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España España · bilbao
Críticas de ernesto
Críticas 1.035
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
16 de octubre de 2013
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No he visto todavía La chispa de la vida, así que mi último contacto con Alex de la Iglesia fue con la exhuberante, irregular, brillante y excesiva Balada triste de trompeta, un perfecto tratado de todas las obsesiones cinematográficas del director y una película que es su mejor definición como cineasta. Aun así no llegaba a alcanzar el nivel de la excelente La comunidad, posiblemente su película más redonda y auténtica, con permiso de El día de la bestia. Con su última película, Las brujas de Zugarramurdi, al igual que en los títulos mencionados, Alex de la Iglesia vuelve a zambullirse en su propio universo cinematográfico, llevando a su terreno una historia fantástica que emparenta directamente con El día de la bestia, su primer gran éxito cinematográfico.
Repleta de fantasía, acción, humor de todo tipo (negro, grueso, fácil), y un sentido del espectacúlo sin medida ni control, Alex de la Iglesia consigue incluir en Las brujas de Zugarramurdi todas sus virtudes y defectos como cineasta, pero también consigue hacer reir y divertir al público dejando a un lado los complejos que muchas veces minimizan el alcance de algunas películas del género dentro del cine español.
La historia de Las brujas de Zugarramurdi termina en las cuevas del pueblo del título, pero comienza a unos cuatrocientos kilómetros de allí, concretamente en el kilómetro cero, en la mismísima Puerta del Sol madrileña. Allí se comete un atraco a mano armada de lo más surrealista. Un Jesucristo y su cruz en gris plata y un soldadito de plomo verde, con la complicidad de un desastroso Bob Esponja y un niño recien salido del colegio asaltan una tienda de Compro Oro para llevarse un botín de joyas y relojes. Con la colaboración, a punta de pistola, de un taxista que pasaba por alli, los dos primeros y el niño (hijo de Jesucristo para más señas) emprenden una huida rumbo a Francia. Pero al llegar al llegar al recóndito pueblo de Zugarramurdi, en Navarra, la huida da un vuelco repentino. Allí un grupo de mujeres les tiene reservada la experiencia más aterradora de sus vidas.
Con un arranque desbordante, en el que la excelente acción se combina con el mejor sentido del humor del que hará gala toda la película, Las brujas de Zugarramurdi engancha al espectador por las solapas y apenas le deja tiempo para serenarse entre ocurrencia y ocurrencia hasta que el taxi en el que los protagonistas escapan del atraco, se detiene en un siniestro bar de carretera perdido en las profundidades de la Navarra más oscura. En ese momento comienza un segundo acto más loco, más disparatado, pero no necesariamente mejor. El ingénio y la brillantez de Alex de la Iglesia y de su habitual co-guionista Jorge Guerricaechevarria suben y bajan entre ideas de lo más delirante y otras, en cambio, bastante vulgares. Carmen Maura y Terele Pávez, con la inestimable colaboración de un par de inesperadas brujas, dan solera a esta parte de la historia con algún momento delicioso como esos paseos por el techo de la Maura mientras habla por teléfono. Entre tanto me parece un relleno innecesario y previsible la historia de los dos policías que persiguen a los ladrones. La historia culmina con un akelarre que comienza de forma excelente a los sones del Baga Biga Higa, para culminar en una secuencia que es puro disparate y en la que Alex de la Iglesia desata su imaginación hasta extremos no siempre acertados.
Una de las cosas más inesperadas de Las brujas de zugarramurdi es que durante todo viaje, quienes de verdad aguantan con el peso de la película, son Hugo Silva, el para mí desconocido Jaime Ordónez, y Mario Casas, estupendos los tres, especialmente Casas que demuestra ser capaz de romper, con mucha ironía y humor, con todos los clichés que hay entorno a su persona.
Me queda la duda de que habría sido de Las brujas de Zugarramurdi si Alex de la Iglesia hubiera controlado un poco más sus impulsos, y hubiera hecho una película un punto más seria (vuelvo a la secuencia del comienzo del akelarre). En cualquier caso, tal y como está, funciona bastante bien y consigue conectar con el público.

6.5
ernesto
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9
8 de octubre de 2013
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gravity es el séptimo largometraje de Alfonso Cuarón, director mexicano que pese a no haber perdido en absoluto sus raices, solo ha dirigido dos películas en su pais, su ópera prima, y la extraordinaria Y tu mama también. Entre tanto, y bajo capital de Estados Unidos ha dirigido varios cuentos juveniles con trastienda un tanto oscura, y dos películas de ciencia ficción. Por un lado Hijos de los hombres, que se ha convertido en un pequeño clásico de culto dentro del género. Y por otro Gravity, su última película y la que nos ocupa en este momento, que, viendo la reacción entusiasta de la mayor parte de la crítica y el público, va a alcanzar la categoría de clásico casi antes de desaparecer de los cines.
Gravity es un proyecto que Alfonso Cuarón ha tardado muchos años en poder sacar adelante. De hecho la post-producción de la película hizo que sospechosamente la película retrasara su estreno hasta este mes de Octubre. En su momento este retraso hizo saltar las alarmas sobre la posible calidad de la película, ya que estas cosas nunca suelen ser presagio de nada bueno. Bueno, pues por una vez, y sin que sirva de precedente, ese retraso no solo estaba más que justificado dada la inmensa complejidad técnica de la película, sino que, además, nos reservaba una de las sorpresas más deslumbrantes que nos ha dado la cartelera en mucho tiempo.
La premisa argumental de la que parte Gravity es sencilla. Durante una operación rutinaria en una plataforma espacial, las tres personas que allí se encuentran trabajando sufren un accidente debido a una repentina avalancha de chatarra espacial. Una de ellas fallece al momento y la película se centra en la lucha de las otras dos por la supervivencia. Aislados en el espacio, sin comunicación con la Tierra, estas dos personas deberán hacer frente a una situación de peligro mortal a la que solo se habían enfrentado con anterioridad en simuladores y de la que probablemente no lleguen a sobrevivir.
La historia es, como se puede ver, muy sencilla, pero el gran mérito de Gravity es conseguir que esa sencillez se transforme en profundidad, en belleza, en poesía, magia en definitiva. Y es que los noventa minutos que dura Gravity son una de las experiencias más gozosas, emocionantes y vibrantes que he disfrutado en mucho tiempo.
El envoltorio visual que Alfonso Cuarón ha conseguido para Gravity es uno de los alardes técnicos más complejos que se puedan imaginar, y en cambio en la pantalla del cine, en fascinante 3D, todo fluye, todo encaja. Sencillamente perfecto.
Y aunque pueda parecer que Gravity no es más que la aventura de una supervivencia, el background que arrastra el personaje de Ryan, y que Sandra Bullock interpreta con intensidad y emoción auténticas, permite a la historia llegar a cotas en las que la fuerza de los sentimientos alcanza la magia de las imágenes, consiguiendo una combinación de la que lo único que puede salir es verdadero CINE, escrito como se merece, en mayúsculas.
Gravity está recién estrenada en todo el mundo. No se a donde llegará, ni hasta cuando se recordará, ni los premios que ganará, y me da igual. Solo se que la experiencia de verla en pantalla grande y en 3D es única e inolvidable.
ernesto
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4
8 de octubre de 2013
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con miedo y no demasiadas ganas me lancé hace algunas semanas a descubrir por primera vez el cine del director austriaco Ulrich Seidl. Fue con Paraíso: Amor, primera parte de la trilogía que ha ido estrenando de forma consecutiva en los tres principales festivales europeos. Tengo que admitir que la sorpresa fue bastante grata, porque aunque no se puede que Paraíso: Amor sea una película agradable, sí se puede decir que es una buena película, sin ninguna duda. Así que una vez confirmado que mis miedos eran infundados, he visto la segunda parte de la trilogía, Paraíso: Fe.
Desgraciadamente Ulrich Seidl no está a la altura de la anterior, y el rigor y seriedad que se desprendía de la mayor parte del metraje de Paraíso: Amor, no aparece por ningún lado en esta grotesca y gratuita Paraíso: Fe.
En este caso Ulrich Seidl se centra en el personaje de Annamaria, hermana de la mujer que en la anterior película del director viaja de vacaciones a Kenia. En este caso Annamaria decide pasar sus vacaciones en su ciudad. Trabajadora en el servicio de radiología en un hospital, Annamaria es una devota religiosa que emplea su tiempo libre en tratar de aleccionar a inmigrantes en la fe católica, y para ello va de puerta en puerta e introduciéndose en casas ajenas con el fin de que la gente capte la esencia de la religión, que en su caso rige su vida. Además Annamaria tiene que volver a acoger en su casa a su exmarido, un musulman que está postrado en una silla de ruedas, y que es el revulsivo que vuelve a poner su vida al límite.
En esta ocasión Ulrich Seidl no se anda con sutilezas, y con la misma cámara fría, analítica y distante con la que viajó a Kenia, se adentra en esta otra aventura veraniega, bien diferente a la anterior. Desgraciadamente donde el director desbarra completamente es en el enfoque desde el que se acerca a la historia. Donde Paraíso: Amor era sutil e incisiva, Paraíso: Fe no es más que vulgar y esperpéntica. Está claro que Ulrich Seidl no ha sabido o no ha querido acercarse al tema de la fe desde una óptica realista. Quizás llevando el tema al extremo piensa que el reflejo que devuelve al espectador es más eficaz a la hora de mostrar aquello que quiere criticar, o sencillamente es que no ha encontrado la forma de transmitir su descorazonadora visión del asunto desde la más convencional realidad, algo que, por otra parte, no dice mucho a su favor.
En cualquier caso la colección de excesos que rodean al personaje de Annamaria llega a alcanzar cotas bastante lamentables en lo que respecta a su relación con un marido minusválido y musulman, que viene a ser la misma cara de otra moneda.
En definitiva, que esta vez Ulrich Seidl recurre a un repertorio absolutamente gratuito, que en lugar de potenciar con estilo aquello de lo que quiere hablar, cosa que sí ocurría en su anterior película, hunde a Paraíso: Fe en un mar de mediocridad que la hace francamente antipática.
ernesto
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8
30 de septiembre de 2013
71 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lleva más de diez años haciendo cine el director francés Abdellatif Kechiche, y aunque regularmente ha ido presentando sus películas en diferentes festivales de cine, nunca hasta ahora había tenido la ocasión de ver una de sus películas. Y ha sido precisamente en el Festival de San Sebastian, donde La vida de Adele se ha proyectado con motivo del premio Fipresci a la mejor película del año, concedido por esta asociación de críticos, donde he tenido ocasión de verla, ante una expectación máxima. Y es que pocas películas en los últimos años han llegado a los cines (su estreno será dentro de un mes) con una colección de elogios tan unánime como la que acompaña a La vida de Adele desde que se proyecto por primera vez en Cannes, festival que la coronó como una de las Palmas de Oro más indiscutibles de los últimos años.
Con lo cual cualquier espectador que se acerque a La vida de Adele conociendo previamente los referentes que la acompañan, solo tiene dos opciones, o disfrutar de la mejor película del año, o sentirse decepcionado, tal vez, superado por las (excesivas) expectativas.
Yo no hablaría en ningún caso de decepción, ya que La vida de Adele es como un huracán que te remueve por completo, pero sí es verdad que se le pueden poner varias pegas, achacables a su director, que restan una parte del entusiasmo final. De lo que no cabe duda es que La vida de Adele nos descubre una de las presencias más deslumbrantes que se hayan visto en una pantalla de cine en mucho tiempo, la fascinante Adele Exarchopoulos, una actriz que se entrega a su personaje como pocas actrices lo han hecho con anterioridad. Ella, y en menor medida su compañera Lea Seydoux, es la principal responsable de las grandes virtudes que hacen de La vida de Adele una película diferente y única.
La vida de Adele es la historia de un amor, el que viven la joven Adele, y la más experimentada Emma. Una historia de amor que nos lleva desde la primera mirada, hasta un final que no es un final, ya que acaba la película, pero la historia continua, sin duda.
Adele es una chica de quince años, con una vida típica de adolescente, instituto, amigos, relaciones, sexuales y de las otras, familia y, sobre todo, dudas, muchas dudas sobre lo que tiene que sentir y lo que en realidad siente. Y es que Adele siente que le gustan las chicas, y Adele cree que eso no está bien, y sufre por ello.
Todo cambia el día en que su mirada se cruza con la de Emma en un semaforo. Emma lleva el pelo azul, y será la responsable de que la vida de Adele de un vuelco definitivo. Ahí da comienzo lo que se acabará convirtiendo en una relación pasional y compleja, donde la intensidad del amor llega a desgarrar la pantalla.
Abdelatif Kechiche se acerca a esta historia colocando la cámara en los rostros de sus protagonistas y dejando que sean ellas las que vivan su historia. Cada momento de sus vidas es un trozo de verdad, de naturalidad, bien sea en la risa o en el llanto, en el sexo o en el sufrimiento, lo que Adele y Emma viven llega al espectador tal cual, sin filtros que adulteren la más auténtica de las realidades.
También es cierto que en los largos 175 minutos que dura la película Kechiche se recrea en escenas y momentos que pueden parecer redundantes y que solo sirven para alargar innecesariamente una historia a la que, tal vez, le pueda sobrar cierta parte de palabrería culturalista.
En cualquier caso el esfuerzo del director se quedaría en agua de borrjas si no tuviera a sus dos actrices protagonistas. La debutante Adele Exarchopoulos es una auténtica fuerza de la naturaleza, sensual, un punto vulgar, cercana, vulnerable, apasionada, apasionante en definitiva. Cuando Adele come, rie, llora, baila, ama, folla, sufre o grita, lo hace de tal forma que llega al corazón del espectador. Sencillamente sublime. A su lado la gran Lea Seydoux consigue no parecer ella misma, en un trabajo maduro y completamente entregado que complementa a la perfección al volcán Adele. Juntas consiguen dos momentos memorables, a la altura de los mejores nunca vistos. Una escena de sexo que dice más de ellas que el mejor de los diálogos, y una escena de enfrentamiento y reproches que pone los pelos de punta, y por la que ambas actrices merecerían todos los premios del año.
Me quedo al final con la sensación de haber visto una película que, lejos de la perfección, consigue traspasar al espectador, y lo hace gracias al talento y a la fuerza de su protagonista a la que le otorgo el 80% de la Palma de Oro conseguida en Cannes.
ernesto
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El viento se levanta
Japón2013
7,2
15.351
Animación
9
30 de septiembre de 2013
47 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seguramente no sea yo la persona más indicada para hablar del cine de Hayao Miyazaki. Solo he visto sus películas más conocidas internacionalmente, y las he disfrutado, pero siempre con matices que me impedían ser un incondicional. Es por eso que no me considero parte de ese enorme grupo de fans que Miyazaki tiene a lo largo y ancho del mundo, por más que espere cada nueva película suya como si lo fuera. Aun así la ilusión con la que me senté el otro día ante la pantalla del teatro Victoria Eugenia de San Sebastian en el pase oficial de película, era más que importante. Además era la primera y, desgraciadamente, última vez que iba a ver una película suya en pantalla grande. Si la emoción cuando, al principio, aparecio el logotipo de los estudios Ghibli ya era grande, al final, cuando se encendieron las luces de la sala, la gratitud hacia Miyazaki era casi infinita. Hacía tiempo que no disfrutaba de una película tan bonita, utilizando este despreciado adjetivo (al menos en lo cinematográfico) con las connotaciones más positivas que se puedan imaginar. Y es que, esta vez sí, Miyazaki había llegado a cautivarme con The wind rises como no lo había hecho hasta entonces. Motivo este más que suficiente para ponerme a descubrir o a redescubrir todas y cada una de sus películas.
La historia de The wind rises no tiene fantasía, aunque sí mucha imaginación, y se trata de un biopic clásico y tradicional. El del hombre que diseñó los aviones japoneses con los que Japón atacó la base norteamericana de Pearl Harbor entrando así a tomar parte de la II Guerra Mundial. La acción arranca con Jiro, el protagonista, de niño, un niño cuyos sueños siempre giran alrededor de la posibilidad de poder pilotar un avión. Y aunque esto resulte imposible dada su miopía, Jiro estudiará ingeniería y se dedicará al diseño de esos aparatos entorno a los cuales girará su vida, sus sueños y sus mayores ilusiones. Y aunque nada de esto cambia, la vida de Jiro adquirirá un nuevo rumbo cuando se enamore de una preciosa joven a la que conoció de niña. A partir de ese momento ya nada será igual en su vida.
Con una premisa argumental tan sencilla, Hayao Miyazaki nos ofrece una de las películas románticas más emocionantes que se han visto en mucho tiempo, además de una historia con formato, casi, de cine de aventuras, donde las ensoñaciones de Jiro llenan de magia la pantalla.
El guion, de una sencillez desarmante y despojado de complejos, salpica el desarrollo lineal de la historia con magistrales secuencias que reflejan los sueños del protagonista y que nos trasladan a un mundo mágico dentro de una realidad que, practicamente, desde el principio golpea con dureza nuestras retinas.
Hayao Miyazaki demuestra en esta ocasión, con mayor fuerza que nunca, que la animación tradicional permite alcanzar cotas de belleza que el más sofisticado de los programas informáticos nunca podrá reproducir, y es que en The wind rises hay planos que justifican la película entera, y secuencias, como la del terremoto de Kanto, que te dejan pegado a la butaca. En este punto cabe destacar también el trabajo deslumbrante del compositor Joe Hisaishi que compone un prodigio musical que eleva las imágenes de la película muy por encima de su propio vuelo, si eso es posible.
Llegados al final de la proyección uno solo puede agradecer, con lágrimas en los ojos, haber podido disfrutar de tanta delicadeza, de tanta elegancia, de tanta sensibilidad y de tanta emoción. Tiene la suerte Miyazaki de retirarse a descansar habiendo ofrecido la que probablemente sea su mejor obra.
ernesto
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