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Mula

Drama A Earl Stone (Eastwood), un octogenario que está en quiebra, solo, y que se enfrenta a la ejecución hipotecaria de su negocio, se le ofrece un trabajo aparentemente facil: sólo requiere conducir. Pero, sin saberlo, Earl se convirte en traficante de drogas para un cártel mexicano, y pasa a estar bajo el radar del agente de la DEA Colin Bates (Cooper).
Fin de trayecto
Seis años después de su falsa despedida como actor, Clint Eastwood sigue fundiendo, de manera muy trascendental, lo inventado con lo verídico. Un ojo de ese personaje de la ficción fílmica, inevitablemente basado en una persona real, dispara hacia la pantalla y la atraviesa, en un último y heroico gesto de contagio. La película desde la que nos mira, traza el mismo recorrido. ‘Mula’ es la traducción cinematográfica de los pecados y milagros tardíos de Leo Sharp, octogenario veterano estadounidense de la Segunda Guerra Mundial que pulverizó récords en el peligroso y sin duda condenable negocio del transporte de narcóticos.



Una historia real cargada de elementos que atraen a la ficción cinematográfica. Lo normal, pues, parecía dejar que los códigos del género (los del thriller criminal) marcaran la ruta a seguir. Pero no, Clint Eastwood tenía otros planes para éste su segundo funeral. Porque llegados a este punto de la Historia, chocar con la imagen de esta leyenda viva (a pesar de todo) del séptimo arte, es enfrentarse a un legado que trasciende el celuloide, y desde luego el digital.

Mirar a Clint Eastwood a la cara implica tomar carreteras secundarias y no asfaltadas, para llegar a esa otra América. A esa zona que se delimita geográfica, generacional e ideológicamente. El rostro agrietado del (anti-)héroe como reflejo de una bandera arrogantemente erguida, pero hecha trizas. El actor como único director posible de un relato que, en realidad, trata sobre él mismo, y claro está, sobre el mundo que ha habitado... y que sigue habitando.



‘Mula’ nos habla, al fin y al cabo, de un hombre de éxito... solo de puertas afuera. Desde el otro lado, solo se distingue una ruina. Aplaudido y vitoreado por desconocidos; añorado o directamente despreciado por sus supuestos seres queridos. Dolorosa carambola autobiográfica que, una vez más, invita a mirar más allá, y ya puestos, a mirarse al espejo para preguntarse si el trabajo dignifica o si, por el contrario, es un pretexto perverso para seguir alimentando a los demonios interiores.

La ‘Mula’ de Eastwood, ese apaleado animal de carga, desnuda la cultura del esfuerzo. Hasta dejarla sin excusas; hasta obligarla a encontrar una nueva batería de argumentos. El thriller ya está en el -lejano- segundo plano, y ha mutado en confesión personalísima. En un ritual de purga que al renunciar a la salvación, se gana la redención, y así, se vuelve a transformar. Ahora en crónica social obligada a avanzar. O si se prefiere, en documento histórico anti-estático, valiosísimo (y por qué no decirlo, emocionante) en su tono agónico y desengañado.

El anciano nos mira y nos transmite su mirada. La asfixia del remordimiento es magnificada por la confusión causada por unos tiempos en constante cambio y que, por consecuente, requieren constantes cambios a la hora de interpretarlos. En éstas, el reclutamiento de Noel Gugliemi se convierte casi en un acto político. Caras conocidas, físicos que insinúan un tipo muy específico de personaje. Cada individuo que vemos en pantalla es representativo (le guste o no) de un colectivo dentro de otro colectivo. Son los difíciles (que no imposibles) encajes del melting pot, ese mito fundacional, esa herencia, ese desafío.



Ese tesoro amenazado por las apariencias. En la filmación sin concesiones del cuerpo demacrado del protagonista, en la utilización de la música como eco degenerado de una filosofía (de vida) naíf... Eastwood usa cada estímulo para cargar de razones a su tesis doctoral sobre “su” América. ‘Mula’ nos habla de un estado ausente en el amparo, y demasiado presente en la brutalidad represivo-punitiva, pero sobre todo, de una sociedad gobernada por la fría y despiadada lógica laboral. El empresario pasa a ser empleado del mismo modo en que las necesidades desatendidas del hijo se convierten en las negligencias del padre. Sería insufriblemente desesperanzador, si no fuera por ese factor humano que actúa casi como un deus ex machina.

Un rayo de luz, por fin, en el testamento. El hombre-mula se detiene y respira, no se sabe si por última vez. Parece que ya no puede más con su carga, de modo que ahí la deja, para quien le interese, a un lado de la carretera secundaria. Y sigue. Clint Eastwood conducido por Clint Eastwood. No por egocentrismo, sino más bien por sentido y responsabilidad de estado. La mirada, siempre fijada en el fin de trayecto. Solo podía ser así.

Puntuación: ★★★½ (sobre 5)
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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