Para ello, Amenábar centra el eje narrativo de su película en la figura de Unamuno, un intelectual de referencia en la historia de España. Y no resulta azarosa la elección del personaje para acercarse al ayer de unos tiempos convulsos que suponen un espejo del hoy. Unamuno fue un pensador de primer orden al tiempo que un hombre rodeado de contradicciones, amparado en un ego antológico, que casi encarnaba la antítesis en sí mismo y que podía declararse cristiano, socialista, liberal, antimonárquico, republicano y defensor del golpe de Estado de 1936, según le dictasen sus convicciones. Queda claro que, para el director, encarna la esencia de lo español ("soy español hasta de profesión y oficio", en las propias palabras unamunianas). Nunca ejerció de revolucionario, aunque siempre enarboló un contradiscurso hacia el poder y, en especial, hacia la mediocridad de quienes lo ejercen. Así, en la figura del pensador, Amenábar encuentra un arma perfecta para plantear una reflexión que no anda lejos del motor narrativo de otra de sus películas, "Ágora", que ya proponía una lucha entre la barbarie y la razón, entre el fanatismo y la cultura (aunque se aleje de esta en el hecho de plantear ahora una obra más reflexiva que emocional).

Pero en las elegantes, certeras y sosegadas imágenes de “Mientras dure la guerra" hay también, por más que la película mire con cariño y casi con devoción al personaje, un planteamiento crítico hacia el intelectual encerrado en su torre de marfil. El Unamuno de Amenábar, en muchas ocasiones, no ve porque no quiere ver, sumido en una superioridad moral que no anda lejos de la misantropía. Y el director deja caer una llamada de atención sobre el papel del intelectual que quiera ser comprometido ante el mundo que lo rodea. "Ustedes, los intelectuales, son muy valientes detrás de sus libros, en su trincheras", espeta el general Millán-Astray a Unamuno en un momento cumbre del filme. "Hay otras maneras de ser valiente", responde Unamuno. Pero para llegar a esa respuesta, el personaje de Amenábar, este Unamuno cinematográfico, deberá haber recorrido un amplio camino, un trayecto que lo haya llevado no solo desde su inicial adhesión al levantamiento contra la Segunda República hasta su repulsa, sino también desde su atalaya de erudito hasta la piel, la carne y la sangre de sus semejantes.
Por descontado, el retrato del pensador no habría resultado tan poderoso sin el monumental trabajo de Karra Elejalde, que modela su interpretación no para mimetizarse con el personaje, sino para recrearlo. También aportan poderío actoral Santi Prego y Eduard Fernandez: el primero crea un Franco medido en cada gesto, que se muestra al tiempo taimado y medroso, y el segundo un Millán-Astray histriónico, primario y casi bufonesco, aunque siempre temible.

Quizá le perjudique un tanto a Amenábar la expectación que crea cada una de sus nuevas películas. El hecho de que no se prodigue demasiado como director lleva a muchos aficionados a una curiosidad extracinematográfica que puede alejar el juicio de los verdaderos méritos de sus obras. En realidad, Amenábar sigue siendo el mismo cineasta que debutó con "Tesis" hace más de veinte años: un narrador excelente, un director que encuentra su mayor acomodo en el cine de género y, en especial, un autor que, como su adorado Spielberg, tiene como máximo referente la figura del espectador. Lo que ocurre es que ha ido depurando su puesta en escena, especialmente desde "Mar adentro". Y aunque persista en su hábito de inundar algunas secuencias con una música excesiva (mal endémico del cine contemporáneo), su narrativa pausada, casi lánguida incluso en los teóricos momentos fuertes de la acción, y siempre atenta al detalle, encuentra un acomodo impecable en una puesta en escena que resalta con suma habilidad el uso dramático del primer plano o los movimientos de cámara semicirculares que reencuadran a los personajes para hacerlos llenar la pantalla. Sí, en ocasiones tiende a lo discursivo y en algunos momentos cede a la tentación del subrayado, pero siempre exhibe su destreza para colocar la cámara en el lugar exacto y para llenar de intensidad cada plano.
En el enfrentamiento final en el paraninfo de la Universidad de Salamanca entre un Millán-Astray arropado por el poder y por la horda de falangistas y legionarios que lo rodean y un Unamuno que alza la voz ante la barbarie, en su "Viva la muerte; es decir, muera la vida" y, por descontado, en su "Venceréis, pero no convenceréis" vive el espíritu de una película que sugiere que nos miremos a nosotros mismos, tantas décadas después, para que juzguemos los muchos o los escasos avances obtenidos. O que queramos empezar a conseguir.