Un bien por un mal parece señalar Ganesha con sus múltiples brazos extendidos.

Un bien, la infancia, sin aparentes preocupaciones, dejando que todo ocurra con un brillo en los ojos que absorbe lo que se puede aprender de todo y de todos. Apu está condenado a disfrutar de los infortunios de la vida, al vivir en las lindes de ese mal, la pobreza, que se acompaña de la falta de lo que se conoce como suerte. Ha desaparecido en sus vidas, pero no es un motivo para dejarse vencer porque los acontecimientos transcurren, los años pasan, la bendición se sigue y la humedad traspasa, las fuerzas flaquean, lo más pequeño analiza el alma y rellena la esperanza, que no es una amiga permanente, pero que se deja ver de vez en cuando.

Nos muestran la fragilidad, la grandeza de quienes no pierden porque no tienen, aunque los sueños y los ideales nunca se borran, siempre presentes, aunque nunca se cumplan. ¿Quién sedujo a la fortuna para que se marchara sin previo aviso? Esta cuestión se respira en las miradas de cada uno de los miembros de la familia, mientras siguen sus costumbres, alimentan sus miedos y subsisten en su preciado universo.

Nos muestran pequeños fragmentos de vivencias, de juegos, de nuevas posibilidades y caminos cerrados. Porque los acontecimientos, de un modo sereno, se van uniendo a los días y se consumen en el fuego eterno, en ese sendero que sólo es un comienzo, con el que probar el sabor de la vida.