conviertiéndose en un engorroso postizo más de una historia que va diluyéndose con más pena que gloria hasta revelarle al espectador el supuesto secreto del título, un secreto, dicho sea de paso, que lo era a voces desde bastante antes del final.
Normelvis Bates
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