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Voto de kakihara:
9
7,6
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Documental
Documental sobre la dura vida de los esquimales que viven en la región de Hudson, Canadá. (FILMAFFINITY)
21 de enero de 2011
22 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de descubrir recientemente los documentales del norteamericano Robert J. Flaherty, creo que es un acto de justicia recuperar la obra del 1er gran autor de documentales, tal y como los conocemos actualmente.
Flaherty se pasó 2 años en la región de Ungava, en el norte de Canadá, filmando con su reducido equipo a Nanuk el esquimal (alias el Oso) y su lucha por la supervivencia habiendo de cargar siempre con su familia en busca de alimento y refugio. El director de Michigan ya conocía a Nanuk de sus viajes anteriores (donde había rodado una primera versión amateur que acabaría siendo pasto de las llamas) y, además, en esta ocasión se había llevado todo el material necesario para revelar las filmaciones diarias y proyectárselas a los esquimales en medio de los glaciares, hecho que provocó una implicación total por parte de los nativos, que nunca habían visto un artefacto de este tipo.
Flaherty fue lo suficientemente inteligente como para aportarle un hilo narrativo al material que iba filmando, hasta el punto de construir un principio (con prólogo incluido), un nudo y un desenlace de la historia, y para conseguirlo jugó brillantemente con el montaje (grabando acciones únicas e irrepetibles de caza, y añadiéndoles otros insertos de acciones coreografiadas con el fin de conseguir una historia con la que se lograse la inmersión emocional del espectador). Y no es casual, pues, que acabemos encariñándonos con esta simpática familia de esquimales. Las imágenes que captó la cámara de Flaherty son un auténtico canto a la belleza, destacando el maravilloso contraste entre la blanquísima nieve y los esquimales, que en ocasiones parecen sombras flotantes sobre una inmensa sábana natural. A destacar, por un lado, las imágenes de Nanuk y sus compañeros de tribu cazando un tigre de mar de hasta 2 toneladas de peso, animal que no podían arrastrar ni entre 4 hombres o, por otro lado, la construcción del iglú y la consiguiente tormenta. E incluso hasta los brutales enfrentamientos entre los perros que tiran del trineo de Nanuk y su familia, cuando el hambre hace estragos. O tiempo también para la distensión y las bromas (Nanuk mordiendo un disco de vinilo que ve y escucha por primera vez). Me resulta difícil quedarme con una sola secuencia, nos encontramos ante toda una vida plasmada en el cine sin atisbo de sobra alguna.
(continúa en el spoiler)
Flaherty se pasó 2 años en la región de Ungava, en el norte de Canadá, filmando con su reducido equipo a Nanuk el esquimal (alias el Oso) y su lucha por la supervivencia habiendo de cargar siempre con su familia en busca de alimento y refugio. El director de Michigan ya conocía a Nanuk de sus viajes anteriores (donde había rodado una primera versión amateur que acabaría siendo pasto de las llamas) y, además, en esta ocasión se había llevado todo el material necesario para revelar las filmaciones diarias y proyectárselas a los esquimales en medio de los glaciares, hecho que provocó una implicación total por parte de los nativos, que nunca habían visto un artefacto de este tipo.
Flaherty fue lo suficientemente inteligente como para aportarle un hilo narrativo al material que iba filmando, hasta el punto de construir un principio (con prólogo incluido), un nudo y un desenlace de la historia, y para conseguirlo jugó brillantemente con el montaje (grabando acciones únicas e irrepetibles de caza, y añadiéndoles otros insertos de acciones coreografiadas con el fin de conseguir una historia con la que se lograse la inmersión emocional del espectador). Y no es casual, pues, que acabemos encariñándonos con esta simpática familia de esquimales. Las imágenes que captó la cámara de Flaherty son un auténtico canto a la belleza, destacando el maravilloso contraste entre la blanquísima nieve y los esquimales, que en ocasiones parecen sombras flotantes sobre una inmensa sábana natural. A destacar, por un lado, las imágenes de Nanuk y sus compañeros de tribu cazando un tigre de mar de hasta 2 toneladas de peso, animal que no podían arrastrar ni entre 4 hombres o, por otro lado, la construcción del iglú y la consiguiente tormenta. E incluso hasta los brutales enfrentamientos entre los perros que tiran del trineo de Nanuk y su familia, cuando el hambre hace estragos. O tiempo también para la distensión y las bromas (Nanuk mordiendo un disco de vinilo que ve y escucha por primera vez). Me resulta difícil quedarme con una sola secuencia, nos encontramos ante toda una vida plasmada en el cine sin atisbo de sobra alguna.
(continúa en el spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No deja de ser curioso el hecho de que otro de los mejores documentales que se han filmado jamás sobre una región remota, "Encuentros en el Fin del Mundo” (Werner Herzog, 2007) también tenga lugar en una vasta y helada región habitada por 4 almas. Aunque, mientras “Nanuk el Esquimal” se adentraba en el Polo Norte, el film de Herzog nos habla del Polo Sur. Parece ser que estas 2 regiones situadas en los confines del mundo, tan lejanas para nosotros, tan agresivas, tan fascinantes, tan peligrosas, tan extrañas, donde los escasos seres humanos que las habitan, almas perdidas, luchan contra un gigante que parece engullirlos, se nutren al mismo tiempo de una tierra que parece muerta, casi sobrenatural (mientras en “Nanuk…” los humanos se nutren del alimento que tanto les cuesta conseguir, en “Encuentros…” se nutren de otros elementos como el conocimiento científico, la búsqueda de una identidad propia o el simple bienestar espiritual).
Flaherty realizaría tan solo 5 documentales después de Nanuk, entre los cuales cabría destacar, además de su colaboración con Murnau en “Tabú” (1931), último film que dirigiría el director de “Amanecer” antes de morir, otro documento también de valor único, “Hombres de Arán” (1934), en el cual, tal y como hiciese con su primer film, viajaría a una región remota, a las Islas de Arán (en las costas irlandesas), para volver a encontrarse con una nueva lucha entre el Hombre y la Naturaleza, en este caso contra una mar enfurecida. Inolvidables serán las imágenes de 4 pescadores en un pequeño bote pescando una de las variantes más grandes de Tiburón, o de la odisea para llegar a la costa huyendo de las aguas más feroces que hayamos visto nunca (con olas de hasta 20 metros de altura).
Flaherty ha pasado al recuerdo no solo por la calidad de su escasa obra documental, sino también por su forma de entender la vida. Nunca quiso desentenderse del Hombre vinculado estrechamente a la naturaleza, y se pasó la vida buscando los parajes más recónditos del mundo en busca de modos de vida casi desaparecidos. Quizá uno de sus testamentos sea la idea de que por mucho que avancemos subidos al tren de la industrialización, dándole importancia a aquellas cosas que no la tienen, no podemos olvidar el hecho de que en el mundo todavía existen unos pocos habitantes que sólo viven para alimentar a sus familias y buscarles refugio, aislados del resto de la humanidad y despreocupados de cualquier otra floritura, y aun así son felices. Son felices porque la felicidad es una de las condiciones innatas del ser humano. Y nosotros, que todavía no hemos bajado del tren ni tenemos intención de hacerlo, estamos empezando a perderla.
Flaherty realizaría tan solo 5 documentales después de Nanuk, entre los cuales cabría destacar, además de su colaboración con Murnau en “Tabú” (1931), último film que dirigiría el director de “Amanecer” antes de morir, otro documento también de valor único, “Hombres de Arán” (1934), en el cual, tal y como hiciese con su primer film, viajaría a una región remota, a las Islas de Arán (en las costas irlandesas), para volver a encontrarse con una nueva lucha entre el Hombre y la Naturaleza, en este caso contra una mar enfurecida. Inolvidables serán las imágenes de 4 pescadores en un pequeño bote pescando una de las variantes más grandes de Tiburón, o de la odisea para llegar a la costa huyendo de las aguas más feroces que hayamos visto nunca (con olas de hasta 20 metros de altura).
Flaherty ha pasado al recuerdo no solo por la calidad de su escasa obra documental, sino también por su forma de entender la vida. Nunca quiso desentenderse del Hombre vinculado estrechamente a la naturaleza, y se pasó la vida buscando los parajes más recónditos del mundo en busca de modos de vida casi desaparecidos. Quizá uno de sus testamentos sea la idea de que por mucho que avancemos subidos al tren de la industrialización, dándole importancia a aquellas cosas que no la tienen, no podemos olvidar el hecho de que en el mundo todavía existen unos pocos habitantes que sólo viven para alimentar a sus familias y buscarles refugio, aislados del resto de la humanidad y despreocupados de cualquier otra floritura, y aun así son felices. Son felices porque la felicidad es una de las condiciones innatas del ser humano. Y nosotros, que todavía no hemos bajado del tren ni tenemos intención de hacerlo, estamos empezando a perderla.