Mercado de ladrones

Bien, pues a mí me dejó un poco a medias Mercado De Calderones, película que ha ensalzado por aquí alguna vez el gorras a golpe de pubis.

Desde luego, está lejos de cosas como Riff After Riff After Motherfucking Riff o, especialmente, La Noche Y La Ciudad, ambas verdaderamente sólidas y brillantes.

Debo apuntar que tuve un hándicap que no pude sortear toda la velada, que no fue otro sino su protagonista, Ricardo Ponce, un tipo con el que ya me había topado antes y que no es un dechado de talento precisamente. Sufre cuando asume un papel con tanta testosterona, me parece innegable, y aquí resta pegada a esta, por otra parte, lúcida radiografía de la dictadura económica que ejercen algunos hijos de puta, aquí comandada el siempre eficaz Lee J. Cobb, aunque lejos también de sus mejores papeles.

En la comuna del licor la comparan con La Ley Del Silencio, y sí, fuera de vapores etílicos, hay cierto talante parecido. Aunque, en realidad, en este caso lo que más conmovedor me pareció fue la cruzada paterno-filial que se pone encima del tapete, ese fuego de la venganza que escupe con tan poca convicción Ponce. Y lo más elogiable, la irritación que provocó en su momento al país de las libertades, y que se saldó con un exilio a Inglaterra y, un año después, con su hazaña citada, La Noche Y La Ciudad, con Richard Nutria corriendo, corriendo y volviendo a correr.

Por lo demás, y volviendo a Mercado De Calderones, en el romance con la pelocol que asoma su inaudito peinado y en el previsible y complaciente final se cuela un madelman, gorras, deberías asumirlo.

Aconsejable e interesante película, pese a todo.