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Críticas de FATHER CAPRIO
Críticas 641
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
21 de mayo de 2010
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los “puristas” defienden la plena concordancia entre novela origen y guión cinematográfico, especialmente en obras de notoria popularidad, como este caso u otros trabajos literarios de Sir Arthur Conan Doyle con su personaje insignia Sherlock Holmes. Sin embargo no soy de los que dedican su tiempo a localizar las siete diferencias, como si esto fuese la página de pasatiempos del suplemento dominical de algún periódico. Juzgo lo que veo y sus coherencias intrínsecas, el envoltorio que lo embellece o no (fotografía, decorados, exteriores, música), la actuación de los actores que dan vida a la historia y la destreza de la batuta que dirige el conjunto, sin entrar demasiado si la historia cinematográfica es absolutamente fiel, relativamente fiel o completamente infiel a la historia literaria.

Tampoco creo que si Conan Doyle levantara la cabeza, despotricaría contra quienes se alejan más de lo “conveniente” de los planteamientos originales. Probablemente hasta se sintiese orgulloso de haber creado casi un género cinematográfico. El de la pareja por antonomasia del cine detectivesco: Holmes y Watson. Y lo digo habiendo leído hace bastante tiempo la novela en cuestión y habiendo visto distintas versiones fílmicas. ¿Diferencias? Haberlas háilas pero son poco molestosas que diría el genial Cantinflas.

El planteamiento de El perro de Baskerville es, quizás, bastante singular en la temática Holmesiana. Por lo general los casos de Sherlock Holmes encierran misterios pero no leyendas históricas de dudosa credibilidad. Esta es una de las obras donde el terror y la intriga confraternizan, por mucho que el famoso inquilino de Baker Strett intente establecer la frontera entre lo detectivesco y lo sacerdotal. Tal singularidad le sienta bien a la novela y a la película, y permite que se diferencien de esos modelos comunes donde imperan las lógicas deductivas y los razonamientos decimonónicos. También los hay aquí, sin duda, en un espacio donde lo sobrenatural pugna por hacerse su hueco en la implacable lógica del maestro Sherlock.

Acostumbrados a presupuestos dilapidadores, la versión Fisher de la historia lleva la B de barato. Sin embargo Cushing y Lee son dos renombrados artistas del cine de terror y Hammer Films acredita experiencia en el tema más que suficiente para garantizar niveles de calidad y de coherencia intrínseca. El resultado es un film bueno, excelente por momentos (la jauría de perros, la tarántula, las arenas movedizas) y donde la fotografía de Asher plasma instantes de absoluta genialidad, de esos donde sobran las palabras, donde las sombras o los gestos hablan y explican la historia sin abecedarios. Solo, como dice Holmes, hay que saber utilizar los ojos.

No todo el páramo es orégano. Por tramos, el interés decae, entre romances no convincentes o personajes como el del doctor Mortimer que parece estar ahí para incrementar la lista de posibles sospechosos. En el haber, pongamos al reverendo y su par de copitas de jerez…
FATHER CAPRIO
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8
10 de mayo de 2010
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como bien apunta otro compañero (y amigo) de fatigas cinéfilas, la sombra de Las uvas de la ira es demasiado alargada como para pasar desapercibida. Sin embargo en este tipo de películas “hiperrealistas” las sorpresas son pocas y los “milagros en Milán” menos aún. Ni Ford ni Renoir juegan a ser Hans Christian Andersen ni siquiera por un día, por lo que, si las familias campesinas “son felices y comen perdices o zarigüeyas” no se debe a que el país sea multicolor lleno de abejas Mayas sino a que le echan arrestos de verdad, vergüenza torera y eso que ustedes y yo sabemos.

Por ello Ford no desvela el desenlace de la película de Jean Renoir. Se desvela solo. O mejor dicho lo desvela el sentido común de los espectadores que saben que la naturaleza es tan generosa como inclemente. Y que la opción está en recoger velas o cuadrarte diciendo “conmigo no vas a poder”. Luego están las personas, cada una de su padre y de su madre, con sus intereses lícitos e ilícitos, con su violencia larvada o no. Y la supervivencia. Y el egoísmo. Y la crisis que, antes, lo mismo que ahora, cuanto menos culpa tienes más la pagas.

Y es que las películas acerca de aquella gran depresión del 29 son como la crónica de una muerte anunciada y nuestra única duda es saber si habrá moralinas optimistas como las de Capra en La locura del dólar o si se añadirá algún toque cómico o pseudocómico que ayude a la sociedad del tiempo a arrinconar por un rato sus preocupaciones. Del cielo caen tormentas, rayos y truenos pero lo de pennies from heaven ni en el 29 ni ahora. El algodón no engaña, y si está en la plantación y dispuesto para ser recolectado la cosa anda bien. En caso contrario, a atarse los machos…

Dos grandes cineastas, Ford y Renoir. Cine de compromiso. Nada de palomitas. Uvas y algodón en estado puro. La supervivencia en primer plano. Madres coraje al poder. Las abuelas refunfuñonas diezmadas por la dura realidad del frío, del hambre y del escorbuto. Probablemente habrá quien piense que ante este panorama tan desolador, la familia que sufre unida no permanece unida. En la viña del Señor hay uvas de la ira y algodón que no engaña. Es decir, hay de todo, y es seguro que otros cineastas nos mostrarán la otra cara de la moneda. La de la renuncia, la del abandono, la de la muerte, la del odio, la de la venganza, la de Caín mata a Abel por un pozo de agua o por un barbo. Pero aquí no. Entre ángeles y demonios se opta por los primeros. Ángeles sin privilegios y que deben currárselo duro.
FATHER CAPRIO
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6
9 de mayo de 2010
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pudo ser una película de Harpo Marx pero ¿Quien era Harpo sin sus hermanos? Un buen cómico. Pero junto a Groucho y a Chico la película se vendía mejor y además servía para pagar las deudas contraídas en las carreras por Chico, quien, al parecer, se pasaba mas de un día allí.

El proyecto "individual" de Harpo no es bien acogido en las productoras. Chico y Groucho deben estar. Y estarán. Aunque sea metidos con calzador. Y así, al film se le incorpora un detective narrador llamado Sam Grunion (Groucho) que poca falta le hacía y una especie de adivinador de pacotilla y chico para todo que responde por Faustino el Grande (Chico) del que bien hubiera podido prescindirse. De este modo el film gana en ocurrencias (Groucho) y en números pianísticos, sin bien debe decirse que las dosis melómanas son mucho más comedidas que en algunos de sus films anteriores y mucho más incardinadas en el contexto de la historia.

Se ha dicho que es uno de los peores films de los Marx. Es evidente que no está entre sus grandes películas. La aparición de Marilyn Monroe resulta tan breve que si pestañean algo más de lo habitual pueden perdérsela. Las intervenciones de Groucho son tan escasas que sus perlas, haberlas háilas, nos dejan con hambre de más. La figura por excelencia es Harpo. Suya es la historia. Él es el star. Y sus bolsillos repletos de los objetos más inconcebibles, sus dedos como velas de una tarta de cumpleaños, su romanticismo en lenguaje de arpa, su mímica...

El número musical Sadie Thompson, las melodías zíngaras en dúo violín-piano, las ocurrencias grouchianas, la curiosa aparición de Raymond Burr, la Marilyn vista y no vista, Ilona Massey siete veces viuda, la persecución por las azoteas, son circunstancias y momentos que hacen tolerable una película que se hizo por lo que se hizo, para pagar deudas, y donde se echa de menos aquellas partes contratantes de la primera parte y por descontadísimo a la señora Dumont
FATHER CAPRIO
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7
27 de abril de 2010
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película puede considerarse válida desde muchos puntos de vista. La interpretación de Gregory Peck, la gran actriz que fue Susan Hayward, la contundente belleza de Ava Gardner, el acercamiento más que superficial a la figura de Hemingway y la excelente fotografía de la flora y la fauna africanas realizada por Leon Shamroy que tuvo el reconocimiento de su nominación a los premios Oscar, confieren suficiencia un film que, a pesar de algunas deficiencias y de ciertas libertades en el guión que no fueron del gusto de Hemingway mantiene el interés del espectador.

Y eso que resulta relativamente fácil perderse entre las elucubraciones vitales de un protagonista que en un presunto lecho de muerte, con los buitres en famélica espera y las hienas al acecho, acercándose más de lo debido, repasa, bajo las pintadas nieves del Kilimanjaro, las lecciones que le dió la vida. No diga lecciones, diga cornadas. Y es que el amigo Harry Street (Gregory Peck), escritor remedo del aventurero impenitente que fue Hemingway, deja pasar por su lado a una de las mujeres más bandera de cuantas han pululado con mayor o menor gloria en el orbe cinematográfico, Ava Gardner, cuyo personaje derrocha sensualidades al compás del saxo tenor de Benny Carter, al propio tiempo que se vuelve quebradizo por instantes como fruto de la incapacidad para comunicar su estado de gestación a su propio esposo.

Difícil sobrevivir con el recuerdo de los errores propios pisoteándote la conciencia. Esta es, compendiada, la elucubración vital de un hombre victima de sus propios actos. Y en esta elucubración está el meollo del film. Cada uno de los instantes revividos en esa secuencia de flashback fruto de la fiebre y de la pierna gangrenada, son cuentas de un rosario. Ava era mucha mujer, y no solo en lo físico, Harry lo sabe ahora como lo supo en aquel tiempo donde la prepotencia no le dejaba ver otra cosa. Y lo sabe aún con la abnegada presencia de otra gran mujer: Susan Hayward.

La sensación final que le queda al espectador es que el pulso entre la amargura del pasado y la esperanza del futuro al lado de una gran y leal mujer se dirime a favor de la sonrisa, de la moralina, de los aleluyas y de los arco iris gloriosos que ponen fin a una existencia tormentosa. La lógica de los acontecimientos no hacía presumir este tipo de desenlaces un tanto a favor de taquilla y en contra del seguimiento escrupuloso de la novela. Se suele decir que bien está lo que bien acaba… Pues eso.

Ernest Hemingway dijo que eran “Las nieves de Zanuck”.
FATHER CAPRIO
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8
26 de abril de 2010
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La novela de Robert Louis Stevenson es, sin ninguna duda, una de las obras magnas de la literatura universal. ¿Quién no ha tarareado, con más o menos alegría, “Ho, ho, ho, y una botella de ron”. ¿Quién no ha surcado los mares a bordo de La Hispaniola? ¿Quién no ha sido pirata cojo con cara de malo y parche en el ojo? ¿Quién no ha tenido un lorito que habla en francés? ¿Quién no ha exclamado “¡Al abordaje!? Marchando una de piratas…

La isla del tesoro, versión Fleming, ha de apechugar con ser una de las muchas versiones cinematográfica de una insigne y conocidísima novela. Sus actores han de dar gestos y facciones a personajes cuya corporeidad era tan múltiple como múltiples han sido a lo largo del tiempo los lectores del libro. Y, por descontado, siempre habrá quien los haya imaginado de otro modo, quien haya alargado en demasía a “Long” Silver y restado infantilidad al grumete Hawkings. Son versiones, opiniones, gustos, tan diversos como cada uno de nosotros.
Victor Fleming, Wallace Beery y Jackie Cooper, con la ayuda de Lewis Stone, Nigel Bruce y muy especialmente ese magnífico actor que fue Lionel Barrymore, salen airosos de un empeño difícil: Darle cuerpo a una obra multicorpórea y conseguir que los jóvenes vivan y los veteranos revivan la eterna búsqueda del tesoro. Un tesoro que, de muy diversas formas, ha movido el mundo de la ficción. Tantas que, ahí tenemos, el santo Grial, el Arca perdida, la piedra filosofal o el tesoro de sierra Madre, entre otros, esperando un Indiana Jones, un Harry Potter, un Bogart o un Tintín para alcanzar la heroica culminación de los sueños.

Stevenson, lo mismo que Julio Verne, fue maestro en el arte de llenar nuestros sueños tanto de doblones de oro y de perlas tan grandes como huevos de avestruz, como de objetivos maravillosamente alcanzados gracias a nuestros valores y a nuestras fuerzas. Víctor Fleming puso la cámara delante de nuestros sueños y el resultado ahí está. Bien sea por R.L. Stevenson o por nosotros mismos, La isla del tesoro es ese gran complemento que nuestros sueños se merecían.
FATHER CAPRIO
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