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Candidata a millonaria

Comedia. Romance Regi Allen trabaja como manicurista en un hotel de lujo y su sueño es casarse con un millonario para dejar de trabajar. Uno de sus clientes es un adinerado paralítico que podría responder a sus expectativas. Sin embargo, en su camino se cruza Theodore Drew III, un playboy arruinado que igualmente trata de casarse con una mujer rica que solucione sus problemas económicos. (FILMAFFINITY)
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
13 de abril de 2023
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‘No soy tan poco convencional’, ‘No seas tan anticuada, ¿Qué es una convención?, una reunión de vendedores’. Es el diálogo que mantienen en una secuencia de Candidata a millonaria (Hands across the table, 1935), de Mitchell Leisen, Regi (Carole Lombard) y Drew III (Fred McMurray), tras que él le haya propuesto que le acepte como compañero provisional de piso durante unos días. La ironía es que Drew era un objetivo como posible consorte, ya que pensaba que era millonario, pero tiene incluso menos dinero que ella, ya que Regi al menos tiene trabajo como manicura. Ironía también la hay en el título de la película (con guiOn de Norman Krasna, Vincent Lawrence y Herbert Fields, según un argumento de Viña Delmar), en ese detalle de las manos sobre la mesa (hands across the table), equivalente al zapato que tiene que ajustarse al pie de la chica que ha gustado al príncipe en Cenicienta. Aquí, la cenicienta es Regi, una manicura harta de las apreturas de su vida, como la presentan en la magnífica secuencia inicial, saliendo a trompicones de un atestado vagón de metro.

Signo de los tiempos ( estamos en los años posteriores a la depresión del 29), como en las posteriores comedias de Leisen que se constituyen en variantes del cuento de Cenicienta, Una chica afortunada (1937), o de modo más manifiesto en Medianoche (1939), pero también incluso, ya de modo más siniestro o amargo, en Recuerdo en la noche, destaca la configuración de los personajes femeninos como mujeres condicionadas por una posición social o laboral precaria, enfrentadas a la posibilidad del acceso al otro extremo de los privilegios económicos. La boda con un hombre rico, un millonario, se presenta como la solución a sus penalidades o carencias, ya que se veían relegadas a trabajos de bajo rango, si es que lo tenían. No sólo era buscar la estabilidad a través del casamiento como fin de trayecto: el sueño del millonario/príncipe era el premio de lotería, la supresión de cualquier preocupación de apreturas materiales (para no verte abocada a un trabajo que condena a una vida de apreturas y privaciones, como en una secuencia, evoca Regi con amargura, que fue la vida de su madre). Sino, si te resistías a ser parte de esa circulación económico laboral, como el personaje de Stanwyck en Recuerdo esa noche, te veías obligada a recurrir a la vía rápida, la del robo. Porque hay cenicientas a quienes sus madrastras impidieron la posibilidad de acceder a cualquier sueño (en el caso de Recuerdo esa noche, una madre: la secuencia del reencuentro de ambas es una de las más siniestras rodadas por Leisen). Pero las cenicientas también tienen espíritu de princesa que también aspira a elegir, además de ser elegida. Por lo tanto, las manos son como los pies que se contrastan en Cenicienta en busca del pie especial, es la mano de aquel que hará cumplir un sueño.

En su trabajo, conoce a un millOnario que además es un hombre encantador, respetuoso, solidario, Arlen (Ralph Bellamy), es decir, parece tener las virtudes del genuino caballero, pero está impedido en una silla de ruedas (es decir, no dispone de la movilidad de los pies, por lo tanto queda descartado como posible ceniciento/príncipe, por millonario que sea; con él no encajan los zapatos de los sueños). En los pasillos se topa con Drew III (Fred MacMurray). Si él primero transmite una mente asentada, adulta, a Drew se nos lo presenta como un niño, pegando saltos jugando a la rayuela. Ironía: cuando le haga la manicura casi le destroza todas las cutículas: el temblor ya anticipa la conmoción del sentimiento; aunque en principio le mirara con deferencia porque le consideraba infantil; cuando lo mira como millonario cambia la percepción sobre él; pero parece que los sentimientos entran en juego: de hecho, Arlen le preguntará si se siente atraída por él por ser millonario o por cómo es él. Pero durante la noche en la que comparten cena, baile y borrachera ella descubrirá que él está prometida. Si sus direcciones no se separan en ese momento es porque la borrachera de él es de tal calibre que ella lo acoge esa noche en su piso. Drew no sólo pasará de ser quien pudiera solucionarle la vida a Regi a compañero de piso, es decir, de precariedades, sino que incluso, en otro atinado ejemplo de mordaz contraste o reflejo, tiene la misma aspiración, el casamiento con una millonaria, para que le solucione la vida, y así evitar cualquier trabajo. Como Drew, también se había dejado engatusar por la venta de una convención, la de arreglarse la vida accediendo al escaparate de lujo de los privilegiados. Claro que los deseos y la realidad entran en colisión, sobre todo cuando interfiere el sentimiento, y pone en evidencia lo complicado que resulta que este se pueda engarzar con el sentido práctico. Si en principio se consideran cómplices en una misma búsqueda, el sentimiento que va surgiendo entre ambos va complicando y cuestionando sus prioridades y elecciones. Regi podría haberse enamorado de Arlen, millonario y caballero cortés, pero no, se enamora de quien es su reflejo en el espejo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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