Estupenda primera cinta americana del gran maestro Wilder. Una película curiosa y trascendente, no solo por la exquisita construcción de un guión algo complejo y delicado para transmitir en imágenes, sino porque toca de un modo frívolo y superficial el tema del puritanismo y de las polémicas relaciones sentimentales entre jóvenes y no tan jóvenes. En este contexto, Wilder aprendió mucho de su maestro Lubitsch sobre cuál era el truco para acercar lo frívolo y dudosamente moral al público, sin que resultara demasiado escandaloso. Tal vez se pueda interpretar como una hipócrita doble moral, pero desde luego es una de las características de la screwball comedy que tanto ha brillado en el panorama hollywoodiense en su Edad de Oro.
Se antoja deliciosa la capacidad de Ginger Rogers para interpretar a una atractiva moza de pueblo y, paralelamente, a una desamparada e inocente jovencita. En ambos papeles deslumbra por su belleza provocativa.

No seré yo quien descubra el genio de Mankiewicz a pesar de que esta no es, ni mucho menos, una de sus obras maestras. Sí que es, en todo caso, una excelente tragicomedia romántica tan sorprendente como deliciosa. El gran Harrison y la bellísima Tierney al amparo de un ambiente gótico mostrando una tension sexual tan pudorosa como atrevida. Sí, parece contradictorio, pero es Mankiewicz. Es poesía visual.

Estupenda comedia de acción al frente de la cual se halla un intrascendente director que, no obstante, consigue aquí una cinta de serie B con mucho ritmo y cierta técnica narrativa. El elenco es sensacional, un homenaje caricaturesco a grandes protagonistas de la pantalla: Willis, Malkovich, Mirren, Freeman, Dreyfuss, Borgnine... Todos al servicio del espectáculo, el artificio y la autocrítica. Es de esas películas que te dejan una sonrisa tonta al salir del cine.

Qué inteligente e interesante homenaje a la adolescencia. Usando un estilo que ya se ha encasillado como "suyo", Wes Anderson transmite sensibilidad y ternura con movimientos de cámara imposibles, texturas "burtonianas" y planos figurativos y perfectamente simétricos a lo hermanos Coen. Anderson no se inventa, por lo tanto, nada de nada, pero qué bien lo hace y cómo engancha.
Usando el tópico americano de los Boy Scouts como eje central del mundillo pueril, la historia pretende transmitir, con mucha sutileza pero mordaz elocuencia, la podredumbre a la que nos vemos abocados los adultos cuando olvidamos que también hemos sido niños, que hemos babeado con un primer beso y experimentado una incipiente sexualidad.
Ternura e inocencia frente al adulterio y la maldad de la burocracia mental. No te la pierdas.

Qué forma tan nefasta de destrozar un guión de los hermanos Coen, un texto que prometía diversión, ritmo, extravagancia, surrealismo... y que ha acabado siendo un bodrio a cargo de un director sin el más mínimo talento para el Séptimo Arte.

Cameron Díaz haciendo de lo que sabe, de choni, una especie de Belén Esteban a la americana.

Y el reparto de actores británicos no muestra ni un ápice de ese humor inglés con el que se podía haber ensalzado la cinta.

Los Coen deberían revisar el resultado de sus propios guiones y no permitir que los proyectos caigan en el ostracismo por culpa de los mediocres.