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El sol también es una estrella

Romance. Drama El universitario Daniel Bae y la jamaicana Natasha Kingsley se encuentran y se enamoran en un día mágico en medio de la fiebre y la agitación de la ciudad de Nueva York. Las chispas saltan inmediatamente entre estos dos extraños, pero... ¿bastará que el destino actúe para que estos jóvenes poco afortunados tengan suerte en el amor? Aunque sólo faltan unas horas de lo que parece ser su último día en Estados Unidos, Natasha lucha con ... [+]
El amor… el amor…
"Somos como mariposas que revolotean por un día y piensan que todo es para siempre". Una cita nada menos que de Carl Sagan que da carta de naturaleza a este monumento a la pretenciosidad emocional y al dulzor fílmico. La cosa parte de un 'best seller' de Nicola Yoon, no se sabe si destinado a postadolescentes con ínfulas de profundidad o a adultos abrazados a la inmadurez.

Resulta que las vidas de dos jóvenes se cruzan en Nueva York. Natasha afronta su último día en la ciudad, ya que va a ser deportada junto con su familia. Daniel se dirige a una entrevista para ingresar en la facultad de medicina, aunque solo lo hace para contentar a sus padres. Ella cree en la ciencia. Él, en el amor. Ella quiere ser astrónoma. Él, poeta. Y cuando él la salve a ella de ser atropellada, allá que se irán ambos a recorrer la calles de la ciudad, a parlotear sin descanso y a enfrentar sus, se supone, hondos mundos interiores.



Porque la cosa es que Natasha asegura que no cree en el amor ("Son las hormonas las que producen eso que llamamos amor", dice, la muy descreída) y Daniel, el romántico incurable, atónito ante semejante oprobio, afirma que ambos estaban destinados a encontrarse y que puede probar su aseveración en un solo día. ¡Ah, el destino…!

Y ya está. No hay nada más en este amago de película, salvo una retahíla de obviedades, un rosario de conversaciones que quieren ser profundas y podrían ser mantenidas en un parvulario y, eso sí, un paseo neoyorquino que parece filmado por la oficina de turismo de la ciudad. Embelesados, nuestro héroe y nuestra heroína deambulan por Chinatown, por la Isla Roosevelt, por la Quinta Avenida, por la Grand Central Terminal… Y allí estarán el Empire State y la estatua de la Libertad… Sí, también se escucharán algunas melosas cancioncillas para adornar la excursión.

La aspirante a astrónoma y el aspirante a rapsoda se miran arrobados, lanzan algunas consignas de autoayuda que sofocarían a cualquier gurú y echan, de vez en cuando, un vistazo al reloj, que el tiempo pasa y el día se acaba… Por descontado, la puesta en escena de "El sol también es una estrella" está acorde con todo lo comentado. Una colección de secuencias de diseño, envuelta en una iluminación seductora y entregada al plano-contraplano como elemental recurso visual. Lo prefabricado presentado como rasgo de estilo. Todo combinado, eso sí, con algún movimiento de grúa que otro, que siempre queda elegante y sirve para mostrar la belleza de la ciudad que acoge esta atorrante historia romántica, de una zalamería atroz.



Mientras uno lucha contra el sopor, puede entretenerse al dilucidar cómo es posible que películas como esta puedan tener éxito entre espectadores mayores de doce años. O en cómo el buen cine juvenil es hoy inexistente más allá de las macropelículas que reúnen a los jóvenes junto con espectadores de todas las edades, uniformizando así la asistencia a las salas. O en cómo o los buenos sentimientos creados por un ignoto marketing aún tienen predicamento entre los consumidores de consignas. Y, si uno quiere mortificarse un poco más, hasta puede recordar una obra como "Antes de amanecer", de Richard Linklater, para comparar sensaciones y sentenciar la diferencia entre una película y un poco de celuloide emborronado. Sí, definitivamente, citar a Carl Sagan en "El sol también es una estrella" suena a blasfemia en toda regla.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)

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