Araña

No resulta necesario recordar el final del gobierno de Salvador Allende en Chile. El golpe de estado comandado por Pinochet aún permanece como uno de los episodios más vergonzantes de la historia contemporánea. Andrés Wood viaja a ese Chile convulso y enfermo, contaminado por el germen del odio. Pero solo permanece en ese escenario durante parte del metraje de su película. La otra mitad, alterna, ocurre 40 años después: una visita a los resultados creados por el virus del rencor y la perversidad.

Andrés Wood ya acumula una larga trayectoria desde su debut en 1997, y sus películas siempre han sido, de un modo u otro, indagaciones en el tejido vital de su país, desde "Machuca", a "Violeta se fue a los cielos", pasando por "La buena vida" y ahora "Araña", que enreda a tres personajes protagonistas en una red imposible de deshilar. Son Inés, Justo y Gerardo, una pareja de jóvenes adinerados los dos primeros, burgueses reconcentrados en sí mismos y fervientes guerreros antimarxistas, y un representante casi del lumpen el tercero. Los tres ultraderechistas, los tres fascistas, los tres pertenecientes al Frente Nacionalista Patria y Libertad, fundado en Chile en 1971 con el objetivo de regenerar la patria y acabar con el gobierno de Unidad Nacional.



"Araña" captura con acierto las personalidades de sus personajes centrales y la tensión erótica que pronto nace entre ellos, pero que queda siempre subterránea. Y se detiene especialmente en el dibujo de la conciencia de clase de Inés y Justo, que los lleva a la utilización de la agresividad de Gerardo, un peón movido por sus compañeros deseosos de no mancharse las manos. 40 años después son otros, pero son los mismos. Quizá reciclados, pero hechos de la misma substancia elemental y traicionera. Inés y Justo son ciudadanos respetables que ya no necesitan proclamar sus ansias fascistas y Gerardo es quien regresa para recordarles que el pasado jamás se extingue. Entre esos dos tiempos, entre el antes y el ahora de estos personajes mezquinos y malignos se mueve la trama que retrata Andrés Wood.

Una apuesta nada sencilla la del cineasta chileno, porque nos pide pasar dos horas en compañía de reptiles. Y nos permite comparar su malignidad en su juventud y en su madurez. Sus protagonistas son seres amorales, refugiados en su ruindad y su odio, dueños de venenos que pueden manifestarse de muy diferentes formas. El retrato de Wood de la parte del filme que transcurre en los setenta, que muestra a las serpientes incubando sus huevos, es despiadado, feroz. Y muy trabajado desde la puesta en escena para retomar la estética de los añejos y airados filmes de Costa-Gavras o Gillo Pontecorvo. Además, encuentra en María Valverde una aliada excepcional, que compone su personaje con el aplomo de una actriz superlativa (a pesar de que, últimamente, el cine español no le preste demasiada atención).



"Araña" es un thriller sin acción, en el que la agitación vive dentro de los personajes y dentro del plano, de ahí que Wood se esfuerce por introducir ciertas angulaciones de cámara, ciertos cortes bruscos de montaje. La angustia y la certidumbre de la maldad que lanzan desde la pantalla sus imágenes nacen de la precisión visual de un cineasta entregado a fondo. Y en sus saltos temporales es donde se encuentra el nervio del relato, una fibra en constante tensión que obliga a permanecer al espectador siempre inquieto, siempre alerta.

En el Chile dibujado por Andrés Wood se percibe el amor del cineasta hacia su país. Especialmente, hacia el que pudo haber sido. Pero también se observa a las claras una llamada de atención. Una llamada al no olvido. Porque la ponzoña del desprecio, de la aversión al diferente, del aborrecimiento de lo ajeno, incuba monstruos que pueden permanecer aletargados, pero que pueden despertar en cualquier momento.